—Al menos, estando inconsciente, los huesos no le duelen.
¿De veras he dicho eso?, pensó Didul. ¿De veras he dicho semejante tontería? El niño está en coma porque tiene una lesión cerebral, ¿y yo he dicho que es misericordioso que no sienta dolor?
En estas condiciones se encontraba Didul cuando Luet traspuso la puerta de la escuela, seguida por Shedemei. Su primer pensamiento fue: Qué momento más inadecuado para una visita. Luego comprendió que no era una visita de cortesía. Venían a ayudar.
—Padre está afligido porque no puede hacer nada por ti —dijo Luet, saludándolo con un abrazo fraternal—. Shedemei nos ha enseñado a Edhadeya y a mí algo de medicina que aprendió en su país de origen. Se trata de lavar y usar hierbas y líquidos pestilentes, pero las heridas no se infectan. Cuando decidí venir aquí para enseñároslo a ti y a tu gente, Shedemei insistió en acompañarme. No lo creerás, Didul. Dejó a Edhadeya a cargo de la escuela en su ausencia. «Que se atrevan a atacar la Casa de Rasaro cuando la hija del rey está a su cargo», dijo. Cogió sus medicinas y vino conmigo.
—Es un momento terrible —dijo Didul—. Dudo de que haya medicinas capaces de ayudar a estos niños.
Luet demostró su tristeza y su cólera cuando vio las alas destrozadas de los niños ángeles.
—El Guardián nunca enviará a su hijo verdadero al mundo si todavía hacemos estas cosas. —Abrazó a los niños—. Tenemos algo que os calmará un rato el dolor. Y podemos lavar las heridas para que no se infecten. Os escocerá unos segundos. ¿Podréis soportarlo?
Sí, podían, y sí, lo soportaron. Didul observó admirado cómo Luet realizaba su trabajo hábilmente. Aquello sí que era algo concreto. Mejor que las vacías palabras de consuelo. Trató de decírselo, pero ella lo reprendió.
—¿Crees que las palabras no son nada? La medicina no impedirá que estas atrocidades sigan ocurriendo. Tal vez las palabras sí.
Didul no se molestó en discutir con ella.
—Entretanto, enséñame. Dime qué estás haciendo y por qué.
Mientras curaban a los ángeles, Shedemei revisó al niño cavador.
—Dejadme un rato a solas con él —dijo.
—Adelante —dijo Didul.
—Quiero decir a solas. A solas.
Didul se llevó a la familia, los amigos y los vecinos. Cuando regresó, Shedemei los miró a él y Luet con cara de pocos amigos.
—¿Las palabras no significan nada para vosotros? ¿Qué creéis que significa a solas? ¿Dos amigos? ¿Dos ángeles heridos?
—¿Quieres que los saquemos de aquí? —preguntó Luet. Shedemei los miró de hito en hito.
—Ellos pueden quedarse. Pero vosotros dos marchaos de aquí.
Se fueron. Didul estaba molesto, pero trató de disimularlo.
—¿Qué está haciendo que no podamos ver? Luet meneó la cabeza.
—Una vez hizo lo mismo. Una niña había recibido un golpe en el ojo. Creí que lo perdería. Nos pidió a Edhadeya y a mí que saliéramos de la habitación, y cuando regresamos la niña llevaba un vendaje sobre el ojo. Shedemei no explicó lo que hizo, pero cuando le quitamos el vendaje el ojo había sanado. Así que cuando me pide que salga, salgo.
Los demás habían formado corrillos. Algunos se iban a casa. Luet caminó hacia la sombra de un árbol.
—Didul, Padre está fuera de sí. Y nunca había visto al rey tan furioso. Han tenido que disuadirlo de que recurriera al ejército. Monush dejó su retiro para discutir con él. ¿Qué enemigo podía atacar el ejército? Fue una escena espantosa, con ambos gritando. Claro que el rey sabía que Monush tenía la razón, pero se sentían totalmente impotentes. Nunca se había desafiado la ley hasta tal extremo.
—¿Era la amenaza de muerte por herejía lo que mantenía el orden público todos estos años?
—No. Padre dice… pero él te ha escrito, ¿verdad?
—Oh, sí. La eliminación de la pena de muerte les dio libertad para hacer ciertas cosas. Cosas desagradables, como los gritos, los insultos y los alborotos. Pero como no pasó nada, se envalentonaron cada vez más, e hicieron cosas cada vez peores.
—Pues a mí no me sorprende —dijo Luet.
—Pero me pregunto hasta dónde llegarán. La ley que prohíbe apalear y mutilar niños sigue vigente, y prevé penas bastante severas. Pero no ha podido detener a estas bestias. Los guardias civiles están interrogando a la gente, pues es indudable que esto les ha repugnado incluso a ellos, sobre todo el daño causado a los niños ángeles, porque puedes apostar a que esos canallas no se preocupan demasiado por un cavador menos. Pero el interrogatorio es una farsa porque ya saben quién es el responsable de esto o al menos saben quién lo sabe, pero no se atreven a revelarlo porque sería como confesar que lo han sabido desde el principio y que podrían haber detenido esto en cualquier momento… ¡Estoy furioso! Se supone que soy un hombre de paz, Luet, pero quiero matar a alguien, quiero que sufran por lo que han hecho con estos niños. Lo más terrible es que sé qué se siente al herir a los demás, y al cabo de tantos años quiero hacerlo de nuevo. —Cuando le fallaron las palabras rompió a llorar, y poco después estaba en la hierba, bajo el árbol, sollozando entre los brazos de Luet para desahogar la frustración de las últimas semanas.
—Es natural que te sientas así —murmuró Luet—. No hay nada malo en ello. Eres humano. La pasión por la venganza es parte de nosotros. La necesidad de proteger a nuestros pequeños. Pero mírate, Didul, sientes el deseo de proteger a los pequeños, pero no de tu especie, sino de otras dos. Eso es bueno, ¿verdad? Has dominado tus impulsos animales para servir al Guardián.
El argumento era ingenioso, pero tan inoportuno que Didul se echó a reír, y al reír comprendió que no era tan inoportuno, pues le brindaba consuelo, y al menos ahora podía dominar el llanto.
Y al superar momentáneamente la angustia, sintió vergüenza de que ella lo hubiera visto así.
—Oh, Luet… creerás que… Habitualmente no soy así. He sido bastante fuerte. Los demás se encargaban de llorar mientras yo me encargaba de ser sabio, pero ahora sabes la verdad sobre mí. Aunque deberíamos estar acostumbrados a eso. Tu familia siempre supo la verdad sobre mí y…
Ella le apoyó los dedos en los labios.
—Cállate, Didul. No sé por qué te pones a divagar cuando deberías guardar silencio.
—¿Cómo he de saber cuándo guardar silencio? Por toda respuesta, ella le dio un beso ligero y aniñado en los labios.
—Cuando notas mi amor por ti, Didul, no puedes dejar de desvariar porque sabes que no estoy avergonzada de ti, sino todo lo contrario. Aquí la situación es peor que en otras partes, Didul, y tú la has sobrellevado sin ayuda de nadie. Por eso he venido, porque pensé que te sería más soportable si yo te acompañaba.
—Y en cambio te cubro con mis lágrimas —dijo él, pensando: Me ha besado, me ama, está orgullosa de mí, desea acompañarme.
—¿Por qué no dices lo que estás pensando? —preguntó ella.
—¿Por qué crees que quieres saberlo? —dijo él, riendo con embarazo.
—Por el modo en que me mirabas, Didul, he sabido lo que pensabas. La amo, quiero estar junto a ella para siempre, quiero que sea mi esposa. Y, Didul, te lo diré con franqueza, estoy harta de esperar a que lo digas en voz alta.
—¿Por qué iba a decirte lo que ya sabes?
—Porque necesito oírlo.
Y se lo dijo. Y cuando Shedemei los llamó para que regresaran al interior de la escuela, Luet había prometido ser su esposa en cuanto ambos pudieran regresar a Darakemba.
—Madre nos mataría y se quedaría con nuestros hijos para criarlos si hicieras que un sacerdote nos casara aquí —le dijo.
En vano señaló Didul que si Chebeya los mataba aún no habrían engendrado ningún nieto que pudiera robarles. La boda podía esperar. Pero, sabiendo que ella lo amaba, que ella lo conocía tan bien y sin embargo quería estar con él, tenía todo el consuelo que necesitaba. Aunque era un día nefasto, Didul se sentía lleno de luz.
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