Juan Aguilera - Stranded (Naufragos)

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Stranded (Naufragos): краткое содержание, описание и аннотация

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El módulo de descenso de la primera misión tripulada a Marte se estrella contra la superficie del planeta. Cinco de los seis astronautas logran sobrevivir, pero su situación es desesperada; sólo disponen de aire, energía y alimentos para unos meses y no hay posibilidad de rescate.
Sin esperanza, sin recursos, comprenden que tres deben sacrificarse para que los dos restantes sobrevivan. ¿Pero quién vive y quién muere?
Como se afirma en el prólogo, Stranded es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros.

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Luca parecía una ansiosa mosca palpando las paredes del túnel, investigando como podía funcionar aquello.

– Sí, es fascinante -admitió Jenny.

– No puede ser… parece antiquísimo ¿De dónde obtiene la energía? Y… mira el manómetro… hay presión y temperatura… sin una esclusa en la entrada… de repente hay aire… no puede ser.

Jenny no miraba las paredes, permanecía extasiada mirando las tenues luces del techo. Había aire… lo que había dicho Susana era cierto, podían sobrevivir. Tema los labios resecos. Necesitaba beber algo. Recordó que Susana también había mencionado el agua…

– Tenemos que seguir Luca.

– Sí…

Jenny nunca le había visto tan desorientado.

Dejó de mirarle y cortó el suministro de oxígeno del traje. Poco a poco se desenroscó la junta de uno de los guantes. Dejó que la presión se ecualizase y comenzó a respirar. Olía a polvo, era un aire poco denso, frío y muy viejo… pero respirable. Terminó por quitarse el casco.

Luca hizo lo mismo. Su mirada había perdido la dureza de otras ocasiones. En realidad no le prestaba ninguna atención. Sus ojos vagaban de un lado a otro.

– ¿Qué ocurre?

– Nada… sigamos.

– ¿Quizá te habías hecho a la idea de que estábamos muertos y ahora te sorprende que Susana no nos engañase?

Luca no respondió, la miró de reojo y comenzó a andar con brusquedad. Jenny le siguió. Caminaron unos metros y, a la vuelta de un recodo casi de bruces, se encontraron con el cadáver de Fidel.

Jenny apartó la vista inmediatamente. Sólo atisbo la carne amoratada, la mirada vacía, dolorida. Se volvió contra una pared mientras Luca se arrodillaba al lado del cadáver.

– Es Fidel. Ha muerto por descompresión.

Jenny, vuelta contra la pared del túnel, respiró hondo. Era doctora, no podía olvidarlo. Se volvió lentamente y vio a Luca mirándola agachado al lado del cadáver. No tenía la sonrisa habitual, sólo la expresión inescrutable y concentrada que exhibía cuando trabajaba intensamente en algún problema.

Fidel estaba recostado en la pared, mirándoles con ojos vacíos. Su cara era una máscara de moratones y churretones de sangre coagulada. Sí, había muerto de descompresión, de eso no cabía duda. Inconscientemente aferró más fuertemente el casco que llevaba en la mano mientras se acercaba. Lo primero que hizo fue cerrarle los ojos. Luego lo exploró rápidamente. No había ni el más lejano rastro de pulso. Sí, era una descompresión. Si hiciera una autopsia encontraría las bolsas de gases en la sangre, los capilares destrozados, los intestinos hinchados y quizá desgarros en los pulmones.

Se levantó inmediatamente.

– Sigamos.

Caminaron a lo largo del túnel. El suelo estaba lleno de marcas de botas y de un cuerpo arrastrado. Las siguieron hasta llegar a un sitio donde había manchas de sangre en el suelo.

Luca la impidió seguir avanzando. Dio un par de pasos mientras silbaba una melodía italiana.

– ¿Qué haces?

Jenny entendió lo que hacía cuando el sonido del silbido comenzó a distorsionarse. Luca estaba entrando en una zona sin aire. La transición era sutil, si se hacía rápido apenas daba tiempo a notarla en los oídos, pero en dos pasos el túnel no tenía aire.

Luca dio un paso atrás, y el tono del silbido volvió a ser correcto.

– No entiendo como puede funcionar esto -dijo-. Hay una gradación de densidad, estática, que te lleva a una zona sin presión. Debe haber algo en estas paredes, algún tipo de máquina que inyecta presión de forma local, aunque… si fuera así se formarían corrientes. No lo entiendo.

– Bueno, que no lo entiendas no significa que no esté ahí.

Jenny se caló de nuevo los guantes y bajó la visera del casco.

Caminó observando detenidamente el indicador de presión del traje. Cuando volvió a detectar presión, se detuvo y volvió a quitarse el casco y los guantes. Luca aún seguía en el túnel, investigando las paredes. Tardó un poco en salir de la zona de presión cero y acompañarla en su viaje.

Les fue sencillo avanzar siguiendo las indicaciones de Susana. Había marcado con una equis las desviaciones que llevaban a un callejón sin salida en muy poco tiempo llegaron a un largo pasillo. Había alguien arrodillado en él. Susana no les había advertido de aquello.

– ¿Es Susana?

Luca no respondió, se acercó a grandes pasos, sin dejar de apuntar con la linterna a aquella figura encogida. Jenny vio como se agachaba delante y la observaba detenidamente. Al fin, le hizo señas para que se acercase.

Aquello era un… marciano…

Y en ese preciso momento, sonó la voz de Susana en el intercomunicador:

– Jenny… Luca… ¿Me recibís…?

Jenny, que había dado un salto sorprendida por la voz de Susana, logró tranquilizarse lo bastante para decir:

– ¿Susana?

– ¿Dónde estáis?

– Eh… en un túnel -dijo Jenny-, al lado de una momia…

– ¿Veis la luz? Un poco más adelante está la salida… os espero allí.

Ambos miraron al fondo del túnel. No había luz. Caminaron muy despacio, entre cadáveres resecos que los miraban con ojos vacíos, bocas implorantes. Al final la acumulación fue tal que Jenny cerró los ojos y avanzó a ciegas, dirigida por los pasos de Luca… No podía mirar aquella montaña de momias. Sólo cuando sintió la claridad abrió los ojos.

Aquello era, sin duda, el fondo del Valle, pero no estaba sumido en niebla. Había un techo de nubes lechosas a cierta altura; y entre estas y el suelo, rocas de formas imposibles horadadas por lo que parecían cuevas.

El suelo era pedregoso del continuo color rojo del planeta. Un poco más adelante había una superficie plana. Era agua. Jenny corrió hasta ella y Luca la siguió un poco más lentamente. Se detuvieron asomados al borde. El agua estaba estancada y era un color rojo sucio. ¿Oxido en suspensión o algo peor?

– Se puede beber.

Se volvieron asustados. Era Susana, sin casco, vestida únicamente con el mono interior del traje, la cara convertida en una máscara de suciedad sanguinolenta y los ojos inyectados en sangre.

36

Era de noche y la temperatura había descendido a casi cero grados centígrados. Los tres astronautas habían explorado algunas cavernas. En ellas el frío era menos intenso pero todas estaban atestadas de momias, montones informes de huesos y tejidos resecos.

Al fin, habían vencido sus reparos y habían sacado las suficientes momias al exterior como para hacerse un refugio justo a la entrada.

No se atrevían a explorar más.

– Me duele la cabeza -dijo Susana.

– A ver…

Jenny exploró las heridas de Susana a la débil luz que habían en el túnel. Ninguna parecía estar infectada. Después volvió a refugiarse contra la pared no sin antes mirar hacía el fondo del túnel. Tenían puestos los trajes, eran incómodos pero el aislamiento los convertía en estupendas mantas. Lo malo era que al menor movimiento hacían mucho ruido.

– Debe ser por el dióxido de carbono, hay demasiado en el ambiente -dijo Jenny.

– Es malo.

– Sí, Susana, pero ahora mismo es la menor de mis preocupaciones. El CO: no es tóxico, sólo nos afecta la baja concentración de Oxígeno y la presión. Todo se combina. Sufrimos mal de altura, lo mismo que sufren los que suben al Everest o a montañas muy altas. Está documentado.

Luca permanecía quieto, en un rincón un poco alejado de las dos mujeres, con la cara vuelta hacia el exterior.

– Tenemos que ir pensando en qué vamos a hacer.

Durante un rato, Luca no dijo nada más; y ni Jenny ni Susana añadieron nada a su comentario.

El silencio cristalizó igual que el rocío se escarchaba entre las piedras de afuera llenando el fondo del valle de reflejos cristalinos.

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