Bob Shaw - Otros días, otros ojos

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El “vidrio lento” es un cristal que absorbe poco a poco la luz de los sucesos que ocurren delante de él, los cuales resultan visibles meses o años después.
A partir de esta idea, Bob Shaw construye una excelente y a la vez original novela. La profética visión de lo que podría ser un invento de estas características y la problemática social de su uso, desde el crimen casi perfecto hasta la verificación por parte de la justicia al cabo de cinco años— hacen de esta novela una obra maestra de ciencia ficción en el mas puro sentido de la palabra.

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Y se inició el intermitente duelo de seis años…

Al principio, el Diseñador no había estado muy interesado. El caso no había pasado de una idea suelta, un capricho. Lap Wing Chon menospreció inmediata e instintivamente a Evans por su cuerpo delgaducho y poco desarrollado, por el infantil color sonrosado de su cara y, más que nada, por la blandura que vio en los nerviosos ojos grises del aviador. Esa blandura, la patente falta de voluntad política y social, habían sido una afrenta para la entera existencia del Diseñador, y algo le había impulsado a moldear la arcilla que le habían puesto en las manos.

El Diseñador había comenzado ofreciendo a Evans la propuesta típica. Era manifiesto que el norteamericano estaba envuelto en actividades hostiles a la República. Además, las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos le habían dado por muerto junto con el resto de la tripulación del avión desaparecido, por lo que ninguna maquinaria política estaba actuando en favor de Evans. Se encontraba abandonado, y se le podía enterrar sin dejar rastro. La República estaba autorizada a ejecutar a Evans sin más retraso, pero los ideales humanitarios que inspiraban a los líderes de la revolución los impulsaban a mostrarse compasivos. Si Evans confesaba su crimen y reconocía los numerosos crímenes de sus maestros, volvería de inmediato a su país.

Como era de esperar, Evans se negó.

Lap Wing Chon sonrió pacientemente, indulgentemente. E incrementó la presión.

En el transcurso del sexto mes se dio cuenta de que había subestimado al norteamericano. Evans era un ingenuo políticamente hablando, físicamente débil, tenía enorme miedo al dolor y a la muerte… y a pesar de todo poseía un núcleo interno de certidumbre, una armadura filosófica, que era inquebrantable.

—Quiero firmar la confesión, quiero volver al hogar —solía decir Evans—, pero ambos sabemos que sería una falsedad… En consecuencia, no puedo firmar.

Y en cierta ocasión comentó:

—Si usted mismo creyese en lo que dice ese papel, yo lo firmaría, y le engañaría, porque entonces no sería muy importante. Pero usted sabe la verdad, y yo sé la verdad, de manera que lo que está pidiéndome es que me someta a su autoridad y aniquile voluntariamente toda mi vida anterior. Eso es imposible.

En aquel momento Lap Wing Chon aún pensaba en su prisionero como «Evans» o «el norteamericano»… Pero un día Evans fue encontrado en su celda padeciendo neumonía lobular. En el transcurso de las fiebres subsiguientes, Lap le vigiló ansiosamente, temiendo la intervención de la muerte; y durante una vela junto a su lecho oyó al joven norteamericano musitar frases en su delirio.

—La noche anterior… —Las palabras apenas eran audibles en la alargada sala del hospital—. La noche anterior, estando con los otros rufianes, él bromeó, bebió sin cesar y maldijo…

El Diseñador, meticuloso en todo lo que hacía, tomó nota de las palabras en su cuaderno y, posteriormente, cuando se le aseguró que Evans se recobraría, dispuso una investigación para localizar la fuente. Luego cogió con cierta curiosidad la impresión fototipográfica que le entregó su secretario y leyó un poema titulado El Soldado Raso de los Buffs, con más interés que si hubiera desechado la hoja. El texto —Lap Wing Chon no se atrevió a clasificarlo como poesía— narraba un caso que tenía obvios paralelos con la situación de Evans. Un solitario inglés en manos de los chinos… Se te ordena arrodillarse y tocar el suelo con la frente… Se niega a doblegarse; acepta la muerte antes que el deshonor. La idea de que un solo humano adulto pudiera estar influido —o incluso sentir aprecio— por los principios imperialistas contenidos en el escrito divirtió y sorprendió al Diseñador. El texto también afectó a su visión de Evans, porque le permitió comprender el nivel político primario en que se cruzaban su vida y la del prisionero. No era un choque de ideologías, sino de ideas arquetípicas.

Dejó que pasaran varios meses, y entonces visitó a Evans en la celda. El norteamericano no se sorprendió al ver a Lap Wing Chon, ya que la visita sucedía durante un periodo en que se le permitía un contacto bastante frecuente con otros seres humanos. El Diseñador dejó que la conversación errara sin objeto durante un rato antes de referirse al tema del poema.

—Creo que en cierta ocasión me dijo que le gustaba la poesía —empezó.

—¿Ah, sí? No lo recuerdo.

—Podría disponer que usted tuviera algunas antologías.

—¿Sí?

Evans parecía poco interesado.

Quiénes son sus poetas favoritos?

—Los buenos.

El Diseñador asintió y se miró las manos, de piel veteada como la madera.

—¿Los buenos? ¿Qué opina del estilo chabacano del distinguido autor inglés sir Francis H. Doyle?

—Tal como usted dice —contestó Evans, enarcando ligeramente las cejas—, fue un distinguido autor inglés de estilo chabacano.

El Diseñador se echó a reír sumisamente.

—¡El Soldado Raso de los Buffs! El colmo del jingoísmo, ¿no cree?

—Supera a Kipling. A propósito, el término jingoísmo está en desuso desde hace bastante tiempo.

—«Que los hindúes giman y se arrodillen; un caballero inglés debe morir.» ¿No es increíble?

—Fantástico.

La reacción de Evans no fue la esperada por el Diseñador, y por eso cambió de táctica.

—¿Se considera usted así? Como el Soldado Raso de los Buffs? —Debe de estar bromeando.

—Pero los paralelos son muy obvios —insistió el Diseñador—. La situación es prácticamente idéntica.

—No. Hay una gran diferencia.

—¿Cuál?

—En el poema, cuando el soldado se niega por primera vez a postrarse y tocar el suelo con la frente, el caudillo chino le hace matar. ¿Comprende? El caudillo estaba seguro de sí mismo… No tenía demasiada importancia que el soldado cediera o no. —Evans sonrió, enseñando unos dientes que empezaban a mostrar signos de deficiencia dietética—. En cambio usted no me matará, ¿no es cierto?

Quizá por centésima vez, el Diseñador abrió la diminuta caja forrada de cuero y examinó su contenido. Dos pequeños objetos vítreos relucían en sus alojamientos de terciopelo. Tenían una suave forma de cúpula, y brillaban con todos los colores posibles, igual que exquisitas piedras preciosas sin tallar.

«Han llegado justo a tiempo —pensó al cerrar la caja—. Después de seis años, la salud del Soldado Raso casi está destruida.» Respiró profundamente y entró en la habitación de discreto emplazamiento a que había sido trasladado el prisionero. El doctor Sing y dos enfermeros vestidos con chaquetas blancas se hallaban de pie junto a la cama. Evans estaba inmóvil por completo, mirando fijamente el alto techo, con el consumido cuerpo cubierto hasta la barbilla.

—¿Es usted, Lap? —dijo débilmente—. ¿Me ha traído algo bueno esta vez?

—Algo muy especial esta vez, Larry.

El Diseñador abrió su cajita y la sostuvo cerca del rostro de Evans. El enfermo entrecerró los ojos.

—¿Joyas?

—Retardita. Vidrio lento. ¿Conoce el material?

—Oh, eso. —Evans volvió a apoyar la cabeza en el almohadón—. Estaban haciendo bisutería con vidrio lento cuando yo…

Su voz se quebró en la incertidumbre.

—Ahora tiene usos mucho más importantes, Larry. Se han descubierto técnicas para controlar la emisión de luz almacenada. Es posible ver cualquier cosa que un fragmento de vidrio lento haya visto, exactamente cuando se desee verla.

El Diseñador se aseguró de que su voz no revelara la excitación, el ansia y el miedo que vibraban en su interior.

—¿Qué tiene que ver eso conmigo?

—Vuelva a mirar dentro de la caja, Larry. Fíjese en la forma. ¿Qué le recuerdan?

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