Miró durante un largo minuto a los sistemas de supervivencia, las mochilas que contenían el sistema de soporte vital que permanecían amontonadas al lado de una piedra. Luego se levantó, tomó una de ellas y la depositó con cuidado sobre la arena. Con una multiherramienta que sacó de un bolsillo del pantalón desmontó la cubierta del equipo. Con dedos seguros desconectó la batería, la extrajo y la depositó sobre la arena. Sabía que por lo menos disponía de energía, esas baterías eran tan eficientes que aún estaban al 80% de capacidad.
Rascándose la barba estudió el interior de la mochila. El tanque de oxígeno casi llenaba por completo el espacio de la mochila. El sistema de expansión, el de filtrado, la computadora, los sensores, los equipos de comunicaciones, los conductos de ventilación y calefacción se enroscaban alrededor.
Luca levantó la vista. El fuego estaba apagado, un gran manchón ceniciento rodeado de piedras parecía ensuciar la uniformidad rojiza del suelo.
Jenny y Susana tardaban en volver. Se sorprendió mirando la pequeña bolsa en la que guardaban la comida. Tenía hambre, un hambre de lobo.
Tenía que olvidar el hambre. Tenía que pensar detenidamente en todo el sistema, en cómo funcionaba. El sistema seguía allí, destripado delante suyo. Contempló el depósito, la válvula reductora que permitía el flujo y la expansión controlada del aire. Siguió la tubería flexible que llevaba el oxígeno al casco donde se mezclaba en una tobera con el aire reciclado que provenía del filtro de carbono. Imaginó cómo el aire fresco era inhalado y cómo la exhalación circulaba por el traje y era absorbida por las tomas en el pecho y espalda. Parte de ese aire se expulsaba al exterior y parte se forzaba en el filtro de carbono donde se cerraba el circuito.
Quizá los motores de recirculación… pequeños, de alto rendimiento, dos por traje. No servían para comprimir, eran muy pequeños, como mucho le darían un ratio de compresión de una o dos atmósferas, o sea que lograría sólo una centésima de la compresión que necesitaba para llenar el tanque. Pero los compresores trabajaban siempre por etapas. Ahí tenía algo.
Tomó el pad y comenzó a hacer cálculos de rendimientos, carga energética en las baterías y presiones en las tuberías. De nuevo había un objetivo, una línea clara que cruzaba el problema directa a la solución.
Jenny y Susana llegaron caminando lentamente. Habían pasado casi todo el día fuera.
Luca levantó la cabeza de la estructura que estaba construyendo y les saludó con un alzamiento de cejas. Susana y Jenny se acercaron y miraron aquello con una mezcla de perplejidad y asco.
– ¿Qué se supone que es eso Luca? -preguntó Susana.
– Mi compresor.
– ¿Pero?
– No tengo otra forma de construir un armazón. ¿Ves algo de madera alrededor?
– Ya, pero ¿usar huesos de marciano?
– Están ya muertos, ¿no? A ellos no les importa.
Las dos mujeres se dejaron caer, agotadas, en el suelo, a la boca de la cueva. Recostadas contra la roca observaron a Luca trastear durante un rato. Al final Jenny no pudo contenerse.
– ¿Luca? Tu crees que eso funcionará.
– Sí, claro.
– ¿Pero…?
Luca dejó de atar huesos y las miró con ojos salvajes.
– ¿Sabéis lo que ocurrió cuando se pusieron a diseñar el Mars pathfinder ?
– ¿Aquel pequeño robot que reinició la época de investigación de Marte?
– Sí. Pues sucedió que ya no quedaba nadie en la NASA que supiese diseñar un sistema de reentrada y amartizaje. Todos los ingenieros del proyecto Viking o habían muerto o estaban jubilados. Los llamaron para que les explicasen como habían diseñado los vikings. Y lo hicieron, la experiencia es muy importante, pero aún así, tras recuperar esa valiosa información, desarrollaron otro enfoque, inventaron el sistema de los airbags que aún hoy se usa en las sondas.
– ¿No entiendo qué quieres decir Luca?
Luca volvió al trabajo.
– Es sencillo. A veces no cuenta lo conocido, la experiencia. Este compresor que estoy construyendo os parecerá raro, pero es lo mejor que se puede hacer con lo que tenemos a mano.
La luz fue cediendo poco a poco y la temperatura descendió apreciablemente. Durante el día alcanzaban una máxima de quince grados que descendía a cuatro bajo cero por la noche.
– ¿A que hora nos tocan las raciones? -preguntó Luca.
– Eh… dentro de media hora -dijo Jenny.
Ninguno expresó la más mínima queja, sin embargo las miradas acudían frecuentemente a la bolsa donde se guardaban las provisiones que Jenny había traído de la Belos .
– ¿Qué tal la exploración? -preguntó Luca mientras seguía trabajando en el compresor.
– Bueno… contradictoria -Susana resumió los hallazgos-. Basura, chatarra, ruinas, nada útil.
Lento y metódico, Luca agachó la cabeza y siguió trabajando atando un tanque vacío a una estructura de huesos con tiras de lo que parecía piel reseca. Tras unos segundos de actividad despreocupada levantó la vista hacia las dos mujeres.
– ¿Os vais a quedar ahí mirándome?
Jenny se puso en pie y bufó brevemente. A continuación tomó el casco que usaban como recipiente para coger agua del lago y se dirigió hasta allí.
Pronto pisaba el suave musgo marciano. Al poco de caminar por aquella pradera rojiza, se tranquilizó. No tenía sentido discutir más con Luca. Mientras se agachaba en la orilla, se sorprendió pensando en la ecología marciana. Había agua, había musgo… ¿ningún animal o algo semejante?, ¿algo móvil? Retiró la mano del agua enseguida. La superficie del lago estaba roja por los óxidos disueltos. Aquel agua no debía tener ningún compuesto venenoso al menos a corto plazo. No había nada, nada se movía bajo la superficie… pero… ¿podía estar segura?
Sacudió la cabeza llevándose el casco lleno de agua hacia el campamento. Demasiadas preguntas para un solo día. Pero había marcianos… seres vertebrados… notablemente parecidos a los hombres. ¿qué significaba aquello? Unos seres como aquellos no surgen de la nada, se necesita una evolución, otros animales que cubran diferentes nichos ecológicos.
Lo vio con el rabillo del ojo. Algo había saltado. Una mota gris rapidísima. ¿Eran imaginaciones suyas? Avanzó más rápido, hasta que casi se le vació el agua del casco cuando le pareció ver otro de aquellos movimientos.
¿Se estaba sugestionando? Es posible, pero no podía evitar sentirse asustada. Cargando el casco lleno de agua regresó rápidamente con sus compañeros.
Al llegar, se alegró de que el fuego estuviese ya ardiendo.
– He visto…
– ¿Sí? -preguntó Susana levantando la vista del fuego.
«Está muy delgada» -pensó la parte médica de Jenny con preocupación.
Susana tenía profundas ojeras bajo los ojos, la piel ajada y sucia; el pelo greñoso y enmarañado. Luca no tenía mejor aspecto, lucía incluso peor fanáticamente enfrascado en su trabajo. Y ella, sin duda, nos les andaría mucho a la zaga. No podía mirarse en un espejo, pero se sentía cansada, muy cansada. Se dejó caer de golpe en el suelo.
– Nada… es igual.
Nadie habló durante un rato. Jenny repartió las raciones, que duraron apenas cinco minutos Era poca comida, una dieta de hambre y desnutrición, pero la sensación de tener algo en el estómago era agradable, permitía afrontar el sueño.
Jenny y Susana se sentaron junto al fuego mientras, un poco más allá, Luca seguía enfrascado con su horripilante artilugio.
Aquellas llamas, pobres debido al escaso oxígeno, apenas bastaban para calentar el aire y las dos mujeres se apretaron aún más la una a la otra. Muy juntas y acurrucadas para combatir el frío, vieron arder los últimos habitantes de Marte.
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