Kaye le miró interrogante.
—¿No es una broma? —preguntó, con voz débil—. ¿Lo han confirmado?
Saul sonrió y alzó los brazos como Moisés.
—Completamente. La Ciencia se dirige a la Tierra Prometida.
—¿Qué es? ¿Qué tamaño tiene?
—Un retrovirus, un auténtico monstruo de ochenta y dos kilobases, treinta genes. Sus componentes gag y pol están en el cromosoma 14, y su env está en el cromosoma 17. El CCE dice que debe ser un patógeno moderado, y los humanos muestran poca o ninguna resistencia ante él, así que debe de llevar mucho tiempo oculto.
Puso su mano sobre la de ella y la apretó suavemente.
—Tú lo predijiste, Kaye. Describiste los genes. Apuntan a tu candidato principal, un HERV-DL3 roto, y están usando tu nombre. Han citado tus artículos.
—¡Vaya! —dijo Kaye, palideciendo. Se inclinó sobre el plato, con la cabeza latiéndole.
—¿Te encuentras bien?
—Estoy bien —dijo, mareada.
—Disfrutemos de la intimidad mientras podamos —dijo Saul, triunfalmente—. Van a empezar a llamar todos los periodistas científicos. Les doy dos minutos hasta que revisen sus agendas y busquen en MedLine. Saldrás por el televisor, CNN, Good Morning America .
Kaye todavía no podía asumir el giro de los acontecimientos.
—¿Qué tipo de enfermedad causa? —consiguió preguntar.
—Nadie parece tenerlo claro.
La mente de Kaye zumbaba con posibilidades. Si llamaba a Lado al instituto y se lo contaba a Tamara y Zamphyra… podrían cambiar de opinión, elegir a EcoBacter. Saul seguiría siendo el verdadero Saul, feliz y productivo.
—Dios, somos sensacionales —dijo Kaye, sintiéndose todavía algo mareada. Estiró los dedos con afectación.
—Tú eres la sensacional, cariño. Es tu trabajo, y es genial.
Sonó el teléfono en la cocina.
—Debe de ser la Academia sueca —dijo Saul, asintiendo con solemnidad. Levantó el medallón y Kaye le dio un mordisco.
—¡Tonterías! —dijo feliz, y se levantó para contestar.
El hospital trasladó a Mitch a una habitación individual como muestra de respeto a su reciente notoriedad. Se alegró de perder de vista a los alpinistas, aunque apenas importaba lo que sintiese o pensase.
Un entumecimiento emocional, casi completo, se había apoderado de él durante los últimos dos días. Ver su foto en los telediarios, en la BBC y en Sky World , y en los periódicos locales, le había demostrado lo que ya sabía: todo había terminado. Estaba acabado.
Según la prensa de Zürich, era el «único superviviente de una expedición de ladrones de cuerpos». En Munich era el «secuestrador de un antiguo Bebé de los Hielos». En Innsbruck le llamaban simplemente «científico/ladrón». Todos comentaban su ridícula historia sobre momias neandertales, amablemente divulgada por la policía de Innsbruck. Todos hablaban de su robo de «huesos de indios americanos», en el «noroeste de Estados Unidos».
Lo describían extensamente como un americano estrafalario, pasando una mala racha y desesperado por conseguir publicidad.
El Bebé de los Hielos había sido trasladado a la Universidad de Innsbruck, donde iba a ser estudiado por un equipo dirigido por Herr Doktor Professor Emiliano Luria. El propio Luria iría esa tarde para hablar con Mitch sobre el hallazgo.
Mientras necesitasen la información que tenía Mitch lo mantendrían al tanto, todavía lo considerarían en cierto modo un científico, investigador o antropólogo. Sería algo más que un ladrón. Cuando dejase de serles de utilidad, entonces llegaría el vacío más profundo y oscuro.
Contempló la pared con mirada vacía, mientras una voluntaria de edad avanzada introducía un carrito con ruedas en la habitación, repartiendo la comida. Era una sonriente mujer enana, de un metro y medio de altura, setenta y tantos años y la cara como una manzana arrugada, que hablaba apresuradamente en alemán con suave acento vienés. Mitch no entendía mucho de lo que decía.
La anciana voluntaria extendió la servilleta y se la colocó. Frunció los labios y se apartó para examinarle.
—Coma —aconsejó.
Frunció el ceño y añadió:
—Un maldito joven americano, ¿nein? No me importa quién es usted. Coma o se pondrá enfermo.
Mitch alzó el tenedor de plástico, la saludó con él y empezó a picotear el pollo y el puré de patatas del plato. Al salir, la vieja encendió el televisor que se encontraba en la pared frente a la cama.
—Demasiado silencio —dijo, agitando la mano adelante y atrás en su dirección, reprendiéndole con una bofetada a distancia. A continuación salió por la puerta, empujando el carrito.
El televisor sintonizaba Sky News . Primero vino un reportaje sobre la destrucción final, pospuesta durante años, de un gran satélite militar. Un vídeo espectacular, desde la isla Sajalín, siguió los llameantes últimos momentos del objeto. Mitch contempló las imágenes ampliadas de la oscilante y centelleante bola de fuego. Obsoleto, inútil, derribado envuelto en llamas.
Agarró el mando a distancia y estaba a punto de apagar el televisor de nuevo cuando el recuadro de una atractiva joven, con el pelo corto y oscuro cayéndole en ondas sobre la cara y ojos grandes, ilustró una historia sobre un importante descubrimiento biológico en Estados Unidos.
—Un provirus humano, oculto clandestinamente en nuestro ADN durante millones de años, ha sido asociado a un nuevo tipo de gripe que ataca sólo a las mujeres —comenzó el presentador—. A la doctora Kaye Lang de Long Island, Nueva York, bióloga molecular, se le atribuye el haber predicho este increíble invasor que procede del pasado de la humanidad. Michael Hertz está en Long Island en estos momentos.
Hertz se mostró solemnemente sincero y respetuoso durante la conversación con la joven, en el exterior de una casa grande y elegante, verde y blanca.
Lang mostraba cierta desconfianza hacia la cámara.
—Nos hemos enterado por el Centro para el Control de Enfermedades, y ahora por el Instituto Nacional de la Salud, de que esta nueva variedad de gripe ha sido identificada positivamente en San Francisco y en Chicago, y hay una identificación pendiente en Los Ángeles. ¿Piensa usted que ésta podría ser la epidemia de gripe que el mundo ha temido desde 1918?
Lang miró nerviosa a la cámara.
—En primer lugar, no es realmente una gripe. No se parece a ningún virus de la gripe, en realidad no se asemeja a ningún virus relacionado con resfriados o gripe… no es como ninguno de ellos. Y por el momento parece que sólo provoca síntomas en las mujeres.
—¿Podría describirnos usted este nuevo, o más bien muy antiguo, virus? —preguntó Hertz.
—Es grande, de unas ochenta kilobases, o sea…
—Más concretamente, ¿qué tipo de síntomas causa?
—Es un retrovirus, un virus que se reproduce transcribiendo su material genético ARN en ADN e insertándolo en el ADN de la célula anfitrión. Como el VIH. Parece bastante específico de los humanos…
Las cejas del periodista se alzaron con alarma.
—¿Es tan peligroso como el virus del sida?
—No he oído nada que me haga pensar que es peligroso. Lo hemos transportado en nuestro propio ADN durante millones de años; en ese sentido, al menos, no es como el retrovirus VIH.
—¿Cómo pueden saber nuestras espectadoras si tienen esta gripe?
—El CCE ha descrito los síntomas, y yo no sé nada más que lo que ellos han anunciado. Fiebre moderada, dolor de garganta, tos.
—Eso podría describir cientos de virus diferentes.
—Exacto —dijo Lang, y sonrió. Mitch estudió su rostro, su sonrisa, sintiendo una profunda punzada—. Mi consejo es que se mantengan atentas a las noticias.
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