George Martin - Los viajes de Tuf

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Haviland Tuf es un ser curioso: un mercader independiente de gran tamaño, obeso, calvo y con la piel blanca como el hueso. Es vegetariano, bebe montones de cerveza, come demasiado y le encantan los gatos. Y además es completa y absolutamente honesto. Tuf logra poseer una enorme nave espacial, el Arca, la única superviviente del antiguo Cuerpo de Ingeniería Ecológica de la Vieja Tierra. Al Arca es un artilugio desaparecido hace más de mil años, pero que revive gracias a Tuf y a sus gatos. A lo largo de los siete relatos que forman este libro, Tuf consigue la nave, la repara y resuelve un sinfín de problemas espaciales con la ayuda de la ingeniería ecológica, una profesión que él recupera y a la que añade la impronta de su personalidad, astucia e ironía.

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—Ciertamente —dijo él con voz impasible. Los camareros volvieron con nuevos platos. Esta vez se trataba de una bandeja repleta de carne que aún humeaba a causa del horno y había también disponibles cuatro clases de vegetales distintos. Haviland Tuf permitió que le llenaran el plato hasta rebosar de vainas picantes, raíz dulce y nueces de manteca. Luego, le pidió al camarero que cortara unas pequeñas tajadas de carne para Desorden. Tolly Mune se sirvió un grueso pedazo de carne que sumergió con una salsa marrón, pero, después del primer bocado, descubrió repentinamente que no tenía apetito y se dedicó a ver cómo Tuf iba engullendo el contenido de su plato.

—¿Y bien? —acabó diciéndole. —Quizá pueda prestarles un pequeño servicio en relación con su problema —dijo Tuf, mientras pinchaba expertamente con su tenedor un buen puñado de vainas.

—Puede prestarlo —dijo Tolly Mune—. Véndanos el Arca. Es la única solución existente, Tuf. Lo sé. Diga usted qué precio desea. Estoy apelando a su condenado sentido de la moral. Venda y salvará millones de vidas, puede que miles de millones. No solamente será rico, sino que también será un héroe. Diga esa palabra y bautizaremos nuestro maldito planeta con su nombre.

—Una idea interesante —dijo Tuf—. Sin embargo, ya pesar de mi vanidad, me temo que sobreestima grandemente las proezas del perdido Cuerpo de Ingeniería Ecológica. En todo caso el Arca no se encuentra en venta, tal y como ya le he informado. Pero, ¿Puedo arriesgarme quizás a sugerir una solución bastante obvia a sus dificultades? Si resulta eficaz me encantaría permitir que se bautizara una ciudad o un pequeño asteroide con mi nombre.

Tolly Mune rió y bebió un considerable trago de cerveza. Lo necesitaba.

—Adelante, Tuf. Dígalo. Dígame cuál es la solución obvia y fácil.

—Acuden a mi cerebro toda una plétora de términos —dijo Tuf—. El meollo del concepto es el control de la población, que puede ser conseguido mediante el control de los nacimientos por sistemas bioquímicos o mecánicos, la abstinencia sexual, el condicionamiento cultural o las prohibiciones legales. Los mecanismos pueden variar, pero el resultado final debe ser el mismo. Los s’uthlameses deben procrear menos.

—Imposible —dijo Tolly Mune. —En lo más mínimo —dijo Tuf—. Hay otros mundos mucho más antiguos y menos avanzados que S’uthlam y lo han conseguido.

—Eso no importa, ¡maldición! —dijo Tolly Mune. Hizo un gesto brusco con su jarra y un poco de cerveza cayó sobre la mesa, pero no le hizo caso—. No va a ganar ningún premio por su original idea, Tuf. La idea no resulta nueva ni mucho menos. De hecho tenemos una fracción política que lleva propugnándola desde hace… ¡diablos!, desde hace cientos de años. Les llamamos los ceros. Quieren reducir a cero la tasa de aumento de la curva de población. Yo diría que quizás un siete o un ocho por ciento de los ciudadanos les apoya.

—Es indudable que el hambre masiva aumentará el número de partidarios de su causa —observó Tuf, levantando su tenedor repleto de raíz dulce. Desorden lanzó un maullido aprobatorio.

—Para entonces ya será condenada mente tarde yeso lo sabe usted muy bien, ¡maldición! El problema es que nuestras ingentes masas de población no creen realmente que vaya a pasar todo eso, no importa lo que digan los políticos o las horribles predicciones que puedan oír en las noticias. Ya hemos oído todo eso antes, dicen, y que me cuelguen si no es cierto. La abuela y el abuelo oyeron predicciones similares sobre el hambre que se avecinaba, pero S’uthlam siempre ha podido evitar la catástrofe, hasta ahora. Los tecnócratas se han mantenido en la cima del poder durante siglos gracias a que han estado perpetuamente aplazando el día del derrumbe. Siempre encuentran una solución. La mayoría de los ciudadanos tienen absoluta confianza en que siempre encontrarán una solución.

—Las soluciones a que se refiere son, por naturaleza propia, meros aplazamientos —comentó Haviland Tuf—. Estoy seguro que de ello debe resultar obvio. La única solución verdadera es el control de la población.

—No nos comprende, Tuf. Las restricciones sobre los nacimientos son un anatema para la inmensa mayoría de los s’uthlameses. jamás conseguirá que un número realmente significativo de gente las acepte y, desde luego, no conseguirá que lo hagan sólo para evitar una maldita catástrofe irreal en la que, de todos modos, ninguno de ellos cree. Unos cuantos políticos excepcionalmente estúpidos e idealistas lo han intentado y se les hizo caer de la noche a la mañana, denunciándoles como personas inmorales y opuestas a la vida.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf—. Maestre de Puerto Mune, ¿es usted una mujer de fuertes convicciones religiosas?

Ella torció el gesto y bebió un poco más de cerveza. —¡Diablos, no! Supongo que soy agnóstica. No lo sé, no pienso demasiado en ello. Pero también pertenezco a los cero, aunque es algo que no admitiré nunca ahí abajo. Muchos hilado res son de los cero. En un sistema tan pequeño y cerrado como el Puerto, los efectos de una procreación incontrolada se harían muy pronto condenada mente aparentes y serían condenadamente terribles. Ahí abajo, ¡maldición!, la cosa no esta tan clara. y la Iglesia… ¿está familiarizado con la Iglesia de la Vida en Evolución?

—Tengo cierta familiaridad sucinta con sus preceptos —dijo Tuf—, aunque debo admitir que la he adquirido muy recientemente.

—S’uthlam fue colonizada por los ancianos de la Iglesia de la Vida en Evolución —dijo Tolly Mune—. Venían huyendo de la persecución religiosa en Tara y se les perseguía a causa de que procreaban tan condenada mente aprisa que estaban amenazando con apoderarse del planeta por su simple número, cosa que al resto de nativos no les gustaba ni pizca.

—Un sentimiento muy comprensible —dijo Tuf. —Eso fue lo mismo que terminó con el programa de colonización, lanzado por los expansionistas hace unos cuantos siglos. La Iglesia… bueno, su creencia básica es que el destino de la vida consciente es llenar todo el universo, que la vida es el bien definitivo y último. La antivida es el mal definitivo. La Iglesia cree que la vida y la antivida mantienen una especie de carrera entre sí. La Iglesia dice que debemos evolucionar a través de estados cada vez más elevados, en conciencia y genio, hasta llegar a una especie de eventual divinidad y que debemos conseguir tal divinidad a tiempo de evitar la muerte calórica del universo. Dado que la evolución trabaja mediante el mecanismo biológico de la procreación, lo que debemos hacer es procrear, expandiendo y enriqueciendo continuamente el estanque gen ético y llevando nuestra semilla hasta los astros. Restringir los nacimientos… si lo hacemos, quizás estuviéramos interfiriendo con el siguiente paso en la evolución humana, quizás estuviéramos abortando a un genio, a un protodiós, al portador de un cromosoma mutante que sería capaz de hacer ascender a la raza ese peldaño siguiente de la escalera, tan cargado de trascendencia.

—Creo haber comprendido lo esencial de su credo —dijo Tuf.

—Somos un pueblo libre, Tuf —dijo Tolly Mune—. Hay diversidad religiosa, libertad de culto y todo eso. Tenemos además Erikaners, Cristeros Viejos y Niño del Soñador. Tenemos bastiones de los Ángeles de Acero y comunas del Crisol, lo que se le ocurra. Pero más del ochenta por ciento de la población sigue perteneciendo a la Iglesia de la Vida en Evolución y sus creencias son más fuertes ahora que en ningún otro momento. Miran a su alrededor y ven los frutos obvios de las enseñanzas de la Iglesia. Cuando se tiene a miles de millones de personas se tiene a millones de genios y se tiene, además, el estímulo de una virulenta fertilización cruzada, de una competición salvaje en busca del progreso y de unas necesidades increíbles. Por lo tanto, ¡maldición!, es muy lógico que S’uthlam haya conseguido llevar a cabo avances tecnológicos casi milagrosos. Ven nuestras ciudades y el ascensor, ven a los visitantes que acuden de un centenar de mundos para estudiar aquí, ven cómo estamos eclipsando a todos nuestros vecinos. No ven una catástrofe y los líderes de la Iglesia no paran de repetir que todo irá estupendamente, ¡Por qué demonios van a permitir que a la gente se le impida procrear! —Le dio un fuerte golpe a la mesa y se volvió hacia un camarero—. ¡Tú! —le dijo secamente—. Más cerveza y rápido. —Luego se volvió hacia Tuf—. Por lo tanto, no me suelte esas ingenuas sugerencias. Las restricciones de nacimientos son impracticables dada nuestra situación. Es imposible. ¿Lo ha entendido, Tuf?

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