Luego se levantó y dejó a Luca sentando en cuclillas, con la barba manchada de miguitas y la boca abierta.
Jenny respiraba profundamente. Sentada en una roca, a pesar del hambre, del dolor de cabeza que se estaba convirtiendo en algo crónico, se sentía bien, bañada por los rayos del sol por primera vez desde que se inició el viaje. Sintió los pasos acercarse. Supuso correctamente que era Susana. Se sentó a su lado, mirando a las ruinas de la ciudad que antes habían interpretado como contrafuertes rocosos. El sol hacía brillar los edificios iluminando la inmensa gama de ocres y rojos que resbalaban sobre las formas ahusadas dibujando líneas quebradas sobre puentes y galerías elevadas. Con tanta luz se apreciaba mejor su tamaño, que de todos modos no era nada comparado con los muros inmensos que los rodeaban y que crecían hasta los 4.000 metros de altura.
– Es algo fascinante.
– Sí -admitió Susana.
– Aún no sabemos qué pasa, por qué ha desaparecido la niebla, por qué ha cambiado de color la pradera, por qué esos grifos.
– No, y deberíamos intentar saber más, cualquier cosa nos puede ayudar a sobrevivir.
Siguieron mirando el paisaje en silencio. Poco a poco notaron cómo se desprendía una bruma sutil del suelo. La bruma se hizo niebla, creció en poco tiempo, y, también en poco tiempo, se elevó y comenzó a formar una nueva capa de nubes.
– Ahí tienes tu capa de nubes Jenny, ha regresado.
– No entiendo nada. Parece un ciclo ecológico, y no dudo que mantenido artificialmente, seguramente por aquel edificio enorme que vimos, pero ¿cuál es su objeto? Quizá reproduce las condiciones primitivas de Marte, ciclos de nubosidad intensa con cortos periodos de luz solar.
– Podría ser, pero hay que tener cuidado, esto es Marte, no la Tierra, nada tiene por qué ser igual. Nuestras suposiciones tienen que basarse en hechos firmes.
– Es cierto.
Pasó algo de tiempo, ninguna de las dos dijo nada. Al fin Jenny se bajó de la piedra en que estaban sentadas.
– Voy a investigar uno de esos marcianos -dijo, mientras se dirigía hacia la salida de la cueva.
El material de estudio abundaba. Apenas se habían fijado en ellos, los tres habían pasado deprisa por el tramo final del túnel un poco espantados de aquella acumulación siniestra.
Con calma y muy despacio, las dos mujeres fueron enfocando las linternas hacia las hileras de momias marcianas. Hacia el interior las momias estaban recostadas contra las paredes. Cerca de la salida había hileras de cadáveres amontonados para dejar justo el paso hacia el exterior. Y era así en todas las cuevas.
Los cadáveres estaban en un estupendo estado. Quitando las partes blandas, todos los cuerpos parecían enteros, secos y momificados normalmente en una postura sedente, o encogida.
Jenny y Susana eligieron tres, uno grande, otro que parecía un niño por el tamaño y otro más grueso que los otros y los sacaron afuera. Los extendieron sobre la arena y procedieron a estudiar los cadáveres.
– Lo sorprendente es que tengan huesos, que sean bípedos, y simétricos -dijo la médico-. Nunca hubiera imaginado que un marciano se nos pareciese tanto.
– Sí, no parece lógico. ¿Evolución paralela quizá?
– No sé, no lo veo normal, las condiciones nunca hubieran podido ser similares, o sí, no lo sé. No me imagino unos protomarcianos subidos a las ramas de árboles.
– No sabemos mucho del pasado de Marte -aventuró Susana-. Quizá en una época anterior sí hubiera sido posible.
Jenny comenzó a abrir la carne muerta con un bisturí, dejando expuesta la estructura interna de los miembros.
– Mira las rodillas, no se parecen en nada a las nuestras.
– No veo la diferencia.
– La rotula, fíjate, es curiosísimo. Esas rodillas no tienen punto de anclaje en vertical como las nuestras, giran 180 grados, no 90.
– Y… ¿eso cómo puede ser… y… para qué les serviría?
– Ver andar a uno de ellos debería ser algo muy… divertido.
Jenny siguió investigando los miembros. Eran muy delgados y las fibras musculares parecían débiles, escasas y en una disposición extraña.
– No parece que fuesen muy musculosos -comentó Susana.
– No lo necesitaban, recuerda que aquí la gravedad no es tan fuerte como en la Tierra. Sin embargo estos huesos sí son fuertes. Voy a cortar uno.
El láser brilló un instante y Jenny levantó el hueso seccionado. El corte mostraba claramente que no tenía médula.
– Qué raro, no hay estructura interna, es algo macizo, como si creciese por acumulación de capas exteriores y no de dentro afuera como los nuestros. ¿Qué explicación tiene esto?
– A mí no me mires… sólo soy piloto.
– Sigamos. Miedo me da mirar los órganos internos.
– ¿Tendrá?
Jenny rajó de arriba abajo el abdomen. Susana miró brevemente las órbitas vacías del marciano como esperando que protestase ante aquella violencia, pero llevaba muerto demasiado tiempo como para decir nada.
Dentro del pecho del marciano no había casi forma de saber como había estado organizado su organismo. Sólo quedaba polvo, huesos y láminas ajadas, deshechas.
– Vaya, así no hay manera -dijo la médico-. Para ver algo de la estructura de las partes blandas habría que hacer una tomografía.
– Sí.
Jenny profundizó en aquella masa de polvo gris sin encontrar nada de mención, sólo la columna vertebral, que terna muy pocas vértebras a diferencia de la humana.
– Unos tíos estirados los marcianos -bromeó Jenny-. Con esa columna vertebral seguro que iban siempre erguidos.
Ambas rieron como niñas. Cuando superaron la hilaridad, Jenny comenzó a seccionar el cráneo por la mitad. Tenía una forma ovoidal y nada más abrirse gracias al limpio corte del láser quirúrgico vieron que la estructura interna estaba compartimentada en multitud de cavidades comunicadas.
– Asombroso -dijo Jenny.
– ¿Qué es esto?
– No lo sé, pero parecen cavidades cerebrales -la mujer sacudió la cabeza-. Es un cerebro compartimentado. No imagino la ventaja de ello. Mira, cada cavidad tiene comunicaciones con el resto.
– Humm…, estructuralmente eso lo haría un órgano muy fuerte -dijo Susana-. Esos pequeños nódulos, encapsulados en hueso aguantarían muy bien aceleraciones y golpes, no como el cerebro humano, propenso a aplastarse contra la bóveda craneana a la primera de cambio.
Jenny rebanó secciones de cráneo y fueron siguiendo las cavidades que se iban intercomunicando en una espiral creciente parecida a la del interior de los nautilos. En el centro de la espiral había un hueco más grande que el resto.
– Ajá, seguro que aquí estaba el cerebro nodular, la parte primigenia, el equivalente a nuestro mesencéfalo.
– Sí, pero… ¿y ese canal?… -señaló Susana.
Partiendo de esa cavidad había un canal recto y muy limpio que atravesaba las cavidades y salía justo por el paladar del marciano.
Jenny tomó la sección del cráneo y se la acercó. Luego tomó un horóscopo del maletín, un artefacto formado por un monitor de 5 pulgadas y un tubo de fibra de vidrio con iluminación y lentes de aumento en la punta. Lo pasó por el conducto sin perder detalle de lo que aparecía en el monitor.
Susana miraba por encima del hombro de la médico sin entender muy bien aquellas imágenes aumentadas.
– Mira estas muescas -musitó Jenny.
– Ya las veo.
– ¿No te parece raro?… muescas circulares.
– Bueno, todo es raro en estos marcianos.
– Sí, raro pero natural… menos esto -afirmó Jenny-. Este canal ha sido horadado mecánicamente, por una broca o algo así.
– ¿Cómo?
– Sí, no hay duda. Si hubiera sido un láser las marcas sería de otro manera. Si hubiera sido natural no habría marcas.
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