— ¡Quieto! —le dijo Helen al perro inmóvil, y todos obedecieron, el cielo y el agua y el mar.
Pasó un eón. Helen dejó de intentar enseñarle trucos al perro y se lo puso en el regazo. El agua, calmado el viento, se calmó aún más, hasta que fue indistinguible del cielo rosa. Pero no salió el sol. Y no apareció ningún barco en el horizonte.
—¿Esto es todavía la ECM? —preguntó Helen. Había soltado al perro y se asomaba por el costado del piano, contemplando el agua.
—No lo sé —dijo Joanna.
—¿Cómo es que estamos aquí sentadas?
—No lo sé.
—Apuesto a que estamos al pairo —dijo Helen, pasando la mano perezosamente de un lado a otro por el agua quieta—. Como en ese poema.
—¿Qué poema?
—Ya lo sabes, el del pájaro.
— ¿La balada del viejo marinero?— preguntó Joanna, y recordó al señor Briarley diciendo: “La balada del viejo marinero no es, contrariamente a lo que se cree, un poema sobre símiles y aliteraciones y onomatopeyas. Tampoco trata de albatros y de palabras mal escritas. Es un poema sobre la resurrección.”
“Y el Purgatorio”, pensó Joanna, el barco eternamente a la deriva, la tripulación muerta, “sola en un ancho, ancho mar”, y se preguntó si eso era, un lugar de castigo y penitencia. En La balada del viejo marinero había empezado a llover, y la brisa, al lavar los pecados, los liberó. Joanna escrutó el cielo, pero no había ninguna nube, ni sol, ni viento. Estaba tan quieto como la muerte.
—¿Cómo es que estamos al pairo? —preguntó Helen.
—No lo sé.
—Apuesto a que estamos esperando a alguien. “No —pensó Joanna—, a Maisie no. Que no sea Maisie a quien estamos esperando.”
—Tenemos que esperar algo —dijo Helen, pasando la mano perezosamente por el agua rosácea—. O sucederá algo.
Algo estaba sucediendo. La luz cambiaba, los escarpados picos de hielo pasaban de rosa a albaricoque, el sol pasaba de rosa a coral. El sol se está poniendo, pensó Joanna, aunque no había habido sol ninguno, sólo la luz rosada, continua.
—¿Qué está pasando? —preguntó Helen, arrastrándose hasta Joanna.
—Está oscureciendo —contestó Joanna, pensando con alegría en las claras y brillantes estrellas.
Helen sacudió la cabeza, agitando los oscuros tirabuzones.
—No, no —dijo—. Se está poniendo rojo.
Era cierto, el agua se manchaba de formaciones rojas de arenisca, el rojo de los cañones.
—Está todo rojo ahí arriba —dijo Helen—. Todo alrededor. Joanna la rodeó con el brazo, y a Ulla, atrayéndolos, protegiéndolos del cielo.
—Que no sea Maisie —susurró—. Por favor. El cielo continuó enrojeciéndose, hasta que fue del color del fuego, del color de la sangre. El rojo del desastre.
No pasa nada, pequeña. Ve tú. Yo me quedo.
Últimas palabras de DANIEL MARVIN a su esposa Mary, mientras la hacía subir a uno de los botes del
Titanic .
Maisie se portó muy bien. No pulsó el botón de su busca, aunque el doctor Wright no fue a verla en mucho tiempo.
Después de una semana entera, empezó a preocuparse de que tal vez le hubiera sucedido algo, como a Joanna, y le pidió a la enfermera Lucille que lo llamara, que había una pregunta sobre su busca que tenía que hacerle, y la enfermera Lucille le dijo que en aquel momento estaba ocupado con algo importante, y le preguntó si quería ver un vídeo.
Maisie dijo que no, pero la enfermera Lucille puso Sonrisas y lágrimas de todas formas. Siempre ponía Sonrisas y lágrimas. Era su película favorita, probablemente porque era igualita que una de aquellas viejas monjas arrugadas.
Por fin apareció Kit. Estaba muy guapa, muy nerviosa.
—¿Habló el doctor Wright con el señor Mandrake? —le preguntó Maisie.
—Sí —dijo Kit—. Toma. Esto es un regalo de Richard… del doctor Wright. Dijo que es para darte las gracias por hablarle del señor Mandrake.
Le tendió a Maisie un paquetito envuelto en papel rojo que parecía una cinta de vídeo.
—¿Qué dijo el señor Mandrake? Habló con Joanna ese día, ¿verdad? ¿Le dijo lo que el doctor Wright estaba intentando averiguar?
—Abre el regalo y luego te lo contaré todo. —Kit se acercó rápidamente a la puerta y corrió las cortinas—. El doctor Wright dijo que lo abrieras y lo escondieras antes de que vuelva tu madre.
—¿De verdad? ¿Qué es? —Empezó a rasgar el papel—. ¡El Hindenburg! —dijo , contemplando feliz la foto del zepelín en llamas de la carátula.
—El doctor Wright dijo que te advirtiera que la película no es exactamente igual que la historia real del Hindenburg. Dice que cambiaron el final para que sobreviva el perro.
—¡No me importa! —dijo Maisie, abrazando el vídeo contra su pecho—. ¡Es perfecto!
—¿Dónde quieres que lo ponga?
—Saca uno de mis vídeos del fondo de la mesita de noche. No, El jardín secreto no. A la enfermera Evelyn le encanta El jardín secreto. La pone cada vez que está de guardia.
—¿Qué tal Winnie the Pooh?
—Sí, ésa está bien.
Kit le entregó la carátula del vídeo. Maisie le tendió Hindenburg.
—Ten, abre esto —dijo, abrió Winnie the Pooh y sacó la película. Kit arrancó el celofán de la cinta del Hindenburg y se la devolvió a Maisie, que la sacó de su caja, y le tendió a Kit el vídeo de Winnie the Pooh.
— Ponlo en el fondo —dijo.
Kit la guardó detrás de los otros vídeos.
—Y supongo que querrás que me lleve esto —preguntó, mostrando la carátula de Hindenburg. Maisie asintió—. Sabes, Maisie —dijo Kit, en serio—, cuando consigas tu nuevo corazón, vas a tener que dejar de mentir y engañar a tu madre.
—¿Qué dijo el señor Mandrake? ¿Le contó al doctor Wright lo que dijo Joanna?
—No. Pero Richard lo descubrió de todas formas. Joanna intentaba decirnos que la ECM era una especie de SOS. Es un mensaje que el cerebro envía a los diferentes elementos químicos del cerebro para que encuentren uno que envíe la señal al corazón para que empiece a latir y el paciente empiece a respirar.
—Después de que entren en parada —dijo Maisie.
—Sí, y ahora que Richard sabe lo que es puede diseñar un método para enviar esos mismos productos químicos a…
—¿De verdad tiene un tratamiento? —preguntó Maisie, excitada—. Pero si me lo invente. Kit sacudió la cabeza.
—Todavía no, pero está trabajando en ello. Ha desarrollado un prototipo, pero aún hay que probarlo —se puso realmente seria—, y aunque funcione…
—Puede que no lo consiga a tiempo —dijo Maisie, y temió que Kit fuera a mentir y decir: “Por supuesto que lo conseguirá”, pero no lo hizo.
—Me dijo que te dijera que, no importa lo que pase, hiciste algo importante. Ayudaste a hacer un descubrimiento que puede que salve montones y montones de vidas.
Unos cuantos días más tarde Richard la visitó y les hizo a las enfermeras un montón de preguntas sobre cuánto pesaba y esas cosas. Apenas habló con Maisie, excepto justo al marcharse. Miró la tele y dijo:
—¿Has visto alguna buena película últimamente?
—¡Sí! Una película buenísima, aunque el perro es un dálmata en vez de un pastor alemán. Y se dejaron al tipo que tuvo la ECM, pero el resto es muy chuli. Me encanta esa parte donde ese tipo va y suelta al perro.
La veía una y otra vez. Hacía que el hombre que traía las comidas se la pusiera cuando venía a llevarse la bandeja de la cena y que la auxiliar del turno de noche se la llevara antes de irse a dormir.
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