Era una relación extraña, incluso para los baremos modernos. Quiero decir, con repuestos de hipercalidad y equipo de primera, yo podría durar algún tiempo. Igual que realAlbert. Dos mitades de un marido completo para Clara. Capaces de engendrar hijos. Capaces de ayudar a educarlos. Pero en unidades separadas.
—Parece útil —dijo ella, viendo la parte positiva de las cosas. Pero noté preocupación en ella. Tenía carreras que conjugar, sus nuevos deberes con el Dodecaedro, varios tipos de relojes biológicos y cerámicos, y dos mitades de un hombre que aman… sin espacio a bordo de la casa flotante para todos los grises y ébanos y demás que íbamos a necesitar.
Era hora de buscar una casa. Al menos ahora podíamos permitirnos una.
RealAlbert estaba en el pequeño camarote de proa, manipulando el equipo imprintador. Reprimí el impulso de ir a detenerlo. Aunque infantil en su estado de perpetua distracción, no era ningún simple. De hecho, era todo lo contrario.
—La cena se está cocinando —anunció el ordenador de la casa a Clara—. También he priorizado cuatrocientos setenta y dos mensajes para ti y quinientos veinte para el señor Morris. Y la Universidad llamó para informar de que has suspendido en todos los cursos del semestre pasado.
Clara maldijo pintorescamente. La vida de una estudiante y guerrera a tiempo parcial era una cosa más que tendría que cambiar. Bienvenida a la vida de una profesional a tiempo completo, querida. C’est la vie.
Entonces un zumbido llamó nuestra atención hacia la proa: el equipo calentándose. Clara me miró como diciendo: «Asegúrate de que no se hace daño.»
Llegué a tiempo de escuchar a realAlbert murmurar felizmente para sí. Algo sobre que «todos somos bosones en este polvo» o algo por el estilo. Al llegar al camarote, vi cómo se tendía en la plataforma con su cabeza (nuestra cabeza) entre los tentáculos del tetragamatrón, que se agitaban suavemente a cada lado. Advertí que el interruptor de transferencia indicaba CARGAR.
Después de quedarme mirando unos segundos, pregunté: —¿Estás seguro?
La última vez que intentamos esto, hubo una señal de comunicando. El cerebro orgánico estaba lleno, o totalmente ocupado, con algo inmensamente grande. No había más espacio dentro. No había espacio para mí.
Por primera vez desde meseta Urraca (o desde que nuestros rumbos-alma se separaron el martes anterior) sentí completa atención por parte de aquellos ojos orgánicos y duraderos, construidos para durar treinta mil días, o más.
—«Es toda tuya, Pinocho» —oí decir a mi propia voz, y había en ella algo más: un tono de despedida.
Comprendí que ahora habría espacio. Una pizarra en blanco. Un hogar que reimprimir con todo lo que yo era yen lo que me había convertido. Todo lo necesario para que aquel muñeco perdido se convirtiera en un chico de verdad.
Y vaya si se sorprendería Clara.
Tras tumbarme en la otra mesa, la que tiene una cubeta de reciclado debajo, tardé un instante en desearme a mí mismo buen viaje. Luego bajé la cabeza para empezar la vida una vez más.
…o hacer lo que siempre hace la gente…
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GENTE DE BARRO es una de las obras más difíciles a las que me he enfrentado, porque expresa distintos puntos de vista y de tiempo mediante recursos poco utilizados como la segunda persona o el futuro. Pero eso forma parte de la tradición de un género que se caracteriza por lo inusitado y que gusta de enfrentarse a los tópicos.
Me gustaría dar las gracias a aquellos que me prestaron su ayuda, sobre todo con lecturas críticas de los primeros borradores y con reflexiones acerca de las implicaciones históricas, literarias y filosóficas de los golems.
Mi especial agradecimiento a Cheryl Brigham, Beth Meacham, Stefan Jones, Vernor Vinge, Tappan King, Will McCarthy, Ralph Vicinanza, John Douglas, Lou Aronica, Mason Rourman, Steve Sloan, Mark Grygier, Steve Jackson, Joe Miller, Vince Gerardis, Bevery Price, Stephen Potts, Hodge Cabtree, Robin Hanson, Steven Koerber, Alberto Monteiro, Steinn Sigurdsonn, William Calvin, Trevor Sands, James Moore, Nick Arnett, Ruben Krasnopolsky, Robert Qualkinbush, Jim Kruggcl, Tamara Boyd, Manoj Kasichainula, Pat Mannion, Amy Sterling Casil, Daniel Jensen, Rachel Heslin, Alex Spehr, Lisa Gay, Bret Marquis, Brian Sidlauskas, Stella Bloom, Rae Paarlberg, Joshua Knorr, el doctor Globiana, Daniel Rego y Matt Crawford, así como a los clubs de ciencia ficción de CalTech y de la Universidad de Chicago.
Desde que, en febrero de 1997, se supo de la donación de la oveja Dolly, la idea de los posibles clones humanos ha generado diversos debates. Evidentemente, varios relatos y novelas de ciencia ficción que, todo hay que decirlo, precedieron en mucho a Dolly.
David Brin no se ha detenido aquí Sin atender específicamente a los clones, ha analizado una nueva idea, afín, pero no exactamente igual: una especie de «piemos», seres hechos de barro fabricados en unas nuevas copiadoras-horno que, cincuenta años en el futuro, se hallan al alcance de todos y configuran un nuevo tipo de sociedad.
Esos «ídem» o gente de barro tienen una vida limitada (un día), no son seres biológicos como los humanos, sino que, como dice su nombre, están hechos de barro. Como era de esperar, carecen de derechos legales y sociales, e incluso son de diverso color según su función. Se les encargan las ocupaciones menos interesantes o las más peligrosas, todas las que rechazan los seres humanos verdaderos. Al final de su existencia, si es posible, los ídem «descargan» en su personaje original, el arquetipo o «archi», las memorias recogidas en ese día, un día que empezaron con la impronta de los recuerdos de su original o humano arquetipo.
Sobre esa idea, Brin imagina que, en un futuro cercano, todos podrán hacer esos ídem, esa «gente de barro» y, de manera coherente y muy bien analizada, nos describe una sociedad compleja, donde los seres humanos acaban viviendo un conjunto de vidas paralelas (la propia y la de los ídem que han podido, al final de su día de existencia, descargar sus recuerdos en el original).
Es el análisis social lo que realmente interesa a Brin que nos describe en su página web (www.davidbrin.com) un ejemplo de esa nueva sociedad:
Como ciudadano de un futuro cercano, te has duplicado a ti mismo zillones de veces y lo ves como algo normal, siendo a veces el original y a veces la copia. Vives la vida en paralelo, enviando costosos «golems de estudio» a la biblioteca, mientras que otros modelos más baratos limpian la casa y tu cuerpo real se ejercita en el gimnasio. Dos tercios de la población de la Tierra son seres temporales hechos de barro. La gente parece haberse adaptado a este nuevo tipo de vida, hasta que…
Y ese «hasta que…» desencadena la crisis en esa nueva sociedad del futuro con seres duplicados al alcance de todos.
Sin olvidar que toda reflexión social hecha en forma de novela de ciencia ficción ha de resultar amena, Brin ha usado en GENTE DE BARRO la forma de una narración de acción detectivesca, del tipo hardboiled, para mostrar las complejidades de una sociedad en la que existe una curiosa versión de los «replicantes» del BLADE RUNNER cinematográfico: seres derivados de los humanos, con «funcionalidades» parecidas, pero con fecha de caducidad, cual si se tratara de un yogur.
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