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Isaac Asimov: Los propios dioses

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Isaac Asimov Los propios dioses

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Esta novela se divide en tres secciones ubicadas en diferentes tiempos y lugares, incluso en dos universos diferentes. Originalmente fue publicada en revistas como tres historias consecutivas. El título, así como cada una de las partes de la novela fueron tomadas de la frase «Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano», de la cita original «Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens.» de Friedrich Schiller (1759–1805). La trama principal es una conspiración de alienígenas que habitan un universo paralelo moribundo, con el propósito de convertir el Sol en una supernova y poder colectar la energía resultante para su propio uso y continuidad de su forma de vida (curiosamente en su novela «El fin de la Eternidad» el sol se convierta en una nova, no en una supernova, cuya energía es utilizada con provecho para los viajes transtemporales).

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Lamont había aceptado el empleo con el fin de tratar con problemas de la más elevada abstracción teórica y, sin embargo, se sentía interesado por la sorprendente historia del desarrollo de la Bomba de Electrones. Nunca había sido descrita en su totalidad por alguien que comprendiera realmente sus principios teóricos (en la medida en que podían ser comprendidos) y que fuera capaz de traducir sus complejidades para el público en general. Como es natural. Hallam había escrito una serie de artículos para su difusión popular, pero éstos no presentaban una historia razonada y coherente, algo que Lamont deseaba ardientemente realizar.

Empezó utilizando los artículos de Hallam y otras reminiscencias que habían sido publicadas (los documentos oficiales, por decirlo así) y que terminaban con la sensacional observación de Hallam, la Gran Percepción, como se la llamaba a menudo (invariablemente con letras mayúsculas).

Después, por supuesto, cuando Lamont experimentó su desilusión, empezó a indagar con más profundidad, y en su mente se formuló la duda de que la gran observación de Hallam se debiera realmente a Hallam. Había sido pronunciada en el seminario que marcó el verdadero comienzo de la Bomba de Electrones y, sin embargo, resultó que era extraordinariamente difícil conseguir los detalles de aquel seminario y totalmente imposible conseguir las cintas magnetofónicas.

Eventualmente, Lamont empezó a sospechar que la vaguedad de las huellas dejadas en las arenas del tiempo por aquel seminario no era puramente accidental. Atando cabos con aplicación, llegó a parecerle probable que John F. X. McFarland hubiera dicho algo muy parecido a la crucial declaración hecha por Hallam y, además, antes que éste.

Fue a ver McFarland, que no figuraba para nada en los informes oficiales y que ahora se dedicaba a la investigación de la estratosfera, en especial al viento solar. No era un trabajo de primera línea, pero tenía su importancia y bastantes puntos de contacto con los efectos de la Bomba. Era evidente que McFarland había evitado caer en el olvido en que estaba sumido Denison.

Fue muy cortés con Lamont y se mostró dispuesto a hablar acerca de cualquier tema, excepto de lo sucedido en aquel seminario. Sencillamente, no recordaba nada de él.

Lamont insistió, para lo cual citó la evidencia que había recopilado.

McFarland sacó una pipa, la llenó, inspeccionó minuciosamente su contenido y dijo, con peculiar énfasis

— No quiero acordarme, porque no tiene importancia; de verdad que no la tiene. Suponga que alego que yo había dicho algo. Nadie lo creería. Sólo conseguiría aparecer como un idiota y, además, megalómano.

—¿Y Hallam se encargaría de que fuese jubilado? — No he dicho esto, pero no creo que me sirviera pie nada. Aparte de que nada cambiaría.

—¡Se trata de establecer una verdad histórica! — exclamó Lamont.

— Tonterías. La verdad histórica es que Hallam nunca cejó. Obligó a todo el mundo a investigar, unto si querían como si no. De no ser por él, el tungsteno hubiera explotado algún día, causando no sé cuántas víctimas. Tal vez nunca hubiese habido otra muestra y nunca hubiéramos tenido la Bomba. Hallam merece que se le atribuya, aunque no merezca los honores, y si esto no tiene sentido, lo siento, porque la historia no tiene sentido.

Lamont no se sintió satisfecho con la respuesta, pero tuvo que contentarse con ella, porque McFarland se negó rotundamente a decir nada más.

¡Verdad histórica!

Una verdad histórica que parecía incontestable era la radiactividad creciente emitida por el «tungsteno de Hallamy (como se le llamaba, según la costumbre establecida). No importaba que fuese o no fuese tungsteno, que lo hubiesen adulterado o no; ni siquiera que fuese o no fuese un isótopo imposible. Todo palidecía ante el asombro de tener algo, cualquier cosa, que mostraba una intensidad radiactiva constantemente en aumento bajo circunstancias que excluían la existencia de cualquier tipo de elemento radiactivo conocido entonces.

Al cabo de un tiempo, Kantrovich murmuró

— Será mejor que lo mezclemos. Si lo guardamos en trozos grandes, se vaporizará o explotará o hará ambas cosas a la vez, contaminando a media ciudad.

Así pues, lo redujeron a polvo y empezaron por mezclarlo con tungsteno ordinario, y después, cuando el tungsteno se hizo radiactivo a su vez, lo. mezclaron con grafito, que era menos sensible a la radiación.

Menos de dos meses después de que Hallam observara el cambio operado en el contenido del frasco, Kantrovich, en una comunicación al editor de Nuclear Reviews, con el nombre de Hallam como coautor, anunció la existencia del plutonio-186. De este modo fue corroborado el primer veredicto de Tracy, pero su nombre no fue mencionado, ni entonces ni después. Aquello prestó al tungsteno de Hallam una importancia épica, y Denison empezó a notar los cambios que terminaron por convertirle en una nulidad.

La existencia del plutonio-186 ya era de por sí bastante grave. Pero que al principio fuera estable y desarrollase una radiactividad siempre creciente era mucho peor.

Se organizó un seminario para tratar del problema. Kantrovich lo presidió, lo cual fue una interesante nota histórica, porque resultó ser la última vez en la historia de la Bomba de Electrones que un hombre que no fuese Hallam presidiera una reunión convocada para hablar de ella. De hecho, Kantrovich murió cinco meses después y, así, desapareció la única personalidad con el prestigio suficiente para hacer sombra a Hallam.

El seminario fue extraordinariamente infructuoso hasta que Hallam anunció su Gran Percepción, pero en la versión que reconstruyó Lamont, el verdadero punto álgido se produjo durante la pausa para el almuerzo. Entonces, McFarland, a quien no se le imputa ninguna observación en los informes oficiales, aunque estaba apuntado como coadjutor, dijo:

— Verán, lo que aquí nos hace falta es un poco de fantasía. Supongamos…

Estaba hablando a Diderick van Klemens, y éste lo mencionó brevemente en una especie de diario personal. Mucho tiempo antes de que Lamont lograse dar con estas notas, Van Klemens había muerto y, aunque estas pruebas convencieron al propio Lamont, tuvo que admitir que no constituirían una historia muy convincente sin una corroboración ulterior. Además, no había manera de probar que Hallam hubiese oído la observación. Lamont hubiera apostado una fortuna a que Hallam se encontraba lo bastante cerca para oírla, pero su convicción tampoco era una prueba satisfactoria.

Y suponiendo que Lamont hubiese podido probarlo, el resultado podría haber lastimado el soberano orgullo de Hallam, pero no hacer tambalear su posición. Podía aducirse que, para McFarland, la observación fue pura fantasía. Era Hallam quien la aceptó como algo más. Era Hallam quien estaba dispuesto a enfrentarse con el grupo y pronunciarla oficialmente, y arriesgarse al ridículo que podía acarrearle. Con seguridad, McFarland nunca hubiese querido figurar en el informe oficial con su «poco de fantasía».

Lamont hubiese podido replicar que McFarland era un notable físico nuclear con una reputación que mantener, mientras que Hallam era un joven radioquímico que podía decir cuanto le viniera en gana sobre física nuclear, y en su calidad de profano, lograr que nadie se lo tuviera en cuenta.

En cualquier caso, esto es lo que dijo Hallam, según la transcripción oficial:

— Caballeros, no vamos a ninguna parte. Por consiguiente, voy a hacer una sugerencia, no porque tenga mucho sentido sino porque es menos absurda que todo cuanto he oído hasta ahora… Nos enfrentamos con una sustancia, el plutonio-186, que no puede existir, ni siquiera como una sustancia momentáneamente estable, si las leyes naturales del universo tienen alguna validez. Por lo tanto, de ello se deduce que como existe y empezó existiendo como una sustancia estable, debe haber existido, por lo menos al principio, en un lugar o en un tiempo o bajo circunstancias en que las leyes naturales del universo eran diferentes de las actuales. Para decirlo crudamente, la sustancia que estamos estudiando no tuvo su origen en nuestro universo sino en otro, un universo alterno, un universo paralelo; llámenlo como quieran.

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