Bob Shaw - Otros días, otros ojos

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Otros días, otros ojos: краткое содержание, описание и аннотация

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El “vidrio lento” es un cristal que absorbe poco a poco la luz de los sucesos que ocurren delante de él, los cuales resultan visibles meses o años después.
A partir de esta idea, Bob Shaw construye una excelente y a la vez original novela. La profética visión de lo que podría ser un invento de estas características y la problemática social de su uso, desde el crimen casi perfecto hasta la verificación por parte de la justicia al cabo de cinco años— hacen de esta novela una obra maestra de ciencia ficción en el mas puro sentido de la palabra.

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—Aun así…

—Theo —interrumpió Garrod—, no me lleves la contraria en este asunto.

McFarlane alzó sus fornidos hombros en un gesto de resignación.

—¿Yo? ¿Llevarte la contraria? Soy un judoka mental desde hace tiempo. Ya conoces mi filosofía para tratar a la gente: no hay acción sin reacción.

De repente, de un modo inexplicable, las palabras de McFarlane alancearon a Garrod. Theo agitó la mano para despedirse y se dirigió hacia su coche. Garrod intentó devolver el saludo, pero su atención se vio atraída por el revuelo que había en su organismo. Sentía que se le doblaban las rodillas, que su corazón había caído en un ritmo inestable y pesado, y un escalofrío se extendió de arriba abajo, del estómago a las ingles. En su cabeza había una presión que no tardó en alcanzar un máximo y explotar en una especie de orgasmo psíquico.

—Theo —dijo en voz baja—. No necesito el vidrio lento… Sé cómo se hizo.

McFarlane no le oyó; entró en su coche y se alejó. Garrod se quedó absolutamente inmóvil en el centro del aparcamiento hasta que el automóvil de su amigo desapareció de la vista, y entonces salió de su trance y corrió hacia el despacho. La señora Werner estaba aguardándole, con el pálido rostro tenso a causa de la impaciencia.

—Sólo puedo quedarme dos horas —dijo—, así que sería…

Garrod la rozó al pasar por su lado.

—Váyase a casa ahora mismo. La veré por la mañana.

Entró en su despacho privado, cerró la puerta de un portazo y se hundió en su sillón. Acción y reacción. Todo era tan sencillo… Un coche y un hombre chocan a cierta velocidad, y con la fuerza suficiente para abollar el guardabarros del vehículo y arrebatar la vida al cuerpo humano. Debido a que los automóviles suelen moverse con rapidez y a que los hombres lo hacen con lentitud, un investigador que llega al escenario del accidente está condicionado a interpretar el suceso únicamente de una manera. En el contexto de la vida cotidiana, el coche debe de haber atropellado al hombre; pero considerando el accidente como un problema de mecánica pura, idéntico resultado fatal se obtendría si el hombre arremetiera contra el coche.

Garrod guareció su cara entre las manos mientras se esforzaba en visualizar el método. Se droga al conductor del coche, juzgando con sumo cuidado la dosis y el momento en que se administra, de forma que el individuo sea incapaz de controlarse en el lugar aproximado que se desea. Si el sujeto se mata en el proceso, será un beneficio adicional, y no hará falta poner en práctica la segunda fase del plan. Ahora bien, si el individuo logra frenar el automóvil sano y salvo, se tiene dispuesta una víctima apropiada, atontada o drogada hasta quedar inconsciente. Se cuelga de un vehículo a dicha víctima —un camión de averías con grúa salediza sería ideal— y se le aplasta contra el coche aparcado. El individuo rebota en el vehículo y es encontrado a varios metros de distancia, mientras el criminal huye del lugar a gran velocidad, probablemente sin luces.

Garrod sacó del cajón el taco de papel y anotó los rasgos peculiares del caso que se acomodarían a su nueva teoría. Quedaba explicada la presencia de Kolkman en la avenida Ridge a esas horas de la noche. Quedaba explicado el fuerte ruido del motor escuchado por Livingstone y el resto de los testigos. «Piso el freno pero no sirve de nada», había dicho Livingstone cuando aún estaba bajo los efectos de la conmoción… Pisar el freno no habría cambiado nada si el coche no estaba moviéndose.

¿Y cómo detectar el crimen en ese momento? El muerto tendría vestigios de cierta droga en la sangre, o una herida adicional sin relación con el «accidente». Sus ropas tendrían marcas de un gancho u otro medio de suspensión, y un examen de las cámaras de vidrio lento en las calles que llevaban a la avenida Ridge demostraría que un camión de averías u otro vehículo apropiado había estado en el lugar exacto en el momento oportuno.

Garrod decidió llamar a Grant Morgan, y estaba volviéndose hacia el videófono cuando el timbre del aparato sonó para anunciar una llamada. Apretó el botón de respuesta y se encontró mirando a su esposa. El fondo de estanterías y equipo diverso le indicó que Esther se hallaba en el laboratorio de su hogar.

Esther se tocó nerviosamente su cabello cobrizo.

—Alban, yo…

—¿Cómo has entrado ahí? —Quiso saber Garrod—. Cerré la puerta con llave, y te dije que te mantuvieras apartada del laboratorio.

—Lo sé, pero he oído una especie de zumbido y por eso he cogido la otra llave y he entrado.

Garrod se puso en tensión, alarmado. El zumbido debía de ser la señal automática de que la constante piezolumínica de la ventanorama había dejado de ser constante y estaba aumentando. Su equipo estaba programado para interrumpir el bombardeo de radiaciones en cuanto tal cosa sucediera, pero no había garantías de que produjera efecto. La hoja de vidrio lento podía explotar como una nova en cualquier instante.

—…La ventanorama se comporta de una forma extraña —estaba diciendo Esther—. Tiene mucho más brillo, y todavía va más de prisa. Mira.

El videófono giró en una toma panorámica y se detuvo cuando la ventanorama llenó la pantalla. Garrod vio un lago bordeado de árboles con una cordillera como fondo. El escenario debía estar en calma, pero en lugar de eso rebosaba de una actividad anormal. Las nubes remolineaban en el cielo, animales y pájaros eran veloces manchas casi invisibles, y el sol caía igual que una bomba. Garrod intentó mantener controlado el pánico que podía reflejar su voz.

—Esther, esa hoja va a explotar. Debes salir del laboratorio ahora mismo y cerrar la puerta inmediatamente después. ¡Sal en seguida!

—Pero me dijiste que a lo mejor veíamos algo que ayudaba a papá.

—¡Esther! —gritó Garrod—. ¡Si no sales de ahí ahora mismo jamás volverás a ver! ¡Por el amor de Dios, corre!

Hubo una pausa y a continuación Garrod oyó el sonido de las pisadas de su esposa y una puerta que se cerraba de golpe. Su desabrido miedo declinó ligeramente —Esther se hallaba a salvo—, aunque el espectáculo de la ventanorama, que se disponía a aniquilar dos años de luz almacenada en una agotadora llamarada, le dejó inmóvil en el sillón. El sol se hundió detrás de las montañas y sobrevino la oscuridad…, pero sólo durante los instantes en que la luna cruzó el cielo igual que un proyectil plateado. Apareció otro día en forma de una explosión de fuego infernal que duró diez segundos, y a continuación…

La sobrecargada pantalla del videófono quedó en blanco.

Garrod enjugó una fría capa de sudor de su frente y un momento después los circuitos del videófono quedaron fijados mediante los canales de reserva. Al reaparecer la imagen, la consumida ventanorama era una hoja de pulida obsidiana, negra como la noche. Las partes del laboratorio visibles a los lados del vidrio lento tenían un extraño aspecto descolorido, como si se las viera en televisión monocroma. Pocos segundos más tarde, Garrod oyó la puerta que se abría, y luego la voz de Esther.

—Alban —dijo apocadamente su esposa—. La habitación ha cambiado. No queda color en ninguna parte.

—Será mejor que salgas de ahí hasta que yo vuelva.

—Pero si ya no hay peligro… Y la habitación está completamente blanca. Mírala. El videófono giró de nuevo y Garrod vio a Esther, con el pelo rojizo y el vestido verde botella destacando con increíble intensidad sobre el blanqueado espectro de una habitación. Suaves olas de una nueva alarma empezaron a extenderse por la mente de Garrod.

—Escucha —dijo, dando voz a su intranquilidad—. Sigo pesando que será mejor que salgas de ahí.

—Pero todo es tan distinto… Mira este jarrón… Era azul.

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