—¿Todo listo? —dijo bruscamente la voz de Richard en su oreja izquierda, y ella tanteó a ciegas en busca de su brazo—. ¿Seguro que quieres hacer esto? —preguntó Richard, preocupado, y la ansiedad de su voz hizo que la de Joanna se desvaneciera por completo.
—Estoy segura —dijo, y sonrió en lo que esperaba fuese su dirección—. Estoy decidida a resolver el misterio del zumbido o el timbrazo de una vez por todas.
—Muy bien. Tal vez no veas gran cosa. A veces hacen falta un par de intentos para conseguir la dosis adecuada.
—Lo sé.
—¿Estás segura de lo que vas a hacer?
—Estoy segura —dijo ella, y era verdad—. Empecemos. Le soltó el brazo.
—Muy bien —dijo él, y alguien (¿Richard?, ¿Tish?) le colocó los auriculares. Joanna se relajó con el silencio del ruido blanco y la oscuridad, esperando a que el sedante hiciera efecto. Inhaló profundamente. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. “No está funcionando”, pensó, y oyó un sonido.
“Tish no me ha puesto bien los auriculares”, pensó.
—Richard —empezó a decir, y advirtió que no estaba en el laboratorio. Estaba en un espacio estrecho. Notaba las paredes a cada lado. “Un ataúd”, pensó, pero era demasiado ancho, y estaba de pie. Miró su cuerpo, pero no pudo ver nada, el lugar estaba completamente oscuro. Alzó la mano delante de la cara, pero tampoco pudo verla, ni sentir el movimiento de su brazo.
“No puedo ver a causa del antifaz”, pensó, y trató de quitárselo, pero no lo llevaba puesto. Llevaba sus gafas. Se palpó la frente. No había electrodos en su cabeza, ni auriculares. Se palpó el brazo. No había ninguna intravenosa.
“Estoy en la ECM —pensó—, en el túnel”, pero eso tampoco era cierto. No era un túnel. Era un pasillo. “¿Puedes ser más específica?”, se preguntó en silencio, y miró a su alrededor en la oscuridad.
“Es estrecho”, pensó, sin tener ni idea de por qué lo sabía. O de por qué sabía que había paredes a cada lado, que no las había delante o detrás y que el techo era bajo. Miró hacia el techo invisible, deseando que sus ojos se acostumbraran, pero la oscuridad continuó siendo absoluta. ¿Y cómo sabía que no era el techo de un túnel?
Miró al suelo, que tampoco pudo ver, y tanteó con el pie.
El suelo (si era un suelo) parecía duro y liso, como de losa o madera, pero su pie no produjo ningún sonido.
“Tal vez voy descalza —pensó. Paul McCartney iba descalzo en la cubierta de aquel álbum de Los Beatles, y por eso se sabía que había muerto. Pero Joanna no pudo sentir el suelo contra su piel, como habría notado de haber estado descalza—. Tal vez no tengo pies. O tal vez no puedo oír.” Sus pacientes hablaban de que el Ángel de Luz les hablaba, “pero con pensamientos, no con palabras”. Tal vez la ECM era sólo visual.
Pero recordó haber oído un sonido al llegar. Volvió la cabeza tratando de recordarlo. Había sido un sonido fuerte. Lo había oído claramente después de llegar. ¿O al atravesar? No, estaba en el laboratorio, y luego, bruscamente, allí.
Mientras pensaba en ello, tuvo la súbita sensación de que sabía dónde era “allí”, que era algún lugar familiar. No, ésa era la palabra equivocada. Algún lugar que reconocía, aunque el pasillo estuviera completamente oscuro.
“Es un lugar, un lugar real. Sé dónde está.” Y la luz apareció en el pasillo delante de ella. Se volvió a mirarla. Llenaba el corredor, cegadoramente brillante. Ahora vería dónde estaba, pero la luz era demasiado resplandeciente. Era como tratar de mirar directamente a unos faros. No se veía nada.
Faros. “¿Y si la luz al final del túnel resulta ser un tren que viene de frente?”, había dicho Vielle. Joanna miró instintivamente a sus pies, buscando raíles, pero la luz procedía de todas direcciones, y el resplandor era tan intenso desde abajo como desde delante, tan brillante que tuvo que cerrar los ojos para evitar el dolor que provocaba aquel brillo.
No era extraño que sus sujetos entornaran los ojos. Era como si alguien encendiera una luz en mitad de la noche, o te apuntara con una linterna a la cara. Pero tampoco eso, porque la luz era dorada.
Sus pacientes decían también eso (“era dorada”) y cuando ella preguntaba “¿no era blanca?”, contestaban, irritados: “No, era blanca y dorada.” Ahora sabía lo que querían decir. La luz era blanca, pero no el blanco verdoso de una luz fluorescente ni el blanco azulado de una luz de arco. Tenía un tono dorado, como una vela, sólo que mucho, mucho más brillante.
Alzó una mano para protegerse los ojos. La luz, aunque estaba por todas partes, procedía del fondo del pasillo. “Donde alguien abría una puerta —se dijo—. La luz viene de fuera, de más allá de la puerta.”
Empezó a caminar hacia el final del pasillo, entornando los ojos y, mientras caminaba, la luz pareció disminuir un poco. No, no era eso, el brillo era igual, pero ahora casi podía distinguir una figura recortada en la luz. Una figura de blanco.
“El Ángel de Luz del señor Mandrake”, pensó, caminando hacia ella; pero la figura no adquirió nitidez. No estaba segura de que fuera realmente una figura, ni de que fuera solamente un efecto de la luz.
Entornó los ojos, tratando de ver, y regresó al laboratorio.
—Lo hice —dijo, pero no se oyó ningún sonido, y pensó: “Debo de estar en el estado no-REM”, y se quedó dormida.
Despertó al oír que Richard la llamaba desde muy lejos. Eso era lo que quiso decir Greg Menotti con “demasiado lejos”, comprendió. “Todavía debo de estar cerca de donde fue la ECM.”
—¿Joanna? —dijo Richard, mucho más cerca, y ella abrió los ojos. Richard estaba inclinado sobre ella y Joanna pensó que Vielle tenía razón, que sí que era guapo, y se volvió a quedar dormida.
—Está despierta —dijo Tish—. ¿Dejo de grabar? Estaba sujetando la grabadora, y Joanna pensó: “Oh, Dios, espero no haber dicho en voz alta que es guapo.”
—¿He dicho algo?—preguntó. Richard se inclinó sobre ella, sonriendo.
—No creerás lo que has dicho. “Oh, no”, pensó Joanna.
—¿Qué?
—dijo: “Estaba oscuro” —intervino Tish.
—Como todos los demás —dijo Richard.
—Estaba oscuro —dijo Joanna, tratando de sentarse—. Negro como boca de lobo, como en una cueva, sólo que no era una cueva, ni un túnel. Era un pasillo.
—No te sientes —dijo Richard—, y no intentes hablar hasta que pase el efecto del sedante. Joanna se tumbó.
—No, quiero describirlo antes de que se me olvide. ¿Está funcionando la grabadora? —le preguntó a Tish.
—Está en marcha —dijo Tish, entregándosela a Richard. Él se la acercó a la boca.
—Estaba en el laboratorio, y entonces aparecí en un pasillo.
—¿Nada intermedio? —preguntó Richard—. ¿Ninguna sensación de abandonar el cuerpo o de flotar sobre él?
—No hay que darle pistas al sujeto —le reprochó Joanna—. No, ninguna experiencia extracorporal. Me encontré de pronto en el pasillo.
—Sigues utilizando ese término, pasillo. ¿Qué quieres decir? ¿Un pasillo subterráneo?
—Estás dando pistas otra vez —dijo Joanna—. No, no era un pasillo subterráneo. Y no era uno de los pasillos que el soldado griego Ek siguió hasta los reinos de la otra vida. Era una especie de pasillo o corredor, y había una puerta al fondo.
Joanna describió el pasillo y la luz y la figura entrevista. Tish le tomó el pulso y lo anotó en una gráfica.
—Parecía una experiencia real en un sitio real —dijo Joanna—. No era un sueño o una visión superpuesta. No había ninguna sensación de que lo que estaba viendo estuviera superpuesto al lugar donde estaba en realidad, como san Pablo en el camino de Damasco o Bernadette en la cueva de Lourdes, que aunque vieron una luz cegadora o a la Virgen María, seguían conscientes de dónde estaban. No tenía conciencia ninguna de estar en el laboratorio, o tendida en la mesa. —Tish empezó a tomarle la tensión—. Sentía como si estuviera realmente allí, en un lugar real.
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