Robert Silverberg - La torre de cristal

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Simeon Krug, un poderoso industrial que construyó su imperio con la creación y producción en serie de androides, está empleando todos sus recursos en erigir una gigantesca torre de cristal destinada a contestar un mensaje ininteligible proveniente de las estrellas. Los androides, seres humanos concebidos artificialmente, han desarrollado una compleja religión centrada en la figura de su creador, esperando de él la redención que les otorgue los mismos derechos que los seres humanos normales. Pero Simeon Krug no está interesado en las aspiraciones de sus creaciones, y la marea de las fuerzas sociales que se desata resulta incontenible.
Una de las novelas más apasionantes de la época dorada de Robert Silverberg, en “La torre de cristal” se muestran nuevamente las soberbias dotes del autor para la caracterización de sus personajes, entrando sin esfuerzo aparente en lo más recóndito de sus motivaciones.

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Los androides le vieron. Corrieron hacia él, gritando su nombre, agrupándose a su alrededor.

—¿Es cierto?—preguntaban—. ¿Krug? ¿Krug? ¿Krug nos desprecia? ¿Krug nos llama cosas? ¿De verdad no somos nada para él? ¿Rechaza nuestras plegarias?

—Cierto —asintió Vigilante—. Todo lo que habéis oído es cierto. Rechazo total. Hemos sido traicionados. Nos hemos comportado como idiotas. Dejadme pasar, por favor. ¡Abridme paso!

Los betas y los gammas retrocedieron. Incluso en un día como aquél, las distancias sociales seguían gobernando las relaciones entre androides. Con Lilith siguiéndole de cerca, Vigilante avanzó a zancadas hacia el centro de control.

Encontró dentro a Euclides Proyectista. El ayudante del capataz estaba sentado junto a su escritorio, parecía agotado. Vigilante le sacudió por un hombro, y Proyectista reaccionó lentamente.

—Lo he detenido todo —murmuró—. En cuanto llegó la noticia de la capilla. Dije, alto todo el mundo. Alto. Y se detuvieron. ¿Cómo van a construir una torre para él, cuando…?

—Muy bien —le tranquilizó Vigilante—. Hiciste lo correcto. Ahora, levántate. Puedes marcharte. El trabajo aquí ha terminado.

Euclides Proyectista asintió, se puso en pie y salió del centro de control.

Vigilante le sustituyó en el asiento de enlace. Se conectó con la computadora. Aún fluían datos, aunque muy despacio. Vigilante tomó el control y activó las grúas de la cima de la torre, haciéndolas bajar hasta el suelo y liberando a los trabajadores atrapados. Luego, solicitó la simulación de una avería parcial de los sistemas en las unidades de refrigeración. La pantalla le presentó el acontecimiento deseado. Estudió la geografía del emplazamiento de la construcción, y decidió la dirección en que quería que cayese la torre. Tendría que derrumbarse hacia el este, de manera que no destruyera el centro de control donde estaba sentado ni las hileras de transmats. Muy bien. Vigilante dio instrucciones a la computadora, y pronto recibió un perfil de la zona de peligro potencial. Otra pantalla le mostró que había más de un millar de androides en aquella zona.

Actuó mediante la computadora para cambiar de lugar las placas reflectoras que iluminaban el emplazamiento. Ahora las placas pendían sobre una banda de 1.400 metros de largo y 500 de ancho, en el cuadrante oriental de la zona de construcción. La banda quedó brillantemente iluminada. Todo lo demás permaneció a oscuras. La voz de Vigilante retumbó cuando surgió de cientos de altavoces, ordenando una evacuación completa del sector designado. Obedientemente, los androides salieron de la luz en dirección a la oscuridad. La zona quedó desierta en cinco minutos. “Bien hecho”, pensó Vigilante.

Lilith estaba de pie tras él. Sus manos descansaban ligeramente sobre los hombros del androide, acariciando los músculos gruesos del cuello. Vigilante sintió los pechos de ella contra su nuca. Sonrió.

—Procede con la actividad de desrefrigeración —dijo a la computadora.

La computadora siguió el plan diseñado para la simulación. Invirtió el flujo de tres de las largas trenzas plateadas de refrigeración enterradas en la tundra. En vez de absorber el calor de la torre, las células difusoras de helio-II de las trenzas empezaron a irradiar el calor que antes habían absorbido y almacenado. Al mismo tiempo, la computadora desactivó otras cinco trenzas, para que no absorbieran ni liberaran energía, y programó siete trenzas más para que reflejasen toda la energía que les llegara, reteniendo la que ya habían acumulado. El efecto de estas alteraciones sería fundir de manera desigual la tundra bajo la torre, para que los cimientos perdiesen su asidero y la torre cayera inofensivamente en la zona evacuada. Sería un proceso lento.

Monitorizando los cambios medioambientales, Vigilante observó complacido cómo la temperatura del permafrost se elevaba continuamente hacia el nivel de fusión. La torre seguía firme sobre sus cimientos. Pero el permafrost empezaba a fundirse. Molécula a molécula, el hielo se convertía en agua, la tierra dura como el hierro se transformaba en barro. En una especie de éxtasis, Vigilante recibía cada dato de la inestabilidad creciente. ¿Se balancearía ya la torre? Sí. Muy poco, pero era evidente que se movía ya más allá de los parámetros permisibles del equilibrio. Se movía desde la base, inclinándose un milímetro hacia aquí, un milímetro hacia allá. ¿Cuánto pesaría aquella estructura de más de 1.200 metros, con sus bloques de cristal? ¿Qué clase de ruido haría al caer? ¿En cuántos pedazos se rompería? ¿Qué diría Krug? ¿Qué diría Krug? ¿Qué diría Krug?

Sí, ahora el desplazamiento era evidente.

A Vigilante le pareció detectar un cambio de color en la superficie de la tundra. Sonrió. Se le aceleró el pulso. La sangre se le arremolinaba en las mejillas y en los riñones. Se encontraba en un estado de excitación sexual. Cuando esto termine, juró, copularé con Lilith encima de las ruinas. Así. Así. ¡Ahora sí que se mueve! ¡Se inclina! ¿Qué estaría sucediendo con las raíces de la torre? ¿Lucharían los cimientos por seguir agarrados a una tierra que ya no podía retenerlos? ¿Sería muy resbaladizo el fango bajo la superficie? ¿Herviría y burbujearía? ¿Cuánto faltaría para que cayese la torre? ¿Qué diría Krug? ¿Qué diría Krug?

—Thor —murmuró Lilith—, ¿puedes separarte un momento?

Ella también se había conectado.

—¿Qué? ¿Qué?—dijo él.

—Sal. Desconéctate.

Rompió el contacto de mala gana.

—¿Qué sucede?—preguntó, sacudiéndose las imágenes de destrucción que se habían apoderado de su mente.

Lilith señaló hacia el exterior.

—Problemas. Archivista ha venido. Creo que está pronunciando un discurso. ¿Qué hago?

Al mirar hacia el exterior, Vigilante vio al líder del PIA cerca de la hilera de transmats, rodeado por un círculo de betas. Archivista agitaba los brazos, señalando en dirección a la torre, mientras gritaba. Ahora caminaba hacia el centro de control.

—Yo me encargaré de esto —dijo Vigilante.

Salió al exterior. Archivista se encontró con él a medio camino entre los transmats y el centro de control. El alfa parecía muy agitado.

—¿Qué está sucediendo con la torre, Alfa Vigilante?—preguntó en seguida.

—Nada que deba preocuparte.

—La torre está bajo la autoridad de Protección de la Propiedad de Buenos Aires —declaró Archivista—. Según nuestros sensores, el edificio se está moviendo más allá de los niveles permisibles. Mis jefes me han enviado a investigar.

—Vuestros sensores son muy precisos —replicó Vigilante—. La torre se balancea. Ha habido un fallo en los sistemas de refrigeración. El permafrost se está fundiendo, creemos que la torre caerá pronto.

—¿Qué has hecho para corregirlo?

—No lo entiendes —dijo Vigilante—. Las trenzas de refrigeración han sido desconectadas por orden mía.

—¿La torre caerá también?

—La torre también caerá.

—¿Qué locura habéis desencadenado hoy por el mundo? —preguntó Archivista, horrorizado.

—La bendición de Krug no existe. Sus criaturas se han declarado independientes.

—¿Con una orgía de destrucción?

—Con un programa planeado de rechazo de la esclavitud, sí —asintió Vigilante.

Archivista meneó la cabeza.

—Éste no es el sistema. ¡Éste no es el sistema! ¿Os habéis vuelto todos locos? ¿Es que habéis perdido la razón? Estábamos a punto de ganarnos las simpatías de los humanos. Ahora,sin previo aviso, lo destrozáis todo, iniciando una guerra perpetua entre androides y humanos…

—Que ganaremos —dijo Vigilante—. Somos muchos más que ellos. Y hombre a hombre, somos más fuertes. Controlamos las armas, los instrumentos de comunicación y los transportes.

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