Juan Aguilera - Stranded (Naufragos)

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Stranded (Naufragos): краткое содержание, описание и аннотация

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El módulo de descenso de la primera misión tripulada a Marte se estrella contra la superficie del planeta. Cinco de los seis astronautas logran sobrevivir, pero su situación es desesperada; sólo disponen de aire, energía y alimentos para unos meses y no hay posibilidad de rescate.
Sin esperanza, sin recursos, comprenden que tres deben sacrificarse para que los dos restantes sobrevivan. ¿Pero quién vive y quién muere?
Como se afirma en el prólogo, Stranded es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros.

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Luca continuó hablando como si lo hiciera para sí:

– Tenía que haber traído una bomba para rellenar los depósitos de los trajes. Ahora no podemos volver a la nave a por más comida, herramientas…

– Hay lo que hay, Luca -Susana se removió haciendo crujir la tela del traje-. Tenemos aire, tenemos agua, algo de calor, refugio. Crecen liqúenes, no hay que desesperar aún.

Jenny intervino con una voz calmada.

– Recordad lo que decía Herbert… al final tuvo razón.

– Herb y su esperanza inútil… no sé qué es peor, morir lentamente o como lo hizo él, a lo grande.

Jenny se incorporó bruscamente como para acercarse a Luca. Luego se lo pensó mejor y volvió a dejarse caer contra la pared. Tenía las manos tan frías que se las frotaba continuamente.

– No voy a empezar otra vez, Luca, estoy muy cansada y tengo frío.

Luca, como respondiendo a esas palabras, salió de la cueva. Las dos mujeres se miraron sin apenas verse. Al poco Luca volvió con un montón de algo reseco que puso en la parte exterior de la cueva. Luego se acercó al botiquín de Jenny.

– ¿Qué haces?

– Un momento.

Luca tomó algo del botiquín y se acercó al pequeño montón. Arregló unas piedras de forma enigmática y, después se agachó. Susana y Jenny vieron un destello rojizo y luego una llama amarillenta que flameó un instante y luego se redujo hasta un pequeño tamaño. Al poco un pequeño fuego ardía a la puerta de la cueva.

– Nunca se me hubiera ocurrido darle ese uso a mi bisturí láser portátil. -Comentó Jenny.

Susana y Jenny se acercaron a las llamas… El calor era como oro rojo corriendo por la piel de la cara. Movieron las manos sobre las llamas. Al tiempo que sus capilares superficiales se calentaban y transmitían ese calor al resto del cuerpo, comenzaron a sonreír.

Se sentaron cerca del fuego. Las llamas los iluminaban. Tenían las caras arrasadas por el cansancio y las heridas, sucias de sudor y polvo marciano y los ojos eran muescas negras y febriles.

Jenny, al rato, dejó de sonreír y comenzó a hablar en voz baja.

– No sé si es buena idea este fuego. Con tan poco oxígeno se producirá mucho monóxido de carbono en la combustión.

– Apártate si tienes miedo -dijo simplemente el hombre.

Ninguna de las dos mujeres volvieron la vista hacia Luca. Este tampoco se había molestado en levantar los ojos del fuego.

– Tiene razón, Jenny -dijo Susana-, tenemos tan pocas opciones… nos pueden matar tantas cosas que tenemos que correr algún riesgo.

– Y aún así…

– ¿Aún así qué Luca?, dilo claramente. Me vas a contar otra vez el rollo de las frías ecuaciones, me vas a decir que no podemos hacer nada por que ya estamos muertos. Mira a tu alrededor. Hay aire Luca, respirable, y si hubieras colaborado en traer más comida, hubiéramos podido sobrevivir sin problemas.

Jenny sentía la sangre tan caliente como las llamas. Había mucha rabia, toda la frustración del universo en su voz.

Luca levantó la vista del fuego y la miró a través de las pequeñas llamas. Sus ojos eran carbones encendidos en medio de una cara que eran todo negrura, barba sucia y una mata de pelo rebelde y apelmazada. Susana sintió algo de miedo, pero Jenny no, Jenny sólo lo miraba tan intensamente como él. Al fin Luca se levantó y se alejó de las dos mujeres.

Durante un rato ninguna dijo nada. Luego, cuando el fuego había perdido algo de su fuerza, habló Susana.

– Jenny, nos queda mucho que pasar, deberíamos controlarnos.

– Es que… no puedo soportarlo. Tiene una mente privilegiada… pero se puede equivocar, se ha equivocado de hecho. Si tan solo le entrase en la cabeza que hay posibilidad de sobrevivir puede que lo consiguiésemos, pero como sus cálculos le lleven a la conclusión de que no hay nada que hacer… no tenemos esperanza. Se negó a ayudarme con la comida porque no creyó que pudieras estar viva. Eso no se ajustaba a sus cálculos.

– Sí, porque esos liqúenes no son comestibles… -musitó Susana.

– Son extraterrestres, lo más probable es que ni siquiera tengan los mismos aminoácidos que la vida en la Tierra. Investigaba eso cuando tuvimos la fuga en la Belos . ¡Maldito estúpido!

Al rato el fuego comenzó a descender lo suficiente como para que el frío de la noche comenzase a morder de nuevo, esta vez con furia renovada.

– Tendremos que volver a la cueva.

– Sí. ¿Con qué habrá alimentado al fuego?

– ¿Liqúenes?

– No creo que ardan con facilidad…

– ¿Entonces?

Susana miro por un instante a Jenny, luego al fuego buscando reconocer la sustancia que ardía.

– ¿No será…?

Al momento vieron aparecer a Luca. Caminaba pisando fuerte, removiendo las gravas del suelo a cada paso. Bajo un brazo llevaba un torso de momia marciana, y bajo el otro una gavilla de brazos y piernas tiesos y resecos, manos que imploraban como las víctimas de un holocausto. Se paró delante de los rescoldos y comenzó a desmenuzar su carga y alimentar el fuego. La carne momificada chisporroteaba y crujía antes de comenzar a arder, olía a viejo, un aroma extraño no del todo desagradable. Al rato levantó la vista y vio la mirada atónita de las dos mujeres.

– ¿No querías sobrevivir? Todo vale a la hora de la supervivencia. Hay mucho combustible en este valle y no se puede desperdiciar.

37

A la mañana siguiente consumieron algunas de las provisiones que Jenny había cargado desde la nave. Eran en su mayoría raciones de emergencia y verduras deshidratadas, muy calóricas y ricas en fibra pero con cierta deficiencia en proteínas y vitaminas.

Jenny revolvió un momento en su maletín. Susana la miró mientras masticaba un trozo de una barrita de chocolate.

– ¿Qué buscas?

– Tendremos que usar complementos vitamínicos. En el botiquín tengo algunos pero no sé para cuanto tiempo nos bastarán.

– Ese no será el problema -dijo Susana-. Ni siquiera racionando esta comida con cuidado lograremos que nos dure un par de años.

– No -admitió Jenny, mirando desesperada las escasas provisiones que había cargado con tanto esfuerzo-. Aquí apenas disponemos de alimentos para unas semanas…

Y se volvió para mirar con furia a Luca, que trasteaba con el módulo de mantenimiento de su traje.

– Voy a construir un compresor -informó sin levantar la vista de la cubierta abierta de la mochila.

– ¿Cómo?

– Aún no lo sé, pero es evidente que necesitamos volver a la Belos .

– Bueno, Susana y yo exploraremos un poco los alrededores. Lo mismo hay un MacDonald's a la vuelta de cualquier roca de estas… siempre me han parecido establecimientos y comida marciana.

Susana y Jenny comenzaron a andar por el fondo del mayor cañón de todo el Sistema Solar. El manto de nubes seguía tan espeso como el primer día. No se veía el Sol y el aire tenía una luminosidad lechosa, como de día de tormenta. Pegadas a las paredes de roca había formaciones, torres, contrafuertes plagados de aberturas que ni ellas ni Luca habían sabido adivinar si eran naturales o artificiales.

Caminaron hacia el norte. En el suelo del Valle se alternaban zonas despejadas, pequeños lagos rojizos o azulados y montones de piedras irregulares. En las zonas despejadas y en las riberas de los lagos crecían praderas de líquenes de diversas tonalidades de rojo y azul.

Las agrupaciones rocosas eran muy escasas en la zona a la que había desembocado la cueva, sin embargo según avanzaban se hacían más espesas y menos frecuentes las praderas o los lagos.

Susana fue la primera en darse cuenta.

– ¿Has visto?

– ¿Qué? -preguntó Jenny-¿El MacDonald's? -No… es extraño. Hay líneas rectas y curvas muy regulares en estas rocas. No parecen naturales.

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