Susana habló muy despacio, bajito, como si el silencio fuese sagrado o no quisiera que Luca juzgara su debilidad.
– No tenemos muchas posibilidades… ¿verdad Jenny?
La médico no respondió inmediatamente y cuando lo hizo parecía estar hablando con el fuego más que con Susana.
– Más que Herbert y Fidel, menos que Lowell.
– ¿Crees que Luca logrará construir el compresor?
– Si hay alguien capaz de hacerlo es él -dijo Jenny, aunque sus palabras no sonaban convincentes ni siquiera para ella.
– Pero hay cosas que son imposibles -objeto Susana, estremeciéndose-. Yo también tengo la carrera de ingeniería, a pesar que Luca y los demás siempre lo han olvidado. Un compresor es una máquina que trabaja con altas presiones, y aquí no tenemos forma de construir algo que pueda aguantarlas con seguridad.
– Lo que está inventado parece que va a funcionar…
– No confiemos mucho en ello por si acaso. Deberíamos buscar en las ruinas. Estoy convencida que hay máquinas que todavía funcionan, sistemas que podemos aprovechar para sobrevivir.
– Sí, pero si es así, ¿por qué no queda ningún marciano vivo que los use?
– Son muchas incógnitas. Acuérdate de esos círculos de cadáveres, de los túneles atestados.
– Mañana voy a hacer algunas autopsias -concluyó Jenny-. Si conocemos un poco más de los marcianos quizá podríamos descubrir algo útil en las ruinas… esos grifos, el edificio enorme… no sé.
Las dos mujeres dejaron de hablar. Las llamas chisporreteaban. Luca había dejado de trabajar y se acurrucaba dentro de su traje, muy cerca del fuego. No dormía, sólo miraba al cielo, a la capa de nubes que lo cubría. Aquella noche las nubes parecían descender sobre ellos. El aire perdía poco a poco su transparencia. La niebla comenzaba a envolverlos y sólo el fuego parecía poder luchar contra ella.
– ¿Recuerdas la Tierra? -susurró Jenny al cabo de un rato.
– La recuerdo… -Susana estaba a punto de dormirse cuando la pregunta de Jenny le hizo abrir los ojos-. Pero…
– ¿Si?
– No sé… es como si fuese algo lejano, inalcanzable, una realidad que ya no existe. Ya no me parece algo real. Sólo recuerdo el entrenamiento el viaje, Marte.
– Lo mismo me sucede a mí. Pero en mi caso es peor… tengo una hija allá, en la Tierra. Ya no recuerdo bien su rostro, la estoy olvidando.
Susana se volvió y la vio de muy cerca. Sus grandes ojos negros parecían absorber todos los reflejos dorados del fuego.
– ¿Te duele?
– Eso es lo más terrible. No, pasa como con la Tierra, todo lo que era mi vida allí, es algo que queda atrás. Te pareceré un monstruo… pero es así.
– No, no eres un monstruo, eres humana, nada más, una persona que quiere sobrevivir, y para eso sólo cuenta el momento presente. La nostalgia es un lujo que no te puedes permitir. Ninguno podemos.
La niebla se hizo muy espesa, tanto que hasta el fuego se difuminó y se convierto en una estrella roja y perdida en un espacio intangible. En medio de aquel vacío había sonidos, crujidos, rechinar de rocas. La niebla era húmeda y dejaba un rocío de agua condensada sobre los trajes.
Susana y Jenny dormían, despertaban sobresaltadas y luego volvían a dormir. No hacía mucho frío pero la humedad les calaba los huesos. Sin embargo ninguno volvió a las cuevas. De noche eran sitios que no les gustaba visitar.
Al amanecer la niebla persistía. La luz había llegado de forma uniforme, parecía que un fulgor blanquecino había sustituido al aire. Luca intentó encender el fuego, pero no pudo, todo estaba empapado.
– Y luego dicen que en Marte no hay agua -masculló.
Susana había decidido refugiarse en la cueva, que estaba seca, mientras aquel rocío persistente seguía saturando el aire.
Jenny se sentó mirando a Luca esforzarse, desganada, sin ánimo, cansada como nunca se había sentido en su vida. Pero al poco sucedió algo, la niebla fue cediendo, los contornos del fondo del valle se fueron definiendo cada vez más. En poco tiempo la niebla se había marchado… y con ella la capa de nubes que bloqueaba la visión del cielo de Marte. Allí estaba de nuevo la claridad rojiza del cielo marciano y el Sol brillando alto. Sin las nubes se apreciaban las escarpadas paredes del valle Manneris crecer en una pendiente pronunciada. La sensación de estar en una angosta grieta era mucho mayor, a pesar que las vistas se habían ampliado notablemente.
– ¿Qué ha sucedido?
– No lo sé, Luca. Algún fenómeno atmosférico local. Quizá la capa de nubes es algo periódico.
Susana había salido de la cueva y entrecerraba los ojos mirando al pequeño y débil brillo del Sol.
– Deberíamos tener cuidado. Los ultravioletas deben llegar enteros hasta aquí.
– Hay algo de protector solar en el botiquín -dijo Jenny mientras corría a buscarlo.
Un poco después, Jenny repartía dosis del protector. Se untaron con él la piel expuesta.
– No sé si es mejor estar sin o con las nubes -comentaba la médico-. El sol nos viene bien, necesitamos la luz para metabolizar calcio, pero me preocupan los UV. No tenemos más protector.
– A mi los rayos esos es lo que menos me preocupa -dijo Luca.
Jenny estuvo a punto de replicar. Aún no habían desayunado y la falta de glucosa en sangre la volvía muy irritable. Sin embargo se contuvo y dejó a Luca trastear con su pequeño invento.
Susana avanzó hacia el lago, a menos de trescientos metros de donde tenían el campamento.
Jenny la vio caminar vacilante hasta que se quedó como paralizada mirando al suelo. Se levantó y comenzó a andar es esa dirección.
– ¿Sucede algo, Susana?
– ¡¡Eh!! ¡¡Mirad!! -gritó ella llena de excitación.
Jenny corrió hasta donde su compañera se agachaba ya para mirar más de cerca. Se dio cuenta casi enseguida. La pradera había cambiado de color, ahora no era rojiza, sino morada.
«Algo tiene que ver con la niebla y esos ruidos nocturnos…» -pensó sin detenerse.
Al fin llegó al lado de Susana. Esta le indicó con la mano un bulbo en el suelo. Era apenas una masa globular de metal que se estaba enterrando lentamente. En el tiempo que estuvieron mirando terminó de desaparecer entre los liqúenes ahora de color malva.
– ¿Qué es eso?
– Ni idea, pero se parece mucho a los grifos.
Volvieron lentamente, hablando entre las dos. Cuando llegaron al campamento de nuevo Luca mordisqueaba una ración.
Jenny sintió la sangre agolpársele en la cara.
– Luca… -tragó saliva para contenerse-. Soy yo quien reparte las raciones…
– Ya, pero era la hora y no estabas.
Jenny hizo ademán de coger una piedra del suelo, había odio en su gesto, ira fría en sus ademanes violentos. Susana la detuvo.
– Tranquila Jenny… tranquila. No merece la pena…
Al fin se tranquilizó lo bastante como para tomar su ración y la de Susana. Luego miró durante un instante a Luca, que mordisqueaba despreocupado, y se marchó caminando rápido.
Susana se sentó trabajosamente en frente de Luca. Mordió de su ración y durante un rato no dijo nada, sólo lo miró sin emoción ninguna en el rostro. Luca mantuvo su actitud un tiempo, pero al poco comenzó a inquietarse, a desviar la vista. Fue entonces cuando Susana le habló.
– Luca… el tiempo de las provocaciones y los juegos ha terminado. Ahora no hay sirio para nada de eso. No lo había ya antes. Ya te libré una vez de Herbert, ahora acabo de volver a hacerlo. Es la última vez. -Luca fue a protestar, pero miró a los ojos azules de Susana y se lo pensó mejor-. Sigo siendo la comandante de la misión, aunque ya no haya misión y ni siquiera sepamos si vamos a sobrevivir. No voy a tolerar ni una estupidez más, ni una. Si soy yo la que decido actuar no te vas a librar como hasta ahora.
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