Susana se sentía muy confusa por todo aquello.
– Y… ¿Con qué objeto? -preguntó.
– No lo sé -admitió Jenny-. Desde luego esta cavidad central a la que accede el taladro parece un sitio vital.
Susana, se aproximó a los otros marcianos. Se quedó con la mandíbula inferior en la mano al intentar abrirles la boca, pero le dio igual. Los otros dos cadáveres también tenían un agujero en el paladar.
– Esto es… horrible -musitó.
– Bueno… no lo sabemos… no tenemos ni idea de por qué, no podemos juzgar.
Terminaron la autopsia en silencio. De repente a Jenny los misterios le parecían menos apetecibles. Marte les había mostrado algo de su extrañeza, apenas un atisbo, y ya estaban completamente desorientados.
No tenían forma de enfrentarse a aquello, de entenderlo aunque fuera mínimamente. Era demasiado extraño.
Y les rodeaba, tenían que sobrevivir allí.
Pero cuanto más investigaban más conscientes eran de que no sabían nada en absoluto de aquel lugar.
Luca manejaba las tuberías y los depósitos de aire vacíos con dedos torpes a causa del frío. Le costaba concentrarse, el hambre y el dolor de cabeza, que se estaban convirtiendo en crónicos, añadían dificultad a la tarea.
El sistema que había diseñado era muy simple, debería funcionar pero no estaba seguro. Disponía sólo de los compresores diminutos que introducían el aire a presión en el filtro de carbono activo del sistema de soporte vital de los trajes. Eran capaces de proporcionar un aumento de presión de sólo una o dos atmósferas. Era muy poco, pero Luca había pensado que bastaría si se empleaba acumulativamente.
En el armazón que había construido uniendo huesos marcianos para sujetar los depósitos, el aire entraba por un lado, se comprimía un par de atmósferas y se acumulaba en un depósito. De ahí, por una salida dotada de una válvula de no retorno, el aire pasaba a otro motor que comprimía otras dos atmósferas.
Había podido montar cuatro escalones -no tenía más motores-, que le proporcionaban en el depósito final 8 atmósferas.
No era casi nada, con esa presión disponía de aire en el depósito sólo para diez minutos, necesitaba 200 atmósferas para poder tener una autonomía de dos horas, y de varios depósitos para poder alcanzar la Belos .
Por tanto en cuanto el cuarto depósito alcanzó las cuatro atmósferas de presión, cosa que Luca advirtió por el manómetro que la botella tenía acoplado, detuvo el proceso y colocó ese depósito al inicio de la cadena. Al entrar el aire ahora a 8 atmósferas, el sistema la elevó hasta las 16.
Era muy lento, pero en 50 pasos llegaría a las 200 atmósferas; 50 cambios de depósitos, más de veinte horas que debería permanecer vigilando el proceso, cambiando botellas cada 24 minutos.
Era agotador pero no había encontrado otro modo de hacerlo.
Cuando inició el procedimiento tenía muchas dudas. Los compresores eran miniturbinas alimentadas por un motor eléctrico de alto rendimiento, pero no estaban diseñadas para trabajar con flujos de aire a tanta presión. Las juntas, los tubos que usaba tampoco sabía si aguantarían. Estaba superando ampliamente las presiones de diseño de muchos componentes. Confiaba en los márgenes de seguridad usados, no obstante se mantenía muy atento a cualquier fallo en la cadena de elevación de presión.
Se sentía incómodo. Era una apuesta y a Luca no le gustaba jugar, le gustaba ganar. Pero la opción era aún peor, el hambre y luego… mejor no pensar en ello.
Jenny y Susana se sentaron junto al fuego. Luca levantó la vista de su armazón, vigilando de reojo el manómetro de la última botella, marcaba 40 atmósferas. Todo parecía ir bien. Sonrió.
– ¿Estáis relajadas? -les preguntó-¿Ya os habéis cansado de admirar el paisaje?
Ninguna de las dos mujeres respondió, miraban al fuego con aire ausente. Luca siguió hablando:
– Deberíamos discutir lo de las raciones. No me parece justo tal y como están repartidas ahora.
Jenny levantó la vista.
– ¿Qué quieres decir? -le preguntó-. Es un reparto a partes iguales.
– Precisamente por eso.
– Luca -dijo Susana suspirando-. ¿Dónde quieres ir a parar?
– Yo me estoy dejando la piel aquí y vosotras dos pasáis el tiempo dando largos paseos como si estuvierais en la Riviera -Luca soltó una risita-. No me parece mal, pero si yo trabajo más, debo disponer de mejores raciones. Me duele la cabeza y es por el hambre.
– Te duele la cabeza por la falta de presión, Luca -dijo Jenny.
– Es igual. Has establecido unas raciones demasiado escasas. Igual son suficientes para vosotras, pero yo necesito más para vivir.
– Con las vitaminas, son suficientes también para ti, Luca -le aclaró Jenny.
– Tengo hambre.
– Por supuesto -dijo Susana-, el estómago te pide más comida, pero tienes que acostumbrarte a superar eso.
– Pero mi desgaste…
– Es semejante al nuestro -le cortó Jenny-. También hemos trabajado, aunque tú no te hayas molestado en enterarte.
Luca hizo una mueca burlona y preguntó:
– ¿En serio? ¿Y qué habéis estado haciendo?
– Hemos investigado las momias -explicó Susana-.Jenny les hizo una autopsia.
Luca permaneció boquiabierto durante un largo rato antes de decir:
– ¿En serio?
– Sí -dijo Jenny.
– Y… -carraspeó Luca-; puedo preguntar… ¿Con qué objeto?
Jenny iba a responder, pero Susana le hizo un gesto para que se calmara y fue ella la que le habló a Luca.
– Supervivencia. Debemos averiguar todo lo que podamos de este entorno. Eso favorecería nuestras posibilidades de sobrevivir, ¿no crees?
– Es posible -dijo Luca-. ¿Y habéis averiguado algo interesante? Para la supervivencia, quiero decir.
– No -admitió Jenny-. Para ver la estructura interna de los órganos necesitaría una resonancia magnética.
– Ajá. ¿Y… la anatomía exterior, los huesos?
– Bueno, ahora tenemos más preguntas que respuestas. Resumiendo, tienen un ángulo de rotación en la rodilla de 180 grados, músculos lisos y largos, los brazos giran menos que los nuestros y las manos son mucho más delicadas y grandes.
Jenny se detuvo durante un instante. Susana continuó.
– Y luego está el tema del agujero en el paladar. Todas las momias tienen un agujero que va del paladar a una cavidad en el centro del cerebro.
– ¿No es natural? -sugirió Luca-. Quizá sea la lengua o algo parecido.
– No, es un orificio -dijo Jenny-. Al microscopio se ven las astillas.
Luca miró el manómetro de una de las botellas. Ajustó una válvula con mucho cuidado y volvió a mirar a las dos mujeres. Un retortijón en el estómago le hizo vacilar antes de hablar.
– Suena a asesinato ritual. ¿No?
Jenny tardó un poco en responder.
– No podemos suponer mucho. Esto no es la Tierra. Hay tantas incógnitas.
– Apuesto a que todos tienen agujeros -dijo Luca con seguridad.
– Todos tienen -admitió Susana-, las momias de los túneles, las que están tiradas por ahí, todas. ¿Tienes alguna teoría, Luca?
– Bueno, está claro, hacen falta más datos pero…
Se escuchó un silbar muy fuerte y Luca se abalanzó sobre una de las botellas y cerró una válvula.
Estaba llena. Detuvo los compresores y les hizo un gesto a las mujeres de que hablarían más tarde.
Luego se dedicó durante diez minutos a cambiar trabajosamente botellas de sitio. Sonrió cuando al peso ya se notaba que aumentaba la cantidad de aire en su interior. Después volvió a activar los compresores. El sistema continuó funcionando. Sonrió y plantado de pie, con las manos en las caderas, desafiante, levantó la vista. Pero las dos mujeres ya no estaban allí.
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