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Charles Sheffield: La telaraña entre los mundos

Здесь есть возможность читать онлайн «Charles Sheffield: La telaraña entre los mundos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1989, ISBN: 84-406-1089-0, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Charles Sheffield La telaraña entre los mundos

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven. Spider Robinson

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—Un año, más o menos —respondió—. Una vez concebida la idea original, claro. La mayor parte del trabajo fue la programación y la fabricación.

—Un año. —Regulo silbó y sacudió la cabeza—. No es por darle coba, pero ¿sabe que mi equipo de ingenieros invirtió más de cuarenta años-hombre en la Araña, intentando descubrir cómo diablos funciona esa cosa, y todavía no lo ha logrado? Eso demuestra lo que yo he dicho siempre: trabajar sin ideas es peor que no trabajar. —Se sonrió—. Hay un truco, ¿no?

—Lo hay —Rob sonrió—. Y antes de que comience, quiero aclararle que no está a la venta.

—Eso supuse —Regulo miraba a Rob atentamente con sus arrugados ojos azules—. Pero puede ser alquilada, ¿no? No, no me lo diga, ya sé que no anda necesitado de dinero. El último contrato por el Puente Taiwan le habrá hecho ganar millones. ¿Qué longitud tiene? ¿Ciento veinte kilómetros?

—Un poco más. Casi ciento cuarenta.

—No está mal —Regulo tenía una expresión divertida en su rostro ajado—. Es difícil estar al tanto de las obras pequeñas. ¿Usted dirigió la extrusión de todos los cables de sostén?

Rob había logrado permanecer imperturbable ante la mención de «obras pequeñas». El Puente Taiwan era uno de los más grandes del mundo; ¿adónde quería llegar Regulo?

—Toda la extrusión y la fabricación —replicó—. La Araña permite comenzar desde las materias primas básicas y hace un cable compuesto por monofilamentos sin interrupciones.

—Ajá —Regulo hizo avanzar la silla hacia un costado del escritorio y tomó un listado de ordenador—. He pasado bastante tiempo estudiando la Araña para saber al menos lo que hace, aunque no sepamos cómo lo hace. Ahora bien, venga aquí y mire esto. Es el resumen de un artículo aparecido el año pasado en la Revista de Estado Sólido — golpeó la hoja con un dedo huesudo—. No me creerá, pero hace cuarenta años que esperaba que alguien escribiera este artículo. Mírelo y dígame qué le parece.

Rob se acercó al costado del escritorio, cerca de Regulo, y los dos hombres observaron la hoja durante unos minutos.

—Lo que dice es claro —dijo Rob por fin—. Si el autor no se equivoca, puede hacer filamentos de silicona sin interrupciones veinte veces más resistentes que los más duros que estamos fabricando con grafito. Sólo menciona la resistencia a la tensión, de modo que mi primera pregunta sería qué pasa con la resistencia bajo condiciones de compresión y deslizamiento.

—Yo se lo pregunté. La resistencia al deslizamiento es buena, la de compresión, escasa, más o menos lo mismo que sucede con los filamentos de grafito.

Rob se encogió de hombros.

—De modo que puede hacerse un cable de carga de silicona, en lugar de grafito. No veo que eso sea especialmente valioso. No necesitamos materiales más fuertes para ninguno de los puentes que conozco, ni siquiera para los que están en etapa de diseño, y con esto incluyo al Puente Tasmaniano, que medirá trescientos cuarenta kilómetros.

—Muy cierto —Regulo se inclinó sobre el escritorio y rozó la superficie con un dedo. Bajo la presión de su mano apareció una leyenda iluminada, en letras de imprenta sobre la superficie rosada: PIENSA A LO GRANDE.

—Eso es lo que tienes que aprender a hacer, Merlin. Piensa a lo grande, no modestamente. Estoy interesado en algo cuya magnitud sobrepasa ampliamente la de cualquier puente insignificante. Si no tuvieras límites de presupuesto, ¿podrías fabricar y extruir cable de silicona, en lugar de cable de grafito?

Rob vaciló. Aún miraba con curiosidad la superficie del escritorio de Regulo. Se inclinó hacia adelante y tocó el lugar que había tocado Regulo. La señal resplandeciente volvió a aparecer. PIENSA A LO GRANDE.

—¿Efecto piezoeléctrico? —preguntó.

Regulo rió roncamente.

—No exactamente. Ya tendrás tiempo de averiguarlo si trabajamos juntos. Oprime la superficie en otros lugares, a ver qué sale.

Cada pedazo de la superficie del escritorio respondía a la presión de la mano de Rob: GANA POCO, IDEAS-COSAS-GENTE, LOS COHETES NO SIRVEN. Rob se quedó mirando el último. Era lo que Corrie había dicho de Regulo. El otro hombre miraba con placer no disimulado las señales rojas que resplandecían en la superficie del escritorio y se apagaban segundos después hasta convertirse en el pálido rosado de antes.

—Mi filosofía de trabajo está inscrita en este escritorio —dijo—. Deberías dedicar media hora a leerlo todo, pero no ahora. Espero tu respuesta. ¿Puedes modificar la Araña?

Rob asintió.

—Me llevaría quizás un mes de trabajo, pero puedo hacerlo. Diseñé a la Araña con mucha flexibilidad de funcionamiento.

—¿Y aún podrías moldear cualquier forma de cable, como hiciste para los puentes?

Rob volvió a asentir, y no creyó necesario agregar comentario alguno. Regulo se sentó más derecho en su silla, gruñendo al enderezarse.

—Muy bien. —Apoyó ambas manos planas sobre el escritorio—. Otra pregunta más, y luego responderé a las que estoy seguro que quieres hacerme. Si no tuvieras problemas de dinero, ¿podrías aumentar la velocidad de la Araña? ¿Podrías aumentar la producción máxima de moldeado de cable de diez kilómetros diarios a más o menos doscientos kilómetros diarios?

Rob frunció el ceño y se mordió el labio, concentrado.

—Eso es más difícil —dijo por fin—. Necesito tiempo para pensarlo antes de dar una respuesta definitiva. No veo ninguna razón específica para que no pueda hacerse, pero ésa no es la clase de respuesta que usted espera. Pero, ¿para qué querría hacerlo? Cuando diseñé la Araña la hice para que trabajara más rápido que cualquier otra máquina de las utilizadas en la construcción de puentes. No veo la necesidad de acelerarla, los demás equipos jamás podrían seguirle el ritmo.

—Te diré para qué —dijo Regulo, extendiendo la mano—. Mira esto. Mira el resto de mi cuerpo. Soy un hombre viejo, sí, y eso significa que no tengo tanto tiempo como tú. No creas a los que dicen que los jóvenes viven deprisa. Son los viejos, los que han aprendido lo valioso que es el tiempo, los que viven deprisa. No sé qué opinas tú, pero yo no estoy dispuesto a esperar diez años a que extruyan un cable de sostén. Un año todavía, necesitaríamos ese tiempo de todos modos para prepararlo todo. Pero no más de un año.

Rob volvió a sentarse en la silla frente a Regulo. Miró con fijeza la cara estropeada, tratando de leer detrás de los rasgos deformados. Era imposible. Sólo los ojos eran humanos, y brillaban con un intenso interés intelectual.

—Acláreme algo —dijo Rob por fin—. Se dará cuenta de que una velocidad de extrusión de doscientos kilómetros diarios fabricaría un cable de sostén que le daría dos vueltas a la Tierra. A diez kilómetros diarios tendríamos miles de kilómetros de cable, más de lo que necesitaríamos jamás. ¿A qué quiere jugar? ¿A diseñar puentes para Júpiter?

—No. A algo mucho más interesante —Regulo se inclinó sobre el panel de control a un lado del escritorio y oprimió una serie de botones. La gran pantalla en la pared de la derecha se encendió y mostró la imagen estilizada del sistema Tierra-Luna, más o menos a escala—. Ya sabes cuál es mi opinión de los cohetes, por la leyenda que viste sobre el escritorio. Yo transporto más material desde la Tierra que ninguna otra persona, y para eso usamos cohetes, pero resulta que, en mi opinión, los cohetes son un elemento de tecnología obsoleto. Incluso con los mejores sistemas de propulsión nuclear, consume mucha energía levantar una carga de la superficie de la Tierra y ponerla en órbita aquí. Y consume la misma cantidad de energía y reacción de masa para hacer bajar otra vez el mismo material.

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