Kate Wilhelm - Donde solían cantar los dulces pájaros

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La posibilidad de producir un gran número de individuos a partir de un mismo material genético (clonación) no es nueva ni en el campo de la investigación científica ni en el de la ciencia ficción.
Pero faltaba una obra que hiciera con el tema de los clones lo que un Asimov y un Lem con la robótica o un Van Vogt y un Kuttner con la telepatía: llevar a cabo su sociología novelada, analizar con detalle la nueva cultura a la que podrían dar lugar.
Y eso es precisamente lo que hace Kate Wilhelm en
, premio Hugo a la mejor novela de 1977, y llamada a convertirse en un clásico del género, en la medida en que da cumplida expresión, consolidando, a uno de sus temas más inquietantes.

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Nunca había recorrido la caverna más allá de la segunda sala, pero en los días siguientes emprendió una exploración sistemática. En esa sala había varias aberturas y las investigó una por una, hasta que se vio detenido por un pasaje cerrado, o por un precipicio, o por un techo tan alto que le impedía llegar a las aberturas. Usaba antorchas, y a veces sus pasos eran audaces, pero no le importaba caer, quedar atrapado o no. Perdió la cuenta de los días que había pasado en la caverna; cuando sentía hambre, comía; cuando tenía sed iba hasta la entrada, cogía un puñado de nieve y la derretía. Cuando tenía sueño, dormía.

En uno de sus últimos viajes de exploración oyó agua que corría y se detuvo. Sabía que había llegado a un lugar alejado. Dos kilómetros. Quizá tres. Trató de recordar la longitud de su antorcha al comienzo. Estaba casi entera, y ahora sólo quedaba un tercio. Otra antorcha colgaba de su cinturón, por si acaso, pero nunca se había alejado tanto como para necesitar una segunda antorcha para la vuelta.

Tuvo que encender la segunda antorcha antes de llegar al río de la cueva. Ahora sintió una excitación nueva, al comprender que debía de ser la misma corriente que atravesaba el laboratorio. Entonces, todo era lo mismo, y aunque no hubiese más comunicación que la que establecía el río, las dos cavernas estaban comunicadas.

Siguió el río hasta el lugar donde desaparecía por un hueco de la pared; tendría que nadar para seguir adelante. Se puso en cuclillas y observó el hueco. El río aparecía en el laboratorio por un hueco parecido.

Regresaría con la soga y más antorchas. Se volvió para regresar a su amplia habitación con fuego y comida, y ahora prestó atención a la antorcha, para poder calcular cuánto se había alejado, a qué distancia estaba este sitio de la parte conocida de la caverna. Pero sabía dónde estaba. Sabía que, al otro lado de la pared, estaba el laboratorio y más allá el hospital y los dormitorios.

Durmió otra vez en la caverna y al día siguiente la abandonó para volver a la comunidad. Había comido muy poco en los últimos días; se sentía hambriento y agotado.

La nieve era más profunda y estaba nevando cuando volvió al valle. Era casi de noche cuando llegó al hospital y entró. Vio a varias personas, pero no habló con nadie y fue directamente a su cuarto, donde se quitó la ropa y se derrumbó en la cama. Estaba casi dormido cuando Barry abrió la puerta.

— ¿Estás bien? —preguntó Barry.

Mark asintió en silencio. Barry vaciló un momento y después entró. Se detuvo junto a la cama. Mark lo miró sin decir nada y Barry se inclinó y tocó su mejilla, después sus cabellos.

—Estás helado —dijo—. ¿Tienes hambre?

Mark asintió.

—Te traeré algo —dijo Barry. Pero antes de abrir la puerta, se volvió nuevamente y dijo—: Lo siento. Mark, lo siento, de veras.

Y se marchó rápidamente.

Cuando se fue, Mark comprendió que lo había creído muerto y la expresión que había en la cara de Barry era la misma que recordaba en la cara de Molly, hacía mucho tiempo.

No le importaba, pensó. Ahora no podría idear nada que compensara lo que le habían hecho. Lo odiaban y creían que era débil, pensaban que podían controlarlo como controlaban a los clones. Y se equivocaban. No bastaba con que Barry dijera que lo sentía; todos lo sentirían antes de que él terminara.

Cuando oyó que Barry volvía con la comida, cerró los ojos y fingió dormir; no quería ver de nuevo esa mirada dulce y vulnerable.

Barry dejó la bandeja y, cuando se marchó, Mark comió vorazmente. Luego se tapó con la manta y antes de dormirse pensó nuevamente en Molly. Ella había sabido que iba a sentirse así y le había dicho que aguardara, que aguardara a ser un hombre, a aprender todo lo posible. Su cara y la de Barry parecieron mezclarse y se durmió.

CAPITULO XXVII

Andrew había convocado la reunión y la presidió de principio a fin. Ahora nadie disputaba su autoridad para controlar las reuniones del consejo. Barry lo observó desde un asiento lateral y trató de sentir algo del entusiasmo que mostraba su hermano más joven.

—Aquellos que deseen mirar las gráficas y los registros, que lo hagan. Os he hecho un breve sumario, sin detallar los métodos. Mediante la clonación podremos reproducirnos indefinidamente. Finalmente, hemos resuelto el problema que enfrentamos desde el comienzo, el problema de la decadencia de la quinta generación. La quinta, la sexta, la décima, la centésima, todas serán perfectas.

—Pero sólo sobreviven los clones de las personas más jóvenes —dijo Miriam secamente.

—También solucionaremos eso —dijo Andrew, impaciente—. Al manipular los enzimas hay organismos que reaccionan con lo que casi parece un colapso alérgico. Descubriremos por qué y lo corregiremos.

Miriam parecía muy vieja, se dio cuenta súbitamente Barry. No lo había notado antes, pero sus cabellos eran canosos, su cara estaba delgada y arrugada y parecía mortalmente fatigada.

Miriam miró a Andrew con una sonrisa irresistible.

—Espero que puedas resolver el problema que has creado, Andrew —dijo—. Pero ¿podrán hacerlo los médicos jóvenes?

—Continuaremos usando a las criadoras —dijo Andrew, algo impaciente—. Las usaremos para clonar a los chicos más inteligentes. Haremos implantaciones de clones, usando a las criadoras como huéspedes para asegurar una población continuada de adultos capaces para la investigación, la planificación, la administración…

Barry descubrió que se distraía. Los médicos lo habían explicado todo en la reunión del consejo; ahora no dirían nada nuevo. Dos castas, pensó. Los dirigentes y los obreros, que siempre eran gastables. ¿Era eso lo que habían planeado al principio? Sabía que no era posible responder a esa pregunta. Los clones escribían los libros y cada generación se había sentido autorizada a cambiar los libros según sus creencias. Por cierto que él mismo había hecho varios cambios. Y ahora Andrew volvería a cambiar. Y éste sería el cambio final; ninguno de los que vinieran después soñaría con alterar nada.

—…Aún más costoso en término de mano de obra de lo que esperábamos —decía Andrew—. Los glaciares se acercan a Filadelfia cada vez más rápido. Quizá sólo nos queden dos o tres años para traer lo que se puede salvar, y eso nos cuesta muy caro. Necesitamos cientos de exploradores para que vayan al sur y al este, a las ciudades costeras. Ahora disponemos de algunos modelos excelentes…, los hermanos Edward son muy aptos para la exploración, como tus hermanitas pequeñas, las hermanas Ella. Las usaremos.

—Mis hermanitas Ella no podrían dibujar un paisaje, aunque las colgaras de los talones y las amenazaras con cortarlas en lonchas —dijo Miriam cortante—. A eso me refería. Sólo pueden hacer lo que se les ha enseñado, exactamente como se les ha enseñado.

—No pueden dibujar mapas, pero saben volver adonde ya estuvieron —dijo Andrew, sin tratar ya de ocultar su disgusto ante la evolución de la reunión—. Es lo único que les pedimos. Los clones implantados pensarán por ellos.

—Entonces es cierto —dijo Miriam—. Si cambias la fórmula sólo producirás esos clones de que hablas.

—Exacto. No podemos controlar dos procesos químicos diferentes, dos fórmulas, dos clases de clones. Hemos decidido que ésta es la mejor forma de proceder en este momento, y mientras tanto, te aseguro que seguiremos trabajando en el proceso. Esperaremos a que los tanques estén vacíos, dentro de siete meses, y entonces haremos los cambios. Y estamos preparando un calendario para elegir el mejor momento para clonar a los componentes del consejo y a los otros que se necesitan como líderes. Te aseguro, Miriam, que no nos estamos precipitando en un nuevo procedimiento sin considerar todos sus aspectos. En cada etapa, informaremos a este grupo de los progresos…

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