Bob Shaw - Otros días, otros ojos

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El “vidrio lento” es un cristal que absorbe poco a poco la luz de los sucesos que ocurren delante de él, los cuales resultan visibles meses o años después.
A partir de esta idea, Bob Shaw construye una excelente y a la vez original novela. La profética visión de lo que podría ser un invento de estas características y la problemática social de su uso, desde el crimen casi perfecto hasta la verificación por parte de la justicia al cabo de cinco años— hacen de esta novela una obra maestra de ciencia ficción en el mas puro sentido de la palabra.

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—Bueno, hacia las siete de aquella tarde Matt bajó por las escaleras. No tenía muy buen aspecto; estaba más bien pálido, ¿comprende? Y se frotaba el brazo izquierdo como si le doliera. Matt me dijo que la compañía de transportes le había pedido que hiciera algunas horas extras aquella noche. Casi siempre iba en autobús a todas partes porque podía viajar gratis, pero esta vez me pidió que le prestara el camión. Dijo que estaba cansado, y que no tenía ganas de caminar por la carretera hasta la parada del autobús.

»Le contesté que muy bien, que cogiera el camión, y se fue hacia las once. Cuando se marchó trabajé un poco en el garaje, una hora y después me fui a la cama. Oí que Matt volvía con el camión en plena madrugada, pero no miré qué hora era. A la mañana siguiente se fue a trabajar como siempre, y ésa fue la última vez que lo vi con vida.

Remmert apagó la grabadora.

—¿Qué le parece? —preguntó Garrod.

—Una simple declaración… He escuchado miles.

Garrod mantuvo los ojos fijos en la pantalla, donde la imagen de Sala seguía viéndose de vez en cuando mientras se movía en el interior del garaje.

—Sala no habla como un informador profesional, y sin embargo…

—¿Y sin embargo?

—Ha comprimido una gran cantidad de información en una declaración breve; todos los detalles están bien ordenados, son importantes, lógicos. Entre esos miles de declaraciones que ha oído usted, Peter, ¿en cuántas no se desperdiciaba una sola palabra?

—El peso de la maldita evidencia está amontonándose en contra de Sala —dijo ásperamente Remmert—. Tiene aspecto de poder ser un asesino, y habla con sensibilidad. ¿Sabe que aquí entrevistamos a infinidad de personas que no usan un lenguaje académico, y no obstante son capaces de enseñarte algo mejor que en una universidad? ¿Se ha fijado alguna vez en que los tipos rudos y miserables siempre tienen los mejores diálogos en las escenas de interrogatorio de las películas policíacas? El talento del guionista debe de liberarse al saber que durante un rato, en su personaje, puede tirar por la ventana los modos verbales.

Garrod meditó un instante.

—Tengo una idea.

Remmert no estaba prestándole atención.

—Una noche —decía—, el año pasado, tuve que interrogar a un individuo acusado de homicidio impremeditado, y le pregunté por qué lo había hecho. ¿Sabe qué me contestó? Dijo: «Lo único que la gente lee en los periódicos acerca de los jóvenes es que siguen dedicándose a obras de asistencia social y presentándose voluntarios al ejército. Yo quería que se supiera que algunos de nosotros somos auténticos bastardos». Bien, eso es mejor que todo lo que he oído en las películas.

—Diga —dijo Garrod—. Es la primera vez que veo este holofilme, ¿no es así?

—Sí.

—Mejoraría mi credibilidad si hiciera una predicción de algo que vamos a ver posteriormente en esta película?

—Tal vez. Depende.

—Perfectamente. —Garrod señaló la pantalla— Observe que la lona alquitranada del techo del garaje está plegada para que podamos ver el interior a través de las ventanas de la puerta. Mi predicción es que en cuanto veamos a McCullough regresar con el camión, el borde de la lona volverá a caer de algún modo y tapará las ventanas.

—¿Y si es así? Hemos visto que McCullough se alejaba y dejaba a Sala en la casa…

Remmert dejó de hablar cuando la camioneta apareció en la pantalla y maniobró en el camino particular de la casa.

La frecuencia codificada de la luz de los faros hizo que la puerta del garaje se abriera, y el vehículo desapareció en el ya oscuro interior. Mientras la puerta giraba, un cabo suelto de la lona pareció engancharse en el mecanismo de cierre, y la cubierta se desdobló sobre las ventanas.

—Eso ha estado bien —concedió Remmert. —Opino lo mismo.

—Pero no puede hacer ese tipo de predicciones sin una teoría en que basarlas. ¿Qué oculta bajo la manga?

—Voy a explicárselo, pero antes necesito una información más. Sólo para hacer una confirmación en mi mente.

—¿Qué desea saber?

—¿Puede averiguar qué cantidad exacta recibió Sala por el camión que vendió?

—¿Eh? Venga a mi oficina… No tengo terminal de computadora aquí.

Remmert miró con asombro a Garrod mientras se dirigían al despacho, pero se abstuvo de formular más preguntas. Ya en la oficina, accionó las teclas de la terminal que estaba enlazada al gran ordenador de la policía al otro lado de la ciudad. La máquina zumbó un momento después, y Remmert arrancó un trozo de papel impreso. Le dio una ojeada y su asombro aumentó.

—Aquí dice que Sala obtuvo mil quinientos dólares de un comerciante como pago único.

—No sé qué habría hecho usted —dijo Garrod, con el viejo latido de triunfo llenando su pecho—, pero si ese camión hubiera sido mío no habría tenido dificultades para rechazar la oferta.

—Es un precio terriblemente bajo, debo admitirlo… Lo que significa que Sala iba un poco a la deriva en esa parte de su declaración. No comprendo que un avispado hombre de negocios como él regalara prácticamente un buen camión y comprara un modelo abollado.

—Si le interesa mi versión, se la daré.

Y Garrod empezó a explicar su teoría:

—Cuando Ben Sala se enteró de que era el momento de actuar contra el senador Wescott, quedó consternado. Confiaba en que la recibirla no tenía más llamada no se produciría nunca, pero tras alternativa que actuar (la alternativa habría sido la muerte, quizá mediante una bomba introducida en su siguiente envío de detergentes). En cualquier caso, el plan tenía una elaboración tan cuidadosa que prácticamente no había riesgo de ser descubierto.

»El primer paso era hacerse con un GM Burro, un camión de reparto más que barato que había sido ensayado y rechazado por los fabricantes cuatro años antes. Su mejor característica, por lo que a Sala concernía, era que todas sus transparencias estaban hechas con vidrio plano, y que se podía girar el parabrisas para dar paso al aire. No obstante, Sala no estaba preocupado por dejar entrar aire… sino por poder mirar.

»Vendió su camión y compró un Burro. Era bastante difícil de obtener, y tuvo que aceptar un modelo en mal estado, pero resultaba adecuado para sus necesidades. Llevó el Burro a casa, empezó a usarlo para sus transportes cotidianos y puso en acción otras fases del plan. La primera noche de mucho viento se introdujo en el garaje por la entrada de la cocina y, trabajando en oscuridad total, desprendió varias tejas del techo desde dentro. Dos días después nada elegida al azar en su almacén, pero que en realidad estaba cubrió el techo con lo que aparentaba ser un trozo de lona alquitranada cuidadosamente preparada para la tarea. Con el interior del garaje oculto a la vista de la ventanorama del otro lado de la calle, Sala pudo avanzar en el montaje del cañón láser que le habían enviado pieza a pieza en paquetes reducidos.

»También puso manos a la obra en una de las partes más delicadas de la operación.

»Gracias al diseño simplista del Burro resultaba fácil quitar el parabrisas y reemplazarlo con hojas de retardita. Pero hacer que Matt McCullough se sentara en el asiento del conductor durante casi una hora fue más difícil, aun cuando había sido aceptado como inquilino a causa de su estupidez. Sala resolvió el problema diciendo a McCullough que el Burro tenía un defecto en la dirección y que iba a repararlo. McCullough, que de todas maneras habría estado cavilando en una de las ventanas, convino en sentarse en el interior del vehículo y mover el volante cuando Sala se lo indicara. Incluso se puso su viejo sombrero por si había corriente de aire en el garaje.

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