Clifford Simak - Caminaban como hombres

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Parker Graves, periodista, llega una noche a su casa para descubrir que ante su puerta se ha dispuesto una trampa. Para horror suyo, esta trampa se convierte en una bola, de esas de bolera, y huye. Muy pronto, toda la ciudad se transforma en el escenario de extraños sucesos — os edificios son comprados por sumas fabulosas, no se renuevan las licencias de arrendamientos, los negocios establecidos son cerrados, y nadie encuentra un lugar donde poder vivir.

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—Vamos, come, Parker— me dijo —. Pase lo que pase, debes comer.

Miré el plato y tragué saliva.

Solamente por el hecho de pensar en comer, no por lo que estaba en el plato. Bajo la luz de las velas, era imposible el poder distinguir lo que había en los platos.

—Joy — le pregunté —. ¿Por qué tenías miedo de salir a la playa de estacionamiento?

Eso era lo que más me molestaba. Eso era lo que más me dolía.

—Porque eres un cobarde — dije ella. No me estaba sirviendo de ninguna ayuda.

Comí desganadamente. Tenía aquél sabor que uno espera que tengan las cosas que uno no puede ver.

La pequeña orquesta de metales, comenzó una nueva melodía; la melodía exacta para ese lugar.

Observé la habitación y pensé en el furtivo sonido que había salido desde tras la puerta del armario y, evidentemente, era imposible. Estando sentado en este lugar, en ese ambiente, no podía ser otra cosa extraída limpiamente de un sueño.

Pero, estaba allí, yo lo sabía. Era verdadero, yo lo sabía. Fuera de esta influencia empalagosa, embozada de ese colchón de plumas manufacturado por el hombre, había una inflexible realidad que aún nadie había enfrentado. Que yo había tocado, presentido, quizás, pero, solamente de una forma muy ligera.

—¿Qué piensas hacer? — me preguntó Joy, adivinando mis pensamientos.

—No lo sé — respondí.

—Eres un periodista — me dijo —, y hay una buena historia que te está esperando. Pero, Parker, por favor, ten cuidado.

—Oh, ciertamente — dije.

—¿Qué crees que es? :

Moví la cabeza en forma negativa.

—No lo creerías — le dije —. No veo cómo, en este mismo momento, alguien podría creerme.

—Creo en tu propia interpretación. Pero, ¿es esa la correcta?

—Es la única que tengo.

—Estabas borracho esa primera noche. Total y absolutamente borracho. La trampa…

—Pero estaba el trozo de alfombra cortado. Vi eso cuando estaba totalmente sobrio. Y la oficina…

—Vamos poco a poco — dijo ella —. Tratemos de aclararlo. No puedes permitir que te pase a llevar como a un bolo.

—¡Ahí está! — exclamé.

Porque lo había olvidado.

—No grites — me dijo ella —. Llamarás la atención de todo el mundo.

—Las bolas de bolera — le dije —. Me había olvidado de ellas. Habían unas que iban rodando por el camino.—¡Parker!

—Allí, en el Llano Timber. Joe Newman me telefoneó.

Observé su rostro por sobre la mesa y me di cuenta de que estaba asustada. Había soportado todo el resto pero lo de las bolas de bolera ya había sido demasiado. Pensó que yo estaba demente.

—Lo siento — le dije, lo más gentilmente que pude.

—¡Pero, Parker! ¡Unas bolas que rodaban por el camino!

—Una tras la otra. Rodando solemnemente.

¿Y Joe Newman las vio?

—No, Joe no. Unos chicos universitarios. Telefonearon y Joe me avisó. Le dije que se olvidara de ello.

—¿Cerca del terreno Belmont?

—Justamente — dije —. Todo concuerda. No sé cómo pero todo está hilado.

Aparté el plato y retiré la silla hacia atrás.

—¿Dónde vas, Parker?

—Primero — le respondí — te llevaré a casa. Y después, si tú me prestas el coche…

—Ciertamente, pero… oh, ya lo veo, a Belmont.

CAPITULO XVI

La casa de los Belmont estaba a oscuras, una sombra inmensa, rectangular, que se destacaba contra la negrura de los árboles. Esta construida sobre una elevación del terreno al lado del lago, y cuando detuve el coche pude escuchar el rumor de las olas en la playa. Por entre los árboles se colaba la luz de la luna que reflejaba en el agua y, en lo alto, en un tejado, una ventana captó la luz, pero fuera de esto, tanto la casa como sus árboles que estaban de guardia, todo estaba envuelto en la más absoluta oscuridad. El caer de las hojas secas, escuchado ex el silencio de la noche, parecía el caminar de cientos de pequeños pies.

Bajé del coche y cerré la puerta, suavemente, para que no golpeara. Una vez que hube cerrado la puerta, me quedé sin moverme, observando la casa. No es que estuviera asustado, exactamente. El terror y el horror de esta tarde ya se habían desvanecido. Pero no me sentía muy valiente.

Podrían haber trampas, pensé. No la clase de trampas que habían armado al lado afuera de mi puerta, sino otras trampas. Muy diabólicas.

Me reprendí duramente por pensar en esas estupideces. Ya que la simple lógica indicaba que no podrían haber trampas allí afuera. Porque si las había, habrían podido capturar a un inocente — alguien que deseaba acortar camino para pasar al lago, o chicos que jugaban en ese lugar que es el más atractivo para la juventud, una casa deshabitada —, y así se llamaría la atención hacia donde no se deseaba. Si había trampas, estarían dentro de la casa. Y aun así, al pensar en ello, parecía muy poco probable, también. Porque en sus propios dominios, ellos (quienquiera que fueran ellos) podrían dar un buen recibimiento a un intruso, sin recurrir a las trampas.

Esta idea mía, pensé, probablemente no era más que una vaga idiotez, el de relacionar la casa de los Belmont con todo lo que estaba sucediendo. Y aun así, debía verla, tenía que saber, era mi obligación llegar hasta el fin y eliminarlo, ya que de otra forma siempre pensaría que las pistas habían estado allí.

Tensa y cautelosamente caminé por el sendero, con los hombros encogidos ante un posible ataque que procediera de alguna parte. Traté de no encogerlos, pero por mucho que lo intenté me fue imposible; estaban como paralizados en esa posición.

Subí los escalones que llevaban a la puerta de entrada y me detuve, vacilante, indeciso. Finalmente, decidí hacerlo de forma honrada, tocar el timbre o golpear a la puerta. Busqué a tientas el timbre y lo encontré. El botón estaba suelto y se movió entre mis dedos, por lo que supe que estaba fuera de uso, pero, de todas formas, lo pulsé. No pude escuchar ningún sonido de campanilla desde el interior de la casa. Lo pulsé nuevamente, manteniéndolo en esa posición y tampoco se escuchó nada. Golpeé la puerta con los nudillos y los golpes despertaron ecos en el silencio de la noche.

Esperé y nada sucedió. Durante unos instantes creí haber escuchado rumor de pasos, pero no se repitieron, y supuse que solamente había sido mi imaginación.

Bajé los escalones y di vuelta en torno a la casa. Descuidada por muchos años, las plantas que estaban a sus pies se habían convertido en densos matorrales. Las hojas secas crujían bajo los pies y había un aroma casi extraño, ácido, a otoño, en la atmósfera.

En la quinta ventana que probé, la persiana estaba suelta. Y la ventana misma estaba sin pestillo.

Y eso ya estaba muy fácil, pensé; demasiado fácil. Si estaba buscando una trampa, aquí podía estar.

Alcé una sección de la ventana y esperé, y nada sucedió. No hubo ningún ruido, fuera del de las olas sobre la playa y el de las hojas en los árboles batidas por el viento. Introduje la mano en el bolsillo del abrigo y encontré la automática, y la linterna que había sacado de la guantera del coche de Joy.

Esperé unos minutos más, calmando mis nervios. Después, me introduje por la ventana.

Me hice a un lado rápidamente, con la espalda apoyada contra la muralla, de forma que no se destacara mi figura contra la ventana. Esperé unos momentos, pegado al muro, tratando de no respirar para poder captar cualquier sonido.

Nada sucedió. Nada se movió. Y no hubo ningún ruido.

Saqué la linterna del bolsillo, la encendí y recorrí la habitación con su rayo de luz. Habían muebles polvorientos, cuadros en las murallas, y un trofeo de alguna clase sobre la repisa de la chimenea.

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