Juan Aguilera - Stranded (Naufragos)

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Stranded (Naufragos): краткое содержание, описание и аннотация

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El módulo de descenso de la primera misión tripulada a Marte se estrella contra la superficie del planeta. Cinco de los seis astronautas logran sobrevivir, pero su situación es desesperada; sólo disponen de aire, energía y alimentos para unos meses y no hay posibilidad de rescate.
Sin esperanza, sin recursos, comprenden que tres deben sacrificarse para que los dos restantes sobrevivan. ¿Pero quién vive y quién muere?
Como se afirma en el prólogo, Stranded es una magnífica novela de ficción científica que nada tiene que envidiar a las que se publican por autores extranjeros.

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Caminaban lentamente hacia la ciudad. A cada paso que daban, Susana se hacía más consciente de lo débil que se sentía.

– ¿Tú crees que las raciones son suficientes?

– No, no lo son. Estamos consumiendo nuestras reservas de grasa. ¿No notas cómo olemos un poco a acetona? Estamos segregando cuerpos cetónicos en la sangre ya que los lípidos normales no pasan la barrera hematocefálica del sistema nervioso. Eso es mala señal. Cuando hayamos consumido toda la grasa, el cuerpo comenzará a metabolizar proteínas, tendremos un alto riesgo de lesiones cerebrales.

– Joder, si lo sé no te pregunto.

Jenny sonrió, Susana también.

– ¿Qué quieres? Es así.

– ¿Crees que la máquina de Luca funcionará?

– Eso espero. Las cosas que traje de la Belos nos durarán sólo tres semanas más.

Caminaron entre las calles marcianas, orientándose en el camino hasta el edificio que querían investigar.

Llegaron a su pie y elevaron la vista, casi alcanzaba la capa de nubes. Era una masa amorfa, extraña, que desafiaba su comprensión.

– Se me ha ocurrido una idea. ¿Ves ese edificio que tiende un puente hasta este?

– Sí.

– Pues tiene entrada. Si conseguimos ascender podemos llegar al otro.

– Es buena idea.

Se acercaron al edificio que mencionaba Susana. En la parte baja tema una entrada con el mismo aspecto que las cuevas, paredes curvadas y un techo plano.

Entraron con precaución. La piedra en la que estaba construido parecía mucho mejor conservada en el interior que el exterior, de hecho se distinguían a la perfección todos los relieves y dibujos que adornaban las paredes.

Y, como en los túneles, nada más entrar las luces se activaron e iluminaron el pasillo. Esta vez no eran luces débiles y frías, sino potentes focos de colores pastel que iban variando su color a lo largo del pasillo. Al estar la luz apagada la pared había parecido gris, semejante a los túneles. Pero, al ser iluminadas, los relieves tomaron una compleja trama de colores entremezclados que además variaba con una suave transición casi hipnótica.

– Esto también funciona -musitó Jenny, hablando con una respetuosa voz baja.

– Ya veo. Es sorprendente. No entiendo como pudieron hacer máquinas como ésta y después extinguirse.

Avanzaron pasillo adelante. A derecha e izquierda había oquedades y habitaciones sin ventanas, completamente vacías, menos algunas de ellas, llenas de momias amontonadas.

Lo comprobaron por curiosidad, todas tenían el agujero.

– ¿Te has fijado Jenny?

– ¿En qué?

– Todas estas momias miran en una dirección. Es como si hubiesen muerto de pie, mirando a algún punto, y luego hubieran caído de cualquier manera.

– Tienes razón. Y… ¿adonde miraban?

– Pues… parece que en aquella dirección… justo a aquel…

– … Grifo.

Se acercaron. En la pared había un grifo, una de aquellas excrecencias bulbosas de color acerado y ligeramente caliente.

Jenny intentó imitar la postura de uno de los marcianos caídos cerca del bulbo.

– Como afuera, estaban alrededor del bulbo este… Así. Lo que no sabemos es si fueron colocados así o murieron de esta manera…

– ¡Cuidado!

Susana se echó encima de Jenny y las dos cayeron contra el suelo levantando una capa de polvo.

Jenny se volvió debatiéndose furiosamente, pero se paralizó cuando observó como una delgada barra de vivo color azul se introducía lentamente dentro de la masa metálica.

– ¿Qué? -Jenny estaba aterrorizada. No entendía nada.

– Vi deformarse la superficie del metal antes que se… disparase…

Susana apenas podía respirar. Se tendió sobre el polvo esperando que su corazón se tranquilizase. Jenny, a su lado, tendida, seguía mirando aquella acumulación globosa con ojos desorbitados.

– Pero… ¿Qué ha sucedido?

– Casi acabas como un marciano… -Susana se apretó el pecho como si quisiera contener los furiosos latidos de su corazón. Le faltaban las palabras.

Jenny se levantó sacudiéndose el polvo. Fue a acercarse al grifo pero se detuvo en el ademán, y comenzó a alejarse hacia la puerta sin volverse.

– ¿Tú crees que es buena idea que continuemos? -preguntó.

Susana estaba ya en la puerta, mirando al pasillo que continuaba internándose en el edificio. Empezaba a recuperar el pulso normal.

– Este lugar funciona, está vivo… Puede que encontremos algo que nos ayude a sobrevivir. Hay pocas opciones pero debemos intentarlo.

Jenny miro una última vez a la habitación. Luego siguió a Susana.

42

El pasillo dejó a derecha e izquierda muchas habitaciones parecidas a la que habían investigado.

Jenny apenas echó un vistazo. Se sentía extrañamente derrotada. Había un misterio resuelto, pero no servía de mucho. Sólo habría una incógnita mucho mayor. Pensó que se empeñaban en algo inútil.

Aquellos grifos bulbosos disparaban una especie de lengua azul. Tal y como haría un camaleón para atrapar una mosca. Y esto parecía ser el causante de las perforaciones en el paladar de las momias.

No tenía sentido, claro.

Recordó brevemente los cadáveres de Herbert y Fidel sobre el suelo marciano, anónimos pedazos de la Tierra integrándose poco a poco en Marte.

Ya no eran más que recuerdos en sus hogares, en la memoria de la humanidad. Sin embargo Luca, Susana, ella misma, aún estaban vivos. Seguramente en la Tierra los habrían convertido ya en un emblema, símbolos, habrían celebrado un funeral y pensarían en una misión que diese sepultura a sus cadáveres.

Una niña morena, de grandes ojos, crecería con la sombra de aquello pegada a su vida, siempre sería señalada como la hija de la astronauta que murió en Marte. Quizá su padre tuviese más sentido que ella misma y la protegiese de todo eso, de su memoria.

Dio un traspiés y se apoyó en la pared para no caer al suelo. Mejor dejar de pensar, seguir caminando, esforzándose. No había esperanza, pero daba igual, eso no mataba la curiosidad. Jenny miró los cambiantes colores de las paredes intentando encontrar una pauta. Pero sólo había confusión y cierta belleza hipnótica.

Quizá aquellos diseños contaban en ese momento, mientras el suelo ascendía en una rampa suavemente espiral, una historia, quizá la historia completa de Marte, indicaciones de cómo conseguir comida y agua, incluso aire, pero no podían leerlo, nunca podrían.

Ascendieron por espacio de una hora. Caminaban muy lento, parándose con frecuencia para investigar las salas que encontraban. No había novedades. Momias, salas vacías, grifos.

– ¿Dónde están los muebles, las cocinas, los laboratorios, los talleres?

– No lo sé Susana. Todo aquí es muy raro. Mira ahora, el brillo de la pared desaparece.

La pared tan misteriosamente como había comenzado a brillar se volvió de nuevo de un gris polvoriento y viejo.

– Mira.

Habían llegado al final de la rampa, una cúpula abierta irregularmente. Un gran arco se abría sobre un puente de piedra que unía ese edificio con el otro, la gran mole de la que no habían encontrado más acceso que aquel. El puente terminaba en una oquedad de aspecto misterioso.

– Oye -dijo Jenny-, ¿y si esos colores eran una advertencia?

Susana miró a su compañera y luego dio un paso cauteloso por el puente. Parecía bastante firme.

– Espera que pase yo y luego hazlo tú -dijo.

Susana cruzó sin incidentes.

Jenny la siguió cautelosamente, y sintió temblar la estructura con cada paso. A derecha e izquierda había una caída de treinta metros.

Sería curioso, pensó, morir al caerse de un puente después de haber recorrido 140 millones de kilómetros.

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