James Morrow - Remolcando a Jehová
Здесь есть возможность читать онлайн «James Morrow - Remolcando a Jehová» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 2001, ISBN: 2001, Издательство: Norma, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Remolcando a Jehová
- Автор:
- Издательство:Norma
- Жанр:
- Год:2001
- Город:Barcelona
- ISBN:84-8431-322-0
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Remolcando a Jehová: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Remolcando a Jehová»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Remolcando a Jehová — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Remolcando a Jehová», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Menudo fiestón —gruñó Charlie Horrocks, acompañando a Neil en el urinario improvisado.
—El acontecimiento social de la temporada —masculló Neil. Señor, era maravilloso ser pagano. Las opciones eran tan sencillas. ¿Vodka, ron o cerveza? ¿Oral, anal o vaginal?
—Alguien ha estado jugando al fútbol con mi cabeza —dijo el operador de bombeo.
—Alguien ha estado jugando al billar con mis huevos —dijo Neil. Era evidente que sus juergas habían acabado, aunque si eso se debía a que incluso los paganos se cansan del placer o porque la fiesta se había quedado sin combustible (no había más cerveza en los barriles ni sopa en los cazos ni pan en las cestas ni potencia en los testes), el marinero no lo sabía—. ¿Qué hay para desayunar?
—Ni idea.
En el soportal oeste, un estómago grande y resonante gruñó. Otro retomó el grito. Un tercero se unió a ellos. Un gorgoteo coral llenó el aire, como si el museo fuera un laberinto de tuberías de desagüe defectuosas. Tambaleándose sin rumbo hacia la mesa de banquetes, Neil se dio cuenta de pronto de lo encostrado que estaba, de lo amplia que era la variedad de sustancias secas que se le pegaban a la piel y le enmarañaban el pelo. Se sintió como una extensión de la isla misma, un depósito de desechos.
—Me comería una vaca —dijo Juanita Torres, poniéndose una camiseta de seda.
—Un rebaño de vacas —añadió Ralph Mungo—. Una generación de vacas.
Pero no había vacas en la isla Van Horne.
—Eh, tenemos un problema —apuntó Dolores Haycox, el oficial de grado más alto entre los desertores, ahora que a Joe Spicer le habían destripado con un ancla sin cepo. Hablaba con vacilación, como si no estuviera segura de si debía asumir el mando o no. Si optaba por hacerlo, decidió Neil, sería mejor que se pusiera algo de ropa—. Creo que deberíamos, ya sabéis, hablar —dijo la tercera oficial.
El agua potable, afirmaron todos, no era un problema: la niebla omnipresente depositaba continuamente litros de rocío en los diversos canalones y cisternas de la ciudad. La comida era otra cuestión. Incluso con un racionamiento estricto, era probable que no quedaran bastantes provisiones para satisfacer el apetito durante más de un día.
—Jopé… me siento tan estúpido —admitió Mungo.
—Estúpida, estúpida, estúpida —dijo Torres.
—Estúpido como un buey —puntualizó Ramsey.
—Si pensamos demasiado en el pasado —dijo Haycox, colgándose un petate de lona hecho jirones alrededor de la cintura—, acabaremos volviéndonos locos.
Ramsey quería que se pusieran a recorrer la isla de inmediato. A pesar de su aparente esterilidad, alegaba, el lugar podría muy bien esconder unos cuantos crustáceos o una especie comestible de alga. Sin embargo, los juerguistas habían visto demasiados acres de barro sin vida y de arena yerma como para entusiasmarse demasiado con esa idea.
Horrocks sugirió que regresaran al Valparaíso y suplicaran por una porción de las sobras que pudieran haber pasado por alto cuando estaban saqueando el barco. Este panorama parecía prometedor hasta que James Echohawk señaló que, si existían esas provisiones, los leales al capitán no tenían razón alguna para ser generosos con ellos.
Fue Haycox la que ofreció una esperanza auténtica. Argumentó que debían fabricar una balsa con la mesa de banquetes y enviarla hacia el este. Después de llegar a la civilización —lo más probable era que fuera Portugal, aunque tal vez Marruecos estaba más cerca—, la tripulación buscaría a las autoridades y se encargaría de que enviaran un barco de rescate. Si la balsa no podía llevar a cabo un viaje así, la tripulación regresaría de inmediato a la isla Van Horne, cargada de los peces de alta mar que sin duda pescarían durante la travesía.
Siguiendo las órdenes de Haycox, los desertores se vistieron y pasaron la mañana hurgando en busca de comida. Cortaron la grasa de los huesos de jamón, sacaron la pulpa de los huesos de albaricoque, arañaron trocitos de huevo de los fragmentos de las cáscaras, sacaron pegotes de raviolis Chef Boyarde de las latas de acero y extrajeron con cincel trozos de pizza de las losas. Cuando habían dejado el museo limpio, los marineros volvieron sobre sus pasos hasta el anfiteatro, siguiendo el camino de su despilfarro, recogiendo todas las cortezas de naranja y pieles de plátano como si fueran piedras preciosas.
Al entrar en la arena, Neil se quedó perplejo por un momento al darse cuenta de que los cadáveres de Wheatstone, Jaworski y Spicer no se veían por ninguna parte, pero entonces se fijó en un montículo de barro en el centro del campo, prueba de que alguien —el padre Thomas, lo más probable—, los había enterrado. Un olor de mil demonios subía de la tumba, tan intenso, que mató al instante cualquier idea de resolver la hambruna incipiente por medio de la ingestión de los antiguos camaradas de a bordo.
A las 1530 los paganos estaban de vuelta en la ciudad, revisando la cosecha del día. Ascendía a poco más de doce kilos, que Haycox dividió en dos reservas iguales, guardando la primera en el petate —cebo, explicó— y repartiendo la segunda al momento. Con glotonería, Neil agarró su parte, un conglomerado de corazones de manzana, uvas Concord y cachos de salchichas de Frankfurt amalgamadas con caramelos turcos y queso cheddar fundido. Tras divisar un lugar sombreado debajo de la mesa de banquetes, se sentó, encendió un Marlboro y le dio una calada.
Se quedó mirando su comida. Le salió un gemido agudo de la laringe. Eso no era comida. Era comida travestida, una imitación cruel de comida, que le atormentaba del mismo modo en que la voz de un niño muerto atormenta a sus padres.
Devoró la ración en cuatro mordiscos grandes.
—Tengo un trabajo para ti.
Neil levantó la vista. Dolores Haycox estaba de pie ante él, su forma baja y fornida envuelta ahora en un mono beige de Exxon.
—Necesitamos pontones —dijo ella, entregándole a Neil un juego de pistolas de aguja que funcionaban con pilas—. Cuatro.
—A la orden.
—Llévate a Mungo, a Jong y a Echohawk. Encuentra algunos bidones de doscientos litros. Que estén bien. Vacíalos.
Le dio una calada a su Marlboro.
—Entendido.
—Vamos a salir de este lío, Weisinger.
—Y que lo digas, capitana Haycox.
Después de media hora de excursión a través de una marisma plagada de aerosoles y pañales desechables, Neil y sus tres camaradas de barco llegaron al vertedero de sustancias químicas más cercano, un pantano oscuro y viscoso en el que había montones de bidones de doscientos litros tirados como trozos de piña suspendidos en gelatina. La mayoría de los bidones estaban agrietados y goteaban, pero Mungo no tardó en descubrir un grupo que, al parecer, habían sido sellados contra la corrosión del agua salada por los que los habían tirado, haciendo un esfuerzo por aplacar sus conciencias o para cubrirse las espaldas. Los marineros encendieron las pistolas de aguja y se pusieron a trabajar, quitando el óxido de las tapas con el cuidado extremo que ponen los neurocirujanos al cortar lóbulos frontales: había que soltar las tapas pero sin que sufrieras ningún daño en el proceso.
Mientras Neil soltaba su tapa, le llegaron dos imágenes turbadoras.
Leo Zook, asfixiándose.
Joe Spicer, sangrando.
Reuniendo todos sus poderes paganos, toda la fuerza del Anno Postdomini Uno, se arrancó sus rostros lívidos de la mente.
Destapó el bidón, lo puso de lado y miró con una fascinación aterrorizada como algo que parecía una mucosidad negra y olía a azufre quemado fluía hacia el norte. Enroscó la tapa con fuerza. A los pocos minutos, Mungo, Jong y Echohawk estaban vaciando sus bidones respectivos: un torrente súbito de porquería amarilla apestosa, un chorro constante de sirope marrón hediondo, un hilo lento de pus violeta y acre.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Remolcando a Jehová»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Remolcando a Jehová» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Remolcando a Jehová» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.