—Es un gatito, señora —dijo él—, y es muy amistoso. —Alzó la mano y rascó a Caos debajo de la mandíbula. Pido su ayuda en cierto asunto de escasa importancia. Dado que soy un desesperado esclavo de mi propia curiosidad y siempre ardo en deseos de aumentar mis magros conocimientos, me he estado entreteniendo últimamente en estudiar la historia de su planeta, así como sus costumbres, folklore, política, hábitos sociales, etcétera. Por supuesto, ya me he procurado los textos básicos al respecto, así como los servicios de datos populares, pero existe una información en particular que hasta ahora no he conseguido obtener. No dudo de que es una nadería presumiblemente fácil de encontrar, si hubiera tenido la sabiduría suficiente para saber dónde debía buscarla, pero sin embargo se encuentra inexplicablemente ausente de todas las referencias de datos que he comprobado hasta el momento. Persiguiendo este pequeño dato me he puesto en contacto con el Centro de Procesado Educacional S’uthlamés y la mayor biblioteca de su planeta y ambos me han indicado que acudiera a usted. Por lo tanto, aquí estoy.
El rostro de la Encargada había adoptado un aire reservado e indescifrable.
—Ya entiendo. Los bancos de datos de! consejo no se encuentran generalmente abiertos al público, pero quizá me sea posible hacer una excepción. ¿Qué anda buscando?
Tuf levantó el dedo. —Tal y como ya he dicho, se trata de una insignificante brizna de información, pero le quedaría enormemente agradecido si tuviera la bondad de responder a mi pregunta, apaciguando con ello el fuego de mi curiosidad. ¿Cuál es, con toda precisión, la población actual de S’uthlam?
El rostro de la mujer se hizo más frío y grave. —Esa información no es de libre acceso —dijo con voz inexpresiva y la pantalla quedó en blanco.
Haviland Tuf permaneció inmóvil durante unos segundos antes de llamar de nuevo al servicio de datos que había estado utilizando.
—Me interesa una descripción general de la religión en S’uthlam —le dijo al programa de búsqueda—, y en particular sobre las creencias y sistemas éticos de la Iglesia de la Vida en Evolución.
Unas cuantas horas después, Tuf estaba totalmente absorto en su texto, jugueteando distraídamente con Desorden, la cual se había despertado con hambre y ganas de pelea, cuando recibió una llamada de Tolly Mune. Guardó la información que había estado examinando e hizo aparecer su rostro en otra de las pantallas de la sala.
—Maestre de Puerto… —dijo. —He oído decir que intenta meter la nariz en los altos secretos planetarios, Tuf —dijo ella, sonriéndole.
—Le aseguro que no era ésa mi intención —replicó Tuf—, pero en cualquier caso soy un espía de muy poca efectividad, dado que mi intentona acabó en un absoluto fracaso.
—Cenemos juntos —dijo Tolly Mune—, y quizá pueda responderle a esa pregunta sin importancia.
—Ciertamente —dijo Haviland Tuf—. En tal caso, Maestre de Puerto, permítame que la invite a cenar en el Arca. Mi cocina, aunque no resulte excepcional, sí es mucho más sabrosa y abundante que el término medio disponible en su Puerto, puedo asegurarlo.
—Me temo que no puede ser —dijo Tolly Mune—. Tengo demasiadas malditas cosas que atender, Tuf, y no puedo abandonar mi sitio. De todos modos, no deje que le empiecen a rugir las tripas. Acaba de llegar un gran carguero de la Despensa, nuestros asteroides granja, que se encuentran a poca distancia de aquí, formados de tierra y condenadamente fértiles. La M.P. siempre tiene derecho de pernada sobre las calorías recién llegadas: ensalada de neohierba fresca, ¡amones de cerdo de túnel con salsa de azúcar cande, vainas picantes, pan de hongos, fruta con auténtica crema de cala. mar y cerveza —sonrió—. Cerveza importada.
—¿Pan de hongos? —dijo Haviland Tuf—. No consumo carne animal, pero el resto de su menú me ha parecido altamente atractivo. Me alegrará sumamente aceptar su amable invitación. Si tiene la bondad de disponer de un muelle para mi llegada, me desplazaré hasta ahí en la Mantícora.
—Use el cuatro —dijo ella—. Está muy cerca de la Casa de la Araña. ¿Ése es Caos o Desorden?
—Desorden —replicó Tuf—. Caos ha partido para entregarse a sus misteriosas ocupaciones, tal y como suelen hacer los gatos.
—Nunca he visto un animal vivo —dijo Tolly Mune con cierta animación.
—Entonces, traeré a Desorden conmigo para contribuir de esta manera a su ilustración.
—Hasta pronto —y Tolly Mune cerró la comunicación.
Cenaron con un cuarto de gravedad. La Sala de Cristal estaba pegada a la Casa de la Araña y su parte exterior era una cúpula de plastiacero transparente como un cristal. Más allá de las invisibles paredes de la cúpula, les rodeaba la negra claridad del espacio con sus fríos y limpios campos de estrellas y el intrincado dibujo de la telaraña. Debajo estaba el exterior rocoso de la estación con los tubos de transporte que se entrelazaban de un lado a otro de la superficie, las redondas hinchazones de los habitáculos que se aferraban al punto de conexión, los minaretes tallados y las brillantes flechas de las torres de los hoteles clase estelar que se alzaban hacia la fría oscuridad. justo por encima de ellos se cernía el inmenso globo del planeta S’uthlam, de un azul pálido con zonas marrones en las que giraban las nubes. El ascensor se lanzaba hacia él como un proyectil, cada vez más arriba, hasta que el gigantesco tubo se convertía en una delgada hebra reluciente que terminaba por perderse de vista. Las perspectivas del paisaje eran asombrosas y en algunos momentos podían resultar incluso inquietantes.
La estancia solía utilizarse sólo para ocasiones de importancia y la última había sido hacía tres años, cuando Josen Rael había subido al Puerto para atender a un dignatario en visita oficial. Pero Tolly Mune estaba decidida a todo. La comida había sido preparada por un chef de un crucero de lujo de la Transcorp, que había tomado prestado durante una noche; la cerveza se la había proporcionado un comerciante que iba al Mundo de Henry; la vajilla era una valiosa antigüedad procedente del Museo de Historia Planetaria; la gran mesa de ébano de fuego, una reluciente madera negra cruzada por vetas escarlatas, bastaba para acoger a doce comensales, y del servicio se encargaba una tan silenciosa como discreta falange de camareros vestidos con librea oro y negro.
Tuf entró con su gato en brazos, examinó el esplendor de la mesa y luego alzó la mirada hacia las estrellas y la telaraña.
—Se puede ver el Arca —le dijo a Tolly Mune—. Está ahí, ese punto brillante de la telaraña, arriba a la izquierda.
Tuf miró donde le indicaba. —¿Se trata de un efecto conseguido mediante proyección tridimensional? —preguntó acariciando al gato.
—No, diablos. Esto es totalmente real, Tuf. —Sonrió. No se preocupe, está a salvo. Ese plastiacero tiene tres capas de grosor y no es probable que se nos caigan encima ni el planeta ni el ascensor y la posibilidades de que nos acierte un meteoro son astronómicamente bajas.
—Percibo una gran cantidad de tráfico —dijo Haviland Tuf—. ¿Cuáles son las posibilidades de que la cúpula sea golpeada por un turista pilotando un trineo de vacío alquilado, algún trazador de circuitos perdido o un anillo de pulsación quemado?
—Más elevadas —admitió Tolly Mune—. Pero si ocurriera eso, todas las compuertas quedarían selladas automáticamente, sonarían alarmas y se abriría un refugio de emergencia. Es obligatorio en toda construcción cercana al vacío. Son reglas del Puerto. Por lo tanto y en el improbable caso de que eso suceda, tendremos dermotrajes, aparatos respiratorios e incluso una antorcha láser por si queremos intentar arreglar el daño antes de que las cuadrillas lleguen aquí. Pero sólo ha ocurrido dos o tres veces en todos los años de existencia del Puerto, así que disfrute del paisaje y no se ponga demasiado nervioso.
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