Vladimir Dudincev - Lo mejor de la ciencia ficción rusa

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Lo mejor de la ciencia ficción rusa: краткое содержание, описание и аннотация

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Teniendo en cuenta que el libro es de la época de la Guerra Fría, resulta sumamente interesante ver lo que se escribía por allí en materia de ciencia-ficción. Los cuentos (como cabría esperar) no son todos del mismo nivel, pero aún así el libro no tiene desperdicio. Gran trabajo como compilador de Jacques Bergier (compañero de Louis Pauwels en «El retorno de los brujos» y «La rebelión de los brujos»). Recomendable.

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— ¡Qué bonito cielo azul! — exclamó Asmarin en voz alta. Cerró los ojos, creyendo que el dolor se iba. De pronto sintió ganas de dormir.

— Se ha dormido — dijo una voz.

Asmarin dormitaba. Le parecía que se hallaba en la blanca cumbre del Alaid y que miraba al cielo azul. Podría estar mirándolo durante horas enteras, tan azul era, tan maravillosamente terrestre. E! cielo al que deseaba regresar.

Víctor Saparin

Las Botas Mágicas

Todo empezó con una nadería. Al ponerse Petja una bota, su madre notó que la suela tenía un agujero del tamaño de una monedita, tapado sólo por la plantilla. Otra «monedita», un poco más grande, aparecía también en la suela del otro pie. Petja había observado que, quién sabe por qué, la bota derecha se desgastaba más de prisa que la izquierda, por lo que el descubrimiento no le sorprendió en absoluto.

Sin embargo, su madre endureció la mirada.

— Imagínese, Iván Ivanovic — a falta de otros, la mujer se dirigía a un huésped de sus vecinos, una persona venida de lejos, que en aquel momento había entrado en la cocina—. Este chico se come las botas. Se las he comprado hace un mes y mire. ¿Ha visto alguna vez algo semejante?

Iván Ivanovic dejó sobre la mesa la tetera que tenía en la mano y miró a Petja.

— Es un chico como otro cualquiera — dijo—. No tiene importancia…

— ¡Un chico como otro cualquiera! — La madre de Petja alargó los brazos—. ¿Dónde ha visto algo parecido? Es un desastre. ¡Se come los zapatos!

— Yo también era así —repuso Iván Ivanovic, conciliador. Volvió a coger la tetera y la puso bajo el grifo— Mire, no ha pasado nada, he llegado a ser profesor… Sólo es un chico nervioso…

— Pero las botas las hacen para chicos normales — continuó la madre de Petja—. No hay zapatos especiales para los que no se están nunca quietos.

— Es verdad — contestó Iván Ivanovic, en tono serio—. Es verdad. Los futbolistas, los deportistas, disponen de botas especiales, y nadie piensa en acusarles de correr demasiado. Sin embargo, para los chicos no hay nada. Y es natural que corran… Habría que proporcionarles también botas adecuadas…

— No sé dónde encontrar botas que le duren más de un mes — exclamó la mujer, sacudiendo la cabeza—. ¡Sería un milagro!

Petja, ofendido, arrugó la nariz. ¡Qué culpa tenía él de ser un chico nervioso! ¿Debía, entonces, quedarse sentado siempre, con las piernas cruzadas? En vez de afrontar el problema específicamente, como hacía su profesor, su madre las tomaba siempre con él. Como si gastara las suelas adrede.

Iván Ivanovic dejó la tetera sobre la plancha del hornillo y se dirigió hacia la puerta. En el umbral se detuvo, mirando otra vez a Petja como para examinarlo.

— Le enviaré un par de botas mágicas — prometió, con sencillez—. El muchacho me parece adecuado, siempre que sea verdad todo cuanto me ha dicho acerca de él. Se las mandaré, pero con una condición: que el chico se ponga las botas todos los días y le deje hacer todo lo que quiera. Y no se preocupe, Antonina Ignatevna, ya verá cómo mis botas no se gastan nunca.

A pesar de la cólera, Antonina Ignatevna no pudo por menos de sonreír. Era una buena persona ese Iván Ivanovic…

— Ojalá fueran mágicas…

Petja estaba convencido de que Iván Ivanovic había inventado todo aquello para calmar a su madre. No tenía, realmente, aspecto de mago…

¿Dónde estaba el cucurucho que Petja recordaba haber visto sobre la cabeza del malabarista del circo? ¿Y aquella mirada penetrante o aquel modo de mover las manos, propio de los magos? Iván Ivanovic era un hombrecillo de chaqueta gris, con gafas, de barbita puntiaguda. Se parecía mucho a Sereza, el zapatero del segundo piso. Nadie habría dicho al verlo que de joven fue un muchacho nervioso.

Sin embargo, dos semanas después de la partida de Iván Ivanovic llegó un paquete. Su remitente era elhombrecillo.

Petja pensó que contendría un par de botas claveteadas con refuerzos metálicos, tal vez un par de botas de montaña semejantes a las que en una ocasión vio en un escaparate. Pero en el paquete había un par de zapatos negros vulgares, de corte sencillísimo. Petja se los probó. Le iban de perilla. — En seguida se ve que es un hombre… — murmuró la madre—. Con toda su inteligencia, Iván Ivanovic no sabe que a los chicos se les debe comprar todo un poco grande. Y aseguraba que le durarían mucho tiempo… Venga, póntelos. A caballo regalado…; pero las gastarás pronto. Recuérdalo…

Aquel día comenzó la extraordinaria historia de las botas.

Contra todas las leyes de la naturaleza, las botas siguieron intactas.

Al principio, Petja caminó despacio, con cautela. Llevaba botas mágicas y nunca se sabe… Luego, poco a poco, se acostumbró a la novedad hasta que no pensó más en ello. Volvió a correr como antes y a jugar al fútbol cuanto quiso.

Una tarde, cuando Petja ya se había metido en la cama, la madre cogió las botas y se puso a observarlas. «Ya las has llevado bastante — dijo para sí—, y… ¡Pero si están nuevas! Y pensar que… La suela está como nueva. Entonces, si quiere, sabe cuidarlas… "

Aquella noche la mujer dio a Petja el beso de despedida con cariño especial, pero Petja tenía la vaga sensación de no haber merecido enteramente el agradecimiento de su madre.

«Bah — se dijo, al dormirse—, dependerá mucho de las botas. También María Petrovna se lamentaba muchas veces de la calidad de sus botas. No se me puede echar la culpa a mí…»

María Petrovna habitaba en el apartamento de enfrente y era una mujer conocida por su escepticismo con respecto a todo y a todos. A los chicos, nerviosos o no, los había clasificado tiempo atrás en la categoría de los fenómenos absolutamente negativos.

Por eso, cuando Antonina Ignatevna le contó las alabanzas de Petja, explicando que se había vuelto formal y que ya no gastaba las botas, no vaciló en desilusionarla.

— Mire, María Petrovna, son realmente botas mágicas — insistió la madre de Petja—, o mi Petja ha cambiado. Hace seis meses que las lleva, sin quitárselas nunca, y aún no se han gastado.

— No tiene nada de extraordinario — le replicó María Petrovna, tras haber echado una mirada a las suelas —. ¿Ve estas bolitas? No se gastan nunca. Pero a mí no me gustan; producen reuma.

— ¿Qué dice? ¡La suela de esparto deja pasar el aire! — objetó Antonina Ignatevna, — Bueno, son de goma — admitió María Petrovna.

— No pueden ser de goma — disintió Antonina Ignatevna—. ¡Son tan ligeras! ¡Pruebe!

A regañadientes, María Petrovna cogió las botas.

— No pesan casi nada — dijo, con desprecio—. Se ve que están hinchadas.

— ¿Por qué hinchadas?

— Sencillísimo. ¿Sabe cómo se hace? Se hinchan las burbujas de aire de la goma. Por eso es ligera.

Dejó las botas en el suelo, limpiándose los dedos.

Antonina Ignatevna sabía perfectamente que el procedimiento de obtener el crepé era muy distinto, pero, como siempre, María Petrovna había dicho la última palabra.

Pasaron los meses… Las botas no se gastaban, como si de verdad fuesen mágicas. Antonina Ignatevna empezó a mirarlas con cierto temor. Sabía que el profesor no era Mefistófeles, sino un hombre normal, pero en aquel regalo suyo había algo sobrenatural. Y no se trataba únicamente de la resistencia extraordinaria de las botas, había algo más.

En una ocasión, Antonina Ignatevna descubrió un arañazo en la punta de la bota izquierda. Sin duda, al jugar con otros chicos, Petja le había dado un golpe. Sin embargo, unos días después el arañazo había desaparecido sin dejar la menor huella. ¿Y cómo explicar el hecho de que las botas pareciesen siempre nuevas, aunque Petja no se preocupaba nunca de limpiarlas?

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