—Bartan habla en nombre de todos nosotros —añadió Toller—. Estamos preparados para hacer frente a cualquier enemigo, y para morir si es necesario; pero por la misma razón, merecemos que se nos informe de los términos del conflicto. ¿Qué son los simbonitas y por qué tienen esa hostilidad hacia nosotros?
Hubo una larga pausa, en la que la imagen multidimensional de Sondeweere sufrió diferentes cambios y variaciones de luminosidad; después empezó a relatar una historia.
Las simbonas habían estado derivando en el espacio durante incontables milenios antes de que una casualidad las introdujera en un sistema planetario irrelevante. Éste consistía en un pequeño sol con un séquito formado por sólo tres planetas, dos de los cuales formaban un binario estrechamente relacionado. Bajo la influencia de la gravedad del sol, la tenue nube de esporas —muchas de ellas ligadas por una especie de hilos como de telaraña— fueron cayendo hacia dentro durante una serie de siglos.
La mayor parte continuó el lento descenso hasta el centro del sistema, donde fue destruida en el horno nuclear del sol; pero varias de ellas tuvieron la suerte de ser capturadas por el planeta más alejado.
Allí se establecieron en el suelo, se nutrieron con la lluvia, y entraron en la fase receptiva de su existencia. Fueron doblemente afortunadas, porque todas lograron entrar en contacto físico con miembros de las especies dominantes del planeta: una raza de bípedos inteligentes que poco antes había descubierto el uso de los metales. Penetraron en sus cuerpos y se multiplicaron y extendieron a través de ellos, mostrando una especial predilección por el sistema nervioso, produciendo unos seres compuestos en los cuales se potenciaron características de ambas especies.
Los simbonitas eran más fuertes y más inteligentes que los bípedos normales. Tenían también poderes telepáticos, con los cuales se identificaban unos a otros, y formaron grupos de seres superiores que dominaron con facilidad a las especies indígenas. La relación fue amistosa y pacífica, y puso fin a las disputas tribales de los nativos. Podría incluso haberse considerado como beneficiosa para la especie anfitriona, excepto porque a causa de esta relación los bípedos fueron privados del derecho a seguir su propio proceso evolutivo.
En los dos siglos siguientes, los simbonitas prosperaron. El descendiente de una pareja entre un simbonita y un nativo corriente era siempre otro simbonita, y con esta aplastante ventaja genética los superseres incrementaron notablemente su población. Desarrollaron su propia cultura, basándose en el conocimiento de que al pasar el tiempo reemplazarían totalmente a la población nativa; pero a millones de kilómetros, en uno de los dos planetas gemelos, se estaba produciendo un nuevo desarrollo.
Mientras la nube original de esporas simbonas se desplazaba hacia el sol, dos de sus miembros fueron interceptados por uno de los planetas. Después que descendieron a los niveles más bajos de la atmósfera, la ligazón entre ambas se rompió por las fuerzas del viento, pero entraron en contacto con el suelo cerca la una de la otra, en una región fértil del planeta.
Una simbona no tiene capacidad de selección. Se mezcla con la primera criatura viviente que encuentra, y una de las esporas fue absorbida rápidamente por una de las formas de vida inferiores del planeta: un miriápodo que reunía ciertas características del escorpión y la mantis. La criatura reptante se reprodujo, dando lugar a una estirpe de supermiriápodos; pero al no tener un verdadero cerebro, sino una serie de ganglios, no pudieron hacerse telepáticos en el sentido completo de la palabra. Sin embargo, tenían la capacidad de transmitir protosentimientos e imágenes de su sistema nervioso.
Además se reprodujeron con una curva evolutiva descendente, perdiendo poco a poco sus características especiales, porque como organismos eran demasiado primitivos para formar una asociación simbiótica viable.
En el caso de esa espora simbona, la apuesta ciega de la naturaleza no ha sido recompensada. La estirpe de supermiriápodos está destinada a revertirse a su estado original dentro de pocos siglos, y su existencia habrá pasado desapercibida para casi todos, excepto por un suceso relativamente poco importante: las emisiones subtelepáticas de sus descendientes causaron disturbios mentales entre los humanos que casualmente se asentaron allí cerca.
En el caso de la segunda espora de simbona, sin embargo, el resultado fue totalmente diferente…
—¡Sondy! —fue Bartan quien rompió el hechizo provocado por la fría visión de las dimensiones del tiempo y el espacio, y su angustia fue evidente—. ¡Por favor, no lo digas! No puede ser eso lo que te ocurrió.
Eso es lo que me ocurrió, Bartan. Tuve contacto con la segunda espora, y ahora yo también soy una simbonita .
En la cubierta superior de la nave se hizo el silencio. Poco después, Bartan habló de nuevo con voz baja y tensa.
—¿Significa eso que te he perdido, Sondy? ¿Estás muerta para mí? ¿Eres ahora una de… ellos?
No. Mi aspecto no ha cambiado, y en mi corazón soy un ser humano igual que siempre, pero… ¿cómo podría explicártelo?… con más poder. Intenté persuadiros de que volviéseis, pero ya que he fracasado, puedo revelaros que ansío escapar de este planeta frío y lluvioso y vivir entre los míos otra vez .
—¿Aún eres mi esposa?
Sí, Bartan, pero es inútil soñar con tales cosas. Aquí estoy prisionera, y sería un suicidio para ti y tus compañeros intentar alterar este hecho .
Bartan dejó asomar una sonrisa trémula.
—Tus palabras me han dado la fuerza de mil, Sondy, y voy a ir a buscarte para llevarte conmigo a casa.
Las posibilidades que tienes en contra son demasiado grandes .
—Hay cosas que debemos saber —intervino Toller, animado a hablar a pesar de que sabía que se estaba entrometiendo—. Si no estás aliada con esos… simbonitas, ¿por qué te has reunido con ellos en Farland? ¿Y cómo lo has hecho?
Cuando la espora entró en mi cuerpo, mi destino fue convertirme en simbonita; pero cuanto más avanzado es el anfitrión en término evolutivos, más dura el proceso de conversión. Estuve más de un año en un estado semicomatoso mientras tenía lugar la metamorfosis interna, y durante ese tiempo mi capacidad telepática no estaba bajo control. En un determinado momento, los simbonitas de Farland llegaron a ser conscientes de mi existencia, y enseguida comprendieron lo que estaba ocurriendo .
No son una raza beligerante o ambiciosa. Las conquistas violentas no forman parte de sus costumbres, pero adivinaron lo suficiente de la naturaleza humana para temer que surgieran simbonitas humanos en Overland. Construyeron una astronave, que funciona según unos principios que nunca podría explicaros, y volaron hasta allí .
Me alejaron en secreto de mi gente, temerosos de que yo tuviese hijos. Esa acción fue necesaria desde su punto de vista, porque los hijos de mis hijos también serían simbonitas, y con el tiempo todo el planeta estaría poblado de ellos. Surgiendo de un nivel evolutivo más elevado, habrían sido muy superiores a los simbonitas de Farland. Aunque transformados, es casi seguro que hubieran conservado la afición humana por la exploración y la expansión, e inevitablemente habrían llegado a Farland. Por eso estoy aquí, y aquí han decidido que me quede .
—Hubiera sido mucho más fácil matarte —dijo Zavotle, expresando un pensamiento que se le había ocurrido a más de uno en la tripulación del Kolkorron.
Sí, y ése es precisamente el tipo de pensamiento que indujo a los simbonitas a secuestrarme. No son una raza asesina, por tanto se contentaron con aislarme de los míos y esperar a que muera por causas naturales. Sin embargo, cometieron el error de subestimar mi potencia telepática. No se les ocurrió que fuese capaz de ponerme en contacto con Bartan para calmar su pena . Y yo tampoco esperé esta terrible consecuencia; de lo contrario hubiera permanecido en silencio —el rostro indefinido de Sondeweere, a la vez lejano y próximo, expresaba dolor—. Soy responsable de cualquier cosa que os suceda .
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