Bob Shaw - Las astronaves de madera

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Han pasado veinticinco años desde que los habitantes de Land se vieron obligados a trasladarse a Overland, el planeta hermano que comparte su atmósfera, donde ahora están establecidos en pequeñas comunidades distanciadas entre sí. Contra todo pronóstico, los que se quedaron en Land han conseguido la inmunidad contra la pterthacosis, la enfermedad que forzó la emigración. Su ambicioso soberano reclama derechos sobre Overland, iniciando una guerra que amenaza la vida de los emigrantes. Toller Maraquine, el protagonista de la primera parte, es llamado para organizar una defensa desesperada al frente de una flota de satélites y aeronaves hechos de madera.

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—Pero… ¿por qué estamos en peligro? —preguntó Berise Narrinder, hablando con Sondeweere por primera vez—. Si tus secuestradores son tan timoratos como dices, serán incapaces de oponernos resistencia.

La disposición a matar no es un sinónimo de valor. Aunque los simbonitas abominan el asesinato, lo emplearán si lo juzgan necesario; pero no son los únicos a quienes tendréis que enfrentaros. Los nativos farlandeses son los instrumentos de los simbonitas… y son muchos, y no tienen escrúpulos respecto al derramamiento de sangre .

—Tampoco nosotros, cuando la causa es justa —dijo Toller—. ¿Pueden descubrirnos los simbonitas antes de que aterricemos?

Probablemente no. Ninguna mente, sea o no telepática, puede continuar funcionando sin protegerse a sí misma del bombardeo esférico de información. Yo os descubrí por mi relación particular con Bartan .

—¿Tienes libertad de movimientos?

Sí, puedo moverme por el planeta a voluntad .

—En ese caso —dijo Toller, todavía asombrado por su capacidad para comunicarse con una aparición mental—, seguramente tendrás poder para guiar nuestra nave espacial a un lugar remoto y solitario, de noche, si fuese necesario, donde podamos encontrarte y traerte con nosotros a bordo. Bastará con unos segundos… Ni siquiera será necesario que la nave tome tierra, y entonces podremos volver a Overland.

Me maravilla tu presunción, Toller Maraquine. ¿Te atreves a imaginar que tu análisis de las posibilidades, llevado a cabo en un momento, es superior al mío?

—Bueno, yo…

No te molestes en contestar. En vez de eso, deja que te haga otra pregunta. Por última vez, ¿es totalmente imposible que pueda persuadiros de volver?

—Seguiremos adelante.

En ese caso… —la imagen de Sondeweere empezó a retirarse mientras hablaba —, nos encontraremos según tus condiciones. Pero os aseguro que lamentaréis el día en que salisteis de Overland .

Capítulo 16

El Kolkorron completó dos órbitas al planeta a una altura de más de cuatro mil kilómetros, precipitándose a través de los tenues márgenes exteriores de la atmósfera. Y entonces, después de que Sondeweere estuvo satisfecha por haber considerado todas las variables, dio instrucciones para que realizasen una serie de descargas en el motor principal, cuyo efecto fue anular la velocidad de órbita de la nave.

El Kolkorron empezó a caer verticalmente hacia la superficie de Farland. Al principio la velocidad de caída era indetectable, pero a medida que las horas pasaban fue aumentando, y los que estaban a bordo empezaron a oír la burbujeante acometida del aire contra el entablado del casco.

Tipp Gotlon estaba en los mandos; por indicación de la omnisciente Sondeweere, puso la nave en posición vertical —con la popa hacia abajo—, y produjo una larga descarga en el motor, que no sólo frenó el descenso sino que también provocó un pequeño empuje ascendente. En esa fase, la nave estaba rodeada por aire que, aunque aún enrarecido, podía permitir la vida humana durante un tiempo razonable. El movimiento ascendente de la nave pronto sería detenido e invertido por la gravedad de Farland, pero de momento las condiciones exteriores se parecían a las de la zona de ingravidez de Overland, y la tarea de separar la nave espacial comenzó.

Antes de salir, Toller fue a la cubierta superior para intercambiar unas últimas palabras con Gotlon, subiendo la escalera con cierta dificultad debido al traje espacial y la carga añadida por el paracaídas y la unidad de propulsión personal. Desde una portilla entraba un haz de luz solar al compartimiento, produciendo un resplandor amarillo en el rostro del piloto, que tenía una expresión de descontento.

—Señor —dijo al ver a Toller—, ¿cómo se las arregla Zavotle con el trabajo en el exterior?

—Se las arregla muy bien —contestó Toller, sabiendo lo que estaba pensando Gotlon.

Había sufrido una decepción cuando le dijeron que tendría que quedarse en la nave, y argumentó que sólo los miembros fuertes y sanos de la tripulación deberían tomar parte en lo que prometía ser una misión de rescate ardua y peligrosa. Toller lo rebatió diciendo que el papel del Kolkorron era de suma importancia para todo el proyecto y, por tanto, la lógica exigía que en los mandos de la astronave se quedase el mejor piloto. El elogio a sus habilidades sólo aplacó levemente a Gotlon.

—El trabajo que se me ha encomendado podría hacerlo hasta un hombre enfermo —dijo, volviendo a su argumento original.

Toller negó con la cabeza.

—Hijo, Ilven Zavotle no es sólo un hombre enfermo. No le gustaría enterarse que te dije esto, pero le queda muy poco tiempo, y creo que en el fondo desea ser enterrado en Farland.

Gotlon pareció violentarse.

—No me había dado cuenta. De modo que por eso ha estado tan hosco últimamente…

—Sí. Y si lo dejásemos solo en la nave y muriera, ¿qué sería del resto de nosotros?

—No me he despedido de él… Yo estaba resentido.

—Eso no le importará, tranquilízate. Mira, lo mejor que puedes hacer por Zavotle es asegurarte de que su cuaderno llegue a salvo a Overland. Hay mucho ahí de incalculable valor para los futuros viajeros del espacio, incluido todo lo que ha aprendido de Sondeweere, y yo te confío la responsabilidad de encargarte de que llegue a manos del rey Chakkell.

—Haré todo lo posible para… —Gotlon se interrumpió, sopesando lo dicho, y echó a Toller una mirada extrañamente intensa—. Señor, la misión… ¿duda de su resultado?

—No dudo en absoluto —dijo Toller sonriendo.

Apretó el hombro de Gotlon durante un segundo, y después se alejó hacia la escalera y bajó, controlando su volumen con dificultad en el estrecho espacio a causa de las condiciones de ingravidez.

Cuando consiguió salir de la nave al vasto cielo, sus movimientos se facilitaron. Los demás estaban ya trabajando, separando la sección de la nave espacial del cuerpo principal del Kolkorron.

Farland era un fondo convexo, enorme e imponente para sus actividades.

En el planeta se veía un casquete polar blanco; tenía más nubes que Land u Overland y producía un potente reflejo que envolvía a las figuras flotantes en un torrente de brillo. El cielo en la parte inferior de la esfera de visibilidad había adquirido la coloración azul oscuro con que Toller estaba familiarizado, pero sobre él era casi negro, y las estrellas y las espirales refulgían con desacostumbrada claridad.

Respiró profundamente al saborear cada aspecto de la escena, sintiéndose un privilegiado por el hecho de haber nacido en unas circunstancias únicas que habían dirigido su vida hasta aquel momento incomparable. Ante él tenía una nueva experiencia, un nuevo planeta que cautivaba sus sentidos, un nuevo enemigo que vencer. Dentro suyo sentía la hirviente alegría que experimentó por primera vez cuando montó el Rojo Uno para hacer frente a la flota de Land, pero había algo más: un pozo de pánico y desesperación.

El gusano que le había acompañado toda la vida eligió aquel preciso instante para reanudar sus movimientos, recordándole que después de Farland no habría ningún otro lugar donde ir. «Quizás», el pensamiento le llegó de puntillas, «mi tumba está allí abajo, en ese mundo extraño. Y quizás allí es donde quiero…»

—Necesitamos tus músculos, Toller —gritó Zavotle.

Toller se propulsó hacia la parte posterior de la nave. Las múltiples cuerdas que unían la sección a la cubierta principal ya habían sido soltadas de sus ganchos de amarre, pero la almáciga ejercía una obstinada fuerza de cohesión que mantenía la unidad de la estructura. Toller ayudó a introducir cuñas, trabajo que resultó fastidioso y difícil, ya que era preciso colgarse de la nave con una mano y contener la reacción del martillo con el propio cuerpo. Las palancas hubieran resultado inútiles por la misma razón, y al final la separación se logró cuando los miembros del grupo de trabajo introdujeron los dedos y las punteras de sus zapatos en una ranura de uno de los lados y tiraron con fuerza.

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