George Martin - Los viajes de Tuf

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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La gata pareció reconocer la imagen de la pantalla y emitió un maullido quejumbroso. Tolly Mune la miró con el ceño fruncido y pidió que la pusieran en comunicación con su encargada de seguridad.

—Tuf —ladró—, ¿dónde está ahora?

—Está en el Hotel Panorama del Mundo, en su sala de juegos clase estelar, Mamá —respondió la encargada de ese turno.

—¿El Panorama del Mundo? —gimió ella—. ¿Así que ha acabado eligiendo un maldito palacio para gusanos, eh? ¿Qué tienen ahí, gravedad completa? Oh, infiernos, no importa. Cuida de que no se mueva de ahí. Ahora bajo.

Le encontró jugando a la canasta a cinco. Tenía delante una pareja de gusanos de tierra ya mayores; un cibertec al que habían suspendido de empleo y sueldo por saquear sistemas, unas cuantas semanas antes, y un negociador comercial, más bien obeso y paliducho, de Jazbo. De guiarse por el montón de fichas que había ante él, Tuf estaba ganando bastante. Tolly hizo chasquear los dedos y la camarera se acercó rápidamente con una silla. Tolly Mune se instaló junto a Tuf y le tocó suavemente el brazo.

—Tuf —dijo. Él volvió la cabeza y se apartó un poco de ella.—Tenga la amabilidad de no ponerme las manos encima, Maestre de Puerto Mune.

Ella retiró la mano. —¿Qué está haciendo, Tuf? —Por el momento estoy poniendo a prueba una estratagema, tan nueva como interesante, recién inventada por mí en contra del Negociador Dez. Me temo que quizás acabe resultando que carece de fundamento científico, pero el tiempo lo dirá. Hablando en un sentido más amplio, estoy esforzándome por ganar una magra cantidad de unidades base mediante la aplicación del análisis estadístico y la psicología práctica. Debo decir que S’uthlam no resulta nada barata, Maestre de Puerto Mune.

El jazboíta, con su larga cabellera empapada con aceites irisados y su obeso rostro lleno de cicatrices, rió roncamente, exhibiendo con ello una pulida dentadura negra en la que había incrustadas diminutas joyas carmesí.

—Hago un desafío, Tuf —dijo, tocando un botón que había junto a su puesto y que hizo centellear brevemente sus cartas sobre la superficie iluminada de la mesa.

Tuf se inclinó por un segundo hacia adelante. —Ciertamente —replicó. Un dedo pálido y muy largo se movió en el gesto preciso y su propia jugada se encendió dentro del círculo—. Me temo que ha perdido, señor. Mi experimento ha resultado triunfante, aunque no dudo de que ello se ha debido a un mero capricho de la fortuna.

—¡Maldito sea usted y su condenada fortuna! —dijo el jazboíta, poniéndose en pie con cierta dificultad. Unas cuantas fichas más cambiaron de manos.

—Así que sabe jugar —dijo Tolly Mune—. Pero eso no le servirá de nada, Tuf. En estos lugares los juegos siempre están amañados a favor de la casa. jugando, nunca logrará ganar todo el dinero que le hace falta.

—No soy totalmente consciente de tal realidad —dijo Tuf.

—Hablemos. —Ya lo estamos haciendo. —Hablemos en privado —dijo ella subiendo un poco el tono de voz.

—Durante nuestra última discusión en privado fui atacado por hombres provistos de pistolas neurónicas, se me agredió verbalmente, fui cruelmente engañado, se me privó de una compañía muy querida y, como remate, se me impidió gozar de mi postre. No me encuentro muy favorablemente predispuesto a nuevas invitaciones de dicho tipo.

—Le invito a una copa —dijo Tolly Mune. —Muy bien —replicó Tuf. Se levantó con rígida dignidad, recogió sus fichas y se despidió de los demás jugadores. Tolly y Tuf se dirigieron a un reservado situado al otro extremo de la sala de juegos. Tolly Mune jadeaba un poco a causa del esfuerzo que le imponía la gravedad. Una vez dentro de él se derrumbó sobre los almohadones, pidió dos narcos helados y cerró la cortina a continuación.

—El ingerir bebidas narcóticas tendrá un efecto muy escaso sobre mis capacidades decisorias, Maestre de Puerto Mune —dijo Haviland Tuf—, y aunque me encuentro perfectamente dispuesto a recibir su generosa oferta e invitación, como justa compensación a su anterior falta de hospitalidad civilizada, mi posición sigue sin haber variado.

—¿Qué quiere, Tuf? —le dijo ella con voz agotada después de que llegaron las bebidas. Los grandes vasos estaban cubiertos de escarcha y en su interior el licor azul cobalto ardía con un gélido resplandor.

—Al igual que todos los seres humanos tengo muchos deseos. Por el momento, lo que deseo con mayor urgencia es tener de nuevo junto a mí, sana y salva, a Desorden.

—Ya le propuse que cambiáramos el animal por la nave. —Ya hemos discutido dicha propuesta y la he rechazado por ser muy poco equitativa. ¿Debemos volver otra vez a discutir el asunto?

—Tengo un nuevo argumento —dijo ella. —¿De veras? —Tuf probó su bebida.

—Consideremos el asunto de la propiedad, Tuf. ¿Cuál es su derecho para considerarse dueño del Arca? ¿Acaso la ha construido? ¿Tuvo algún papel en su creación? No, ¡demonios!

—La encontré —dijo Tuf—. Es cierto que tal descubrimiento lo hice acompañado por cinco personas más y no puedo negar que sus títulos sobre dicha propiedad resultaban, en ciertos casos, superiores al mío. Sin embargo, ellos han muerto y yo sigo vivo, lo cual fortalece considerablemente mi posición. Lo que es más, actualmente me encuentro en posesión de dicha nave y en muchos sistemas éticos la posesión es la clave y, en más de una ocasión, el factor determinante en cuanto respecta a la propiedad.

—Hay mundos en los que todos los objetos de valor pertenecen al estado y en ellos su maldita nave habría sido requisada de inmediato.

—Me doy cuenta de ello, créame, y tengo gran cuidado de evitar dichos mundos cuando elijo mi destino —dijo Haviland Tuf.

—Tuf, si quisiéramos, podríamos apoderarnos de su maldita nave por la fuerza. Quizá sea el poder lo que da la propiedad, ¿no?

—Es cierto que a sus órdenes se encuentra la feroz lealtad de ingentes masas de lacayos armados con lásers y pistolas neurónicas, en tanto que yo me encuentro totalmente solo. No soy sino un humilde comerciante y un ingeniero ecológico que no ha superado el rango de neófito y como única compañía tengo la de mis inofensivos felinos. Sin embargo, no carezco de ciertos recursos propios. Entra dentro de mis posibilidades teóricas el haber programado ciertas defensas en el Arca susceptibles de hacer dicho asalto mucho más difícil de lo que pudiera creerse en un principio. Por supuesto que dicha idea es una pura teoría, pero haría bien en prestarle la debida consideración. En cualquier caso, una acción militar brutal sería ilícita según la jurisprudencia de S’uthlam.

Tolly Mune suspiró. —Ciertas culturas opinan que la propiedad viene dada por la capacidad de usar el bien poseído. Otras optan por la necesidad de usarlo.

—Estoy levemente familiarizado con dichas doctrinas. —Bien. S’uthlam necesita el Arca más que usted, Tuf.

—Incorrecto. Necesito el Arca para practicar la profesión que he escogido y para ganarme la vida. Lo que su mundo precisa en estos momentos no es tanto la nave en sí como la ingeniería ecológica. Por dicha razón le ofrecí mis servicios y me encontré con que mi generosa oferta era despreciada y tildada de insuficiente.

—La utilidad —le interrumpió Tolly Mune—. Tenemos todo un maldito mundo lleno de brillantes científicos. Usted mismo admite que es sólo un comerciante. Podemos usar el Arca mejor que usted.

—Sus brillantes científicos son casi todos especialistas en física, química, cibernética y otros campos semejantes. S’uthlam no se encuentra particularmente avanzada en áreas como la biología, la gen ética o la ecología. Esto es algo que me parece doblemente obvio. Si poseyeran expertos, como parece usted afirmar, en primer lugar no les resultaría tan urgente la necesidad de poseer el Arca y, en segundo lugar, sus problemas ecológicos no habrían sido dejados de lado, como lo han sido hasta alcanzar las proporciones actuales, francamente ominosas. Por lo tanto, pongo en duda su afirmación en cuanto a que su pueblo sea capaz de utilizar la nave de modo más eficiente. Desde que he llegado a poseer el Arca, y durante todo mi viaje hasta aquí, no he parado de consagrarme al estudio y, por lo tanto, creo que puedo atreverme a sugerir que ahora soy el único ingeniero ecológico dotado de ciertas cualificaciones existentes en el espacio humano, excluyendo posiblemente a Prometeo.

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