La estructura recordaba a un hemisferio con brazos radiales puntiagudos. Una nota lo comparaba con la forma de un adenovirus gigantesco, o una molécula de C 60. Ray había hecho un resumen de lo que había leído: «Aparentemente expresa un principio matemático denominado "función energética", que puede ser escrito como la expresión de volumen en un espacio de dimensiones superiores. Pero eso también lo hace cualquier icosaedro, de modo que no prueba nada. Si realmente es un artefacto, los constructores parecen haberse desvanecido. Uno de los correos señala que el interior de la estructura es "singularmente difícil de captar en imágenes", signifique lo que signifique…»
—Y así todo el rato —dijo Elaine—, un montón de ciencia realmente fascinante. Pero dime: ¿ves algo aquí que se parezca a una amenaza? ¿Algo que nos pudiera explicar el fragmento de la revista?
—Debe haber alguna conexión.
—Estoy segura, pero piensa en lo que Ray estaba diciendo en la charla del auditorio. Afirmaba que tenía evidencias de que los procesadores O/CBE se habían vuelto físicamente peligrosos.
—Se puede inferir.
—Que le jodan a la inferencia; ¿ves alguna prueba de verdad?
—No, en estos documentos no.
—¿Piensas que Ray puede tener información que desconozcamos?
—Es posible. Pero Sue ha estado bastante cerca de Ray, y el a piensa que no.
—Cierto. ¿Sabes qué, Chris? No creo que Ray tenga ninguna prueba real. Creo que lo que tiene es una hipótesis. Y una mala leche de cojones.
—Estás diciendo que quiere desconectar el Ojo y que quiere utilizar esto como excusa.
—Exactamente.
—Pero el Ojo podría ser de verdad una amenaza. El hecho de que tenga prejuicios no significa necesariamente que esté equivocado.
—Si no está equivocado, al menos es un irresponsable. No hay nada en esos documentos que no pudiera haber compartido con el resto de nosotros.
—A Ray no le gusta compartir. Probablemente le escribieron eso en su ficha de la guardería. ¿Qué propones que hagamos?
—Hacerlo público.
—¿Y cómo vamos a hacer eso?
—Mandando estos archivos a cada ordenador doméstico en Blind Lake. Además, me gustaría escribir un pequeño resumen, como la entradil a de un libro, diciendo que hemos obtenido los documentos de una fuente protegida y que los contenidos son importantes, pero no son concluyentes.
—De modo que Ray no pueda actuar unilateralmente. Tendría que explicar todo esto…
—Y quizás acepte alguna sugerencia de los demás antes de apagar el interruptor.
—Quizás meta a Sue en problemas.
—Es una mujer de buen corazón, Chris, pero yo diría que ya está en un apuro. Y serio. Es posible que Ray no pueda probar nada, pero no es estúpido.
—Quizás nos meta a nosotros en un problema.
—¿Cómo definirías «problema»? Estar encerrados indefinidamente en una instalación federal dirigida por un lunático, eso sí suena como un problema, aunque no hagamos nada más. Pero quitaré tu nombre de la lista de destinatarios si quieres.
—No, utiliza mi nombre —dijo Chris—, pero deja fuera a Marguerite.
—Sin problema. Pero si estás pensando en la reacción de Ray, te repito: no es estúpido. Mantén las puertas cerradas.
—Están cerradas —dijo Chris—, bien cerradas.
—Bien. Ahora prepárate para una tormenta de mierda que va a hacer que esta ventisca parezca una llovizna de verano.
Durante la cena Tess comió frugalmente y habló poco, aunque parecía encontrar tranquilizadora aquella ceremonia. O quizás, pensó Marguerite, simplemente le gustaba tener a Chris cerca. Chris era un hombre a la vez grande y amable, una combinación embriagadora para una pequeña niña nerviosa. O incluso para una mujer crecida nerviosa.
Después de la comida, Tess cogió un libro y se fue a su cuarto. Marguerite preparó algo de café mientras Chris le hacía un resumen de lo que contenían los documentos robados. La mayoría estaban escritos por Bo Xiang. Ella había trabajado con Bo en Crossbank y, según decía, no era el tipo de persona que se ponía nerviosa sin una buena razón.
Nunca había habido la más mínima señal de una civilización tecnológica en HR88 32/B. La estructura debe de ser inmensamente antigua, pensó. HR88 32/B había pasado por varias glaciaciones importantes de alcance planetario; la estructura debía de ser anterior al menos a una de el as. Aquel parecido con los corales flotantes del ecuador era evocador, pero ¿qué quería decir?
Pero aquel as eran preguntas sin respuesta posible, al menos por el momento. Y tanto Chris como Elaine tenían razón: nada de aquello probaba una posible amenaza.
La tormenta hacía vibrar la ventana de la cocina mientras hablaban. Podemos capturar imágenes de mundos que orbitan otras estrel as, pensó Marguerite; ¿por qué no podemos construir una ventana que no vibre con el mal tiempo? La oscuridad en el exterior era profunda e intimidatoria. Las luces de la cal e se habían convertido en difusos faros marinos, en antorchas distantes. Era el tipo de tiempo que se habría convertido en noticia en los viejos tiempos: «Temporal invernal bloquea autopistas en el oeste, aeropuertos cerrados, viajeros atrapados»…
La hora normal de irse a la cama para Tessa eran las diez en punto, las once los fines de semana, pero entró en la cocina a las nueve.
—Estoy cansada —dijo la niña.
—Ha sido un día muy largo —dijo Marguerite—. ¿Te preparo el baño?
—Mañana me daré una ducha. Estoy cansada.
—Sube y cámbiate entonces. Luego subiré a arroparte.
Tess pareció vacilar.
—¿Qué pasa, cielo?
—Pensé que quizás Chris podría contarme una historia. —Ladeó la cabeza como diciendo: «ya sé que es una cosa de niños. Pero no me importa».
—Por mí encantado —se ofreció Chris.
Sería difícil no querer a este hombre, pensó Marguerite.
—¿Qué tipo de historia te gustaría? —preguntó Chris, sentado en un extremo de la cama de Tessa. Creía saber qué iba a responder.
—Una historia de Porry —dijo la niña.
—Sinceramente, Tess, creo que ya te he contado todas las historias de Porry.
—No tiene por qué ser una nueva.
—¿Tienes una favorita?
—La historia del renacuajo —dijo el a rápidamente. La ventana del dormitorio de Tessa todavía estaba toscamente tapada por su pequeño arreglo provisional. El aire frío se colaba a través de las grietas y serpenteaba bajo los paneles de los calefactores eléctricos y a través del suelo, buscaba los sitios más profundos de la casa. Tess se había subido las mantas hasta la barbilla.
—Aquel o era cuando estábamos en California —dijo Chris—, donde crecimos. Vivíamos en una pequeña casa con un árbol de aguacate en el jardín trasero, y al final de la calle había un pequeño canal de drenaje para las tormentas, como un lecho de río de hormigón, con una valla metálica para mantener apartados a los niños de la zona.
—Pero vosotros ibais de todas formas.
—¿Quién está contando la historia?
—Lo siento. —Se puso la manta por encima de la boca.
—Todos los chicos del barrio íbamos allí de todas formas. Había un sitio donde uno se podía colar por debajo de la valla. El canal tenía muros de cemento, pero si tenías cuidado podías bajar, y en primavera, si el agua estaba poco profunda, uno podía encontrar renacuajos en las zonas más profundas.
—Los renacuajos son ranas bebés, ¿verdad?
—Cierto, pero no se parecen nada a las ranas. Parecen más unos pececillos negros con colas largas y delgadas, y sin aletas. En un día bueno podías coger cientos de ellos con tan solo meter un cubo. Todos los adultos nos decían que no jugáramos al í, porque era un lugar peligroso. Y lo era, y realmente no deberíamos haber ido, pero lo hacíamos de todas formas. Todos excepto Porry. Porry quería ir pero yo no le dejaba.
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