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Isaac Asimov: Los propios dioses

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Isaac Asimov Los propios dioses

Los propios dioses: краткое содержание, описание и аннотация

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Esta novela se divide en tres secciones ubicadas en diferentes tiempos y lugares, incluso en dos universos diferentes. Originalmente fue publicada en revistas como tres historias consecutivas. El título, así como cada una de las partes de la novela fueron tomadas de la frase «Contra la estupidez, los mismos dioses luchan en vano», de la cita original «Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens.» de Friedrich Schiller (1759–1805). La trama principal es una conspiración de alienígenas que habitan un universo paralelo moribundo, con el propósito de convertir el Sol en una supernova y poder colectar la energía resultante para su propio uso y continuidad de su forma de vida (curiosamente en su novela «El fin de la Eternidad» el sol se convierta en una nova, no en una supernova, cuya energía es utilizada con provecho para los viajes transtemporales).

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El espectrógrafo le comunicó al fin:

Pues bien, esto no es tungsteno.

El rostro ancho y grave de Hallam se distendió en una dura sonrisa.

— Muy bien. Se lo diremos al niño prodigio de Denison. Quiero un informe y…

— Espere un momento, doctor Hallam. Le he dicho que no es tungsteno, pero eso no significa que sepa de qué se trata.

—¿Cómo no lo sabe?

— Me refiero a que los resultados son ridículos. — El técnico reflexionó unos momentos—. Imposibles, en realidad. La relación carga-masa es absurda.

—¿Absurda en qué sentido?

— Demasiado alta. Es sencillamente imposible.

— Bien. En tal caso — dijo Hallam, y excluyendo El motivo que le impulsaba, su siguiente observación se puso en el camino hacia el Premio Nóbel, y podría incluso decirse, merecidamente—, consiga la frecuencia de su radiación característica y calcule la carga absoluta. No se contente con.sentarse y repetir: que algo es imposible.

El técnico estaba excitado cuando entró en la oficina de Hallam algunos días después.

Este último ignoró la excitación de su interlocutor (nunca había sido sensible) y preguntó:

—¿Ha encontrado…? — Dirigió entonces una mirada suspicaz a Denison, que se hallaba ante su mesa en su propia oficina, y fue a cerrar la puerta—. ¿Ha encontrado la carga nuclear?

— Sí, pero es imposible.

— Entonces, Tracy, vuelva a empezar.

— Lo he hecho una docena de veces. Es imposible.

— Si ha realizado una medición, no discuta con los hechos.

Tracy se rascó la oreja y replicó:

— Tengo que hacerlo, doctor. Si tomo en serio las mediciones, entonces lo que usted me ha dado es plutonio-186.

—¿Plutonio-186? ¿Plutonio-186?

— La carga es 94. La masa es 186.

— Pero esto es imposible. No existe un isótopo semejante. No puede existir.

— Es lo mismo que le estoy diciendo. Pero éstas son las mediciones.

— Pero una situación así nos da un núcleo con cincuenta neutrones de menos. No puede haber un plutonio-186. Es. imposible meter noventa y cuatro protones en un núcleo de sólo noventa y dos neutrones y lograr que permanezcan fusionados ni siquiera una trillonésima de segundo.

— Esto mismo le estoy diciendo, doctor — dijo Tracy, pacientemente.

Y entonces, Hallara se detuvo a pensar. Le faltaba el tungsteno, y uno de sus isótopos, el tungsteno-186, era estable. El tungsteno-186 tenla setenta y cuatro protones y ciento doce neutrones en su núcleo. ¿Era posible que algo hubiese convertido los veinte neutrones en veinte protones? Seguramente era imposible.

—¿Hay alguna señal de radiactividad? — preguntó Hallara, buscando a tientas una salida del laberinto.

— Ya lo he pensado — repuso el técnico—. Es estable. Absolutamente estable.

— Entonces no puede ser plutonio-186.

— Se lo he dicho muchas veces, doctor.

Hallara dijo, sin ninguna esperanza:

— Bueno, devuélvame el frasco.

Cuando volvió a encontrarse solo, estupefacto, se quedó mirando el frasco. El isótopo más estable del plutonio era el plutonio-240, en el cual eran precisos ciento cuarenta y seis neutrones para que los noventa y cuatro protones se mantuvieran unidos con alguna semblanza de estabilidad parcial.

¿Qué podía hacer ahora? La cuestión excedía sus facultades, y sentía haberla iniciado. Después de todo, tenia trabajos urgentes para hacer, y esto (este misterio) no le concernía en absoluto. Tracy habría cometido algún estúpido error o el espectrómetro de masas estaba averiado, o…

Bueno, ¿y qué? ¡Sería mejor olvidarlo!

Sólo que Hallara no podía hacerlo. Tarde o temprano, Denison aparecería por su oficina, y con aquella irritante sonrisa suya, le preguntaría por el tungsteno. Y entonces, que ¿podría responderle Hallam? Le diría:

— Como ya le dije, no es tungsteno.

Seguramente, Denison preguntaría:

—¡Oh! Pues, ¿qué es, entonces?

Por nada del mundo Hallam quería exponerse a las burlas que suscitaría su afirmación de que era plutonio-186. Tenía que averiguar de qué se trataba, debía averiguarlo él solo. Era evidente que no podía fiarse de nadie.

Así pues, unos quince días más tarde entró en el laboratorio de Tracy hecho un basilisco.

—¡Oiga! ¿No me dijo usted que esa sustancia no ra radiactiva?

—¿Qué sustancia? — inquirió Tracy, automáticamente antes de recordarlo.

— Aquello que usted llamó plutonio-186 —repuso Hallam.

—¡Ah! En efecto, era estable.

— Tan estable como su estado mental. Si dice que o es radiactiva, su puesto está en una ferretería.

Tracy frunció el ceño.

— Muy bien, doctor. Démelo y hagamos la prueba — y luego exclamó—: ¡Increíble! Es radiactiva. No lucho, pero lo es. No comprendo cómo pude pasarlo por alto.

—¿Y quiere que me trague su cuento de que es plutonio-186?

Ahora, el asunto obsesionaba a Hallam. El misterio había llegado a ser tan exasperante como una afrenta personal. Quienquiera que fuese el que había cambiado los frascos, o el contenido, debía haberlo ¡echo de nuevo o inventado un metal con el exclusivo propósito de ponerle en ridículo. En ambos casos, estaba dispuesto a llegar hasta el fin para resolver el acertijo, si se veía obligado a ello… y si podía.

Le ayudaban su obstinación y una intensidad que o cejaba con facilidad, de modo que acudió directamente a G. C. Kantrovich, que entonces cursaba el último año de su notabilísima carrera. La colaboración de Kantrovich fue difícil de obtener, pero una vez convencido, se apasionó con celeridad.

De hecho, dos días después se precipitó en la oficina de Hallam, dominado por una gran agitación.

—¿Ha tocado usted esta sustancia con las manos?

— No mucho — dijo Hallam.

— Pues no lo haga. Si tiene más cantidad, no la toque. Está emitiendo positrones.

—¿Cómo?

— Los positrones más energéticos que he visto… Y sus cifras sobre su radiactividad son demasiado bajas.

—¿Demasiado bajas?

— Positivamente. Y lo que me preocupa es que cada medición que tomo es un poco más alta que la anterior.

6 (continuación)

Bronovski encontró una manzana en el voluminoso bolsillo de su chaqueta y la mordió.

— Muy bien, ha visto usted a Hallan y ha sido expulsado a puntapiés como era de esperar. ¿Qué más?

— Aún no lo he decidido. Pero sea lo que fuere, le voy a hacer caer sobre su gordo trasero. Ya sabe que yo le había visto otra vez, hace años, cuando llegué aquí; cuando pensaba que era un gran hombre. Un gran hombre… Es el mayor villano en la historia de la ciencia. Ha copiado y la historia de la Bomba, imagínese, la tiene copiada aquí… —Lamont se golpeó la sien—. Cree en su propia fantasía y luchó por ella con una furia enfermiza. Es un pigmeo con un Único talento, la habilidad de convencer a los demás de que es un gigante.

Lamont contempló la cara ancha y plácida de Bronovski, que ahora expresaba diversión, y se rió de mala gana

— Bueno, esto no sirve de nada y, de todos modos, ya se lo he dicho muchas veces.

— Muchas veces — repitió Bronovski.

— Pero es que me revienta que el mundo entero…

2

Peter Lamont tenía dos años cuando Hallam cogió por primera vez su tungsteno alterado. Al cumplir veinticinco, pasó a formar parte de la Primera Estación de la Bomba, recién graduado, y aceptó un empleo simultáneo en la Facultad de Física de la universidad.

Era un notable y satisfactorio logro para un)oven de su edad. La Primera Estación de la Bomba no tenía la importancia de las— estaciones posteriores, pero era la precursora de todas ellas, de toda la cadena que ahora circundaba el planeta, aunque la nueva tecnología había cumplido sólo dos décadas. Ningún progreso tecnológico de primera magnitud había sido adoptado con tanta rapidez y tan completamente, y, ¿por qué no? Significaba energía gratis e ilimitada, y carecía de problemas. Era el Santa Claus y la lámpara de Aladino del mundo entero.

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