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Hal Clement: Aclimatación

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El sol de nuestro sistema es el Castor C, una estrella enana roja de sistema binario, de la que ya conocemos bastante, y otra estrella destellante, que forma pareja con la anterior (para que haya más variación). Medea es un satélite, básicamente igual que la Tierra, de astro superjupiteriano inventado por mí. La rotación cerrada hace que una cara sea calentada por Argo, el superjupiteriano, y otra cara sea calentada alternativamente por los soles Castor C. Una órbita inclinada genera zonas permanentes y alternantes de luz y oscuridad, como las regiones ártica y antártica de la Tierra.

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Aquellas cosas (Beedee era típico, aunque no había dos idénticas) eran como si alguien hubiese fabricado un cilindro de cristal negro, un poco mayor de seis centímetros de radio y diez de longitud, encajando los extremos con hemisferios del mismo material, y haberlos dividido para formar dos unidades. Con este volumen, un poco más de doscientos mililitros, poseían aproximadamente la capacidad de doscientos millones de células de los cerebros humanos. Algunas personas las tenían, si bien había habido una fuerte demanda (para destruirlas tal vez o enviarlas a la Tierra), por parte de algunos de los habitantes más paranoicos del planeta. No había sido ciertamente la alta estima de los derechos de la propiedad privada, característica de la cultura de aquella época, lo que le había permitido a Beedee venir a Castor.

Faivonen, por su parte, no estaba más asustado de aquella cosa de lo que había estado su esposa, pero estaba seguro de que podía pensar muchas veces más deprisa y con mayor precisión e infinitas variantes que cualquier ser humano. Había sido uno de los compañeros de Beedee, uno de los diamantes como él, quien había demostrado que el ajedrez era algo tan trivial como el más simple y aburrido de los juegos.

Algunas personas no lo habían olvidado.

Faivonen no recordaba todo esto conscientemente. Sólo se preguntó por que Beedee había mencionado a Ruta sabiendo que él sufriría; después, supuso que nunca obtendría la respuesta, y reanudó su labor. Guisó y volvió a comer, cargó su equipo y hasta que no llevaban algún tiempo caminando no volvió a hablar con su computadoragrabadora.

Entonces cambió de tema, pasando a uno de importancia más inmediata.

— No hay ningún río en este valle…

Naturalmente, puesto que ninguno llega al mar — replicó Beedee.

Ni hay charcas o balsas, pese a haber mucha vegetación. Y la cantimplora empieza a estar vacía. ¿Alguna sugerencia práctica?

— Desde el mar se veía nieve en lo alto de los acantilados. Aquí, la temperatura está muy por encima del cero. Por tanto, tiene que haber algo de agua cerca del borde, aunque sólo sea esporádicamente. Examinemos más atentamente la base del acantilado; la información geológica será útil de todos modos.

Faivonen se abstuvo de todo comentario y echó a andar hacia la parte más próxima del valle. Ya sabía que había sido excavado en roca sedimentaria, fina arenisca, cuyo actual nivel elevado sobre el mar implicaba muchas cosas respecto a las fuerzas de Medea. Al pie de los acantilados había, inevitablemente, guijarros. Estaban depositados en forma de U cerca de la bahía, contorneando el valle, lo cual indujo a los exploradores a deducir una formación glaciar anterior. Un examen más atento reveló sólo un material muy fino que parecía haber sido traído por el viento. Ahora, lejos ya de la bahía, la redondez persistía e incluso estaba exagerada; el acantilado, al menos en este lado, parecía ligeramente minado.

Lejos de las paredes del valle, la tierra parecía granito muy fino. Más cerca, contenía rocas cuyo tamaño aumentaba a medida que el acantilado iba quedando más lejos. Las partes rocosas expuestas al aire estaban muy redondeadas por la erosión.

El suelo era muy seco, a pesar de la abundante vegetación. Faivonen arrancó algunas plantas muy pequeñas y vio que sus raíces no eran profundas. Beedee estuvo de acuerdo conque debía haber un buen suministro de agua en la superficie o cerca de ella, puesto que las plantas mostraban la capacidad normal de almacenamiento de agua.

El diamante, como de costumbre, tenía razón; el suelo era sensiblemente húmedo cerca del acantilado, y por la ladera hallaron algunos charcos y balsas, donde las rocas formaban como compuertas de contención. Muy aliviado, Faivonen bebió el primer sorbo desde que había desembarcado, y llenó de nuevo la cantimplora.

Ya estaba de mejor humor, y deseoso de seguir avanzando hacia el frío. Su atavío era otra muestra de la tecnología terrestre que guardaba para usos especiales: una especie de mono de trabajo, de polimeral fino, cuya conductividad termal era extremadamente baja. Era transparente cerca de la radiación infrarroja, de forma que él podía apreciar el calor de un fuego o el de los gemelos Castor C sin tener que quitárselo. Con una especie de máscara antigua podría enfrentarse contra temperaturas muy por debajo del punto de congelación del agua, y también frente a grandes vendavales. Las temperaturas bajas significaban algo más, pero harían falta aún muchos días de viaje para llegar a tal clase de ambiente.

Cuando reanudó su camino por el valle empezó a charlar agradablemente con Beedee.

Caminaba oblicuamente al suelo a fin de que le resultase más fácil andar. La conversación giró casi por entero en torno a lo que observaban. El diamante no se mostraba muy dispuesto a contentar al humano con una conversación banal, sino que en la misma incluía mucha especulación. ¿Cuál era la causa de la elevación de toda la región de rocas sedimentarias como un solo bloque a más de quinientos metros?

Beedee efectuó ciertas mediciones donde pudo, y no encontró más de dos grados de profundidad. ¿Qué había excavado aquella garganta? ¿Un río, un glaciar? ¿Por qué no había el menor rastro ahora? Los valles sin un río central son infrecuentes, excepto en los desiertos, y aun en éstos suele haber cauces secos por donde antes fluía el agua.

Los dos globos habían derivado hacia el valle; el viento había cambiado finalmente de dirección, y todo ello podía ser un fenómeno de las mareas, como Sullivan había supuesto al acercarse con el Fahamu a esta región. Beedee se mostró de acuerdo en que tal cosa era bastante posible. Pero no quiso arriesgarse a hacer una predicción.

— Si esto es realmente una corriente de la marea, y entra en este valle por sus dos extremos, la anchura del valle, la altura de sus paredes y la dimensión de las áreas con vida, es algo importante. En el extremo que da al mar, el depósito de suministro es efectivamente infinito, pero no hemos observado aún los demás factores. Suponer que el valle conserva su actual anchura y altura en toda su longitud no sirve de nada en tanto no se sepa la longitud de las demás variantes. Yo puedo tratar esto matemáticamente, como un tubo de órgano de un corte seccional con una fuerza inductora del período de un día de Medea, pero…

— Olvídalo — le interrumpió Faivonen, que era un matemático perfecto como todos los seres humanos, pero conocía la futilidad de intentar seguir los cálculos de Beedee.

Guárdate tus ideas y comprobaremos su exactitud cuando hayamos ascendido un poco más por este tubo de órgano. ¿No es ésta una planta nueva?

— No. Es bastante común en alguna de las islas próximas al ecuador. Es la primera vez que la veo tan al norte. Claro que la latitud significa mucho menos que la longitud, en lo que respecta al clima.

La última frase llegó tras una leve pausa, como una idea repentina.

Si, lo estoy olvidando todo. Y has sido muy diplomático al conversar como si también lo hubieras olvidado; aunque no necesitaba realmente esta clase de enfriamiento. Sé cómo funciona tu cerebro.

¿Y te ofende? He observado que los seres humanos se sienten mas a gusto cuando empleo artimañas dialécticas.

— Bueno… no, no. Yo sólo deseaba no perder tiempo si nos metíamos en algún apuro.

— Naturalmente.

Cualquiera que fuese la opinión de Faivonen acerca de Beedee, sus sentimientos hacia aquella «cosa» eran fundamentalmente amistosos. Aquel diamante era una personalidad. Era incluso una persona. Su conversación normal casi hubiera podido ser grabada a la hora de la sobremesa en una convención científica; y para sus dos primeros días en Medea resultaba más excitante que una charla de sobremesa. Las únicas complicaciones se debían a los interminables problemas planteados entre el ciclo de veinticuatro horas de Faivonen y la rotación de setenta y cinco horas del satélite. Tenía que malgastar horas por la «noche». Los soles blancos y la continuidad de la aurora le concedían bastante luz para permitirle viajar cuando los soles anaranjados se hallaban por debajo del horizonte, pero el hombre y la máquina se mostraban reluctantes a ello. La vista era lo suficientemente escasa como para poder dejar de ver un dato importante, posibilidad que molestaba a Beedee aun más que al hombre. Reunir y almacenar información era el principal motivo del diamante, el equivalente de una combinación de hambre, sed y libido. Al tercer día, Faivonen despertóse pronto, al oír la voz de Beedee en su oído.

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