James Morrow - Remolcando a Jehová
Здесь есть возможность читать онлайн «James Morrow - Remolcando a Jehová» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 2001, ISBN: 2001, Издательство: Norma, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Remolcando a Jehová
- Автор:
- Издательство:Norma
- Жанр:
- Год:2001
- Город:Barcelona
- ISBN:84-8431-322-0
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Remolcando a Jehová: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Remolcando a Jehová»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Remolcando a Jehová — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Remolcando a Jehová», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Da la casualidad de que mañana acaba el plazo del OMNIVAC para llevar a Dios al círculo polar ártico. Veo su cerebro desintegrándose, Popeye, cada neurona entrando en el olvido con una explosión repentina y brillante, como cinco mil millones de flashes que se disparan en una rueda de prensa apocalíptica.
Durante los tres primeros días a bordo del Enterprise, el entretenimiento favorito de Oliver fue estar en el puesto de observación de proa y dibujar los PBY cuando se marchaban en sus patrullas de reconocimiento diarias. Saliendo a toda prisa sobre sus panzas planas, zigzagueando entre las masas flotantes de hielo, los cuatro hidroaviones replegaban de pronto los flotadores estabilizadores y empezaban su ascenso torpe, luchando por subir al cielo como una bandada de garzas artríticas alzándose de una marisma.
Al final de la semana, los PBY habían hecho setenta y tres misiones distintas, sin divisar nada que se pareciera a un superpetrolero arrastrando un golem.
—¿Crees que un huracán lo ha desviado? —preguntó Winston.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? —respondió Oliver.
—Si el cuerpo ha empezado a pudrirse, podría estar empapándose de agua salada —dijo Barclay—, unos cuantos miles de toneladas de más podrían reducir la velocidad de Van Horne a la mitad.
—Quizá el problema sea mecánico —dijo Winston—. Los barcos mercantes están construidos para irse a pique. Así es como funciona el capitalismo.
Para Oliver, ninguna de esas teorías explicaba en absoluto el hecho de que el Valparaíso llevara un retraso tan deplorable. La mañana del veintidós de agosto fue al camarote del intérprete de Ray Spruance y le preguntó si el Enterprise tenía un fax.
— Enterprise, no «el» Enterprise —dijo el almirante, mordisqueando la boquilla de su pipa de madera de brezo—. Claro que tenemos uno, un Mitsubishi-7000.
—Quiero enviar un mensaje a nuestra agente del petrolero.
—¿Desde cuándo tenemos una agente en el petrolero?
—Es una larga historia. Es mi novia, Cassie Fowler. Es evidente que ha pasado algo.
—En este momento, Sr. Shostak, cualquier comunicación con Valparaíso sería mala idea. El silencio radiotelegráfico absoluto ocupó un lugar crucial en la victoria americana en Midway.
—Midway me importa una mierda. Estoy preocupado por mi novia.
—Si Midway le importa una mierda, no debería estar en este barco.
—Dios… ¿es que ustedes siempre tienen que vivir en el pasado?
El almirante frunció el ceño, manifiestamente desconcertado. Chupó su pipa.
—Sí, amigo —dijo al final—, la verdad es que sí tenemos que vivir siempre en el pasado y si usted se lo pensara un minuto también querría vivir allí. —Con los ojos centelleando, Spruance daba vueltas compulsivamente por su camarote, como un lobo enjaulado—. ¿Se da cuenta de que hubo un tiempo en que los Estados Unidos de América tenían sentido? ¿Un tiempo en que mirabas un cuadro de Norman Rockwell de un soldado pelando patatas para mamá y te emocionabas y nadie se reía de ti? ¿Un tiempo en que los Dodgers estaban en Brooklyn como se suponía que debían estar y no había ningún negrata pegando tiros por nuestras ciudades y cada día escolar empezaba con el Padrenuestro? Todo es historia, Shostak. La gente tiene miedo de su propia comida, por el amor de Dios. En los años cuarenta nadie comía yogur ni huevos sin colesterol ni malditas salchichas de Frankfurt de pavo.
—Sabe, almirante, si no deja que me ponga en contacto con Cassie Fowler puede que salga y contrate a otro grupo de mercenarios y ya está.
—No me engañe. Usted me gusta, amigo, pero no dejaré que me engañen.
—Hablo en serio, Spruance, o como diablos se llame —le espetó Oliver bruscamente, complacido de descubrir que tenía reservas inesperadas de impertinencia—. Mientras yo pague, yo mando.
Oliver tardó más de una hora en escribir un fax que cumpliera con las normas del almirante. El mensaje debía transmitir curiosidad por la posición del Valparaíso y, aun así, ser lo bastante ambiguo para que, si caía en lo que Spruance insistía en llamar «manos enemigas» y si ese enemigo lograba descifrar el código (estaba en Herejía), nadie sospechara que el cargamento del petrolero había sido elegido como objetivo.
—Eres la ocupante más apreciada de mi corazón, queridísima Cassandra —escribió Oliver—, aunque en qué cámara resides ahora es algo que no sé.
A las 1115 horas, el oficial de radio del Enterprise, un actor latino escuálido llamado Henry Ramírez, introdujo la carta de Oliver en el Mitsubishi-7000. A las 1116, un mensaje apareció en la pantalla del ordenador concomitante.
TRANSMISIÓN INTERRUMPIDA — PERTURBACIONES ATMOSFÉRICAS EN EL PUNTO DE RECEPCIÓN.
—¿Mal tiempo? —preguntó el intérprete de Spruance.
—Hoy no hay tormentas en ninguna parte del Atlántico Norte —respondió Ramírez.
Una hora después, el oficial de radio volvió a intentarlo. TRANSMISION INTERRUMPIDA — PERTURBACIONES ATMOSFÉRICAS EN EL PUNTO DE RECEPCIÓN. Después hizo un tercer intento. TRANSMISIÓN INTERRUMPIDA — PERTURBACIONES ATMOSFÉRICAS EN EL PUNTO DE RECEPCIÓN.
Sin embargo, no era una «perturbación atmosférica» de verdad, decidió Oliver; era algo mucho más siniestro. Era la Nueva Edad de las Tinieblas, que se extendía por el planeta y esparcía su ignorancia impenetrable por todas partes, como el petróleo que salía a borbotones del casco roto del Valparaíso y no había nada, absolutamente nada, que un simple ateo rico pudiera hacer al respecto.
Cassie agarró la bitácora de la brújula y la abrazó con la desesperación de una vagabunda borrachina que recupera el equilibrio con la ayuda de una farola. Ya no lograba imaginarse cómo era tener la cabeza clara, no recordaba un tiempo en el que moverse, respirar o pensar hubiera sido algo sencillo. Cogiéndose el vientre inflamado, se quedó mirando el radar de doce millas. Niebla, siempre niebla, como la emisión de un canal de televisión por cable demente, dedicado a la anomia y al miedo existencial, el canal Malestar.
De pronto, ahí estaba el padre Thomas, ofreciéndole una mano en forma de cuenco. Tenía un montón de Cheerios (sin duda, de los que le correspondían del racionamiento), en la palma de la mano. Su generosidad no la sorprendió. El día anterior, le había visto inclinarse por encima de la barandilla de estribor del Val y, en un acto benevolente y prohibido, tirar un puñado de percebes para los pobres desgraciados que gemían en la ciudad de las chabolas.
—No me los merezco.
—Come —ordenó el sacerdote.
—Ni siquiera se supone que debería estar en este viaje.
—Come —repitió.
Cassie comió.
—Es usted una buena persona, padre.
Pasó la mirada nublada por el radar de doce millas, por el radar de quince millas y por el terminal Marisat, y se concentró en la playa. Marbles Rafferty y Lou Chickering estaban saliendo de la Juan Fernández, tras acabar de regresar de otra búsqueda marina evidentemente desastrosa. Saltaron a las olas y, después de recoger el equipo de pesca, caminaron hasta la costa.
—Ni siquiera una cámara de neumático vieja —suspiró Sam Follingsbee, desplomado sobre la consola de control—. Qué lástima, tengo una receta fantástica para hacer caucho vulcanizado con salsa de crema.
—Cállate —dijo Crock O’Connor.
—Si al menos hubieran encontrado una o dos botas. Probaríais mi cuir tartare.
—He dicho que te calles.
Cogiendo el ejemplar de Historia del tiempo del difunto Joe Spicer que había sobre el Marisat, Cassie se lo metió debajo del cinturón de cuero que Lou Chickering le había prestado. Como por arte de magia, pareció que el libro le aliviaba los dolores de estómago. Cojeó hasta el cuarto de radiotelegrafía.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Remolcando a Jehová»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Remolcando a Jehová» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Remolcando a Jehová» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.