Vladimir Dudincev - Lo mejor de la ciencia ficción rusa

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Lo mejor de la ciencia ficción rusa: краткое содержание, описание и аннотация

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Teniendo en cuenta que el libro es de la época de la Guerra Fría, resulta sumamente interesante ver lo que se escribía por allí en materia de ciencia-ficción. Los cuentos (como cabría esperar) no son todos del mismo nivel, pero aún así el libro no tiene desperdicio. Gran trabajo como compilador de Jacques Bergier (compañero de Louis Pauwels en «El retorno de los brujos» y «La rebelión de los brujos»). Recomendable.

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Por otra parte, seguían ajustándose exactamente a la medida del pie de Petja; pese al transcurso del tiempo, no se habían deformado.

Es cierto que, en general, el zapato de piel cede y se adapta al pie, pero al propio tiempo envejece. En cambio, aquellas botas parecían ser nuevas de trinca.

María Petrovna, incapaz de estarse callada, le echó un día un pequeño sermón a Antonina Ignatevna:

— Exagera usted con su pequeño. ¡Cada día, un par de zapatos nuevos! Debería gastar mejor el dinero. ¡Ya se arrepentirá!

— Por favor — le contestó Antonina Ignatevna—. ¡Si hace un año que lleva los mismos zapatos!

— ¿Cree que soy tonta? — María Petrovna parecía ofendida—. Estas madres… ¡Pierden la cabeza por los hijos! No saben qué hacer por ellos… Pero así solo los malcrían…

Dicho esto, empezó a acusar a Antonina Ignatevna de mentirosa. De no saber educar a su hijo. De comprar cada día a «su Petenfza» un par de zapatos nuevos, mientras ella seguía usando los mismos, viejos y aun desfondados.

La pobre Antonina Ignatevna intentó explicarle la verdad, pero, ¿qué explicaciones podía dar?

Por culpa de las botas, la vida de Antonina Ignatevna se complicó de una forma increíble. ¿Decir la verdad? Nadie la creería. ¿Admitir que compraba a Petja un par de zapatos nuevos todos los días? Era absurdo.

Pasaron otros dos meses, pero los zapatos no envejecían. Antonina Ignatevna fue presa de la consternación.

— Ven — dijo un buen día e Petja—. Deja que estas botas descansen un poco. Ponte las viejas.

Y le volvió a dar las botas que en su tiempo provoca ron su conversación con el profesor. El zapatero Sereza les había puesto medias suelas.

— Hice muy bien al comprarlas un número mayor — observó la mujer—. Las debes llevar, se te quedarán pequeñas. Estas las guardaré en el armario.

¿Quería convencerse de que su hijo había aprendido a cuidar las botas? ¿O bien aquellas botas eternas empezaban a asustarla? Es difícil decir lo que la madre de Petja tenía en la mente, pero cuando el chico se calzó las botas viejas, lanzó un suspiro de alivio.

Acostumbrado a las botas del profesor, tan ligeras que parecía que no las llevaba, Petja sentía ahora pesados sus pies. No pasó mucho tiempo sin que Antonina Ignatevna no tuviese que llevarlas de nuevo al zapatero. Por lo tanto, Petja seguía siendo el chico inquieto de antes, y el secreto de la larga duración de las botas regaladas por el profesor no dependía de sus cuidados. Pero Antonina Ignatevna continuó testarudamente haciendo arreglar las botas viejas hasta que, por fin, el bueno de Sereza le dijo:

— Ya es hora de echarlas a la basura. Cómprele al chico un par de botas nuevas…

¡Comprar unas botas nuevas cuando en el armario tenía un par más de nuevo!

A regañadientes, abrió el cajón donde las había puesto. Hacía ya varios meses que no las veía.

— Tienen un poco de polvo — suspiró, dándoselas a su hijo—. Pruébatelas, quizá te estarán estrechas.

Petja cogió las botas que, como en el pasado, alegraban la vista con su limpieza.

Y como en aquel lejano día en que Petja se las puso por primera vez, también ahora le sentaban como un guante.

Pero esto no fue lo que más sorprendió a Antonina Ignatevna. Ahora estaba en cierto modo acostumbrada a cosas semejantes. Pero no a aquello. Recordaba perfectamente que, al meter las botas en el armario, las suelas parecían ligeramente gastadas; entonces se había alegrado, porque las rozaduras y los arañazos venían a confirmar que se trataba de botas normales, de objetos de este mundo sometidos al desgaste de las fuerzas de la naturaleza. Hecho extraño, ahora se alegraba de algo que un tiempo atrás la enfurecía…

Pues bien, al echar una mirada a las suelas, Antonina Ignatevna vio, con asombro, que estaban absolutamente nuevas.

Y no sólo eso. Mirándolas de costado, examinando el espesor de las suelas, hizo un descubrimiento aún más increíble.

La pobre mujer se puso las gafas, se las quitó y, finalmente, las acercó de nuevo a sus ojos. ¿Sería posible? ¡Las suelas eran aún más gruesas que antes! Nunca había conseguido comprender cómo Petja no conseguía desgastar unas suelas tan delgadas, pero ahora… ¡habían crecido!

Antonina Ignatevna se quedó sin aliento. Era absurdo. ¿Pueden existir en el mundo zapatos que crecen?

Casi tuvo miedo de darle a Petja botas tan extraordinarias. ¿Pero qué podía hacer? ¿Tirarlas?

El dilema fue resuelto por la casualidad. Aquel día, Petja no pudo utilizar las botas del profesor, porque se puso enfermo. Por fortuna, sólo se trataba de un ligero catarro, que lo retuvo, sin embargo, en el lecho durante una semana. Durante aquel tiempo, las famosas botas no quedaron sin usar. Su fama se había extendido por todo el caserío y los amigos de Petja, cuyas respectivas madres tampoco les escatimaban los coscorrones a causa de los zapatos rotos, se las pidieron prestadas para jugar a la pelota. ¿Qué les importaba a ellos que la eterna duración de aquellas botas no tuviese una explicación científica? El caso más bien excitaba su fantasía, y muchos defendían las versiones más increíbles, demostrando una fe ilimitada en las posibilidades en la técnica, mientras otros, los más pequeños, que aún no habían salido del mundo de la fantasía, creían que las «botas del profesor» eran verdaderamente mágicas.

Así, las botas de Petja empezaron a ser usadas por turno. Con ellas jugaban a la pelota muchachos enloquecidos que a veces se dislocaban una rodilla o un tobillo, pero no se rompían nunca. Aguantaban bastantes pruebas duras, pero realmente no parecía existir ninguna fuerza en el mundo capaz de estropearlas.

Llegó así un día en que Antonina Ignatevna ya no pudo más y, tras preguntar a la vecina su dirección, escribid una carta a Iván Ivanovic.

Esta fue la respuesta del profesor:

«… Sí, crecen, Y en esto, querida Antonina Ignatevna, no hay nada milagroso. Comprendo su asombro e intentaré explicarle el motivo.

«¿Por qué crecen? ¿Ha oído hablar alguna vez de las epífitas? Son plantas que no viven sobre la tierra, sino en el aire. No tienen raíces y pueden vivir sobre una empalizada, incluso sobre un hilo del telégrafo, sin tocar la tierra. ¿Cómo se nutren? No de telegramas, naturalmente, y perdóneme la broma. Toman todo lo preciso para su desarrollo del aire. En el aire siempre hay humedad, siempre hay polvo que contiene partículas minerales. Y nuestras plantas se adaptan a este tipo de alimentación, digamos «aérea».

«Desde hace varios años, nuestro instituto estudia estos minúsculos organismos vegetales, que viven en grandes colonias como los corales. Estas dan lugar a una masa compacta, ligera, flexible como la goma, pero que deja pasar el aire. Las botas que se obtienen con esa masa no son en nada inferiores a la piel, incluso tienen una propiedad de la que la piel carece: crecen. ¿Recuerda la piel de zapa de Balzac? Aquélla disminuía. Pero la nuestra crece continuamente, porque vive. Las células vegetales de que está formada se multiplican con rapidez, alimentándose, como todas las epífitas, a través del aire. Para las suelas hemos preparado una piel que crece de modo particularmente rápido, porque esta parte del zapato se gasta más. Le diré también que la suela puede alimentarse mejor que las demás partes de la bota, porque se halla en contacto con la tierra, donde la humedad y las sustancias minerales son más numerosas. La alimentación más sustanciosa contribuye a hacer que la suela se regenere más de prisa. Es un proceso imperceptible para el ojo del hombre; si no llega usted a tener las botas encerradas en el armario durante cuatro meses enteros, es probable que nunca habría descubierto que éstas crecen realmente. Como es natural, también las botas que crecen tienen sus inconvenientes. No se pueden conservar almacenadas largo tiempo porque su número variaría. Un adulto que se compra hoy un par, un tiempo después las encontraría demasiado grandes. En los zapatos de los adultos sólo puede aplicarse en la suela. Y no es poco; en efecto, hemos recibido muchas cartas de agradecimiento de carteros y de personas cuya profesión les obliga a caminar mucho, entre los cuales hemos distribuido un cierto número de pares, a título de prueba.

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