Bajo un techado provisional, cerca del molino, Mark se apoyó en el codo y miró a la chica que había a su lado. Tenía su edad, diecinueve.
—Tienes frío —dijo.
Ella asintió:
—No podremos seguir haciendo esto.
—Podríamos encontrarnos en la vieja granja —dijo él.
—Sabes que no puedo.
— ¿Qué pasa si tratas de cruzar la línea? ¿Viene un dragón y te devora?
Ella rió.
—De verdad, ¿qué sucede? ¿Lo has intentado?
Ahora ella se sentó y abrazó su cuerpo desnudo.
—La verdad es que tengo frío. Me vestiré.
Mark puso su túnica fuera de su alcance.
—Antes dime qué sucede.
Ella trató de cogerla, no pudo y cayó sobre él. Por un momento, quedaron abrazados. El la cubrió con una manta y friccionó su espalda.
— ¿Qué sucede?
Ella suspiró y se alejó de él.
—Una vez lo intenté —dijo—. Quería volver a casa, con mis hermanas. Pasaba el día llorando. Veía las luces y sabía que estaban a poco más de cien metros de distancia. Al principio corrí, luego empecé a sentirme rara, débil, me parece, y tuve que detenerme. Estaba decidida a llegar al dormitorio. Entonces seguí andando, no muy rápido, preparada para cogerme de algo si me desvanecía. Cuando me acerqué al límite, es un seto, de rosales… no tendría que ser difícil darle la vuelta. Cuando me acerqué, volví a sentir la sensación y todo empezó a girar. Esperé mucho rato, pero no se detuvo, y entonces pensé, si mantengo la mirada fija en los pies y no presto atención a ninguna otra cosa, podré seguir andando. Eché a andar de nuevo…
Ahora yacía rígida junto a Mark y su voz era casi inaudible cuando continuó.
—Empecé a vomitar. Y seguí vomitando hasta que no me quedó nada en el estómago, y entonces vomité sangre. Y supongo que perdí el conocimiento. Desperté en la habitación de las criadoras.
Suavemente, Mark tocó su mejilla y la acercó. La chica temblaba violentamente.
—Shhh —la calmó Mark—. Todo está bien. Ahora estás a salvo.
No había paredes que las mantuvieran aisladas, pensó, acariciando sus cabellos. Ningún cerco las aprisionaba, pero no podían acercarse al río; no podían acercarse al molino más de lo que estaban ahora; no podían cruzar el seto de rosales ni ir al bosque. Pero Molly había salido, pensó ceñudo. Y ellas también lo harían.
—Tengo que volver —dijo la chica. La expresión embrujada había vuelto a su rostro. La vaciedad, la llamaba ella.
—Tú no puedes saber lo que significa —continuó, tratando de explicar—. Nosotras no somos separadas, ¿sabes? Mis hermanas y yo éramos una sola cosa, una sola criatura, y ahora sólo soy un fragmento de esa criatura. A veces lo olvido por un rato; cuando estoy contigo puedo olvidarlo, pero siempre vuelve y vuelve la vaciedad. Si me dieras la vuelta, no encontrarías nada dentro de mí.
—Brenda, primero tengo que hablarte —dijo Mark—. Hace cuatro años que estás aquí, ¿no? Y has tenido dos embarazos. ¿Ya es hora, no?
Ella asintió y se puso la túnica.
—Oye, Brenda, esta vez no será como las anteriores. Están planeando usar a las criadoras para clonarse, implantando sus propias células clonadas. ¿Entiendes lo que digo?
Ella dijo que sí con la cabeza, pero estaba escuchando, vigilando.
—Muy bien. Han cambiado algo en los productos químicos que usan para los clones en los tanques. Ahora pueden seguir clonando a la misma persona muchas veces, pero serán neutros. Los nuevos clones no podrán pensar por sí mismos; no podrán concebir, ni fertilizar, ni tener hijos propios. Y los miembros del consejo temen que pierdan las habilidades científicas, la arteria. La habilidad de Miriam para dibujar, su memoria visual eidética… todo eso podría perderse si no lo fijan en la próxima generación clonándolo. Como no pueden usar los tanques, usarán a las mujeres fértiles como huéspedes. Te implantarán clones, trillizos. Y dentro de nueve meses tendrás tres nuevos Andrews, o tres mujeres más jóvenes y fuertes. Y continuarán usando la inseminación artificial con las demás. Cuando produzcan algún talento útil, lo clonarán varias veces, implantarán los clones en vuestros cuerpos y producirán más.
Ella lo miraba fijamente, ahora, muy intrigada por su preocupación.
— ¿Y qué importa? —preguntó—. Si así servimos mejor a la comunidad, es lo que tendremos que hacer.
—Los nuevos bebés de los tanques ni siquiera tendrán nombre —dijo Mark—. Serán los Bennys o las Bonnys, todos ellos y sus clones también se llamarán así, y los suyos.
Ella se ató las sandalias en silencio. —Y tú, ¿cuántos grupos de trillizos crees que podrá producir tu cuerpo? ¿Tres? ¿Cuatro? Ella ya no le escuchaba.
Mark trepó a la colina que dominaba el valle y se sentó en un peñasco, contemplando la gente que había abajo, la granja que había crecido año tras año, hasta llenar todo el valle, hasta la curva del río. Sólo la vieja granja era un oasis de árboles en los campos otoñales, que ahora parecían un desierto. El ganado se desplazaba lentamente hacia los grandes cobertizos. Un grupo de niños apareció en el campo, jugando a algo que requería corridas, caídas y nuevas corridas. Eran veinte o más, que jugaban juntos. Estaba demasiado lejos para oírlos, pero sabía que estaban riendo.
— ¿Y qué tiene de malo? —dijo en voz alta y se sorprendió al oírse. El viento agitaba los árboles, pero no llegó ninguna palabra, ninguna respuesta.
Estaban contentos, felices, y él, el intruso, a causa de su descontento, iba a destruirlo todo para satisfacer sus deseos egoístas. A causa de su soledad iba a trastornar a una comunidad entera que era próspera y estaba satisfecha.
Debajo de él aparecieron las hermanas Ella, las diez; cada una era una copia exacta de su madre. Por un momento, la imagen de Molly asomándose detrás de unos matojos, riendo con él, pasó por su mente. Se desvaneció y vio cómo las chicas se dirigían al dormitorio. De allí salieron tres hermanas Miriam y ambos grupos se detuvieron y hablaron.
Mark recordó cómo Molly daba vida a las personas en un papel; un toque aquí, otro allá, una ceja demasiado levantada, un hoyuelo demasiado profundo. Siempre era algo que no estaba bien, pero que daba vida al dibujo. Estas no podían hacerlo; lo sabía. Ni Miriam ni sus pequeñas hermanas Ella, ninguna de ellas. Eso había desaparecido; quizá se hubiese perdido para siempre. Cada generación perdía algo; a veces no se podía recuperar, a veces no se lo identificaba inmediatamente. Los hermanitos de Everett no podían afrontar un nuevo fallo en la terminal del ordenador; no podían improvisar durante el tiempo suficiente para salvar a los fetos si la electricidad fallaba durante varios días. Mientras los mayores pudieran prever los posibles problemas futuros y enseñar las soluciones a los jóvenes clones, estarían a salvo; pero los accidentes tenían el hábito de no ser previsibles, las catástrofes solían ser sorpresivas y un accidente grave podría destruir todo el valle, simplemente porque ninguno estaba entrenado para afrontar esa situación concreta.
Recordó una charla que había tenido con Barry.
—Estamos viviendo en la punta de la pirámide —le había dicho—. Nos sostiene la enorme base y estamos por encima de ella, por encima de todo lo que la hizo posible. No somos responsables de la estructura. No le debemos nada a la pirámide, pero dependemos totalmente de ella. Si la pirámide se derrumba y vuelve al polvo, no podremos hacer nada para impedirlo, ni siquiera para salvarnos. Cuando la base desaparezca, la cima también desaparece, por compleja que sea la vida que se ha desarrollado allí. La cima volverá al polvo junto con la base cuando llegue el colapso. Si hay que levantar una nueva estructura, debemos empezarla en el suelo, no encima de lo que se construyó en los siglos pasados.
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