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Kate Wilhelm: Donde solían cantar los dulces pájaros

Здесь есть возможность читать онлайн «Kate Wilhelm: Donde solían cantar los dulces pájaros» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1979, ISBN: 84-02-06211-3, издательство: Bruguera, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Kate Wilhelm Donde solían cantar los dulces pájaros

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La posibilidad de producir un gran número de individuos a partir de un mismo material genético (clonación) no es nueva ni en el campo de la investigación científica ni en el de la ciencia ficción. Pero faltaba una obra que hiciera con el tema de los clones lo que un Asimov y un Lem con la robótica o un Van Vogt y un Kuttner con la telepatía: llevar a cabo su sociología novelada, analizar con detalle la nueva cultura a la que podrían dar lugar. Y eso es precisamente lo que hace Kate Wilhelm en , premio Hugo a la mejor novela de 1977, y llamada a convertirse en un clásico del género, en la medida en que da cumplida expresión, consolidando, a uno de sus temas más inquietantes.

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— ¡Arrastrarías a todos al salvajismo! —Los ayudaría a bajar de la cima de la pirámide. Se está pudriendo. La nieve y el hielo por un lado; el tiempo y la edad por otro. Se derrumbará, y cuando suceda los únicos que sobrevivirán serán quienes no dependan de ella en ningún sentido.

Las ciudades están muertas, le había dicho Molly, y era cierto. Irónicamente, la tecnología que hacía posible la vida en el valle podría ser capaz de sostener esa vida sólo el tiempo suficiente para hacer imposible cualquier posibilidad de recuperación cuando la pirámide comenzara a inclinarse.

Nadie entendía el ordenador, pensó Mark, tal como sólo los hermanos Lawrence entendían el vapor de paletas y la caldera que lo movía. Los hermanos más jóvenes podían repararlo, volverlo a su condición original mientras los materiales estuvieran a mano, pero no sabían cómo funcionaban ninguno de los dos, ni el ordenador ni el barco, y si faltaba una tuerca, ninguno de ellos podría fabricar algo para sustituirla. Ahí estaba la razón de la inevitable destrucción del valle y de quienes vivían en él.

Pero eran felices, se recordó, mientras empezaban a encenderse las luces. Hasta las criadoras estaban contentas; estaban bien cuidadas y mimadas, si se las comparaba con las mujeres que salían de expedición todos los veranos o con las que trabajaban largas horas en los campos o en el huerto. Y si se sentían demasiado solas, tenían el consuelo de las drogas.

Eran felices porque no tenían la imaginación necesaria para mirar hacia adelante, pensó, y cualquiera que intentara decirles que había peligros era por definición un enemigo de la comunidad. Si desbarataba su existencia perfecta, se convertiría en su enemigo.

Su mirada inquieta recorrió el valle y finalmente se detuvo en el molino. Como su antepasado, comprendió que era el punto débil, el punto vulnerable del valle.

Espera a ser un hombre, había dicho Molly. Pero ella no se había dado cuenta de que cada día corría más peligro, de que cada vez que Andrew y sus hermanos discutían su futuro se sentían menos inclinados a concederles un futuro. Estudió el molino, pensativo. Había envejecido y su color era casi plateado, rodeado de rojos, pardos y dorados; además estaba el verde permanente de pinos y píceas. Le gustaría pintarlo. El pensamiento llegó de pronto y rió, poniéndose de pie. No había tiempo para eso. El tiempo era su meta; necesitaba más tiempo y en cualquier momento podían decidir que proporcionárselo era peligroso para todos. Bruscamente volvió a sentarse y ahora, mientras estudiaba el molino y la zona adyacente, entornó los ojos y dejó de sonreír.

La reunión del consejo había durado casi todo el día y, cuando terminó, Miriam pidió a Barry que la acompañara a dar un paseo. El la miró, interrogante, pero ella meneó la cabeza. Fueron hasta el río y cuando quedaron fuera de la vista de los demás, Miriam dijo:

—Quisiera pedirte un favor. Me gustaría visitar la vieja granja. ¿Puedes entrar en ella?

Barry se detuvo, sorprendido.

— ¿Por qué?

—No sé por qué. Pienso todo el tiempo que quiero ver los cuadros de Molly. Nunca los vi, ¿sabes?

—Pero ¿por qué?

— ¿Puedes entrar?

El asintió y echaron a andar de nuevo.

— ¿Cuándo quieres ir?

— ¿Es demasiado tarde ahora?

La puerta trasera de la granja estaba mal clausurada. Ni siquiera necesitaron una palanca para abrirla. Barry subió delante por las escaleras, llevando la lámpara de aceite, que arrojaba extrañas sombras en la pared. La casa parecía muy vacía, como si Mark no hubiese venido en mucho tiempo.

Miriam miró los cuadros en silencio, sin tocarlos, con las manos juntas, yendo de uno a otro.

—Habría que trasladarlos —dijo finalmente—. Aquí se pudrirán.

Cuando llegó a la talla de Molly que había hecho Mark, la tocó, casi con reverencia.

—Es ella —dijo suavemente—. El tiene su don, ¿verdad?

—Tiene el don —convino Barry.

Miriam apoyó su mano en la talla.

—Andrew planea su muerte.

—Lo sé.

—Ya ha hecho lo que tenía que hacer y ahora es una amenaza; debe desaparecer. —Acarició la mejilla de madera—. Mira, es demasiado alta y aguda, pero eso la hace más parecida a ella. Yo no entiendo por qué. ¿Y tú?

Barry meneó la cabeza.

— ¿Tratará de salvarse? —preguntó Miriam sin mirarlo, con voz cuidadosamente controlada.

—No lo sé. ¿Cómo podría hacerlo? No puede sobrevivir solo en los bosques. Pero Andrew no lo dejará quedarse muchos meses más en la comunidad.

Miriam suspiró y retiró la mano de la escultura.

—Lo siento —murmuró y no estaba claro si hablaba con él o con Molly.

Barry fue hasta la ventana que daba al valle y miró por el agujero que Mark había hecho en las maderas. Qué bonito era, pensó, la oscuridad que aumentaba, las luces pálidas brillando a la distancia y las colinas negras rodeando todo.

—Miriam —preguntó—. Si supieras cómo ayudarle, ¿lo harías?

Ella guardó silencio mucho rato y él pensó que no respondería. Después dijo:

—No. Andrew tiene razón. No es que su presencia sea peligrosa ahora, pero su existencia es dolorosa. Es como si nos recordara algo demasiado sutil para captarlo, algo que es doloroso, que puede ser letal. En su presencia tratamos de recuperarlo y fracasamos una y otra vez. Dejaremos de sentir ese dolor cuando ya no esté, no antes.

Se reunió con él en la ventana.

—Dentro de uno o dos años nos amenazará de otro modo. Lo importante es eso —dijo señalando al valle—. No un individuo, aunque su muerte nos mate a los dos.

Entonces, Barry rodeó sus hombros con el brazo y los dos siguieron mirando juntos el paisaje. Súbitamente, Miriam se puso rígida y dijo:

— ¡Mira, fuego!

Había una débil línea luminosa que creció mientras la miraban, extendiéndose en dos direcciones, transformándose en dos líneas que se movían hacia arriba y hacia abajo. Algo estalló, produjo un fuerte resplandor y después desapareció. Las líneas seguían avanzando.

— ¡Se incendiará el molino! —grito Miriam, y corrió de la ventana a la escalera—. Ven, Barry. ¡Es justo encima del molino!

Barry estaba en la ventana, como paralizado por las líneas de fuego que se desplazaban. El lo hizo pensó Barry. Mark está tratando de incendiar el molino.

CAPITULO XXVIII

Cientos de personas se esparcieron por la ladera de la colina, tratando de apagar el fuego. Otros patrullaban los terrenos que rodeaban la planta generadora, para asegurarse de que el viento no llevara chispas. Se conectaron mangueras para mojar los árboles y los matorrales, para empapar el techo del edificio de madera. Sólo cuando disminuyó la presión del agua se dieron cuenta de que tenían otro serio problema.

El volumen de agua del arroyo que hacía funcionar la planta se había reducido a un hilo. En todo el valle se apagaron las luces cuando el sistema desvió la energía disponible al laboratorio. El sistema auxiliar se puso en marcha y el laboratorio siguió funcionando, pero con menos energía. Todo quedó desconectado, salvo los circuitos conectados directamente con los tanques donde estaban los clones.

A lo largo de la noche los científicos, médicos y técnicos trabajaron, enfrentando la crisis. Lo habían ensayado con suficiente frecuencia como para saber lo que tenían que hacer y no perdieron clones, pero el sistema había sido dañado por el paro.

Otros hombres vadearon arroyo arriba para descubrir la causa de la disminución de la corriente. Al alba, tropezaron con un desprendimiento de tierras que casi había cortado el pequeño río y comenzaron a trabajar inmediatamente para despejarlo.

— ¿Trataste de quemar el molino? —preguntó Barry.

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