Garrod se volvió con la intención de rehusar la invitación, pero entonces vio que Mannheim iba acompañado por Jane Wason. Jane vestía un traje de noche de color negro, tan fino y transparente que sus pechos parecían no tener más abrigo que una película de lustrosa pintura, y bajo la apetecible curva del vientre había una suave protuberancia triangular formada por el vello púbico. Brillantes toques de luz inundaban el cuerpo de Jane, como el sol reflejándose en las móviles aguas de un estanque.
—¿Tomar algo? —dijo Garrod, aturdido al darse cuenta de que Jane estaba sonriéndole de un modo curiosamente incierto—. ¿Y por qué no? No había hecho planes para la cena.
—No tiene que planear nada…, relájese y disfrute. Va a cenar con nosotros. Te parece bien, Jane?
—No podemos obligar al señor Garrod a que cene con nosotros si no desea hacerlo.
—¡Deseo hacerlo! —Garrod sacudió su mente para aprovechar la inesperada oportunidad—. En realidad, estaba a punto de pedirles que cenaran en mi compañía.
—¿A los dos? —Mannheim pasó el brazo en tomo a la cintura de su secretaria y la atrajo hacia sí—. No estaba seguro de que yo le gustara, Al.
—Estoy loco por usted, John. —Garrod sonrió, mirando al militar, pero al ver que Jane se apoyaba en él con suma naturalidad deseó desesperadamente que Mannheim sufriera un infarto y se desplomara allí mismo—. ¿Vamos a tomar algo?
Entraron en la sombría caverna de uno de los bares del hotel y, ante la insistencia de Mannheim, pidieron unos explosivos combinados. Garrod sorbió la bebida, sin apreciar el ardoroso aroma dulzón, y se preguntó qué relación existiría entre Mannheim y Jane. Ella tenía veinte años menos como mínimo, pero tal vez encontraba atractiva la placentera modestia del coronel; y éste había tenido todo el tiempo y todas las oportunidades para lograr el éxito. Y sin embargo, Garrod notó —¿o era su imaginación?— que Jane estaba sentada algo más cerca de él que de Mannheim. La tenue luz del bar permitía que el ojo operado de Garrod funcionara prácticamente tan bien como el otro, y veía a Jane con lo que para él era una claridad pretematural, tridimensional. Jane estaba increíblemente hermosa, igual que una dorada deidad hindú. En cuanto sonreía, el nuevo odio de Garrod hacia Mannheim le causaba una fría tirantez en el estómago. Cenaron en el hotel, y durante la cena Garrod intentó seguir un rumbo entre la aproximación excesivamente directa que había ensayado en su primera conversación y el riesgo de no retar el aparente derecho de Mannheim. La cena concluyó con demasiada rapidez para Garrod.
—Me ha gustado —dijo Mannheim, pinchando desconsoladamente su abultada cintura—. Lo menos que puede hacer ahora, Garrod, es pagar la cuenta.
Garrod, que de todos modos pensaba pagar la cena, notó que su resentimiento estallaba de un modo casi incontrolable, pero entonces reparó en que Mannheim se había puesto de pie, con el aspecto de un hombre que está a punto de marcharse apresuradamente. Jane, por su parte, no dio señales de querer moverse.
—¿Se va?
Garrod se esforzó en ocultar su alegría.
—Me temo que sí. Tengo que ocuparme de un montón de papeles que hay en mi habitación.
—¡Qué lástima!
—Lo que me preocupa es que está empezando a gustarme meterme en mi cubierta de seguridad —dijo el coronel, tras un encogimiento de hombros—. Un útero a oscuras. Tiene que ser una mala señal.
—Estás revelando tu edad —adujo Jane, sonriente—. Freud está completamente anticuado, ¿sabes?
—Eso me pone al mismo nivel que él.
Mannheim dijo adiós a Jane, dio una amistosa palmada en la cabeza de Garrod y salió del restaurante. Garrod le miró con aire de afecto.
—Una lástima que haya tenido que irse.
—Es la segunda vez que dice eso.
—Estoy exagerando, ¿eh?
—Un poco. Está haciendo que me sienta como uno de los camareros.
—Perfectamente —dijo Garrod—. Yo estaba aquí pensando cómo hacer que John recibiera una llamada falsa para ir a Washington. Yo mismo lo habría intentado, pero no estaba seguro de qué relación había entre…
—¿John y yo?
Jane se rió suavemente.
—Bueno…, él la tenía cogida por la cintura y…
—¡Qué hermosas ideas victorianas! —La cara de Jane se puso seria—. No tiene técnica alguna con las chicas, ¿verdad, Al?
—Jamás he necesitado tenerla.
—Porque es rico y guapo y ellas caen en su anzuelo.
—No me refiero a eso —dijo con cierta desesperación—. Simplemente…
—Sé lo que quiere decir, y me halaga. —Jane puso la mano sobre la de Garrod, y el contacto creó un escalofrío a lo largo del brazo del segundo—. Está casado, ¿verdad?
—Yo… sí —Garrod atravesó una barrera mental—. Es decir, por ahora.
Ella le miró directamente a los ojos durante un largo Momento, y después hizo un gesto de sorpresa.
—Una de sus pupilas tiene la forma de…
—Un ojo de cerradura —dijo Garrod—. Lo sé. Sufrí una operación en ese ojo cuando era niño.
—Pero no es preciso que lleve gafas oscuras por eso. Tiene un aspecto algo anormal, pero apenas se nota.
Garrod sonrió al darse cuenta de que la diosa tenía debilidades humanas.
—No llevo gafas oscuras para mejorar mi aspecto. Este ojo admite el doble de luz que el normal, y me duele cuando estoy al aire libre, al sol.
—¡Oh! Lo siento.
—No tiene importancia. ¿Qué le gustaría hacer ahora?
—¿Un paseo en coche? Me disgusta estar mucho tiempo enjaulada en las ciudades.
Garrod asintió. Firmó la factura y, mientras Jane iba a recoger su mantón, pidió que enviaran un coche de alquiler a la entrada del hotel. Diez minutos después se dirigieron hacia el sur, hacia las afueras de la ciudad, y al cabo de otros treinta llegaron al campo.
—Parece saber adónde va —dijo Jane.
—No. Lo único que sé es que vamos en dirección opuesta a la ruta que seguí esta mañana.
—Entiendo. —Garrod notaba que ella estaba mirándole—. No se siente a gusto con esta supuesta investigación, ¿verdad?
—No.
—Así lo pensaba… Es usted muy honesto.
—¿Honesto? De qué está hablando, Jane?
Hubo un largo silencio.
—De nada.
—Creo que tiene algo en mente. Pobjoy está actuando de una manera rara, y en la comida John dijo algo acerca de una charada.
—Qué ocurre, Jane?
—Ya lo he dicho: nada.
Garrod viró para entrar en un ramal de la autopista, frenó bruscamente y paró el motor.
—Quiero saberlo, Jane —dijo—. O ha dicho algo importante o no ha dicho nada.
Jane desvió la mirada.
—Es probable que pueda irse mañana.
—¿Por qué?
—El único motivo por el que Miller Pobjoy le ha pedido que viniera aquí es poder usar su nombre.
—Perdón… no lo comprendo.
—La policía sabe quién mató al senador Wescott. Lo han sabido desde el principio.
—Si eso fuera cierto ya habrían detenido al asesino.
—Es cierto. —Jane se volvió hacia él. Parecía llevar una máscara de ondina, con la luz verde del tablero de instrumentos—. Desconozco cómo lo saben, pero lo saben.
—Esto es el colmo.
Garrod agitó la cabeza.
—John me ha dicho que usted se mostró muy tirante con el señor Pobjoy por culpa de las historias que su departamento ha facilitado a la prensa —insistió Jane obstinadamente—. ¿Por qué piensa que han hecho eso? En estos momentos casi todo el mundo cree que usted ha descubierto una nueva técnica para sondear el vidrio lento. Aunque lo niegue, los rumores seguirán circulando.
—¿Y?
—¡Cuando detengan al asesino no tendrán necesidad de hacer público cómo conocían su identidad! —Jane extendió repentinamente la mano hacia la llave de encendido del coche y siguió hablando en tono de enojo—. ¿Por qué he de preocuparme?
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