—Vaya, qué amable —dijo ella, encantada—. Mire, Tish, ¿no es monísima?
Tish babeó también, y las dos se pusieron a examinar los pétalos. “Tal vez el problema no sea más que simple ansiedad —pensó Richard—, y hablar así la calmará hasta el punto de que pueda sostener la ECM”, pero no lo hizo. Se mantuvo en la ECM el espacio de un único y perfecto fotograma, y luego despertó.
—Me siento muy avergonzada de no poder hacerlo —dijo la señora Troudtheim—. No sé cuál es mi problema.
“Yo tampoco”, pensó Richard, examinando los escaneos después de que se marchara con la caléndula de ganchillo. La imagen de la ECM era idéntica a la del señor O’Reirdon.
Llegó Joanna.
—Acaba de llamar la señora Haighton —dijo—. Al final no puede venir el jueves. Una reunión de los Amigos de Emergencia del Ballet.
—¿Le diste otra cita?
—Sí. Para el viernes de la otra semana. Escucha, he estado pensando en lo que hablamos, y hay otro motivo por el que deberías utilizarme. Me convertiría en una entrevistadora mejor. Las descripciones son vagas, incluso con buenas observadoras como Amelia Tanaka, y creo que el motivo es que simplemente no sé qué preguntar. Es como si le preguntaras a alguien que describiera un cuadro sin saber si es un Monet o un Dalí. No, peor, es como si trataras de que te describan un cuadro sin haber visto un cuadro tú mismo. Ahora no tengo ni idea de qué es lo que experimentan. Todos dicen que no se trata de un sueño, que es real. ¿Qué significa eso?
“Si me sometiera al experimento y viera ese cuadro por mí misma, lo sabría. Sabría si oscuro significa oscuro como en las cavernas de Carlsbad o el aparcamiento del hospital a las nueve de la noche. Sabría si en paz significa “tranquilo” o “anestesiado”. Y sabría qué experimentan los sujetos y no lo mencionan porque no se dan cuenta de que es importante, y no sé cómo preguntárselo. Creo que deberías hacerlo. Creo que deberías someterme a la prueba.
Él sacudió la cabeza.
—No he renunciado todavía a la señora Troudtheim, y aún nos queda Amelia Tanaka. ¿Todavía tenemos a Amelia? Ella asintió.
—A las once.
—Eso significa que será mejor que me ponga a trabajar. —Volvió su atención hacia la consola—. Quiero reducir otra vez la dosis. La falta de detalles que tanto te preocupa puede que no tenga nada que ver con las preguntas. Puede ser debida a los niveles de endorfinas, y si es así, es simplemente cuestión de encontrar el nivel adecuado, y entonces incluso el señor Sage se convertirá en un caudal de observación.
—¿Y si no? ¿Entonces qué?
—Resolveremos ese problema cuando se presente. Ahora mismo tienes que llamar a Tish y decirle que venga. Amelia llegará de un momento a otro.
—Hay tiempo de sobra —dijo Joanna—. Amelia siempre llega tarde. No vendrá hasta dentro de quince minutos por lo menos.
Pero Amelia llegó a tiempo, cargando con su mochila. Richard le dirigió a Joanna una mirada triunfal.
—Pase y prepárese, Amelia —dijo él, y se encaminó hacia la consola.
—¿Puedo hablar con ustedes un momentito, doctor Wright, doctora Lander? —preguntó Amelia, y Richard vio que no había intentado quitarse la mochila ni el abrigo.
—Claro.
—El caso es que mi profesor de bioquímica nos está apretando las tuercas, y me estoy quedando rezagada…
—¿Y necesita cambiar la cita? Eso no es ningún problema —dijo Richard, tratando de no parecer decepcionado—. ¿A qué hora le vendrá bien? ¿El jueves?
Ella negó con la cabeza.
—No es sólo bioquímica. Son todas mis clases. El profesor de anatomía nos pone un examen por semana, y mi clase de genética… hay demasiado trabajo, y las prácticas de laboratorio son cada vez más difíciles. Las de bioquímica… —Se detuvo, con una expresión extraña en el rostro, y luego continuó—. Necesito todos los puntos y créditos extra, pero no me servirán de nada si no apruebo la asignatura. Todas las asignaturas. —Inspiró profundamente—. Creo que lo mejor es dejarlo, y que busquen ustedes a otra persona.
“Buscar a otra persona —pensó él, desesperado—. No hay nadie más.”
—Estoy seguro de que eso no será necesario —dijo él, evitando mirar a Joanna—. Ya se nos ocurrirá algo. ¿Y si reducimos sus sesiones a una por semana? Y si la próxima semana le viene mal, podríamos saltárnosla.
Pero Amelia estaba ya negando con la cabeza.
—No es sólo la semana que viene —dijo, incómoda—. Son todas las semanas. Tengo demasiadas cosas a la vez.
—Seré sincero. Andamos escasos de sujetos, y es usted una de mis mejores observadoras. La necesito en el proyecto.
Por un momento pensó, por la mirada que le dirigió Amelia, que la había convencido, pero ella volvió a sacudir la cabeza.
—No puedo…
—¿Es a causa del proyecto? —preguntó Joanna, y Richard la miró sorprendido—. ¿Te sucedió algo durante alguna de tus sesiones? ¿Por eso quieres renunciar?
—No, por supuesto que no —dijo Amelia, volviéndose para sonreírle a Richard—. El proyecto es muy interesante, y me encanta trabajar con usted, con ustedes dos —añadió, mirando brevemente a Joanna—. No es el proyecto. Es que estoy muy preocupada por mis clases. Como en psicología…
—Comprendo —dijo Richard—, y, confíe en mí, lo último que quiero es que suspenda psicología, pero tampoco quiero perderla. Por eso estoy tan decidido a encontrar una solución.
—Oh, doctor Wright —dijo Amelia.
—¿Qué tal los fines de semana? —dijo él, aprovechándose de su ventaja—. Podríamos fijar sus sesiones los sábados por la mañana, si le viene mejor. O el domingo. Usted díganos qué le vendría bien y lo haremos. —Le sonrió—. Nos sería de gran ayuda.
Ella se mordió los labios, y lo miró insegura.
—O por las noches. Podríamos fijar las sesiones por la noche si le viene mejor.
—No —dijo Amelia, y alzó la barbilla—. Ya lo he decidido. No tiene sentido cambiarlo. Quiero dejar el proyecto.
¡Adieu, amigos míos! ¡Parto hacia la gloria!
Últimas palabras de ISADORA DUNCAN, pronunciadas mientras subía a un coche y se envolvía un largo pañuelo al cuello con gesto dramático. Cuando el coche se puso en marcha, el pañuelo se atascó en los radios de la rueda y la estranguló.
A Vielle le dio un patatús.
—¿Cómo que te va a someter a la prueba? —dijo cuando Joanna bajó a Urgencias para hablar sobre la noche del jueves—. Eso no formaba parte del trato. Se supone que él tiene que tratar a los voluntarios y tú entrevistarlos después.
—Ha habido complicaciones —respondió Joanna.
—¿Qué clase de complicaciones?
—Algunos de los sujetos han resultado inadecuados —dijo Joanna, pensando que eso era expresarlo de manera muy superficial—, y dos han renunciado, y no tendremos la aprobación para un nuevo grupo de voluntarios hasta dentro de al menos seis semanas, así que…
—Así que el doctor Right, o debería decir el doctor Frankenstein, decide experimentar contigo.
—¿Experimentar…? ¡No puedo creer que esté escuchando esto! Tú fuiste la que me empujó a trabajar con él.
—Trabajar con él haciendo experimentos, para que salieras a la Hora Feliz después del trabajo, no para que te convinieras en un conejillo de indias humano. No puedo creer que te deje hacer algo tan peligroso.
—No es peligroso. No te preocupaba que sus sujetos se sometieran al proceso.
—Eran voluntarios.
—Yo también. Fue idea mía, no de Richard. Y el procedimiento es perfectamente seguro.
—Eso dices tú.
—Richard ha realizado más de veinte sesiones sin ningún efecto secundario adverso.
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