Juan Aguilera - Stranded (Naufragos)

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Stranded (Naufragos): краткое содержание, описание и аннотация

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El módulo de descenso de la primera misión tripulada a Marte se estrella contra la superficie del planeta. Cinco de los seis astronautas logran sobrevivir, pero su situación es desesperada; sólo disponen de aire, energía y alimentos para unos meses y no hay posibilidad de rescate.
Sin esperanza, sin recursos, comprenden que tres deben sacrificarse para que los dos restantes sobrevivan. ¿Pero quién vive y quién muere?
Como se afirma en el prólogo, Stranded es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros.

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Llevaba día y medio pendiente del proceso, durmiendo a saltos igual que un padre primerizo, pendiente del menor problema con las conexiones, vigilando el estado de los motores, esperando a cada momento que algo fallase.

Luca se movió imperceptiblemente. Tenía el vientre hinchado, lleno de gases. Jenny decía que era normal, comían muy poco.

El conejo no aparecía.

Lo llamaba conejo por ponerle algún nombre. Varias veces, mientras trabajaba en el compresor, había visto el movimiento rapidísimo, imposible de seguir. Había escudriñado las cercanías del campamento buscando una señal, una mota de otro color, un bulto. Nada. Mientras esperaba descubrirlo lo imaginaba como una cosa peluda, de largas patas y de color rojo.

Todo en Marte era rojo, el conejo no sería menos. Quizá también imaginaba corzos rojos, jabalís rojos, elefantes rojos, todos llenos de carne roja que asar, que chorrearía grasa roja sobre el fuego.

Luca aferró la piedra que guardaba en su mano derecha hasta hacerse daño. En siete minutos tendría que abandonar y volver al compresor. Lo oía silbar no muy lejos. Atender a su máquina era monótono y angustioso, los ojos le dolían, veía doble, se equivocaba al realizar las lecturas y tenía que verificarlo todo dos veces.

Luca sintió la cabeza vacía. Se intensificó el ligero mareo que le acompañaba siempre y a veces empeoraba hasta convertirse en jaqueca. Efectos de la baja presión, decía Jenny.

Todo había estado previsto, un módulo presurizado, provisiones para aguantar hasta la llegada del rescate y todo había salido mal. Luca maldijo en silencio. La fuga, la maldita fuga.

Luca miró el reloj, cinco minutos. Aún así estaba vivo, dolorido, hambriento, pero vivo. Volvió a notar el movimiento súbito, dos saltos de una cosa borrosa a su derecha. Se alzó como un rayo y lanzó la piedra, pero mucho antes de que llegase a su destino ya no había nada a que atinarle.

Se puso en pie apretando los dientes hasta hacerlos rechinar. Luego miró el reloj y comenzó a avanzar hacia el compresor.

Jenny y Susana apenas podían dar un paso más. Movían los pies arrastrándolos sobre el polvo. No hablaban, sólo bebían de vez en cuando de las bolsas de agua amarronada que llevaban sujetas al cinturón, casi vacías ya.

La eterna capa de nubes grises no había cambiado. En el valle la luz crecía casi imperceptiblemente, llegaba a un máximo y luego decaía también uniformemente sin producir nunca sombras. El silencio era sobrecogedor. No soplaba viento, no había animales, nada se movía. Cuando se detenían y dejaban de remover grava a cada paso, Jenny se sentía aplastada por ese silencio enorme que parecía colmar el suelo del valle.

Susana miró el reloj. Ajustado a la rotación marciana se mantendrían en hora sin grandes errores durante muchos años.

Era media tarde, la hora de tomar una ración más. Jenny le hizo una señal a Susana y se encaminaron hacia el campamento.

Fue entonces cuando escucharon el estruendo. Ambas se quedaron paralizadas.

– ¿Parece una explosión? -se preguntó Jenny.

– ¡Luca! -gritó Susana.

El cansancio desapareció. Corrieron los pocos metros que las separaban del campamento. El compresor, el extraño armazón que Luca había construido, yacía despanzurrado sobre el suelo marciano. Varias de las tuberías estaban abiertas, rajadas por una súbita violencia.

Susana se acercó a la tragedia con precaución.

– ¿Luca? -susurró en medio de un terrible presentimiento.

Los depósitos de metal brillante yacían tirados por aquí y por allá. Uno ellos, rota la válvula de seguridad, se había autopropulsado muchos metros y se había incrustado contra una roca, astillándola.

Las dos mujeres buscaron a su compañero en medio de aquel desastre.

Milagrosamente, Luca seguía vivo. Estaba sentado en el suelo de espaldas a ellas, contemplaba como el desgarrado metal del depósito se aplastaba contra la roca.

Susana se acercó y rodeó a Luca hasta encararlo. Tenía buen aspecto, el accidente aparentemente no le había dañado, sin embargo contemplaba la masa de metal roto con ojos demasiado fijos y brillantes.

– ¿Luca…? ¿Te encuentras bien?

– Adiós al viaje a la Belos . No han aguantado, la presión, era demasiada. Estamos muertos, otra vez. La última…

Susana se agachó delante de Luca. Él no pareció notar que se interponía en su campo visual. Luego volvió junto al fuego apagado y lo encendió. Ya no la causaba ninguna aprensión desmembrar momias y alimentar el fuego con ellas.

Al poco Luca acudió al fuego sin una palabra. Tomaron sus raciones mientras oscurecía. Muy pronto se hizo de noche y el descenso de temperatura hizo muy agradable la compañía del fuego.

– ¿Qué vamos a hacer ahora?

– Comernos al conejo.

– ¿Cómo…?

– El conejo… ¿no me digáis que no lo habéis visto?

Jenny sonrió torciendo el gesto.

– Quizá sea una buena forma de suicidarse, sí, y dejar de sufrir. Ese conejo, como lo llamas, seguro que es venenoso, como los líquenes, como todo en Marte.

Luca miró a Jenny. El brillo de sus ojos era sobrenatural. Luca siguió hablando sin dejar de mirarla.

– Pues no tenemos otras opciones. Sólo eso o acudir a por Fidel.

– ¿Cómo?

Jenny y Susana se removieron en sus asientos Jenny sintió una oleada de algo físico, una contradicción que se hacía una bola sólida de angustia en el centro del pecho.

– No necesito explicarme, ¿no?

– ¿Estás loco?

– Seguramente, pero ya no soporto más el hambre, este dolor de cabeza, el frío en el estómago, los retortijones.

Jenny apretó las manos hasta que las uñas la hicieron daño en las palmas. Habló llena de furia, luchando por controlar ese conflicto interior. Quería vivir pero no podía aceptar aquello.

– Si haces eso… te mato.

– Quizá no fuese mala idea… cuando se acabe Fidel… ¿qué comerás Luca?

Susana removía el fuego con una tibia marciana ennegrecida. Jenny y Luca la miraron.

– No es una solución, en absoluto.

– ¿Y cuál es la solución, comandante?

Luca había pronunciado «comandante» con la misma intensidad de un insulto. Susana levantó la vista. Ambos se miraron. Luca era todo desesperación, la fuerza de una situación irremediable, un solo camino terrible. Susana apretaba la mandíbula hasta que líneas de tensión dibujaban los músculos bajo la piel. Jenny, al borde del desmayo, se agarró a esa mirada azul y limpia, fría y firme como el metal. No era la solución, quizá no había solución, pero había aún algo que llamar humano en ellos.

44

Al día siguiente se repitió el mismo proceso que habían contemplado en cada amanecer en el fondo del Valle.

Vieron como el Sol ascendía por el cielo limpio y transparente. Un azul que se transfiguraba en rojo, y este en amarillo anaranjado.

Y los grifos bulbosos y metálicos que aparecían por todas partes para soltar aquella bruma espesa y protectora.

Casi no habían hablado desde la noche, apenas podían mirarse a los ojos. Susana le había sugerido que visitase las ruinas, quizá él encontrase alguna utilidad en aquellas extrañas maquinarias. Luca se internó en una de las viviendas acompañado por Susana y Jenny. Contempló el anillo de momias y el grifo metálico brillando en el centro. Las esperanzas parecían no morir nunca.

– ¿Queréis decir que si me acuclillo frente a esa cosa, adoptando la posición de las momias…? -empezó a preguntar Luca.

– Sería una buena forma de suicidarte. Sí. -Le respondió Jenny con socarronería.

Luca apartó una de las momias e inició la acción de acuclillarse frente al grifo. Susana lo sujetó por un brazo y obligó al hombre a retroceder.

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