—¿Te encuentras bien?
—No —contestó él, tocándose la mandíbula—. ¿Qué hay de aquello de «corderito, tan manso y tan lindo»?
—Está claro que Blake nunca había visto una oveja —dije yo, ayudándole a bajar la rampa y llegar al abrevadero—. ¿Y ahora qué?
Él se apoyó contra el abrevadero, respirando con dificultad.
—Al final acabarán por tener sed —dijo, palpándose torpemente la barbilla—. Esperaremos a que bajen.
Miguel se nos acercó.
—No tengo todo el día, ¿saben? —gritó por encima de lo que fuese que estuviera tronando en sus auriculares, y volvió a la parte delantera del camión.
—Tengo que llamar a Billy Ray —dije, y lo hice. Su teléfono móvil estaba fuera de cobertura.
—Tal vez si las azuzamos con el ronzal… —dijo Ben cuando regresé.
Lo intentamos. Y también ponernos detrás y empujar, y amenazar a Miguel, y pasamos más de un rato apoyados contra el abrevadero, respirando con dificultad.
—Bueno, desde luego hay una difusión de información en marcha —dijo Ben, frotándose el brazo—. Todas han decidido no bajar del camión.
Llegó Alicia.
—Tengo un perfil del candidato óptimo para la beca Niebnitz —le dijo a Ben, ignorándome—. Y he encontrado otro Niebnitz. Un industrial. Hizo su fortuna refinando minerales y fundó varias organizaciones benéficas. Estoy buscando en los criterios de selección de sus comités. Quiero que vengas a ver el perfil.
—Adelante —dije yo—. Está claro que no te perderás nada. Lo intentaré de nuevo con Billy Ray.
Lo hice.
—Lo que tienes que hacer es… —dijo él, y se quedó de nuevo sin cobertura.
Regresé al corral. Las ovejas habían salido del camión y estaban mordisqueando la hierba seca.
—¿Qué hiciste? —dijo Ben, que llegó detrás de mí.
—Nada. Miguel debe de haberse cansado de esperar.
Pero estaba todavía en la parte delantera del camión, moviéndose al ritmo de Groupthink o de quienquiera que estuviese escuchando.
Miré las ovejas. Estaban pastando pacíficamente, deambulando felices por el corral como si siempre hubieran pertenecido a aquel lugar. Ni siquiera cuando Miguel, todavía con los auriculares puestos, arrancó el camión y se marchó, se dejaron llevar por el pánico. Uno de ellas, próxima a la verja, me dirigió una mirada larga e inteligente.
«Esto va a funcionar», pensé.
La oveja me miró un ratito más, bajó la cabeza para pastar, y se quedó atascada en la cerca.
QIAO PAI (1977–1995)
Juego chino de moda inspirado en el juego de cartas americano del bridge (una moda de los años treinta). Popularizado por Deng Xiaoping, que aprendió a jugar en Francia, el qiao pal atrajo rápidamente a más de un millón de aficionados, que jugaban principalmente en el trabajo. Al contrario que en el bridge americano, las apuestas son silenciosas, los jugadores no ordenan las manos y el juego es extremadamente formal. Sustituyó al ping-pong.
A lo largo de los siguientes días quedó claro que prácticamente no había difusión de información en un rebaño de ovejas. Apenas había tampoco ninguna moda.
—Quiero observarlas durante unos cuantos días —dijo Ben—. Necesitamos establecer cuáles son sus pautas normales de difusión de información.
Observamos. Las ovejas pastaban en la hierba seca, daban un paso o dos, pastaban un poco más, daban otros pocos pasitos, seguían pastando. Habría parecido un cuadro pastoral de no ser por sus caras largas de mirada vacía, y por la lana.
No sé quién fomentó la creencia de que las ovejas son blancas como nubes. Tenían más bien el color de una fregona vieja y la misma cantidad de tierra.
Pastaron un poco más. Periódicamente una de ellas dejaba de mordisquear y trotaba por el borde del corral, buscando un precipicio del que caerse, y luego volvía a pastar. Una vez, una de ellas vomitó. Algunas pastaban siguiendo la cerca. Cuando llegaban a una esquina se quedaban allí, incapaces de imaginar cómo volverse, y seguían pastando, comiéndose la hierba hasta la tierra. Luego, a falta de ideas mejores, se comían la tierra.
—¿Estás segura de que las ovejas son un mamífero superior? —preguntó Ben, apoyado en la cerca con la barbilla sobre las manos, observándolas.
—Lo siento mucho. No tenía ni idea de que las ovejas fueran tan estúpidas.
—Bueno, en realidad una estructura simple de conducta podría jugar a nuestro favor. El problema de los macacos es que son listos. Su conducta es complicada, con un montón de cosas actuando simultáneamente: dominio, interacción familiar, galanteo, comunicación, aprendizaje, estructura de atención. Hay tantos factores operando de forma simultánea que el problema es tratar de separar la difusión de información de las otras conductas. Con menos conductas, será más fácil ver la difusión de información.
«Si es que hay alguna», pensé yo, observando las ovejas. Una de ellas dio un paso, pastó, dio dos pasos más, y luego aparentemente se olvidó de lo que estaba haciendo y se quedó mirando la nada.
Llegó Flip. Llevaba un uniforme de camarera con un cordoncillo rojo en el cuello, las palabras «Don's Diner» bordadas en rojo en el bolsillo, y un papel en la mano.
—¿Encontraste trabajo? —preguntó Ben, esperanzado. Ojos en blanco. Suspiro. Meneo de pelo.
—No-o-o.
—Entonces ¿por qué llevas un uniforme? —pregunté yo.
—No es un uniforme. Es un vestido diseñado para parecer un uniforme. Porque tengo que hacer todo el trabajo aquí. Es una declaración. Tienen que firmar esto —dijo, tendiéndome el papel y asomándose a la cerca—. ¿Éstas son las ovejas?
El papel era una petición para que prohibieran fumar en el aparcamiento.
—Una persona que fuma un cigarrillo al día en un aparcamiento de mil metros no produce humo de segunda mano en concentración suficiente para preocuparse —dijo Ben.
Flip agitó el pelo, los cordoncillos se sacudieron salvajemente.
—Humo de segunda mano no —dijo, disgustada—. Contaminación atmosférica.
Se marchó, y nosotros continuamos observando. Al menos la falta de actividad nos daba tiempo de sobra para establecer nuestros programas de observación y revisar la bibliografía.
No había mucha. Un biólogo de William and Mary había observado un rebaño de quinientas y llegó a la conclusión de que tenían un «fuerte instinto de rebaño», y un investigador de Indiana había identificado cinco formas distintas de comunicación merina (los bees estaban listados fonéticamente), pero nadie había hecho experimentos activos de aprendizaje. Sólo habían hecho lo que hacíamos nosotros: observarlas morder, trotar, cagar y vomitar.
Tuvimos tiempo de sobra para charlar sobre el pelo corto y la teoría del caos.
—Lo sorprendente es que los sistemas caóticos no siempre permanecen siendo caóticos —dijo Ben, apoyándose en la cerca—. A veces se reorganizan espontáneamente para formar una estructura ordenada.
—¿De pronto se vuelven menos caóticos? —dije yo, deseando que eso sucediera en HiTek.
—No, ésa es la cuestión. Se vuelven más y más caóticos, hasta que llegan a una especie de masa crítica caótica. Cuando eso sucede, se reorganizan espontáneamente en un nivel de equilibrio superior. Se llama estado crítico auto-organizado.
Por lo visto, teníamos una buena racha. Dirección promulgaba memorandos, las ovejas se enganchaban la cabeza en la cerca, la puerta y bajo el abrevadero, y Flip venía periódicamente a colgarse de la verja entre el corral y el laboratorio para menear el pestillo monótonamente arriba y abajo y poner cara de enferma de amor.
Al tercer día quedó claro que las ovejas no iban a iniciar ninguna moda. Ni a aprender a pulsar un botón para alimentarse. Ben había emplazado el aparato a la mañana siguiente de que consiguiéramos las ovejas e hizo varias demostraciones; se puso a cuatro patas y pulsó el botón ancho y plano con la nariz. Cada vez cayeron bolitas de comida, y Ben metió la cabeza en el pesebre e hizo ruidos como de masticar. Las ovejas lo observaron impasibles.
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