James Morrow - Remolcando a Jehová
Здесь есть возможность читать онлайн «James Morrow - Remolcando a Jehová» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 2001, ISBN: 2001, Издательство: Norma, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Remolcando a Jehová
- Автор:
- Издательство:Norma
- Жанр:
- Год:2001
- Город:Barcelona
- ISBN:84-8431-322-0
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Remolcando a Jehová: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Remolcando a Jehová»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Remolcando a Jehová — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Remolcando a Jehová», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
No es que le importase. Si su hermana podía despilfarrar su fondo fiduciario coleccionando objetos de interés relacionados con Abraham Lincoln y si su hermano podía liquidarse el suyo haciendo películas biográficas sensibleras sobre estrellas del béisbol de la liga nacional, Oliver no tenía la más mínima intención de obstaculizar la financiación de un proyecto tan encomiable como éste.
—Tenemos muchas posibilidades —respondió Winston—. Verás, esos payasos nos necesitan de verdad. Casi perdieron la camisa en Pearl Harbor.
28 de julio.
Medianoche. Latitud: 30°6’N. Longitud: 22°12’O. Rumbo: 015. Velocidad: 6 nudos. Viento: 4 en la escala de Beaufort. Nos dirigimos hacia el norte cruzando la planicie abisal de cabo Verde, con las Canarias a estribor, las Azores justo delante, la Osa Menor justo encima.
Esta tarde, haciendo los preparativos para el transvase de sangre, hemos intentado perforarle la arteria carótida con una serie de cánulas conectadas, «la aguja hipodérmica más grande del mundo», como ha dicho Crock O’Connor. Tres metros debajo de la epidermis, Él se vuelve duro como el hierro. Sería más fácil reventar una pelota de fútbol con un plátano.
Suponiendo que no haya ningún motín en el ínterin, lo volveremos a intentar mañana.
¿Crees que lo del motín es una broma, Popeye? No lo es.
Algo extraño está pasando a bordo del Carpco Valparaíso. Cada vez que Bud Ramsey organiza una partida de póquer, uno de los jugadores hace trampas y todo el asunto se convierte en una pelea sangrienta. Aparecen pintadas en los tabiques de contención más rápido de lo que puedo ordenar que lo limpien con un chorro de arena: JESÚS SE ESTÁ CORRIENDO EN LOS PANTALONES, y cosas peores. (Yo no soy religioso, pero no permitiré esa mierda en mi barco.) Los marineros fuman constantemente cerca de los compartimientos de carga, rompiendo así la primera regla de seguridad en un petrolero.
Marbles Rafferty me informa de que no pasa ni una hora sin que alguien le aporree la puerta para denunciar un robo. Carteras, cámaras, radios, cuchillos.
Le dije a nuestro contramaestre, Eddie Wheatstone, que aprendía a aguantar bien la bebida o le ponía unos grilletes. Así que esta mañana, ¿qué hace el idiota? Se pone borracho perdido y destroza la máquina del millón de la sala de juegos, con lo que me ha obligado a meterle el culo en el calabozo.
El marinero preferente Karl Jaworski insistió en que sólo le había dado a Isabel Bostwick «un beso de buenas noches de amigo». Luego hablé con ella, una mujer de la limpieza, y me enseñó los cortes y los morados, y, después, se presentaron dos más, An-mei Jong y Juanita Torres, con marcas similares y quejas parecidas sobre Jaworski. Le metí en la celda de al lado de Wheatstone.
Hasta hace 48 horas, nadie había muerto en un barco bajo mi mando.
Leo Zook. Un marinero preferente. El pobre desgraciado pilló una dosis letal de gas de hidrocarburo mientras estaba limpiando el tanque central número 2. Ahora viene la parte preocupante de verdad. La manguera de su equipo Dragen estaba cortada en trozos y, cuando Rafferty llegó, el compañero de limpieza de Zook —Neil Weisinger, aquel chico valiente que se encargó del timón durante el Beatrice—, estaba agachado junto al cadáver con una navaja suiza en la mano.
Cada vez que me acerco a la celda de Weisinger y le pido que me cuente lo que pasó, sólo se ríe.
—El cadáver está ejerciendo su control —así es como Ockham explica nuestra situación—. No el cadáver en sí, sino la idea del cadáver, ésa es nuestra gran enemiga, ésa es la fuente de este desorden. En los viejos tiempos —dice el padre—, tanto si eras creyente, no creyente o un agnóstico confundido, en algún nivel, consciente o inconsciente, sentías que Dios te estaba observando y esa intuición te controlaba. Ahora ya estamos en una nueva era.
—¿Una nueva era? —digo yo.
— Anno Postdomini Uno —dice él.
La Idea del Cadáver. Anno Postdomini Uno. A veces creo que Ockham desvaría, otras creo que tiene toda la razón. Odio encerrar a mi tripulación, especialmente sin haberle abierto todavía una brecha en la arteria carótida a Dios y con todo esto lleno de tiburones, pero ¿qué otra opción tengo? Me temo que somos un barco apestado, Popeye. El cargamento se nos ha metido dentro, produciendo esporas y desovando, y ya no estoy seguro de quién remolca a quién.
Una sensación de profundo pesar inundó a Thomas Ockham cuando, llevando puestos la sudadera de Fermilab y los tejanos Levi Strauss, descendió por la escalera estrecha que llevaba al calabozo improvisado del Valparaíso. Decidió que así es cómo debía haber pasado su vida, sin el collar, moviéndose entre los rechazados y los encarcelados, poniéndose de parte de los marginados del mundo. Jesús no había malgastado el tiempo preocupándose sobre supercuerdas o alguna TDT eternamente elusiva. El Señor había ido adonde le necesitaban.
Más abajo que la sala de bombeo, más abajo incluso que la sala de máquinas, las celdas se hallaban a lo largo de un pasillo de estribor oscuro atiborrado de cables blindados y tubos que transpiraban. Thomas avanzaba encorvado. Los tres prisioneros eran invisibles, encerrados tras puertas de acero remachadas improvisadas con placas de las calderas. Lento, vacilante, el sacerdote caminaba por la hilera, pasando junto al vándalo Wheatstone y el libidinoso Jaworski, parándose ante el caso que más le perturbaba, el marinero preferente Neil Weisinger.
Veinticuatro horas antes, Thomas se había puesto en contacto con Roma. «En su opinión, ¿nuestro caos ético actual proviene de una fuerza palpable generada por el proceso de la descomposición divina», decía la última frase de su fax, «o de un efecto psicológico subjetivo producido por la teotanatopsis, es decir, la Idea del Cadáver?».
A lo que Tullio Di Luca había respondido: «¿Cuánto tiempo de viaje calcula que se perderá a causa de estos hechos?».
Fuera de la celda, Big Joe Spicer estaba sentado en una silla plegable de aluminio, con una pistola de bengalas sujeta con una correa al hombro con aire amenazador y un póster central de Playboy abierto en la falda.
—Hola, Joe. He venido a ver a Weisinger.
Spicer frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Un alma atribulada.
—No, está feliz como una almeja con la marea alta. —El segundo oficial metió una llave maestra de un dorado apagado en el cerrojo y la giró de repente como un conductor de coche de carreras encendiendo el motor—. Escuche. Si el chico hace algún gesto de amenaza —le dio unas palmaditas a la pistola de bengalas—, pegue un chillido y vendré a incendiarle la cara.
—Ya no te veo en misa.
—Es como follar, padre. Hay que tener ganas.
Al entrar en la celda, Thomas casi se atragantó con el olor, una mezcla nociva de sudor, orina y heces tratadas con productos químicos. Desnudo hasta la cintura, Weisinger estaba tendido en la litera, mirando hacia arriba como la víctima de un entierro prematuro contemplando la tapa de su ataúd.
—Hola, Neil.
El chico se dio la vuelta. Tenía los ojos del gris mate y apagado de las bombillas caducadas.
—¿Qué quiere?
—Hablar.
—¿De qué?
—De lo que pasó en el tanque central número dos.
—¿Tiene un cigarrillo? —preguntó Weisinger.
—No sabía que fueras fumador —dijo Thomas.
—No lo soy. ¿Tiene uno?
—No.
—Le juro que me iría bien un cigarrillo. Murió uno que odiaba a los judíos.
—¿Zook odiaba a los judíos?
—Cree que nosotros matamos a Jesús. Dios. Una de esas personas. ¿Y qué día es hoy, a todo esto? Aquí abajo se pierde la noción del tiempo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Remolcando a Jehová»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Remolcando a Jehová» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Remolcando a Jehová» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.