Algis Budrys - El laberinto de la Luna

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El laberinto de la Luna: краткое содержание, описание и аннотация

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El científico Ed Hawks ha creado el transmisor de materia, una máquina increíblemente poderosa que puede enviar a un hombre a la Luna al tiempo que crea un duplicado suyo aquí en la Tierra. Pero todos los voluntarios que son enviados a la Luna mueren unos pocos minutos más tarde en el laberinto alienígena que ha sido descubierto allí, mientras que sus duplicados terrestres, unidos tlepáticamente a ellos, se ven sumidos en la locura. Hasta que aparece Al Barker, un aventurero que ha pasado toda su vida desafiando a la muerte, y que ahora está dispuesto a desentrañar definitivamente ese desafío alienígena…

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El rostro de Latourette enrojeció.

—¡Vamos, Ed! Lo único que le hace falta al programa del transmisor es tener una mancha negra como ésta para que incluso la compañía lo deje. Lo reanudarán alguna vez, pero no de inmediato…, y sin ti. Lo sabes. Te alejarán y cerrarán esto hasta que se enfríe un poco. Ellos…

—Lo sé —corroboró Hawks—. Estoy demasiado impregnado por el olor a muerte. —Miró a su alrededor—. Sin embargo, no lo harán si mañana Barkernos da resultado. «El éxito lo tapa todo». Chaucer. Fuera de contexto. —Su rostro se convulsionó en una sonrisa torcida—. El nivel de cultura en este sitio está aumentando. —Movió los hombros, con el rostro aún deformado, como el de un niño poseído por una frustración insoportable que buscara el cuarto de juegos. Con voz muy tenue, exclamó—: ¡Sam, qué complicada y terrible es la mente humana!

Con la cabeza baja, empezó a caminar cruzando el suelo del laboratorio.

Latourette arañó torpemente el aire.

—¡No puedes emplear a Barker! ¡No te puedes permitir el lujo de verte involucrado con alguien tan salvaje e impredecible como él! Ed, no funcionará…, será demasiado.

Hawks se detuvo en seco, con las manos en los bolsillos y los ojos cerrados.

—¿No crees que funcione?

—¡Escucha, si tenemos que aguantarle día tras día, empeorará con el tiempo!

—Así que piensas que sí dará resultado. —Hawks se volvió y contempló a Latourette—. Temes que funcione.

Latourette mostraba una expresión asustada.

—Ed, no posee la suficiente delicadeza como para no hurgar en cada punto sensible que encuentre en ti. Y tú no eres la clase de hombre que le ignore. Empeorará progresivamente, y tú…

—Tú lo has dicho, Sam —comentó con suavidad Hawks.

Al cabo de un momento, envió a Latourette de regreso al transmisor, y una vez más emprendió la marcha a través del laboratorio en dirección a Barker.

Hawks se quedó contemplando cómo le colocaban de nuevo la pierna a Barker. Unos bultos de aluminio habían sido soldados al material del color de la carne.

—Barker —llamó finalmente, alzando los ojos a la cara del hombre.

—¿Sí, doctor?

—El tiempo nos acucia. Le agradecería que fuera ahora a que nuestro médico le hiciera un chequeo. Mientras tanto, todos los hombres que puedan ser relevados tomarán su almuerzo.

—Doctor, sabe muy bien que hace una semana me hicieron un chequeo para el seguro.

—Hace una semana —repitió Hawks, mirando el suelo—, no es hoy. Dígale al doctor Holiday que le pido que sea todo lo rápido que pueda sin dejar de ser exhaustivo. Intente regresar aquí tan pronto como haya acabado. —Dio media vuelta—. Yo volveré en media hora.

Hawks esperó a solas en la antesala del despacho de Benton Cobey, contemplando pacientemente sus zapatos, durante veinte minutos. Finalmente, la secretaria le comunicó que podía pasar.

Cruzó la mullida alfombra, golpeó una vez en la lisa lámina de madera de caoba de la puerta de Cobey, la abrió y entró.

El presidente de la Continental estaba sentado detrás de un escritorio de madera de teca que brillaba con el barniz oscuro de su acabado a mano, casi tan negro como el carbón bituminoso. Cobey era un hombre pequeño, de aspecto agresivo, con una barbilla huidiza y un cráneo estrecho tan liso como un huevo. Su intenso bronceado tenía el toque de una lámpara de cuarzo, y los labios mostraban una ligera coloración azul debido a los primeros indicios de cianosis. El rostro dejaba ver la ligera crispación de una úlcera.

—Muy bien, Ed —comenzó sin preámbulos—. ¿De qué se trata?

Hawks tomó uno de los demasiado confortables sillones que había delante del escritorio y se sentó, arreglándose las rayas del pantalón.

—¿Hay de nuevo algo que funcione mal en el laboratorio? —inquirió Cobey.

—Se trata de un problema de personal —contestó Hawks, mirando por encima del hombro izquierdo de Cobey—. Y yo he de regresar al laboratorio a la una en punto.

—Háblalo con Connington.

—No sé si hoy ha venido. En cualquier caso, no es de su competencia. Lo que deseo es hacer que Ted Gersten sea mi ayudante en jefe. Está cualificado para ello; ha sido el segundo de Sam Latourette durante un año y medio. Puede realizar el trabajo de Sam. Sin embargo, necesito tu autorización para que comience mañana. Tenemos preparada una nueva emisión para entonces: las condiciones astronómicas ya han traspasado las condiciones óptimas; deseo que este mes realicemos todas las transmisiones posibles, y quiero que en ese momento Sam ya se encuentre al margen.

Su mano derecha, de forma inconsciente, se había dirigido al extremo de su corbata. Cogió la punta entre los dedos índice y corazón y empezó a jugar con la tela bajo el pulgar.

Cobey se reclinó en su asiento y entrelazó las manos. Sus nudillos adquirieron unas manchas rojizas.

—Seis meses atrás —dijo en voz baja—, cuando quise que enviaran a Latourette a casa, tú te inventaste esa historia de que lo necesitabas para que te ayudara a preparar el amplificador o algo así.

Hawks respiró hondo.

—La Hughes Aircraft requiere un ingeniero de proyectos para un programa de investigación de corta duración para la Marina. Frank Waxted quiere que Sam esté al frente, siempre que pueda disponer de él. No tendrá dificultades para conseguirle el visto bueno provisional del departamento de personal.

Cobey se adelantó en su asiento.

—Waxted no te llamaría para hablarte de Sam si ya no tuviera la idea de que podía hacerse con sus servicios. Mira, Hawks —comentó Cobey—, te acepto un montón de cosas…, incluso más de lo que la Marina me obliga a tragar. No te engañes: si no respetara tu cerebro, tendría tu pellejo en el momento que lo quisiera, y rompería el contrato; yo aún seguiría aquí, lo mismo que la compañía, cuando todo este asunto de la Luna estuviera acabado y olvidado.

»¡No vayas merodeando a mi espalda! ¡No me hables de llamadas de Waxted cuando apostaría dólares contra centavos a que él aún no tiene ni idea del tema! Te lo advierto, Hawks.

—Estoy aquí —repuso Hawks—. Te estoy diciendo lo que deseo. He arreglado la situación de forma que sólo tengas que tomar una decisión de sí o no.

—Siempre he afirmado que realizas buenos trabajos. ¿De qué va esto, Hawks? ¿Por qué deseas ver fuera de tus manos a Latourette? —Los ojos de Cobey se entrecerraron—. Latourette ha sido tu sombra desde el momento en que llegó aquí. Si quiero que alguien me dé una conferencia de diez minutos sobre la marcha de la electrónica moderna, le pregunto a Latourette cómo te has sentido tú últimamente. ¿Qué sucede, Hawks…, tú y Sam os habéis peleado?

Hawks aún no había mirado a Cobey a los ojos desde el momento en que entrara en el despacho.

—Las relaciones entre la gente es algo bastante complejo. —Hawks habló lenta y meticulosamente, como si anticipara un bloqueo en la garganta—. La gente pierde el control de sus emociones. Cuanto más inteligentes son, más sutilmente lo hacen. Los hombres inteligentes se enorgullecen del control que ejercen sobre sí mismos. Llegan hasta extremos muy elaborados para ocultar sus impulsos: no del mundo, no son hipócritas…, de sí mismos. Encuentran bases racionales para sus actos emocionales, y presentan excusas lógicas para el desastre. Un hombre puede iniciar toda una serie de errores y llegar hasta el borde del abismo, y caer en él sin darse cuenta.

—Lo que quieres dar a entender es que tienes una especie de conflicto con Latourette. Él quiere hacer una cosa y tú deseas otra.

Hawks continuó de forma evasiva.

—La gente sometida a una tensión emocional siempre recurre a la violencia. La violencia no tiene por qué ser empuñar una pistola; puede tratarse de una equivocación de un lápiz en un gráfico, o una decisión menor que arruine todo un programa. Ningún supervisor está capacitado para controlar a sus ayudantes todo el tiempo. Si pudiera hacerlo, no le haría falta ninguna ayuda en el trabajo. Mientras Latourette permanezca en su puesto, no sentiré que poseo el control de todo.

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