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Hal Clement: Aclimatación

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El sol de nuestro sistema es el Castor C, una estrella enana roja de sistema binario, de la que ya conocemos bastante, y otra estrella destellante, que forma pareja con la anterior (para que haya más variación). Medea es un satélite, básicamente igual que la Tierra, de astro superjupiteriano inventado por mí. La rotación cerrada hace que una cara sea calentada por Argo, el superjupiteriano, y otra cara sea calentada alternativamente por los soles Castor C. Una órbita inclinada genera zonas permanentes y alternantes de luz y oscuridad, como las regiones ártica y antártica de la Tierra.

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— Pero si llegamos al punto superlímite, tú puedes morir. Y estos, por tanto, son los mismos factores que me recomendarían el regreso.

— Bien, esto constituiría otra apuesta. Si yo no sobrevivo, alguien te encontraría alguna vez y tú habrías ganado.

— No deseo estar desconectado, ni siquiera temporalmente. No, esto no lo consideraría como una victoria.

— ¿No quieres apostar?

— No. ¿Qué intentas conseguir? Tú no has dicho nada de lo que yo debería pagar si ganaras. Y nunca he sabido de ningún jugador que no se refiera primero a sus ganancias.

Repito que no has conocido a un verdadero jugador. Yo me contentaría con haber tenido razón en una discusión contigo. ¿Nunca te desafió Ruta a algo semejante? ¿A formular predicciones, a ver quién tenía razón?

Creí que no querías hablar de ella conmigo. Me pareció que su recuerdo te causaba un gran trastorno emocional.

Esto no es hablar de ella, sino simplemente hacerte una pregunta.

Sí, a veces trató de obligarme a adivinar lo que iba a suceder, pero nunca en forma de desafío formal.

Tengo la impresión de que intentas confundirme. La serie de posibles explicaciones… o mejor, la serie de explicaciones que se me ocurren, es mayor para tu acción que la serie de soluciones posibles al problema de los vientos del valle.

— Ya he pensado qué podrías pagarme. Sólo cesan en estos artefactos. La corrección en tu elección de palabras fue intencionada. Habías planeado la frase mucho antes de que surgiese del altavoz.

Dijiste que esto no te molestaba ni enojaba.

— Pues empieza a fastidiarme. Me recuerda, cada vez que lo haces, que tu cerebro trabaja mucho más deprisa que el mío.

Entonces, lo pararé. No es preciso apostar nada.

— Gracias. Bien, de todos modos voy a hacer una predicción. Yo afirmo que el viento que descenderá por este valle a mediodía dentro de tres días a partir de hoy tendrá una velocidad superior a los setenta y cinco kilómetros hora. ¿De acuerdo?

— Esto se halla muy cerca de la media de mi serie de posibilidades.

¿Cuál es esta media?

— Setenta y siete punto uno cuatro.

Está bien. Creí que era más alto… ¿Quieres engañarme? No serviría de nada. Sin embargo, no te permitiré cambiar los datos si te equivocas.

— No podrás impedirlo si lo exige mi conciencia observó Faivonen.

¿Quieres decir que haces esto para recordarme que controlas todas nuestras acciones? Me parece tonto.

— No había pensado en esto. Gracias.

— Me pregunto si realmente es cierto.

Faivonen no respondió, aunque la última observación del diamante le había sobresaltado de manera considerable. Calló y recogió su equipo para la reanudación del viaje. Los soles daban vueltas en el horizonte, ocultándose primero tras unos acantilados y después tras otros.

Unas noventa horas mas tarde el recorrido volvió a animarse, sin necesidad de apuestas. Sobre un espacio de unos dos kilómetros, el suelo duro del valle se humedeció, después se mostró mojado, y finalmente quedó cubierto con una capa de escarcha. El primer pensamiento del hombre fue un enfriamiento de la radiación, aunque no había habido verdadera noche. Luego, observó que la escarcha se extendía por igual en ambos lados del valle, incluso ascendiendo por las paredes, como si algo hubiese descendido por allí, enfriándolo todo, para volver a retirarse. El hecho de que los cristales de escarcha fuesen tan profundos en la parte inferior de los ramajes y sobre las rocas, implicaba lo mismo: que todo se había enfriado por un proceso distinto de una radiación.

— Esto es bueno aprobó Faivonen —. ¿Alguna idea?

— Claro contestó Beedee. Esto estrecha mi serie de soluciones posibles en más del noventa y cinco por ciento.

— ¿Y dónde deja a mi apuesta?

Vas muy adelantado. Te hallas cincuenta veces más en peligro de lo que yo había calculado.

¿De veras? ¿Te refieres a que debemos regresar ahora mismo?

— Debería darte un consejo. En realidad, mi cálculo sigue siendo muy incierto en vista de las incógnitas que nos aguardan en fisiografía. Si quieres correr el riesgo de aprender más hechos interesantes, yo también.

¿Pero qué produce esta escarcha? ¿Y por qué tarda tanto en fundirse, incluso con el brillo de los soles?

Antes de contestar a esta pregunta, he de hacerte una que se refiere a tu esposa. ¿Te importa?

— Adelante asintió Faivonen, tras una breve vacilación.

— Fue un deseo claramente expresado por ella que yo no debería solucionarle ningún problema que pudiese solucionar por sí misma. Tal vez no lo dijo con estas palabras, pero no deseaba depender tanto de mí. Se sentía culpable por haberme traído a Medea.

Pensaba que los colonizadores no debían depender de nada que no pudieran producir o fabricar aquí. Si tú compartes sus puntos de vista, yo no puedo responder a tu pregunta. Sé que tienes datos suficientes, y criterio bastante para hallar tú mismo la solución.

Faivonen meditó en silencio unos segundos. Deseaba enfrentarse solo con el problema, pues esto le ayudaría a combatir el aburrimiento de coleccionar datos. Sin embargo, estaba menos seguro de la opinión de Ruta, expresada en términos generales. Beedee, pese a la necesidad de independencia, era altamente importante para la colonia, pues tenía en su memoria la mayor parte de los datos obtenidos en Medea. Algunos del grupo se habían opuesto a permitir que aquel objeto estuviera en los viajes de exploración, y habían cedido solamente por el hecho de que, a través de los sentidos del diamante, era posible reunir mucha más información. Algunos miembros de la tripulación del Faharnu se habían mostrado más preocupados por el diamante que por Faivonen, cuando desembarcaron.

Si, como decía Beedee, el peligro era mayor ahora, tal vez lo más sensato fuese regresar y llevar a la colonia toda la información obtenida.

Por otra parte, estaba seguro de que el diamante afirmaría que los datos conseguidos aumentarían de valor si podían saber algo más de la zona: la meteorología local especialmente, que proporcionaría pistas respecto a las condiciones de la cara fría, que, de otro modo, tal vez se tardarían varios años en obtener, tanto de allí como de cualquier otro lugar. No se trataba solamente de saciar la sed de información que atosigaba siempre a Beedee, sino que el clima de Medea podía ser literalmente asunto de vida o muerte para la humanidad del satélite. Era imposible reunir tal información sin riesgo, y este conocimiento era en sí mismo la vida.

Está bien asintió finalmente. Yo mismo buscaré la solución. Vámonos.

Beedee aprobó esta decisión.

Los soles iban fundiendo lentamente la escarcha de las ramas y de las hojas de los arbustos, pero esta fusión era más lenta todavía en la capa que recubría el suelo y las rocas. Era probable que esta última capa se hubiera helado a considerable profundidad, lo que a su vez sugería una pérdida de calor más conductivo que radiactivo. Faivonen, por el momento, no podía figurarse nada más. El único cambio observado en diez kilómetros de camino era una escarcha más espesa, con señales de nieve, montones de cristales que aparentemente habían sido enviadas a zonas abrigadas por los vientos que recorrían el valle, y luego, de manera extraña, habían producido cristales de escarcha encima. Según Beedee la distinción entre el material procedente de alguna parte y la que se había formado en el sitio era bien definida, cosa que el mismo Faivonen podía ver con claridad.

No veía, en cambio, la situación física que producía tal fenómeno. No había habido nubes en muchos kilómetros de firmamento, y era difícil comprender cómo había podido caer nieve sin nubes. Por otra parte, era difícil comprender cómo podía existir suficiente radiación de enfriamiento si había nubes. Una breve nevada, posiblemente, seguida por un despeje rápido del cielo, explicaría por qué él y Beedee no habían reparado en la pequeña nevada. Este fenómeno habría formado parte de un sistema de exploración: un frente climático; y el por qué tal cosa podía haberse adelantado o retrocedido, o extinguirse dentro del radio de unos pocos kilómetros del último campamento, era también muy difícil de entender. No había habido una sola nube; lo único que ambos viajeros habían visto en el cielo, desde que los soles ya no se ponían, eran los globos.

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