Orson Card - Nacidos en la Tierra

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Nacidos en la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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En esta nueva entrega de «La Saga del Retorno», Shedemei y el Alma Suprema supervisan, ya en la Tierra, la evolución de los humanos descendientes de Nafai y Elemak y su interacción con las nuevas especies que habían evolucionado en el planeta. Surgen de nuevo los problemas de siempre: racismo, explotación, enfrentamientos tribales, etc. El recurso de la hibernación permite mantener la presencia de Shedemei y su poderoso manto de capitana en un papel que deviene mítico y, en cierta forma, bíblico. Pero el misterio sigue siendo al paradero del Guardián de la Tierra cuya presencia, pese a todo, Shedemei y el Alma Suprema creen percibir, de vez en cuando, de forma siempre sutil e imprecisa.

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Y entonces Edhadeya comprendió que también había nombrado al hombre.

—Khideo —repitió, y esta vez el visitante supo, por el tono de voz, que se refería a él y no a su tierra.

—¿Qué sabes de mí? Un regicida frustrado. Un racista que quería una sociedad de humanos puros. Bien, no hay humanos puros, por lo que veo. Hablábamos de una campaña para expulsar a los cavadores de Darakemba. Pero no ocurrió nada durante muchos años, y era un pasatiempo, un pretexto para considerarnos humanos nobles y puros y despreciar a los demás, a los que vivían entre los animales. Veo la repugnancia en tu rostro, pero así me criaron, y si hubieras visto a los cavadores como yo los vi entonces, despiadados, crueles, empuñando látigos…

—¿Tal como los cavadores han visto a los humanos de Darakemba? Él asintió.

—Nunca lo había visto así hasta los recientes problemas. Se nos fue de las manos cuando se difundió la noticia, con mi colaboración, de que en la casa del rey los cuatro posibles herederos habían rechazado la ruin religión de Akmaro, cuyo objetivo era mezclar las especies. Por no mencionar al hijo del propio Akmaro, aunque hacía tiempo que sabíamos que él era de los nuestros. Pero todos los hijos del rey… era como dar a los humanos puros licencia para actuar a su antojo. Sabían que al final ganarían. Sabían que cuando Motiak pasara a ser Motiab y Aronha pasara a ser Aronak…

—Y comenzaron a apalear niños.

—Comenzaron con actos vandálicos. Alborotos. Pero pronto empezaron a llegar otras noticias, y los humanos puros que yo conocía se preguntaban qué hacer. Los jóvenes son muy fervientes en su afán de pureza, decían. Les pedimos que no sean crueles, ¿pero quién puede contener la furia de los jóvenes? Al principio pensé que hablaban en serio. Les aconsejé sobre maneras de contener a los que golpeaban. Pero luego lo comprendí. Les oí hablar cuando no sabían que yo escuchaba, riéndose de ángeles con agujeros en las alas. ¿Cómo vuela un ángel con agujeros en las alas? Más rápido, pero en una sola dirección. Se reían de esto, y comprendí que no intentaban detener la violencia, sino que les complacía. Y yo los había alentado. Había dado refugio a los No Guardados de otras provincias cuando Akmaro aún no había anulado todos los castigos severos por herejía. Ahora ya no tengo influencia sobre ellos. No he podido detenerlos. Sólo he podido renunciar al liderazgo. Renuncié a mi puesto de gobernador y vine aquí a aprender…

—¿A aprender qué, Khideo?

—A aprender a ser humano. No humano puro. Sino un hombre como mi viejo amigo Akmaro.

—¿Por qué no acudiste a él?

De nuevo los ojos de Khideo se llenaron de lágrimas.

—Porque siento vergüenza. No conozco a Shedemei. Sólo he oído que es muy severa e implacablemente honesta. Y también he oído que favorece la mezcla de especies y abominaciones parecidas. Así fue como la describieron en mi ciudad. Mi ex ciudad. Pero en estas semanas he pensado que si mis amigos eran detestables, tal vez necesitaba aprender de mis enemigos.

—Shedemei no es tu enemiga —dijo Edhadeya.

—Yo he sido su enemigo, pues. Hasta ahora. Comprendí que me habían inculcado el odio a los ángeles en mi infancia, y sólo seguía pensando así porque era la tradición de mi gente. En realidad conocí a varios ángeles que me agradaban, incluido un altanero erudito de la casa del rey.

—Bego —dijo Edhadeya.

Él la miró sorprendido.

—Naturalmente, Bego es más famoso aquí, en la capital. —Khideo la estudió y frunció el entrecejo—. ¿Nos conocemos?

—Nos conocimos hace mucho tiempo. Tú no querías escucharme.

El reflexionó un instante, y se quedó estupefacto.

—He confesado mis cuitas a la hija del rey —dijo.

—A excepción de Akmaro, no podrías haber hablado con nadie que sintiera mayor satisfacción de oírte decir esas palabras. Mi padre te respeta, a pesar de no estar de acuerdo contigo. Cuando creas conveniente comunicarle que tal desacuerdo ya no existe, te abrazará como a un hermano perdido. Y también Ilihi, y también Akmaro.

—Yo no quería escuchar a las mujeres —dijo Khideo—. No quería vivir con los ángeles. No quería que los cavadores fueran ciudadanos. Ahora he venido a una escuela dirigida por mujeres para aprender a vivir con los ángeles y los cavadores. Deseo cambiar mi corazón y no sé cómo.

—Desearlo es lo principal. Lo demás es práctica. No le diré a mi padre ni a nadie quién eres.

—¿Por qué no me has dicho tu nombre antes?

—¿Me habrías hablado entonces? Khideo rió amargamente.

—Claro que no.

—Y por favor, recuerda que tú también te has abstenido de decirme el tuyo.

—Pero lo has adivinado pronto.

—Pues tú no has tardado en adivinar el mío.

—Más de lo debido.

—Pues yo digo que no se ha hecho ningún daño. —Edhadeya se levantó—. Puedes asistir a cualquier clase, pero debes hacerlo en silencio. Escucha. Aprenderás tanto de las alumnas como de las maestras. Aunque creas que están irremediablemente equivocadas, sé paciente, observa, aprende. Lo que importa ahora no es tener opiniones acertadas, sino aprender qué opiniones tienen. ¿Comprendes?

Khideo asintió.

—No estoy habituado a ser deferente.

—No lo seas —dijo ella con severidad, en un tono de voz que Shedemei le había enseñado inadvertidamente—. Limítate a guardar silencio.

En los días siguientes Edhadeya observó desde lejos, pero con cautela. Algunas maestras estaban disgustadas por la presencia de aquel hombre, pero Khideo no era insensible y pronto dejó de asistir a sus clases. Las niñas se habituaron a él, y aunque en clase lo ignoraban, gradual y tímidamente lo incluyeron en sus comidas y sus juegos. Le pedían que les alcanzara algún objeto que estaba en un estante alto. Algunas chiquillas se le subían encima cuando estaba apoyado contra un árbol para llegar a las ramas más altas. Lo llamaban Lissimts, «escalera». A él parecía gustarle el nombre.

Edhadeya aprendió a valorarlo, pero siempre tenía dos cosas en mente. Pensaba que aun un hombre como él, un racista declarado, podía ocultar en su interior cierta decencia fundamental. Su conducta externa no reflejaba necesariamente lo que había dentro de él. Se requerían hechos terribles para sacudirlo y despertarlo, para que abandonara su apariencia externa y dejase aflorar su interior. Pero esa decencia existía.

La otra cosa que hacía reflexionar a Edhadeya era lo que él había dicho sobre sus hermanos. Los No Guardados habían celebrado reuniones durante trece años y no habían llegado a nada. Luego Akma logró convencer a los hijos del rey de que rechazaran la creencia en el Guardián y la obediencia a la religión de Akmaro. Y desde entonces, los hombres más inicuos se consideraron libres de cometer sus actos tenebrosos.

No puede ser esto lo que se proponía Akma. Si él lo entendía a la manera de Khideo, ¿no se detendría?

Debo hablar con Mon, no con Akma, se dijo, inconsciente de que, sin darse cuenta, había decidido hablar con Akma. Si logro que se distancie de los demás… pero no, sabía que eso era imposible. Ninguno de los hermanos traicionaría a los demás. Así era como ellos lo verían. No, tenía que ser Akma. Si él cambiaba de parecer, ellos también cambiarían. Él los persuadiría.

Seguía oyendo la voz angustiada de Luet: «No queda nada en él, Edhadeya, nada más que odio.» Si eso era verdad, hablar con Akma sería una pérdida de tiempo. Pero Luet no podía ver en su corazón. Si Khideo conservaba una chispa de decencia, ¿por qué no Akma? Aún era joven. En su infancia había sufrido mucho más que Khideo. El mundo lo había ido deformando desde entonces. Si veía la verdad, ¿no podía escoger un camino diferente en un mundo muy diferente?

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