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Hal Clement: Aclimatación

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El sol de nuestro sistema es el Castor C, una estrella enana roja de sistema binario, de la que ya conocemos bastante, y otra estrella destellante, que forma pareja con la anterior (para que haya más variación). Medea es un satélite, básicamente igual que la Tierra, de astro superjupiteriano inventado por mí. La rotación cerrada hace que una cara sea calentada por Argo, el superjupiteriano, y otra cara sea calentada alternativamente por los soles Castor C. Una órbita inclinada genera zonas permanentes y alternantes de luz y oscuridad, como las regiones ártica y antártica de la Tierra.

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Guárdate tus ideas y comprobaremos su exactitud cuando hayamos ascendido un poco más por este tubo de órgano. ¿No es ésta una planta nueva?

— No. Es bastante común en alguna de las islas próximas al ecuador. Es la primera vez que la veo tan al norte. Claro que la latitud significa mucho menos que la longitud, en lo que respecta al clima.

La última frase llegó tras una leve pausa, como una idea repentina.

Si, lo estoy olvidando todo. Y has sido muy diplomático al conversar como si también lo hubieras olvidado; aunque no necesitaba realmente esta clase de enfriamiento. Sé cómo funciona tu cerebro.

¿Y te ofende? He observado que los seres humanos se sienten mas a gusto cuando empleo artimañas dialécticas.

— Bueno… no, no. Yo sólo deseaba no perder tiempo si nos metíamos en algún apuro.

— Naturalmente.

Cualquiera que fuese la opinión de Faivonen acerca de Beedee, sus sentimientos hacia aquella «cosa» eran fundamentalmente amistosos. Aquel diamante era una personalidad. Era incluso una persona. Su conversación normal casi hubiera podido ser grabada a la hora de la sobremesa en una convención científica; y para sus dos primeros días en Medea resultaba más excitante que una charla de sobremesa. Las únicas complicaciones se debían a los interminables problemas planteados entre el ciclo de veinticuatro horas de Faivonen y la rotación de setenta y cinco horas del satélite. Tenía que malgastar horas por la «noche». Los soles blancos y la continuidad de la aurora le concedían bastante luz para permitirle viajar cuando los soles anaranjados se hallaban por debajo del horizonte, pero el hombre y la máquina se mostraban reluctantes a ello. La vista era lo suficientemente escasa como para poder dejar de ver un dato importante, posibilidad que molestaba a Beedee aun más que al hombre. Reunir y almacenar información era el principal motivo del diamante, el equivalente de una combinación de hambre, sed y libido. Al tercer día, Faivonen despertóse pronto, al oír la voz de Beedee en su oído.

— ¡Elisha!. ¡Algo intenta reptar hasta nosotros silenciosamente!. Prepara las armas.

El hombre salió de su colchoneta neumática con el mayor silencio y la máxima rapidez posible.

— ¿Está muy lejos? — inquirió, sin saber qué resultaría más apropiado: el arco, el hacha o el cuchillo.

Ignoro la distancia lineal, puesto que no sé cuál es la energía sonora que produce. Si mantiene su actual promedio de avance, llegará dentro de unos cien segundos.

Faivonen ya estaba de pie; cogió el arco y le puso una flecha.

— ¿Qué dirección?

Las cuatro hacia donde miras ahora.

Faivonen giró a la derecha. No veía nada, pero había muchas matas, de tres metros de altura, que le impedían ver. Aún no oía nada, pues el suelo se hallaba cubierto casi por completo de musgo y hojas blandas, igual que en muchos trechos de Medea, por lo que incluso un animal grande apenas produciría ruido.

Argo empezaba a salir. El disco rojizo, adornado en el borde superior izquierdo por media luna brillante, donde los soles gemelos iluminaban su hemisferio más alejado, proporcionaba un fondo sangriento en el que el recién llegado quedaría contrastado en cualquier momento. Faivonen se preguntó si aquel ser seguía su rastro, o había tropezado con él por casualidad. Tal vez se guiase por el aire de las mareas, pero éstas apenas se habían registrado durante los dos últimos ciclos, enviando solamente una suave brisa a lo largo del valle. La brisa, pues, había cesado casi en las últimas horas, justo al levantarse el planeta de fuego; pero aún así el olor humano podía llegar hasta un olfato bien equipado.

— Se ha detenido. Ahora sólo oigo su respiración murmuró de pronto Beedee.

Faivonen levantó el arco y tensó la cuerda. Algunas alimañas de Medea podían dar saltos de varios metros…

Ésta no lo hizo. Se presentó repentinamente a la vista, por un lado de la espesura, corriendo hacia Faivonen a gran velocidad. Se movía muy de prisa, y la luz era muy pobre para que fuese posible contar sus patas y descubrir otros detalles; pero esta idea no se le ocurrió hasta más tarde. Faivonen tensó más el arco, apuntó hacia la bestia en una fracción de segundo, y disparó. El animal se ladeó ligeramente, tropezó con Faivonen y le hizo perder el equilibrio. Debía tener al menos dos veces la masa del hombre. Faivonen consiguió recuperar rápidamente el equilibrio, soltó el arco y cogió el machete.

— Calma. Aún corre. Tu flecha se ha hundido en su hombro izquierdo, lo has herido, tal vez lo hayas matado.

¿Algún otro detalle?

— Era una especie de lancero, el mayor que he visto. Tenía una rádula… la clase de lengua dentada que todos tienen, y corría con ella fuera. Si no le hubieras acertado con la flecha, la lengua te habría herido en la garganta, y ahora quedaría poco de tu cuello.

Pensé aconsejarte que lo esquivases, pero era obvio que tu reacción habría sido demasiado lenta.

¿Aún se aleja de nosotros?

Sí. No existe la menor posibilidad de que recuperes tu flecha.

— No pensaba en esto.

Al menos aquel incidente le había entretenido un poco. El diamante no lo comprendía, y le dijo a Faivonen que, de haber muerto en esta ocasión, habría terminado ya con sus aburrimiento. Faivonen no vio ninguna gracia en esta frase, aunque pensó que lo que Beedee intentaba era mostrar emoción humana. De pronto, formuló una pregunta.

— ¿De veras quieres que todas tus predicciones se cumplan y que tus cálculos sean correctos? He oído decir que tu diversión consiste en comprobar las cifras contra la observación. Es como comprobar si estás acertado constantemente, ¿verdad? La vida necesita un poco de salsa.

— ¿Te refieres a los alimentos que dejaste en la Tierra? Ya sé que no es posible realizar alguna investigación sin un poco de riesgo, pero no comprendo cómo el peligro mejora el sabor (si es esto a lo que te referías) del conocimiento o del descubrimiento.

— Estás consiguiendo comportarte como una verdadera máquina observó Faivonen.

Jugar debe reservarse para cuando la suerte está de tu parte. Mi conocimiento de los jugadores humanos es muy limitado, pero siempre me ha parecido uno de sus principales procedimientos la manipulación de la suerte.

Esos no son jugadores. Mira, tú has ganado una apuesta, ya que tu existencia está unida a la mía. Y si no te alegras, es que no estás vivo.

Nunca he presumido de estar vivo — replicó el diamante con énfasis —. Gracias por haberlo olvidado.

Faivonen no supo qué contestar.

Ya no era de noche, ni siquiera la brillante noche de la aurora y los soles blancos Castor. El viaje había empezado en el equinoccio. Cuatro días medeanos después, los puntos de levante y poniente estaban por delante de los exploradores. Los gemelos Castor C permanecían toda la jornada en el firmamento, y no se pondrían durante las treinta revoluciones de Medea en torno a Argo. Esto, al menos, resolvía la cuestión de si era o no conveniente viajar de noche.

En los días siguientes no hubo más ataques, y el aburrimiento volvió a amenazar con minar la moral del miembro humano del equipo explorador. Al séptimo día experimentó la necesidad de aliviar el aburrimiento.

Beedee, con su exacto sentido visual, había medido la distancia recorrida, trazando el mapa del valle con una exactitud muy superior a la de la raza humana. Se hallaban a la sazón a algo más de quinientos cincuenta kilómetros de la bahía, y también los globos viajaban, como hacían muchos. Los vientos aumentaban de velocidad en ambas direcciones, y cada vez había más organismos en el valle. Los vientos inferiores, cara a la bahía, eran menos intensos y de menor duración que los que soplaban a espaldas de los viajeros, pero a medida que transcurrían los días se adivinaba un cambio.

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