James Morrow - Remolcando a Jehová
Здесь есть возможность читать онлайн «James Morrow - Remolcando a Jehová» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 2001, ISBN: 2001, Издательство: Norma, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Remolcando a Jehová
- Автор:
- Издательство:Norma
- Жанр:
- Год:2001
- Город:Barcelona
- ISBN:84-8431-322-0
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Remolcando a Jehová: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Remolcando a Jehová»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Remolcando a Jehová — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Remolcando a Jehová», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Lianne Bliss estaba sentada fielmente en su puesto. El puño sudoroso sujetaba el micrófono de onda corta.
—… el vapor Carpco Valparaíso —murmuraba—, treinta y siete grados, quince minutos, al norte…
—¿Hay suerte?
La oficial de radio se arrancó los auriculares. Tenía las mejillas hundidas, los ojos inyectados de sangre; parecía una fotografía antigua de sí misma, un daguerrotipo o un grabado a media tinta, gris, descolorido y arrugado.
—A veces oigo algo, parte de programas deportivos de los Estados Unidos, informes meteorológicos de Europa, pero no logro comunicar. Es una pena que los marineros no estén aquí. Hay grandes noticias. Los Yankees van los primeros. —Lianne se volvió a poner los auriculares y se inclinó hacia el micrófono—. Treinta y siete grados, quince minutos, al norte. Dieciséis grados, cuarenta y siete minutos, al oeste. —Se quitó los auriculares otra vez—. Lo peor son los gemidos, ¿no crees? Esos pobres desgraciados. Al menos a nosotros nos dan las hostias para comulgar.
—Y los bálanos.
—Los bálanos me cuestan mucho. Los como, pero me cuesta.
—Lo entiendo —Cassie rozó la diosa del mar de los bíceps de Lianne—. La última vez que estuve en un aprieto así…
—¿Las rocas de Saint Paul?
—Así es. Me comporté de manera vergonzosa, Lianne. Recé para que Dios me librara.
—No te preocupes, cielo. Yo en tu lugar habría hecho lo mismo.
—En las trincheras no hay ateos, dicen, y es tan cierto, tan jodidamente cierto. —Cassie tragó saliva, saboreando el regusto de los Cheerios—. No… no, estoy siendo demasiado dura conmigo. Esa máxima no es un argumento contra el ateísmo, sino contra las trincheras.
—Exacto.
Un marea fría y gris le inundó la mente a Cassie.
—Lianne, hay algo que deberías saber.
—¿Sí?
—Creo que estoy a punto de desmayarme.
La oficial de radio se levantó de la silla. Movió la boca, pero Cassie no oyó ninguna palabra.
—Ayúdame… —murmuró Cassie.
La marea formó una cresta y se estrelló contra su cráneo. Se deslizó hacia abajo lentamente, a través del suelo del cuarto de radiotelegrafía… a través de la superestructura… de la cubierta de barlovento… del casco… de la isla… del mar.
Se hundió en la profundidad verde.
En el silencio denso.
—Esto es para ti.
Una voz profunda, más profunda incluso que la de Lianne.
—Es para ti —repitió Anthony, pasándole una rodaja de queso americano rancio, con las esquinas arrugadas y el centro habitado por una mancha de moho verde.
Ella parpadeó.
—¿He estado… inconsciente?
—Sí.
—¿Mucho tiempo?
—Una hora. —El tigre de Exxon sonreía desde la camiseta de Anthony—. Sam y yo acordamos que a la primera persona que se desmayara le tocaría la ración de emergencia. No es mucho, doctora, pero es tuya.
Cassie dobló la rodaja en cuatro partes, se metió el montón irregular en la boca y lo engulló, agradecida.
—G-gracias…
Se levantó de la litera. El camarote de Anthony era el doble de grande que el suyo, pero estaba tan abarrotado de cosas que parecía estrecho. Había libros y revistas esparcidos por todas partes, un tomo de Las obras completas de Shakespeare de Pelican en el escritorio, una pila de Diarios meteorológicos del marino en el lavabo, un Manual de Carpco y un Chicas de Penthouse en el suelo. Había un cuaderno de espiral en la mesa, cuya portada mostraba un retrato pintado con aerógrafo de Popeye el marino.
—Tomarás un poco, ¿no? —preguntó Anthony, enseñándole una botella medio vacía de Monte Alban. MEZCAL CON GUSANO, decía la etiqueta. Sin esperar una respuesta, echó un poco en dos tazas de cerámica de Arco.
—Es un calvario ser bióloga. Sé demasiado. —Como los dolores empezaban otra vez, Cassie apretó la mano contra el Historia del tiempo que llevaba sujeto con el cinturón—. Las grasas fueron las primeras en desaparecer y ahora son las proteínas. Casi siento cómo los músculos se me están deshaciendo, crujiendo, partiendo. El nitrógeno flota sin trabas, se desparrama por nuestra sangre, por los riñones…
El capitán tomó un sorbo largo de mescal.
—¿Por eso la orina me huele a amoníaco?
Ella asintió con la cabeza.
—El aliento también me apesta —dijo, pasándole una taza de Arco.
—Cetosis. El olor de la santidad, solían llamarlo, en la época en que la gente ayunaba por Dios.
—¿Cuánto falta para que…?
—Depende un poco de cada uno. Los tipos grandes como Follingsbee podrían durar otro mes. Rafferty y Lianne, cuatro o cinco días, quizás.
El capitán apuró el mescal.
—Este viaje empezó tan bien. Mierda, incluso pensé que le salvaríamos el cerebro. Ya debe de ser picadillo, ¿no crees?
—Es muy probable.
Anthony se sentó detrás de la mesa, volvió a llenarse la taza y sacó un sextante dorado de entre las cartas de navegación y las tazas de café de espuma de poliestireno.
—¿Sabes, doctora? Voy lo bastante contento como para decirte que creo que eres una mujer increíblemente atractiva y absolutamente maravillosa.
El comentario despertó en Cassie una extraña conjunción de placer y aprensión. Se acababa de abrir una puerta al caos y ahora sería mejor que la cerrara de un golpe.
—Me siento halagada —respondió, tomándose un trago caliente de Monte Alban—. No olvidemos que estoy casi comprometida.
—Yo estuve casi comprometido una vez.
—¿Ah, sí?
—Sí. Janet Yost, una contramaestre de Embarcaciones Chevron. —El capitán divisó a Cassie a través del sextante; una sonrisa lasciva le torció los labios, como si, de algún modo, el instrumento le hubiera vuelto la blusa transparente—. Nos acostamos durante casi dos años, transportando cargas desde Alaska. Una o dos veces hablamos de boda. Por lo que a mí respecta, era mi novia. Luego se quedó embarazada.
—¿De ti?
—Aja.
—¿Y…?
—Y me acojoné. Un bebé no es el mejor modo de empezar un matrimonio.
—¿Le pediste que abortara?
—No con tantas palabras, pero ella sabía cuál era mi opinión. Yo no estoy hecho para la paternidad, Cassie. Mira a quién tengo por modelo. Es como un cirujano que aprende el oficio de Jack el Destripador.
—Quizá podrías haber… buscado por ahí, ¿no? Conseguido un poco de orientación.
—Lo intenté, doctora. Hablé con marinos que tenían hijos, caminé hasta esa tienda de juguetes tan grande del norte de la ciudad, F.A.O. Schwarz, y compré uno de esos muñecos tan realistas, para llevármelo a casa y sostenerlo mucho en brazos. Me dio bastante vergüenza comprarlo, te lo aseguro, como si fuera una especie de accesorio sexual. Y, bueno, no nos olvidemos de los viajes que hice al hospital Saint Vincent’s con el propósito de estudiar a los recién nacidos y ver qué tipo de criaturas eran. ¿Te das cuenta de lo fácil que es entrar a hurtadillas en la sala de maternidad? Actúa como un tío y ya está. Ninguna de estas gilipolleces funcionó. Hasta el día de hoy, los bebés me asustan.
—Estoy segura de que podrías superarlo. Alexander pudo.
—¿Quién?
—Una rata de Noruega. Cuando le obligué a que viviera con sus crías, empezó a cuidarlas. Los caballitos de mar también son buenos padres. Y los lumpos. ¿Janet abortó?
—No fue necesario. La madre Naturaleza intervino. Cuando me di cuenta, también habíamos perdido nuestra relación. Una época espantosa, peleas terribles. Una vez me tiró un sextante, así es como me rompí la nariz. Después de aquello, procuramos estar en barcos separados. Quizá sólo estábamos bien de noche. No tuve noticias suyas durante tres años enteros, pero entonces, cuando el Val chocó contra el arrecife Bolívar, me escribió para decirme que sabía que no era culpa mía.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Remolcando a Jehová»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Remolcando a Jehová» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Remolcando a Jehová» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.