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Charles Sheffield: La telaraña entre los mundos

Здесь есть возможность читать онлайн «Charles Sheffield: La telaraña entre los mundos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1989, ISBN: 84-406-1089-0, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Charles Sheffield La telaraña entre los mundos

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Charles Sheffield es uno de esos escritores de ciencia ficción que hace que el resto de nosotros piense seriamente en hacer carrera como vendedores de saldos. De hecho, la única razón por la que le permitimos vivir es que también somos lectores de ciencia ficción. Tiene la base científica de un Clarke, la capacidad narrativa de un Heinlein, la aguda ironía de un Pohl o un Kornbluth y la habilidad como constructor de universos de un Niven. Spider Robinson

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»Ahora bien, Rob, tú sabes bastante de ingeniería y de física (me aseguré de ello antes de pedirle a Cornelia que intentara hacerte venir) para saber de sobra que un campo de gravedad newtoniano es conservativo . Hay una función potencial para él. ¿Qué quiere decir esto? Te lo diré. Significa que en principio se debería poder tomar masa de un punto del campo, digamos de la superficie de la Tierra, y llevarla a otro punto, como por ejemplo una órbita geosincrónica, usando una determinada cantidad de energía. Luego se debería poder traerla otra vez, de regreso a la Tierra, y recuperar toda la energía gastada en subirla . Eso es lo que significa un campo conservativo: que lo que se use para subir se recupere cuando se baja.

Rob se encogió de hombros.

—Entiendo las ideas teóricas de los campos potenciales. Pero en la práctica no sirven. El campo de gravedad de la Tierra es conservativo, cierto, pero hay que usar energía para llevar los cohetes al espacio desde la superficie. Y se necesita reacción de masa y energía para evitar que caigan demasiado rápido cuando uno quiere hacerlos regresar a la superficie.

—Así es. Es una situación terrible desde el punto de vista de la eficacia. De modo que debemos empezar por ahí.

Regulo oprimió otro botón en la consola de control y la pantalla de la pared mostró a la Luna y la Tierra rotando juntas alrededor de su centro común de masa, mientras que la Tierra rotaba al mismo tiempo sobre su eje.

—Supón que no usemos cohetes —explicó—. Los cohetes son como los transbordadores, que llevan gente y materiales para arriba y para abajo. Supón que en lugar de transbordadores construimos un puente hacia el espacio. La idea es sencilla: tomamos un cable, atado a un punto de la superficie de la Tierra, tal vez en algún lugar del Ecuador. Se extiende verticalmente hacia arriba, hasta llegar a una órbita sincrónica, donde estamos ahora, y más allá. En el extremo, ponemos una especie de lastre. ¿Te das cuenta? Toda la estructura cuelga allí en equilibrio, las fuerzas que tiran hacia abajo del cable a partir de la altura geosincrónica equilibran las fuerzas que tiran hacia afuera por la aceleración centrífuga. El peso que hace de lastre quiere volar hacia afuera, pero el cable se lo impide, y la tensión hacia afuera del cable se equilibra por la fuerza en el punto de amarre, en la superficie. Toda la estructura gira a la misma velocidad que la Tierra, como esto.

Regulo oprimió otro botón. El sistema Tierra-Luna, en rotación, apareció con un largo cable que se extendía desde la superficie de la Tierra y rotaba con ella. Rob miraba la pantalla, pensativo, con la cabeza inclinada hacia un lado, acariciándose la barba que no se había molestado en afeitarse antes de salir con Corrie de Suget Jangal.

—Suena bien —dijo por fin—. Pero no veo cómo funcionará. Cada elemento en ese cable querrá moverse en una órbita diferente. Cada parte de él querrá moverse alrededor de la Tierra a una velocidad diferente.

—Muy cierto —Regulo parecía confiado, y Rob vio que estaba disfrutando de la conversación—. Los elementos del cable querrán moverse a diferentes velocidades, pero no podrán. La tensión del cable se lo impide. No hay diferencia entre esta situación y la de una piedra que gira al final de una cuerda. —Volvió a alargar la mano y a tomar otra hoja—. Mira, Rob, esto no es algo que acabe de inventarme. Encontrarás referencias sobre el tema en la literatura científica (como idea no como proyecto de ingeniería) de hace más de noventa años. Las primeras referencias a un sistema así se remontan a 1960, incluso a antes de ese año. En ese tiempo se estudió toda la mecánica orbital. Ésta es una relación de algunas de las referencias. Como te dije, hace cuarenta años que me enteré de esa idea y he querido llevarla a la práctica. Lo que siempre me lo impidió fue el problema de los materiales. Nunca tuvimos nada lo suficientemente resistente como para soportar el peso del propio cable, mucho menos para transportar otros materiales. He estado pendiente de los adelantos en la ciencia de materiales, año tras año, buscando algo como el artículo que te he enseñado, y por fin llegó.

Regulo volvió a tomar el resumen que él y Rob habían estado leyendo. Golpeteó sobre la hoja con un delgado dedo.

—Hay un punto fundamental en esto que se te puede haber pasado por alto en una primera lectura. Esos filamentos de silicona para la fabricación de cables pueden producirse muy baratos, ésa es la clave de todo. Son incluso menos caros que los de grafito.

Rob seguía mirando la imagen en la pantalla. Tenía los ojos inexpresivos mientras llevaba a cabo rápidos cálculos mentales.

—Regulo, esa cosa tendría que tener por lo menos setenta mil kilómetros de largo, sólo para mantener el lastre a un valor razonable, Dios, qué proyecto; y yo que creía que el Puente de Tasmania sería el trabajo más importante que vería en mi vida.

Regulo miró con mirada de aprobación la concentración de Rob en la pantalla.

—Ahora comprenderás por qué me interesa la Araña —dijo—. Apenas la patentaste, hace tres años, pensé que era exactamente lo que necesitaríamos si alguna vez teníamos la oportunidad de construir esto. Incluso intentamos copiar la idea por nuestra cuenta, pero nunca lo conseguimos. Uno de mis principios básicos es contratar a cualquiera que pueda hacer algo que yo no pueda. En cuanto a tu cálculo de setenta mil kilómetros…

Se inclinó hacia adelante y volvió a oprimir una llave en el tablero de control. La imagen no cambió, pero apareció un mensaje adicional al pie de la pantalla: DISEÑO DE CABLE CIENTO CINCO MIL KILÓMETROS.

—¿Cuánta masa para una capacidad de transporte razonable? —preguntó Rob de pronto. Había emergido súbitamente de su frenesí de cálculos—. ¿Dónde obtendría los materiales para construirlo? ¿De dónde sacaría la energía para hacerlo funcionar? ¿Y dónde lo armaría? Hay problemas muy claros. Y no veo cómo conseguiría los permisos necesarios para armarlo y bajarlo a la Tierra. —Negó con la cabeza—. Regulo, es fascinante, pero tengo tantas preguntas que no sé por dónde comenzar.

—Bien. —El otro hombre asintió. Había una expresión de profunda satisfacción en su destrozada cara—. Te interesa. Estaba casi seguro de ello. En cuanto a tus preguntas, tal vez pudiera responderlas ahora mismo, pero sugiero que hagamos las cosas de otra manera. Creo que debes regresar a la Tierra, pensar un poco en todo esto, leer las referencias y hacer tu primer bosquejo de proyecto de ingeniería. Si eres como yo, querrás hacer tu propio diseño, por más que te digan que ya está hecho.

Rob sonrió. Regulo había puesto el dedo en un punto clave de la filosofía Merlin sobre ingeniería: no aceptar un diseño hasta que no lo haya hecho uno mismo. Asintió.

—Pensé que te parecería mejor —dijo Regulo, feliz—. Mira el diseño de la Araña, también, y fíjate si se la puede acelerar, como hablamos. Debes pensar en términos de cien mil kilómetros de cable. ¿Te das cuenta ahora de por qué necesito una producción de al menos doscientos kilómetros diarios? Me gustaría que pudieras duplicarlo, incluso. Y lee los viejos informes sobre la dinámica de los puentes. Verás que a menudo se le llama garfio espacial , aunque a mí siempre me ha parecido más apropiado llamarlo Tallo-de-habichuela —rió—. Desde la superficie de la Tierra hacia arriba, hacia una nueva tierra, eso no es más que el Tallo. Lástima que no te llames Jack [1] Alusión a un cuento infantil en el cual el personaje central sube al cielo trepando por un tallo de habichuela. (N. de la T.) .

Regulo apagó la pantalla.

—Ven a verme cuando tengas preparado algún diseño y plan de instalación y lo discutiremos. Te advierto que yo tengo mis ideas, y hace muchísimo tiempo que vengo pensando en esto. Tendrás que traerme algo que sea por lo menos igual de bueno, y convencerme. Claro que yo no conozco el potencial real de la Araña, y tú sí, de modo que juegas con ventaja.

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