—Vamos a tener que obligarlas a hacerlo —dije. Habíamos mirado los vídeos del día en que llegaron y vimos cómo habían bajado del camión. Las ovejas se habían apretujado y retrocedido hasta que una acabó por caerse de la rampa. Las otras cayeron inmediatamente a toda prisa—. Si podemos enseñárselo a una, sabemos que las demás la seguirán.
Resignado, Ben fue a buscar el ronzal.
—¿Cuál?
—Esa no —dije, señalando la oveja que había vomitado. Las miré, buscando en ellas signos de inteligencia y viveza. No parecía haber muchos—. Ésa, supongo.
Ben asintió, y nos encaminamos hacia ella con el ronzal. La oveja masticó pensativa un momento y luego corrió hacia el rincón más lejano. Todo el rebaño la siguió, saltando unas sobre otras en su ansia por llegar a la pared.
—«Y las ratas salieron corriendo de las casas» —murmuré.
—Bueno, al menos están todas en una esquina —dijo Ben—. Podré ponerle el ronzal a una.
Ni hablar, aunque pudo agarrarse a un puñado de lana y llegar hasta casi la mitad del corral.
—Creo que las está asustando —dijo Flip desde la verja. Se había pasado allí colgada media mañana, meneando amorosamente el pestillo arriba y abajo y hablándonos de Darrell el dentista.
—Ellas me están asustando a mí —contestó Ben, sacudiéndose los pantalones de pana—, así que estamos en paz.
—Tal vez deberíamos intentar engatusarlas —comenté yo. Me agaché—. Ven aquí —dije, con la voz infantil que la gente utiliza con los perros—. Vamos. No te haré daño.
La oveja me miró desde la esquina, masticando impasible.
—¿Qué hacen los pastores cuando guían sus rebaños? —preguntó Ben.
Traté de recordarlo de las películas.
—No lo sé. Se limitan a caminar delante y las ovejas los siguen.
Probamos con eso. También tratamos de colocarnos a ambos lados de una oveja y empujar el rebaño desde el extremo opuesto, por si los animales corrían en sentido contrario y uno de ellos chocaba accidentalmente con el botón.
—Tal vez no les gusten esas bolitas de comida —dijo Flip.
—Tiene razón, ¿sabes? —dije yo, y Ben me miró, incrédulo—. Necesitamos saber más sobre sus hábitos alimenticios y sus habilidades. Llamaré a Billy Ray a ver cómo son.
Contacté con el servicio de mensajes de Billy Ray.
—Pulse el uno si quiere el rancho, pulse el dos si quiere el granero, pulse el tres si quiere el corral de las ovejas.
Billy Ray no estaba en ninguno de los tres sitios. Iba camino de Casper.
Volví al laboratorio, les dije a Bennett y a Flip que me iba a la biblioteca, y me marché.
El clon de Flip estaba en el mostrador, con una banda de cinta adhesiva en la cabeza y la marca de una i.
—¿Tienen libros sobre ovejas? —le pregunté.
—¿Cómo se escribe?
—Sin hache. —Ella siguió en blanco—. Con uve.
— El enjambre —leyó ella en la pantalla—. Los zánganos y la miel de…
— Ovejas —repetí—. Con uve.
—Oh —ella tecleó el nombre, corrigiéndolo varias veces—. El misterio de la oveja perdida —leyó—. Seis ovejas tontas van de compras, El síndrome de la oveja negra…
—Libros sobre ovejas —dije—. Cómo se crían y se entrenan.
Ella puso los ojos en blanco.
—No me lo había dicho.
Finalmente conseguí que me dijera en qué estante se encontraban y saqué: Cría de ovejas como diversión y negocio; Historias de un pastor australiano; Nueve sastres, de Dorothy Sayer, Nueve sastres que, según recordaba, hablaba de ovejas; Tratamiento y cuidado de las ovejas; y, recordando la sarna de las ovejas de Billy Ray, Enfermedades de las ovejas comunes. Los llevé al mostrador.
—Aquí consta que debe un libro —dijo—. Sobras completas de Robert Browning.
— Obras —dije yo—. Obras completas. Ya pasamos por esto la última vez. Lo devolví.
—Aquí no pone eso. Dice que tiene una multa de dieciséis cincuenta. Dice que lo sacó usted el pasado marzo. No pueden sacarse más libros cuando la multa sobrepasa los cinco dólares.
—Devolví el libro —contesté, y puse sobre el mostrador veinte dólares.
—Además, tiene que pagar el coste del nuevo libro —dijo ella—. Son cincuenta y cinco con noventa y nueve.
Sé cuándo darme por vencida. Le firmé un cheque y le llevé los libros a Ben. Los repasamos.
No nos dieron muchos ánimos. «Con el calor, las ovejas se acurrucan juntas y se mueren sofocadas», decía Cría de ovejas como diversión y etcétera, y «En ocasiones, las ovejas se tumban de espaldas y no son capaces de levantarse».
—Escucha esto —dijo Ben—. «Cuando se asustan, las ovejas pueden chocar contra los árboles y otros obstáculos.»
No había nada sobre estrategias excepto: «Mantener las ovejas dentro de una cerca es mucho más fácil que volverlas a meter.»
Pero había un montón de información sobre su manejo que nos habría venido bien antes.
Nunca hay que tocar la cara de una oveja ni rascarla tras las orejas, y el pastor australiano comentaba: «Tirar el sombrero al suelo y pisotearlo no sirve para otra cosa que para estropear el sombrero.»
—«Lo que más temen las ovejas es estar atrapadas» —le leí a Ben.
—Y ahora me lo dices.
Y algunos de los consejos, al parecer, no eran nada dignos de confianza.
«Quédate sentado y quieto —decía Tratamiento y cuidado —, y las ovejas sentirán curiosidad y vendrán a ver qué estás haciendo.»
No lo hicieron, pero el pastor australiano tenía un método práctico para llevar una oveja a donde querías.
—«Apóyate sobre una rodilla junto a la oveja» —leí.
Ben obedeció.
—«Coloca una mano sobre la grupa» —leí—. Es la zona de la cola.
—¿Sobre la cola?
—No. Un poco por detrás de las caderas.
Shirl salió al porche, encendió un cigarrillo, y luego se acercó a la verja para observarnos.
—«Colócale la otra mano bajo el morro. Cuando tengas la oveja sujeta de esta forma, no podrá escapar, ni avanzar o retroceder.»
—Hasta ahora, muy bien —dijo Ben.
—Ahora, «agarra el morro firmemente y empuja la grupa con cuidado para que avance la oveja.» —Bajé el libro y observé—. «Se consigue que pare tirando con la mano que está bajo el morro.»
—Muy bien —dijo Ben, incorporándose lentamente—. Allá va.
Dio un suave empujón al culito lanudo. La oveja no se movió.
Shirl dio una larga calada a su cigarrillo, sin dejar de toser, y sacudió la cabeza…
—¿Qué estamos haciendo mal? —preguntó Ben.
—Eso depende —contestó ella—. ¿Qué intentan hacer?
—Bueno, lo que quiero es enseñarle a la oveja a pulsar un botón para comer —dijo él—. Por ahora me conformaría con que alguna estuviera en la misma zona del corral que el dispensador de comida.
Había estado agarrando a la oveja y empujado todo el tiempo, pero la oveja al parecer funcionaba con algún tipo de mecanismo retardado. Dio dos pasos dóciles hacia delante y empezó a cabecear.
—No le sueltes el morro —dije yo, cosa que era más fácil de decir que de hacer.
Los dos nos lanzamos al cuello. Solté el libro y agarré un puñado de lana. Ben recibió una patada en el brazo. La oveja dio un salto tremendo y se plantó en mitad del rebaño.
—Suelen hacer eso —dijo Shirl, exhalando humo—. Cada vez que se las separa del rebaño; se lanzan de cabeza a él. El instinto gregario se impone. Pensar por uno mismo es demasiado aterrador.
Los dos nos acercamos a la verja.
—¿Entiende de ovejas?—preguntó Ben.
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