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Algis Budrys: El laberinto de la Luna

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Algis Budrys El laberinto de la Luna

El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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—Enciéndelo. —Una ceja oscura y arqueada se dirigió a Hawks. Su amplia boca sonrió—. Le llamaré Ed. —Sus ojos continuaron inexpresivos y tranquilos.

Detrás de ella, Connington se secó los labios con el dorso de la mano, los cerró con fuerza sobre el filtro y encendió el cigarrillo con el mechero del rubí. El filtro del cigarrillo era de color rojo, con el fin de ocultar las manchas de carmín. Aspiró, lo puso entre los dos dedos extendidos de ella y se guardó el paquete en el bolsillo.

—Puede hacerlo —le dijo Hawks a Claire Pack, alzando ligeramente los labios—. Yo la llamaré Claire.

Ella volvió a enarcar una ceja mientras le daba una calada al cigarrillo.

—Muy bien.

Connington miró por encima del hombro de Claire. Tenía los ojos lacrimosamente amargos. Sin embargo, también mostraban algo más. En su voz casi había un tono divertido cuando comentó:

—Hoy sólo hay manipuladores, doctor. Y todos avanzan en direcciones distintas. Una compañía muy rápida. No baje la guardia.

—Lo intentaré —repuso Hawks.

—No creo que Ed parezca muy blando, Connie —intervino Claire, contemplando a Hawks.

Hawks no comentó nada. El hombre de la piscina había dejado de nadar y agitaba el agua con las manos. Sólo su cabeza sobresalía de la superficie; un cabello rubio como la arena descendía desde la coronilla de su cráneo pequeño y redondo. Le sobresalían los pómulos. La nariz era fina como una daga y tenía un bigote bien recortado. A esa distancia, mientras el sol se reflejaba en ondas sobre su cara, los ojos resultaban inescrutables.

—Es así como está orquestada la vida —le musitaba Connington a Claire con despecho, ajeno al hecho de que Barker les estaba observando—. Agradable y científica. Todo se equilibra. Nada se desperdicia. Nadie le roba una marca al doctor Hawks.

—El señor Connington me ha visto personalmente por primera vez esta tarde —señaló Hawks.

Claire Pack se rió con un sonido brillantemente metálico.

—¿La gente suele ofrecerle algo de beber, Ed?

—Creo que eso tampoco funcionará, Claire —gruñó Connington.

—Cállate —ordenó ella—. ¿Bien, Ed? —Alzó levemente el termo, que parecía estar casi vacío—. ¿Whisky y soda?

—Gracias, sí. ¿Se sentirá el señor Barker más cómodo al salir de la piscina si yo me doy la vuelta mientras él se coloca la pierna?

—Nunca es tan descarada después de que ha causado su primera impresión. Vigílela —aconsejó Connington.

Ella echó la cabeza hacia atrás y volvió a reír.

—Saldrá cuando se encuentre bien y dispuesto. Puede que hasta le gustara que yo vendiera entradas para el acontecimiento. No se preocupe por Al, Ed. —Desenroscó la tapa del termo, extrajo el tapón y sirvió un trago en la tapa de plástico—. Aquí no tengo otras copas ni hielo, Ed. Sin embargo, está bastante frío. ¿Le parece bien?

—Perfecto, Claire —aceptó Hawks. Cogió la tapa y bebió de ella—. Muy bueno.

Sostuvo la taza en las manos y aguardó a que ella rellenara su copa.

—¿A mí no me ofreces una? —preguntó Connington. Contemplaba el leve agitar del cabello en la nuca de Claire; sus ojos parecían sombríos.

—Ve a buscar una copa a la casa —repuso ella. Se inclinó hacia delante, entrechocó el lado de su vaso contra la taza de Hawks—. Por la vida bien equilibrada.

Hawks sonrió fugazmente y bebió. Ella alargó el brazo y posó la mano en el tobillo de él.

—¿Vive cerca de aquí, Ed?

—Le provocará y penetrará en su interior —anunció Connington—; luego le masticará y le escupirá, Hawks. Déle una oportunidad, y lo podrá comprobar. Es la perra más grande de dos continentes. Sin embargo, es comprensible que Barker tenga a alguien como ella a su lado.

Claire giró la cabeza y los hombros y, por primera vez, miró directamente a Connington.

—¿Estás tratando de provocarme, Connie? —preguntó con voz suave.

Hubo un destello en el rostro de Connington. Pero se limitó a decir:

—El doctor Hawks ha venido por trabajo, Claire.

Hawks miró con curiosidad a Connington por encima del borde de su taza. Durante un momento, sus ojos negros mostraron un destello de intensidad; luego, pensativo, se posaron en Claire.

—Todo el mundo, en todos lados, está por alguna cuestión de negocios —le contestó Claire a Connington—. Todo el mundo que merezca la pena. Todo el mundo tiene algo que desea; algo más importante que el resto. ¿No es verdad, Connie? Ahora, ocúpate de tus asuntos, que yo me ocuparé de los míos. —Su mirada volvió a Hawks, cogiéndole desprevenido. Sus ojos, momentáneamente, atraparon los de él—. Estoy segura de que Ed puede encargarse de los suyos —añadió.

Connington se ruborizó, torció la boca como si fuera a replicar algo, se volvió rápidamente y se alejó por la hierba. En un relámpago de breve expresión, Claire Pack sonrió enigmáticamente para sí misma.

Hawks bebió su taza.

—Ha dejado de miramos. Ya puede quitar la mano de mi tobillo.

Ella sonrió con gesto soñoliento.

—¿Connie? Le atormento para complacerle. No ha dejado de venir aquí desde que nos conoció a Al y a mí. Lo que ocurre… es que no puede venir solo, ¿lo entiende? Debido a la curva tan pronunciada que hay en el camino. No tendría problemas si dejara de conducir esos coches enormes; o podría traer a una mujer para que le guiara. Sin embargo, jamás viene con una mujer, y tampoco deja esos coches o esas botas. Casi siempre se hace acompañar por un hombre distinto. —Sonrió—. Él lo pide, ¿no lo comprende? Lo desea.

¿ Usted mastica y escupe a esos hombres que él trae? —preguntó Hawks.

Claire echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—Hay toda clase de hombres, y los únicos que valen la pena para cualquiera son aquellos a los que no puedo destrozar la primera vez.

—¿Es que existen otras ocasiones después de la primera? ¿Nunca se detiene? Y no me refería a que fuera Connington el que nos observara. Hablaba de Barker. Está saliendo de la piscina. ¿Colocó usted deliberadamente ahí la pierna ortopédica de modo que él tuviera que arrastrarse para cogerla? ¿Sólo porque sabía que vendría otro hombre y tenía que demostrarle lo feroz que era usted? ¿O es para provocar a Barker?

Por un instante, la piel en tomo de los labios de ella pareció arrugada y esponjosa. Luego replicó:

—¿Siente la curiosidad de averiguar cuánto hay de farol en ello? —De nuevo tenía el control total de sí misma.

—No creo que nada sea un farol. Sin embargo, no la conozco lo suficiente como para tener la certeza —respondió Hawks con suavidad.

—Y yo tampoco le conozco todavía lo suficiente a usted, Ed.

Durante un momento, Hawks guardó silencio.

—¿Es usted una vieja amiga del señor Barker? —preguntó por fin.

Claire Pack asintió. Le sonrió desafiante.

Hawks asintió también, echando a un lado la cuestión.

—Connington estaba en lo cierto.

Barker tenía brazos largos y un estómago liso y velludo, y llevaba un bañador de punto de color azul marino, sin suspensorios, al estilo europeo. Era un hombre delgado y fibroso.

—¿Cómo está usted? —saludó con voz tensa y contenida mientras atravesaba con paso enérgico la hierba. Cogió el termo y bebió directamente de él, echando la cabeza hacia atrás y alzándolo. Chasqueó la lengua con gran placer, arrojó el termo al lado de Claire, se secó los labios y se sentó—. ¡Bien! —exclamó—. ¿De qué va todo esto?

—Al, éste es el doctor Hawks —repuso Claire pausadamente—. No es médico. Trabaja en la Continental Electronics. Desea hablar contigo. Le ha traído Connie.

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