Lo había hecho, en más de un aspecto. Después del trasplante, que tardó ocho horas y no tuvo ningún problema, una de las enfermeras le dijo que Maisie se había pegado las chapas de perro a la planta del pie y que se enfadó porque se las habían quitado.
—¿Y si me hubiera muerto? —exigió indignada en cuanto le quitaron la respiración asistida, y a pesar del peligro de infección debido a los inmunodepresores que estaba tomando, le permitieron que llevara las chapas en una muñeca, bañadas en desinfectante, “por si acaso”.
La madre de Maisie, absolutamente insoportable ahora que su fe en el pensamiento positivo había sido confirmada, había intentado, según la enfermera, convencerla para que se las quitara, sin ningún éxito.
—Las necesito —había dicho Maisie—. Por si hay complicaciones. Puede que tenga un coágulo de sangre o rechace mi nuevo corazón.
—No sucederá nada de eso —le contestó su madre—. Te vas a poner bien y vas a volver a casa y al colegio. Vas a ir a clase de ballet…
Era algo que Richard no podía imaginar hacer a Maisie ni en sus sueños más descabellados, a menos que fuera un ballet relacionado con una inundación o una erupción volcánica.
—… y crecerás y tendrás hijos.
A lo cual, Maisie, siempre realista, replicó:
—Me moriré algún día. Todo el mundo muere tarde o temprano.
Después de una semana en la que sólo pudo verla la familia, permitieron visitas, siempre que llevaran vestidos de papel, botas y mascarillas, y en sesiones limitadas a cinco minutos, dos personas como máximo cada vez. Eso significaba que su madre estaba siempre presente, lo cual reprimía considerablemente el estilo de Maisie, aunque aun así le contó a Richard un montón de detalles sanguinolentos sobre su operación.
—Entonces te abren el pecho —hizo la demostración—, y te sacan el corazón y te ponen uno nuevo. ¿Sabía que lo traen en una nevera, como la cerveza?
—Maisie… —protestó su madre—. Hablemos de algo alegre. Tienes que darle las gracias al doctor Wright. Te revivió después de que entraras en parada.
—Eso es —dijo Evelyn, entrando para comprobar los numerosos monitores—. El doctor Wright te salvó la vida.
—No, no lo hizo.
—Sé que no realizó el trasplante, como el doctor Templeton —dijo la señora Nellis, algo cortada—, pero ayudó a poner en marcha tu corazón para que pudieras recibir el nuevo.
—Lo sé, pero…
—Un montón de personas trabajaron para conseguirte un nuevo corazón, ¿no? Las enfermeras de Pediatría y el doctor…
—Maisie —dijo Richard, inclinándose hacia delante—. ¿Quién te salvó la vida?
Maisie abrió la boca para responder, y Evelyn, ajustando su intravenosa, dijo:
—Sé a quién se refiere. A la persona que donó el corazón, ¿verdad, Maisie?
—Sí —contestó Maisie al cabo de un instante, y Richard pensó: “Eso no es lo que iba a decir”—. Ojalá te dijeran cuál es su nombre. No te dicen nada, ni cómo murió ni si era un niño o una niña.
—Eso es porque no quieren que te preocupes por eso —dijo la señora Nellis—. Se supone que has de tener pensamientos positivos que te ayuden a ponerte bien.
—Es positivo que me salvaran la vida.
—Temas alegres —la reprendió la señora Nellis—. Cuéntale al doctor Wright lo que te ha traído el doctor Murrow.
El doctor Murrow le había traído un globo gigantesco en forma de corazón.
—Tiene helio dentro, no hidrógeno, así que no hay que preocuparse de que estalle como el Hindenburg —le dijo Maisie, y tuvieron que advertirle de nuevo que hablara de temas alegres.
En la semana que siguió, al globo rojo en forma de corazón se unieron otros globos con caras de smileys y ositos (no se permitían globos normales en la UCI cardíaca., ni flores), y la habitación de Maisie se llenó de muñecas y animales de peluche y visitantes. Barbara subió desde Pediatría para verla y se pasó por el laboratorio para decirle a Richard que Maisie quería verlo y darle las gracias.
—Le salvó usted la vida —dijo, y eso le recordó lo que Maisie había dicho, o más bien no había, dicho, en su primera visita. Se preguntó si por eso quería verlo.
—¿Estaba su madre delante cuando fue a visitarla? —le preguntó a Barbara.
—Sí —contestó ella, poniendo los ojos en blanco—. Yo no bajaría ahora mismo. El señor Mandrake entraba justo cuando yo salía. Yo en su lugar me mantendría lejos de él. Anda de un humor de perros últimamente, gracias a Mabel Davenport.
—¿Mabel Davenport? ¿Se refiere a la señora Davenport? —preguntó Richard—. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho?
—¿Es que no se ha enterado? —Se inclinó hacia él, con aire confidencial—. No creerá lo que ha pasado. Su nuevo libro, Mensajes del Otro Lado, se publica el mes que viene. —Hizo una pausa—. El día veinte, para ser exactos.
—Maravilloso —dijo Richard, preguntándose qué tenía la noticia para que su sonrisita fuera tan sibilina—. ¿Y?
—Y Comunicaciones desde el Más Allá sale el día diez. Con una gira por toda la nación.
— ¿Comunicaciones desde el Más Allá?
—Escrito por Mabel Davenport. El señor Mandrake dice que se lo ha inventado todo. Ella dice que él intentó que recordara cosas que nunca había visto y que lo entendió todo mal, que no hay ningún Ángel de Luz, ninguna Revisión de Vida, sólo un aura dorada que concede poderes psíquicos, que la señora Davenport sostiene que posee. Dice que ha estado en contacto con Houdini y Amelia Earhart. No puedo creerme que no se haya enterado de nada de eso. Ha salido en todos los periódicos. El señor Mandrake está furioso. Así que yo esperaría a más tarde para bajar a ver a Maisie.
Lo hizo, pero cuando bajó estaba allí la señora Sutterly, y tuvo la sensación de que Maisie quería hablar con él en privado, así que simplemente le hizo señas desde la puerta y regresó por la tarde, pero tanto entonces como durante los días siguientes la habitación estuvo siempre llena de gente, a pesar de la regla de los dos visitantes. Y él también estuvo ocupado, con reuniones con el jefe de investigación y las propuestas de becas para seguir investigando sobre la teta-asparcina. Tuvo que seguir los progresos de Maisie llamando a la UCI cardíaca.
Los informes de las enfermeras eran casi tan optimistas como los de la madre de Maisie. La niña no mostraba ningún signo de rechazo, el fluido en sus pulmones disminuía paulatinamente, y estaba empezando a comer (esto último se lo contó Eugene, que, al estar a cargo de sus menúes, se tomaba el asunto de su apetito como una responsabilidad personal).
Cuando Richard bajó el lunes, todo el personal de Pediatría estaba allí, y el martes y el miércoles estaba su madre. Finalmente, el viernes, se encontró con la señora Nellis que salía de la UCI cardíaca, quitándose la mascarilla y los guantes.
—Oh, bueno, doctor Wright, está usted aquí —dijo velozmente—. Tengo una reunión con el doctor Templeton y me preocupaba dejar a Maisie con… —Dirigió una mirada hacia la habitación—. Pero ahora sé que puedo confiar en usted para que la conversación sea tranquila y positiva.
Richard entró, curioso por ver de quién estaba protegiendo a Maisie, y esperando que no fuera de Mandrake. No lo era. Era el señor Wojakowski, con mascarilla y gorra de béisbol.
—… y lo hizo, plantó esa bomba justo en la cubierta del Shokaku —estaba diciendo el señor Wojakowski.
—¿Y ya estaba muerto? —preguntó Maisie, los ojos desorbitados de emoción.
—Ya estaba muerto. Pero lo consiguió. —El señor Wojakowski alzó la cabeza— Hola, Doc. Estaba hablándole a Maisie de Jo-Jo Powers.
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