El rostro de Hawks exhibió una mueca.
—Yo también he leído algún que otro libro —dijo con calma, y dio media vuelta—. Póngase la identificación y venga conmigo.
Barker la cogió del guardia, que la sostenía con gesto paciente, y se la prendió al bolsillo de la camisa.
—Y, gracias, Tom —dijo por encima del hombro, acoplándose al paso de Hawks—. Claire no quería que viniera —comentó, al tiempo que ladeaba la cabeza para mirar de forma expresiva a Hawks—. Tiene miedo.
—¿De lo que yo pueda hacerle a usted o de lo que pueda ocurrirle a ella por el resultado? —inquirió Hawks, sin apartar los ojos de los edificios.
—No lo sé, doctor. —Había recelo en la tensión de Barker—. Sin embargo —añadió despacio, con voz dura y precisa—, yo soy el único otro hombre que ha llegado a asustarla.
Hawks guardó silencio. Prosiguió su camino de regreso al laboratorio; al cabo de un rato, Barker volvió a sonreír, breve y astutamente, y siguió con los ojos fijos sólo en el lugar hacia donde le llevaban sus pies.
Los escalones que bajaban al laboratorio desde la planta baja, donde se detenían los ascensores, estaban recubiertos de láminas de acero antideslizante. La pintura verde que recubría las láminas aparecía en buen estado en los bordes, y había desaparecido en la superficie donde habían sido embutidos los rombos antideslizantes. Más cerca del centro, los rombos se veían desgastados en los bordes que corrían en ángulo paralelo. En el mismo centro, una serie de soldaduras eléctricas habían sido superpuestas a mano sobre el liso y usado metal. Las pisadas de Hawks y de Barker resonaron de forma indistinta en la escalera de color gris de la marina.
—Arrastra a sus víctimas arriba y abajo en largas hileras encadenadas, ¿verdad? —comentó Barker.
—Me alegra descubrir que ha encontrado otro tema de conversación —respondió Hawks.
—Apuesto que han sido muchos los gritos agonizantes que han recorrido este túnel. ¿Qué hay más allá de esas puertas? ¿La cámara de tortura?
—El laboratorio. —Mantuvo abierta la puerta basculante—. Entre.
—Será un placer.
Barker irguió los hombros en perfecta simetría, se pasó la chaqueta doblada a la espalda y entró delante de Hawks. Dio unos cuantos pasos por el corredor principal que había entre las vitrinas que contenían los reguladores de voltaje instalados en serie y se llevó las manos a los bolsillos, deteniéndose para echar un vistazo. Hawks se paró a su lado.
Todas las luces de trabajo estaban activadas. Barker giró lentamente el torso y observó las galerías de equipo de modulación de señales y a los ayudantes efectuar chequeos de comprobación de los componentes.
—Están ocupados —dijo, mirando a los hombres de batas blancas que consultaban las hojas de comprobación que llevaban en sus manos, activando interruptores, dando entrada a los generadores de señales de los anaqueles de servicio que había encima de cada galería, desactivando, reajustando, volviendo a hacer pruebas. Su mirada se posó sobre los estantes más cercanos de una serie acoplada de amplificadores diferenciales que había en el suelo del laboratorio—. Un montón de cableado. Me gusta eso. Las maravillas de la ciencia. Ese tipo de cosas.
—Forma parte de un hombre —explicó Hawks.
—¿Oh? —Barker enarcó una ceja. Sus ojos mostraban un destello burlón—. Enchufes, cables y pequeños artefactos de cerámica —desafió.
—Ya se lo dije —indicó Hawks con calma—. No tiene que intentar sonsacarnos información. Nosotros se la brindaremos. Eso forma parte de un hombre. El amplificador que hay al lado está pensado para que sea otra parte.
»Todo ese banco de amplificadores contiene la descripción electrónica exacta de un hombre: su estructura física, hasta la última partícula en movimiento del último átomo en la última molécula de la última célula que haya en la uña del dedo meñique del pie. Conoce, por lo tanto, el tiempo y el volumen de su reacción nerviosa, el alcance y la naturaleza de sus reflejos, la capacidad eléctrica de cada célula de su cerebro. Sabe todo lo que tiene que saber, de modo que pueda transmitirle a otra máquina la forma de construir un hombre.
»Da la casualidad de que es un hombre llamado Sam Latourette; sin embargo, podría ser cualquiera. Es nuestro hombre estándar. Cuando el escáner del transmisor de materia le convierta en una serie de flujos de electrones similar, la información sera transmitida a una cinta que es almacenada. También viene hasta aquí, para que podamos cotejar las diferencias entre usted y el modelo estándar. Ello nos brinda una doble comprobación cuando necesitamos una señal de modulación precisa. Es lo que vamos a hacer hoy. Tomaremos nuestra exploración inicial, de modo que tengamos una cinta de control y una lectura diferencial que podamos emplear en nuestra transmisión de mañana.
—¿Transmisión de qué?
—De usted.
—¿Adonde?
—Ya se lo he dicho. A la Luna.
—¿Así de sencillo? ¿Sin cohetes, sin cuenta atrás? ¿Sólo un montón de tubos chisporroteando, y adelante ? Ya estoy en la Luna, como si fuera una radiofoto tridimensional. —Barker sonrió—. ¿No es grande la ciencia?
Hawks le miró inexpresivamente.
—Aquí no estamos librando ninguna contienda en la que deba probar su hombría, Barker. Realizamos un trabajo. No hace falta que mantenga su guardia en alto todo el tiempo.
—¿Reconocería una contienda si viera alguna, doctor?
Sam Latourette, que se les había acercado por detrás, gruñó:
—¡Cállese, Barker!
Barker se volvió con aire indiferente.
—Por Dios, hombre, no me he comido a su hijo.
—Está bien, Sam —intervino Hawks con paciencia—. Al Barker, éste es Sam Latourette. El doctor Samuel Latourette.
Barker dirigió la vista hacia los amplificadores y volvió a mirarle.
—Ya nos hemos conocido —le dijo a Latourette, tendiendo la mano.
—No resulta muy gracioso, Barker.
Barker bajó la mano.
—No soy un comediante de profesión. ¿Qué es usted…, la directora del internado?
—He estado leyendo el dossier que Personal ha enviado de usted —comentó Latourette con pesada persistencia—. Quería comprobar cuáles eran las posibilidades de que nos resultara de alguna ayuda aquí. Y también quiero que recuerde una cosa. —Latourette bajó la cabeza hasta que tuvo el cuello enterrado entre sus enormes hombros, y su rostro se vio ampliado por hileras paralelas de carne amarillenta que surgieron en densos pliegues a lo largo de las líneas de su mandíbula—. Cuando usted habla con el doctor Hawks, lo está haciendo con el único hombre en el mundo que pudo haber construido esto. —Abarcó con el gesto las galerías, las pasarelas, el banco de amplificadores y el inmenso transmisor de la pared más lejana—. Está hablándole a un hombre cuyo cerebro se encuentra tan alejado de la confusión, de lo que usted y yo pensamos como un error humano normal, como usted lo está de un chimpancé. Usted no se halla capacitado para juzgar su trabajo o hacer comentarios punzantes al respecto. Su pequeña personalidad retorcida no está a la altura de la preocupación de él. A usted se le ha contratado para que realice un trabajo aquí, igual que a todos nosotros. Si no puede llevarlo a cabo sin causarle más problemas de los que usted vale, largúese…, no añada más peso a su carga. Ya tiene más que suficiente. —Latourette miró con ojos intensos a Hawks—. Más que suficiente. —Adelantó los hombros. Sus brazos colgaban sueltos y alertas—. ¿Lo ha entendido?
La expresión de Barker fue atenta y fría mientras observaba a Latourette. Su peso se había apartado casi por completo de su pierna ortopédica; no obstante, no se apreciaba ninguna otra señal de tensión en él. Mantenía una calma mortal.
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