Isaac Asimov - Los propios dioses

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Esta novela se divide en tres secciones ubicadas en diferentes tiempos y lugares, incluso en dos universos diferentes. Originalmente fue publicada en revistas como tres historias consecutivas.
El título, así como cada una de las partes de la novela fueron tomadas de la frase «Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano», de la cita original «Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens.» de Friedrich Schiller (1759–1805).
La trama principal es una conspiración de alienígenas que habitan un universo paralelo moribundo, con el propósito de convertir el Sol en una supernova y poder colectar la energía resultante para su propio uso y continuidad de su forma de vida (curiosamente en su novela «El fin de la Eternidad» el sol se convierta en una nova, no en una supernova, cuya energía es utilizada con provecho para los viajes transtemporales).

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—¿Por qué votaría usted, Selene?

Selene se ruborizó.

—¡Oh, qué importa eso! ¡Mire!

El ritmo de percusión se aceleró de repente y todos los gimnastas que estaban dentro del enorme pozo salieron disparados hacia el centro como una flecha. Se produjo una gran confusión en el vacío, pero cuando todos se separaron, cada uno de ellos acertó a agarrarse a una barra. Hubo la tensión de la espera, hasta que uno se lanzó; en seguida le imitó otro y el aire volvió a llenarse de cuerpos voladores. Repitieron lo mismo muchas veces.

Selene explicó:

— La puntuación es intrincada. Hay un punto por cada lanzamiento, un punto por cada roce, dos puntos por cada vez que se hace fallar al contrario, diez puntos si éste se cae y varias penalizaciones por las distintas faltas.

—¿Quién se encarga de la puntuación?

— Hay jueces que pronuncian las decisiones preliminares y un circuito cerrado de televisión para los casos de apelación. A menudo ni siquiera la imagen puede decidir.

Se oyó un repentino grito de excitación cuando una chica del equipo azul golpeó con fuerza a un muchacho del equipo rojo. Este se apartó, pero perdió el impulso correcto, y al agarrarse a una barra, tropezó con la rodilla contra la pared.

—¿Dónde estaría mirando? — se preguntó Selene, indignada—. No la ha visto acercarse.

La acción se hizo más intensa y el terrestre empezó a cansarse de seguir las evoluciones de los cuerpos voladores. De vez en cuando, un acróbata tocaba una barra, pero no conseguía asirse a ella. Entonces, todos los espectadores se asomaban por encima de la baranda, como dispuestos a saltar también ellos al espacio. En una ocasión, Marco Fore fue golpeado en la muñeca y alguien exclamó: «¡Falta!»

Fore no logró asirse y cayó. A los ojos del terrestre, la caída, bajo la gravedad de la Luna, fue lenta, y el esbelto cuerpo de Fore se retorció y describió círculos, en el intento de alcanzar una barra tras otra, sin conseguirlo. Los demás esperaron, como si todo el ejercicio se suspendiera durante una caída.

Ahora, Fore se movía con más rapidez, aunque por dos veces se había detenido en su caída, llegando a tocar una barra pero sin poder asirse a ella.

Ya estaba casi en el suelo cuando en una voltereta repentina tocó una barra con la pierna derecha, y quedó suspendido y balanceándose cabeza abajo, a unos cuatro metros del suelo. Abrió los brazos y dejó de balancearse, y bajo un aplauso general, se dio impulso hacia arriba y agarró con agilidad una barra más alta.

El terrestre preguntó:

—¿Ha sido víctima de un golpe deliberado?

— Si Jean Wong agarró la muñeca de Marco, en vez de rozarla, ha sido juego sucio. Pero el juez estima que fue casualidad y no creo que Marco piense apelar. Ha caído mucho más abajo de lo necesario. Le gustan estos golpes efectistas, pero algún día fallará en sus cálculos y se hará daño… ¡Oh, oh!

El terrestre miró hacia ella inquisitivamente, pero Selene no le estaba mirando a él. Dijo:

— Ha venido alguien de la oficina del Comisionado y debe estar buscándole a usted.

—¿Por qué?

— No vendría aquí para buscar a nadie más. Usted es el forastero.

— Pero no hay razón — empezó el terrestre.

No obstante, el mensajero, que tenía la complexión de un terrestre, o de un inmigrante de la Tierra, y a quien parecía molestar el hecho de ser el cetro de las miradas de una docena de personas esbeltas y desnudas, vueltas hacia él con una mezcla de indiferencia y desdén, fue directamente a su encuentro.

— Señor — empezó—, el Comisionado Gottstein desea que usted venga conmigo…

5

La vivienda de Barron Neville era algo menos elegante que la de Selene. Sus libros yacían por todas partes, el casquillo de su computadora era visible en un ángulo y en su gran escritorio reinaba el desorden. Las ventanas estaban oscuras.

Selene entró, cruzó los brazos y dijo:

— Si vives en un cubo de basura, Barron, ¿cómo esperas tener orden en tus ideas?

— Ya me las arreglaré —contestó Barron, huraño.

—¿Cómo es que no has traído contigo al terrestre?

— El Comisionado se nos ha adelantado. El nuevo. — ¿Gottstein?

— El mismo. ¿Por qué no has terminado antes? — Porque me ha costado algún tiempo informar! — ,¡e. Yo no quiero trabajar a ciegas.

— Muy bien; entonces, tendremos que esperar.

Neville se mordió una uña e inspecciono el resultado con expresión severa.

— No sé si esta situación nos conviene o no. ¿Qué opinión tienes de él?

— Me gusta — repuso Selene, concluyentemente—. Es muy simpático, teniendo en cuenta su condición de terrestre. Me ha dejado guiarle. Estaba interesado. No ha emitido juicios ni se ha mostrado superior. Y eso que yo no le he ahorrado algún insulto.

—¿Ha vuelto a preguntar por el sincrotón? — No, tal vez porque no era necesario. — ¿Por qué no?

— Le he dicho que tú querías verle y que eres físico. Así que me imagino que cuando te vea te preguntará lo que desee saber.

—¿No le habrá parecido extraño estar hablando con una guía turística que, por casualidad, conoce a un físico?

—¿Por qué extraño? Le he dicho que eres mi amante. La atracción sexual no tiene reglas fijas, y entra dentro de lo posible que un físico descienda a tener relaciones con una insignificante guía turística.

— Cierra la boca, Selene.

—¡Oh! Escucha, Barron, me parece que si estuviera tramando algo raro, que si me abordó porque su plan era conseguir algo de ti a través mío, hubiese demostrado una pizca de ansiedad. Cuanto más complicado y absurdo es un plan, más fácil es de adivinar, y el que lo urde, más nervioso. Yo he actuado con absoluta naturalidad. He hablado de todo menos del sincrotón. Le he llevado al gimnasio.

—¿Y qué más?

— Ha mostrado interés. Estaba interesado y tranquilo. Si tiene algo en la cabeza, no es nada intrincado.

—¿Estás segura? Y pese a ello, el Comisionado me ha tomado la delantera. ¿Lo consideras buena señal?

—¿Por qué he de considerara mala? Una invitación pública a una reunión, hecha ante dos docenas de selenitas, no me parece nada complicado.

Neville se apoyó en el respaldo de su asiento y cruzó las manos en la nuca.

— Selene, te ruego que no insistas en emitir juicios cuando no te los pido. Es irritante. En primer lugar, ese hombre no es físico. ¿Te ha dicho que lo era?

Selene se detuvo a reflexionar.

— Se lo he dicho yo y no lo ha negado, pero no recuerdo que él lo haya afirmado. Sin embargo…, sin embargo, estoy segura de que lo es.

— Ha mentido por omisión, Selene. Es posible que él se crea un físico, pero el hecho es que no ha estudiado ni trabaja como tal. Es. un científico, lo reconozco, pero no desempeña un cargo científico de ninguna clase. No consiguió que se lo dieran. No hay un solo laboratorio en la Tierra que quiera su ayuda. Resulta que figura en la lista negra de Fred Hallam, y en el primer puesto, además, desde hace mucho tiempo.

—¿Estás seguro?

— Puedes creerme, lo he comprobado. Hace un momento me has criticado por tardar tanto… Me parece todo demasiado inocente para que lo sea.

—¿Por qué demasiado inocente? No comprendo adónde quieres ir a parar.

—¿No te da la impresión de que deberíamos confiar en él? Después de todo, está resentido contra la Tierra.

— En efecto. Si tus datos son ciertos, podemos sacar esta conclusión.

— Sí, mis datos son ciertos; por lo menos, es la información que obtienes, si la buscas. Pero quizá es que quieren que saquemos esta conclusión.

— Barron, esto es improcedente. ¿Cómo puedes estar siempre urdiendo estas teorías conspiratorias?

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